miércoles, 18 de noviembre de 2015

De aquellos polvos...

Mis amigos mexicanos no entendían el embrollo catalán

 El día de las Elecciones al Parlamento Catalán yo estaba en México, donde había llegado la víspera. Durante una cena con amigos, conocidos ya los resultados, oídos algunos comentarios que emitieron cadenas locales, me acosaron a preguntas. 

Querían saber si las Elecciones recién celebradas eran para formar el Parlamento Catalán (tuve que explicar algo sobre sobre nuestro Estado de las Autonomías) o si era un referéndum para declarar o no la independencia.
 
-  Han sido unas elecciones para elegir Diputados al Parlamento Catalán, si bien una de las candidaturas, coalición, a su vez de formaciones diferentes, una de derechas y otra de izquierdas, había proclamado que votarles a ellos era votar independencia.
-  ¿Esa candidatura obtuvo la mayoría absoluta de los votos?
- No. Ni mayoría absoluta de votos, ni siquiera de Diputados, pero hay otra candidatura, a la que podríamos situar a la izquierda de la izquierda, que asegura que si se ponen de acuerdo en quién sea el futuro Presidente, y se acepta su programa (el izquierdista, se entiende), sumarán sus Diputados a los que antes comentaba y podrían ir hacia la secesión.
-  ¿Eso cabe en la Constitución Española?
-  Según el Tribunal Constitucional, por no citar la opinión de la inmensa mayoría de los Partidos Políticos, desde luego que no, pero los secesionistas no reconocen la autoridad del Tribunal Constitucional.
-  ¿No la reconocen?
-  Sólo si les da la razón
-  ¿Y qué hace el Gobierno?
-  Asegura que hará cumplir las Leyes.
- ¿Nada más?
-  Nada más.

En resumen: Ni entendían cómo se puede pasar de unas elecciones legislativas a una declaración unilateral de independencia -aún no producida, pero sí anunciada-, ni comprendían la actitud del Gobierno, ni por qué se empeñaban los secesionistas en negar la evidencia de las pérdidas políticas y económicas que la separación de España les acarrearía, ni, sobre todo, alcanzaban a comprender de dónde ha venido todo este lío. 
 
Así que decidí hacer un esfuerzo, simplificar mis explicaciones y procurar aclarar yo mismo mis ideas. Renuncié a remontarme a la noche de los tiempos y les hablé de lo que había acontecido desde la muerte del General Franco, a quien Dios haya perdonado.

Todo empezó durante la Transición. (me parece a mí)

  Los primeros pasos parecieron lógicos: si había que construir el Estado de las Autonomías, convenía sobreproteger a los partidos de implantación regional. La Ley Electoral primó el voto a favor de los partidos locales que entonces, salvo el PNV, ni siquiera se llamaban nacionalistas. 
 
    Primer inciso: la florida terminología de la Transición se refería a los representantes de vascos, catalanes y gallegos, como "Instancias Unitarias de los Pueblos y Nacionalidades del Estado Español". Una vez lo comenté con un tío mío, Catedrático de Literatura Española y me aseguró que la expresión carecía de significado.
 
    El Congreso contó, así, con la presencia de suficientes Diputados catalanes o vascos como para decidir quién gobernaría España. Y todos, unos detrás de otros, fueron cayendo en la tentación (es decir, pecaron, aunque luego no se hayan visto arrepentimientos) de mendigar el voto vasco o catalán, que es el que ahora comentamos, para conseguir el Gobierno o mantenerse en él. Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero gobernaron España gracias al apoyo parlamentario de Partidos Catalanes que, por entonces, sólo se llamaban autonomistas, más tarde catalanistas, después soberanistas y ahora independentistas.
 
    (Cierto que el Sr. Rajoy no los ha necesitado, pero, ironías de la vida, ha sido a él, precisamente, al que le ha estallado el petardo entre las manos. O no se lo habían dicho, o no estaba en el guión, o, símplemente, el curso de los acontecimientos lo ha pillado a contrapié. Me encantaría estar equivocado, por él, por Cataluña y por España, pero me temo que no sabe muy bien cómo lidiar este morlaco).
 
    Al socaire de esa dependencia constante del poder central respecto de grupos minoritarios catalanes, medró el trato de favor a las pretensiones locales respecto del resto de España. Cuando alguien se extrañaba y osaba preguntar por qué se les daba esto o aquello, se nos decía, que, al menos en Cataluña no había ETA. Y Cataluña se acostumbró a pedir y a gastar sin tasa porque siempre había luego algún arreglo que acababa por cargar a las cuentas del Estado los desajustes catalanes.
 
    Cuando por C o por B convenía incumplir un acuerdo o desobedecer alguna Sentencia, se hacía. No pasaba nada. Nunca se dedujeron responsabilidades políticas, mucho menos penales. Así que del Ebro hacia el Este se asentó la idea de que las Leyes españolas se quedaban del otro lado del río.
 
