martes, 9 de diciembre de 2014

¿Hubo alguna vez una Transición en España?
 
Disparan desde todas partes.
 
De un tiempo a esta parte hay una campaña en marcha para desacreditar la Transición, ese mítico proceso que llevó a España desde la Dictadura a la democracia.
 
Disparan desde la derecha, desde las trincheras de la nostalgia tardo franquista, reescribiendo la Historia y tratando de demostrar que el período que va desde la voladura de Carrero al 24 F, no fue sino una sucesión de descalabros, violencias, fracasos, chapuzas e incongruencias que han llevado a España al borde del abismo. Late bajo estas soflamas un deseo apenas enmascarado de encontrar a otro Caudillo salvador que devuelva a España al orden y la sumisión.
 
Y ahora nos salen voceros de una sedicente izquierda de nuevo cuño que pretenden no se sabe muy bien si cerrar con siete llaves el proceso iniciado hace cuarenta años, o volver al punto en el que todo empezó, para hacer las cosas de otra manera. No hay propuestas concretas en esta trinchera, que por el momento vale más para pregonar los errores que para proponer las soluciones.
 
¿Alguien recuerda el punto de partida?
 
La transición empezó cuando ETA mató al Almirante Carrero. En aquellos tiempos, la disidencia estaba incluida en el Código Penal, así que no es de recibo que algunos tertulianos vengan diciendo desde la caverna ultra de ciertas cadenas de TV que padecemos ahora la dictadura de tal o cual Partido.
 
Ni había libertad de prensa, ni de manifestación, ni de asociación. Los Partidos, los Sindicatos, las Asociaciones Patronales estaban prohibidas, la huelga era delito, y la crítica política también. Salvo para alabar al Régimen, si se hablaba de política, se bajaba la voz, no sin antes mirar a ambos lados.
 
ETA y Grapo mataban con siniestra regularidad, como si se tratara de provocar la vuelta a los peores tiempos de la Dictadura (que, dicho sea de paso, no eran los que estamos comentando, sino que habían quedado atrás hacía años)
 
Había "ruido de sables" en los Cuarteles porque el Ejército aún seguía pensando que estaba por encima del poder civil, y porque había órganos de expresión (¿recuerdan "El Alcázar"?) que entre el halago y el estímulo, pedían cada día la intervención de las Fuerzas Armadas para terminar con cualquier intento de cambio.
 
¿Reforma o ruptura?
 
Ése era el dilema. Buscábamos la democracia, llegar a un punto en el que fuéramos uno más de los países que admirábamos. Queríamos entrar en Europa y hacerlo en pie de igualdad. Queríamos devolverle la soberanía al pueblo, elegir a nuestros gobernantes, hacer y decir cuanto nos gustara, respetar al disidente, soldar de una vez por todas las dos Españas.
 
Pero no sabíamos cómo hacerlo, porque nunca lo habíamos hecho. Éramos muchos, pero dispersos e inexpertos. La prensa reaccionaria se burlaba a diario de lo que llamaba "sopa de siglas". Poco a poco, dos pasos adelante y uno atrás, fuimos encontrando el camino.
 
Así que unos clamaban por la ruptura: había que terminar abruptamente con cuanto sonara a franquismo, a dictadura, a cualquiera de las manifestaciones que pudieran sonar a herencia del pasado. Había que terminar con todo, Monarquía incluida, porque era una criatura franquista, y empezar de cero. Era imprescindible ajustar cuentas, exigir responsabilidades y apretar las clavijas a quienes nos habían mantenido bajo sus botas durante cuarenta años.
 
Otros, que acabamos siendo mayoría, queríamos hacer las cosas de otra manera. Pensábamos, para empezar, que la ruptura era sencillamente imposible. Tal vez deseable pero imposible. Así que pensamos en que había que transitar por caminos menos violentos, contar con todos, incluso con los defensores del antiguo régimen, y construir lo que fuéramos capaces de levantar, a base de diálogo, concesiones mutuas, búsqueda de los puntos comunes, práctica del consenso, del entendimiento, de la concordia.
 
Y así, entre sobresaltos, vacilaciones, voluntarismo, errores y aciertos, fuimos entrando, entre todos, en el futuro.
 
Cosas que hoy parecen imposibles, como que los dos grandes Partidos se pongan de acuerdo en lo esencial, eran normales en aquellos tiempos. Los tardo franquistas de AP y los viejos demonios del PCE, novatos como UCD, viejas siglas como el PSOE o más modernas como el PSP, nacionalistas vueltos del exilio, supervivientes de "El Contubernio de Múnich", y personalidades de prestigio, compartían el mismo punto de partida: primero España, después mi Partido y, por último, yo. Al revés del tiempo que vivimos. ¿Siguen vigentes?
 
Consensuamos lo esencial.
 
La Constitución, desde luego.
 
Ni mucho menos perfecta, que la habíamos hecho deprisa, contentando a tirios y a troyanos, desconociendo cuáles serían los efectos a largo plazo, pero cuyo texto, hoy tal vez viejo y achacoso, ha durado el más largo lapso de tiempo que recuerda nuestra Historia.
 
- Su texto no sólo fue aprobado por la abrumadora mayoría de quienes estaban pasando de súbditos a ciudadanos, sino que ha sido el sustrato sobre el que se ha asentado el más prolongado período de paz y progreso desde que se tiene noticia de quiénes somos.
 
- Nunca pensamos que fuera a ser eterna. De hecho, dejamos escrito cómo podría ser modificada cuando llegara el momento, así es que, si el momento es éste, pongamos manos a la obra, pero ¿hace falta vituperar lo hecho hasta ahora para cambiar lo que sea preciso?
 
Y también el modo de salir de la crisis económica de la que ahora nadie se acuerda.
 
Con una tasa de inflación por encima del 26 %, unas estructuras económicas antediluvianas, un desempleo galopante y una organización social inoperante, todos los Partidos del arco parlamentario fuimos convocados por el Gobierno (UCD, recuerden), para intentar salir del hoyo.
 
Acudieron los Partidos y se sumaron los Sindicatos mayoritarios y las Organizaciones Patronales.
 
No era fácil, pero se consiguió. Las reglas eran sencillas pero difíciles: las propuestas se adoptarían por consenso -por consenso, no por mayoría y menos por adhesión a las ideas gubernamentales- y los logros se explicarían a la ciudadanía, con la aportación de todos los firmantes. Estaban prohibidas las descalificaciones entre quienes firmaran. ¿Recuerdan que los acuerdos se consiguieron y se respetaron?
 
No hace tanto tiempo, 37 años nada más, así es que yo creo que podríamos volver a hacerlo.
 
En resumen:
 
- Está en nuestra mano cambiar lo que sea preciso de nuestra Constitución, para afrontar el Siglo en el que estamos.
 
- Que nadie se atribuya el monopolio de la verdad porque estará engañado, estará engañando, o ambas cosas.
 
- Para cambiar lo que sea necesario, no es preciso denigrar lo que otros hicieron con mayores dosis de generosidad y grandeza de miras  que las que hoy vemos, miremos donde miremos.
   

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