jueves, 14 de julio de 2016

Carta abierta a quien aspire a gobernarnos.

Proteja los abuelos.

Mi desconocido y respetado aspirante a Presidente de Gobierno:

Permítame que me presente: soy uno de los muchos millones de pensionistas que pueblan España. Por el momento, y pese a algún comentario leído al paso, sigo ostentando la plenitud de mis derechos civiles, o sea que mantengo intacta mi capacidad de decidir a quien puedo dar mi voto, en cualquier proceso electoral. Hay quien piensa que jubilados y parados no deberían tener derecho al voto, pero de momento no lo han conseguido.

Empecé a trabajar en agosto de 1966 y dejé de hacerlo en Septiembre de 2007. Cuarenta y un años trabajando y cotizando de acuerdo con las condiciones que sucesivos Gobiernos fueron estableciendo. Desde esa fecha, otoño de hace nueve años soy un jubilado.

Como usted sabrá, y si no lo sabe ahora se lo cuento, jubilado deriva de júbilo, el que sentían los legionarios romano cuando llegaban vivos a la edad del retiro, obtenían un terrenito en alguna provincia del Imperio y allá se dedicaban al cultivo de las hortalizas en vez de andar por ahí escabechando bárbaros. Por eso se sentían jubilosos, o jubilados, que viene a ser lo mismo.

Y así me sentí yo en su momento. Iba, por fin, a tener el tiempo necesario  y la libertad de mente suficiente para dedicarme a cosas tan placenteras como escribir, ver tierras lejanas o escuchar el rumor de las mareas lamiendo las arenas de alguna playa.

Ya para entonces barruntaba yo que alguien ("alguienes", si se me permite la barbaridad) llevaban años sin hacer los deberes, y que, por tanto, mi jubilación, mi júbilo, que dependía en muy buena medida del cobro puntual de la pensión, podía estar en riesgo.

Hubo un tiempo en el que la bonanza económica permitió ir reservando cuantiosos fondos para atender situaciones problemáticas futuras. Habría sido el momento de tomar algunas otras medidas de mayor calado, pero so no se hizo, quizás porque sus predecesores, Señor Presidente In Pectore, temieran drenaje de votos.

Ahora leo que la hucha en la que se guardaron esos dineros está casi vacía. Me gustaría pensar que todo cuanto ha salido de ella se ha usado siempre y sólo para pagar pensiones, pero creo recordar que ni siquiera eso es cierto, así que estoy preocupado.

Por eso, y por si a usted o a su equipo de asesores no se les han ocurrido, me va a permitir que le suministre algunas ideas. Sé que ustedes son bastante listos, aunque la mayoría de mis compatriotas crean que si están en Política es porque no valen para otra cosa. Lo que ocurre es que me da la impresión de que su listeza sólo les da, a veces, para pensar en qué cosas decir para ganar las elecciones, y no para hacer felices a sus votantes.

El actual Presidente, su infebale Ministra de Trabajo y la baraúnda de Portavoces, Subprebostes, Turiferarios Titulares y Palmeros Ocasionales, no dejan de avisarnos de que "tenemos un problema" con el asunto de las pensiones. 

Por otra parte, sus correligionarios de Bruselas, del Fondo Monetario Internacional y demás zánganos apesebrados en organismos rectores de la Economía del Mundo Mundial, sugieren (es decir, ordenan) a nuestro Gobierno que es necesario apretarse un poco más el cinturón (el nuestro, no el suyo, se entiende). Me palpo las carnes intentando averiguar hasta dónde podré apretar el mío, sin que me estrangule.

Vamos con las ideas de las que le hablaba:

1ª.- Cargar a los Presupuestos Generales del Estado las partidas necesarias para proteger el actual sistema de pensiones. No soy el primero que lo dice, ya lo sé. Sólo quiero aportar dos comentarios: por una parte, sería la justa correspondencia a las extracciones de fondos de las reservas de la Seguridad Social, cuando las cuentas del Estado no cuadraban. Por otra, creo que es una medida a tomar cuando se hayan puesto en práctica las siguientes.

Que conste que bajo ciertas premisas, afrontar este trasvase de fondos no haría necesario nuevos ni mayores impuestos. Persiga a los defraudadores y a los morosos, reduzca el gasto de tanto Asesor cunero, elimine organismos innecesarios, revise las condiciones escandalosas de las que disfrutan quienes dicen ser nuestros representantes y verá qué ríos de oro llegan a las arcas del Tesoro.

2ª.- Terminar con el fraude en l Seguridad Social. Un desideratum, lo sé, pero con que se reduzca en sus nueve décimas partes, me conformo. Me refiero a que la precariedad en el empleo y las intolerables cifras del desempleo han desarmado a la clase trabajadora. Es casi suicida denunciar al empresario que no da de alta a sus trabajadores, o que lo hace por medias jornadas cuando se trabajan horarios completos, o se escamotea la cotización por las horas extraordinarias. El Estado tiene los medios para evitarlo. Hágalo Señor Aspirante, si llega a su poltrona.

3ª.- Dejarse de demagógicas bonificaciones a la Seguridad Social. Que no pretendan hacernos comulgar con ruedas de molino: el empresario no contrata más personal porque la Seguridad Social cueste menos durante dos años, ni por magnanimidad, sino porque el desarrollo de su negocio se lo hace necesario. Tantas y tan generosas bonificaciones como ahora hay sólo sirven para reducir los ingresos de la Seguridad Social.

4ª  (Y sé que polémica) Es imprescindible  prolongar la vida laboral. No hay otro remedio. No es preciso que abunde en datos que conocemos todos. La demografía indica que nuestra pirámide de edades no suministra generaciones de relevo al ritmo preciso para evitar el progresivo envejecimiento de la población. Sé que ya se han dado algunos pasos, pero se me antojan lentos. 

Por último, mi querido aspirante a Mandamás: consúltelo con sus asesores -por cierto: no es preciso que los traiga de su Partido. Seguro que los encuentra en la Administración y lo que le aconsejen va incluido en el sueldo- y pregúnteles si no habrá llegado el momento de cambiar las bases del sistema y pasar del actual sistema de reparto al de capitalización.

Tendrá que hablar con medio mundo, y convencer a tirios y a troyanos porque dentro del modelo de capitalización hay variantes, posibilidades, plazos, sistemas de tránsito de un modelo a otro, y no es lo mismo que se haga de una manera que de otra. Pero, a largo plazo, ése, el sistema de capitalización, es el que asegura mejor la perdurabilidad.

No quiero quitarle más tiempo. Usted tiene ahora problemas más urgentes que atender a un jubilado al que le sobran las horas. No obstante, guarde este texto y reléalo cuando tenga un rato.

Que tenga suerte.

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