    Y nació, creció y se multiplicó la corrupción. Tal vez fueron primero casos aislados, pero, como no pasó nada, la bicha siguió engordando. Y siguió sin pasar nada. Se destapó a medias el escándalo Banca Catalana. Podría haber terminado con la vida política de toda una dinastía. No sólo no fue así, sino que la familia salió convencida de que tenía todo un territorio y un jugoso presupuesto para esquilmar a su antojo. Y otro día, un tal Pascual Maragall denunció que el Partido en el Gobierno de la Generalidad cobraba comisiones, el 3 %, por sus adjudicaciones de contratos públicos. Y siguió sin pasar nada. Si acaso empezó a pensarse que los mejores días de Maragall habían pasado.

Tanto va el cántaro a la fuente...

...que al fin se rompe. El sistema judicial español no es el más rápido del mundo, ni el más ejemplar. Es lento e imprevisible, pero en ocasiones, su imprevisibilidad lleva a que personajes que se creen por encima del bien y del mal, terminen investigados y, a veces, hasta en el banquillo de los acusados. (Cierto que no han faltado ejemplos de cómo investigar donde no debes, puede terminar con las carreras de un par de Jueces, pero ésa es otra historia).
 
    Así que el más poderoso clan de la Historia reciente de Cataluña fue puesto entre la espada y la pared. Algún periodista "de Madrid", tal cual organismo público, éste o aquél Juez investigaron y empezaron a descubrirse cosas terribles. De repente, El Sr. Mas, delfín interino del Clan hasta que el Gran Patriarca y la Gran Matriarca hubieran decidido que le había llegado el turno a uno de sus retoños, abjuró de sus pecadillos autonomistas y pasó a ser la punta de lanza del independentismo. 
 
  Los logros políticos de Mas pueden hacer babear de gusto al politólogo más sibarita: en un tiempo récord ha logrado dinamitar su propia coalición, aupar por encima de él a su más directo rival en el camino del independentismo, ser criticado y ridiculizado por la prensa internacional más conspicua, para terminar dependiendo de los caprichos y veleidades de un grupo anticapitalista, antisistema y anti todo cuanto suene a convencional, él que dirige (liderar no creo que sea un verbo adecuado) un Partido, santo y seña de la burguesía catalana.
 
  Permítanme una breve disquisición a propósito de ese grupo anticapitalista que se declara tan ferviente partidario del independentismo. Se autoproclaman de izquierdas. Me pregunto en qué momento la izquierda pasó del internacionalismo proletario al nacionalismo provinciano.

Y eso ¿Cómo se hace?

No es nada fácil, es verdad. En mi opinión se han necesitado los siguientes elementos, algunos de los cuáles ya he comentado:
 
-  Una clase política desentendida de su deber de cuidar del Bien Común. Me refiero a la Clase Política en su conjunto. Los políticos catalanes hicieron y los restantes consintieron.
 
-  Unos líderes estatales incapaces de ver las consecuencias de derivas constantes que tergiversaban la Historia, manipulaban los sentimientos de sus conciudadanos y mentían sistemáticamente. No supieron actuar como políticos. En el mejor de los casos fueron a los Tribunales. Cuando perdieron, se acabó, cuando ganaron, las sentencias no se acataron.
 
-  Un conglomerado ingente de intereses, inconfesables las más de las veces, puestos en riesgo y sólo salvaguardables si Cataluña lograba ser independiente. Que ello trajera la ruina a cuatro quintas partes de los ciudadanos, poco importaba. Siempre podría culparse a Madrid.
 
-  Una relación desequilibrada entre la desfachatez de los unos y la abulia de los otros. Uno, por ejemplo, dice "España nos roba" y el otro se calla. Uno pitalal Rey y el otro se limita a lamentarse.

-  Una dejación permanente por parte de los sucesivos Gobiernos de la Nación a la hora de dar las batallas de la legalidad, la comunicación y la educación.
 
- Una práctica constante de tomar la mentira por norma, de negar la evidencia por sistema, de olvidar los intereses del común de los ciudadanos, y de invertir en tareas de mixtificación y propaganda recursos que deberían ser utilizados en fines tan elementales como, por ejemplo, pagar las cuentas de las farmacias.
 
 Sume todos estos ingredientes, añada una crisis económica planetaria, unas gotas de futbolería, seis cucharadas de Historia tergiversada, dos pizcas de amnesia, otras tantas de idealismo desinformado, agítese la coctelera con pasión, con mucha pasión y ni el propio barman podrá decirles qué va a salir del recipiente.

    Personalmente, creo que una borrachera de frustración, una resaca de dura realidad y una larga convalecencia de pagar entre todos los platos rotos por cuarenta desaprensivos. 






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