jueves, 18 de septiembre de 2014

En defensa de la telebasura
 
No está de moda.
 
Hace bastante tiempo que entre la gente fina, culta, estirada, estrecha y snob se lleva mucho lo de poner a caer de un burro los programas de telebasura y blasonar de que "yo no he visto nunca ninguno. Sólo a veces, haciendo zapping, me entretengo unos segundos en alguno. ¡Qué horror!".
 
Para empezar pongo en duda que todos los que afirman no saber lo que es uno de estos programas digan la verdad.
 
Si así fuera, por otra parte, habría que admitir que algo de razón no les falta. Desfila por la pantalla gentecilla patética balbuciendo términos (gritando, más bien) con un lejano parecido con la lengua castellana; una fauna que se creen personajes antes de haber sido personas, cuyas peripecias y miserias carecen del menor interés para cualquiera que tenga alguna porción de vida propia, por pequeña que sea.
 
Estos especímenes suelen ser interpelados, acosados, ridiculizados o insultados, que de todo hay, por un vociferante coro de gente que suelen referirse a sí mismos como "profesionales" y a veces hasta "periodistas". Profesionales que reiteran hasta la saciedad términos y expresiones, copiándose unos a otros, que un día pudieron ser originales y que, con el paso del tiempo, devienen en meras muletillas. (Casarse es "darse el sí quiero"; en situaciones límite hay que hacer tal o cual cosa "sí o sí"; cuando alguien alcanza notoriedad se convierte en "un icono"; se entiende por "un amor eterno" el que dura más de un mes; los que pasan inadvertidos, lo hacen "desapercibidos", y quien cumple su trigésimo aniversario, celebra su "treinta cumpleaños")
 
La gente culta, estirada, estrecha y snob suele decir que  ni se explican cómo pueden invertirse recursos en producir este tipo de programas, ni cómo puede haber contribuyentes que dediquen su tiempo a verlos, pero están en un error. Un profundo error, como trataré de demostrar, porque...
 
La telebasura cumple múltiples funciones sociales.
 
Gracias a ella:
 
-  Encuentran trabajo y viven de él, una serie de personas que se autocalifican de periodistas y que de no ser por este tipo de programas estarían engrosando las listas del desempleo o dedicándose a tareas aún menos nobles.
 
-  Una pléyade de Bufetes han encontrado un filón inagotable, siendo representantes legales de querellantes que demandan justicia contra quienes les han agraviado supuesta o realmente, que eso es lo de menos, o solicitan tales o cuales medidas contra sus ex cónyuges, que, por cierto, van cambiando a la velocidad de las tormentas de verano.
 
-  Sujetos (y "sujetas") inverosímiles gozan de su bien ganado minuto de gloria: la que se amancebó durante un fin de semana con alguien que un día fue torero, comparte pantalla con el que acompañó a la que tuvo amores con un cantante, con la sobrina del padre de un ganadero que amó a una aristócrata, con la peluquera que enviudó de no recuerdo quién, y con el guapo emigrante que ha sido visto saliendo de un local de moda del bracete de una vieja gloria (más vieja que gloria, por cierto).
 
- Cualquier otro programa de televisión parece interesante, después de ver una entrega de este subgénero televisivo, y eso es de agradecer. Me atrevería que sólo los telediarios o las entrevistas a los políticos son más sobrecogedores, y es lo cierto que los unos y los otros tienen también su público.
 
En resumen:
 
Si usted quiere estar al tanto de la actualidad social, sin que le preocupe la crisis, el problema catalán, el auge del Estado Islámico o la evolución del programa de becas en España, no se me ponga estrecho y conecte los programas "del corazón" (Por qué del corazón y no del intestino grueso, es algo que nunca he entendido).
 
Si está en el caso contrario, cambie de canal o apague el televisor y coja un libro: será otra cosa que agradecer a la telebasura, aunque el libro elegido sean las memorias del Señor Aznar.   

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