miércoles, 8 de marzo de 2017

¿Libertad vigilada para la prensa? 


¡Qué molesta puede ser la prensa!

¡Y cuán discutible es el concepto de prensa libre! ¿verdad? Una de las características comunes a la totalidad de los regímenes autoritarios es su aversión por la crítica pública de sus teorías y de sus prácticas. 

No importa de qué signo sea el autoritarismo, el Poder abomina de la disidencia. Autoritarismo y libertad de prensa son, así, términos antagónicos, cuyas incompatibilidades suelen saldarse, antes o después, en restricciones o intentos de restricción de la libre actuación de los medios de comunicación.

Los ideólogos de los sistemas autoritarios suelen comenzar por cuestionar la "libertad" de los medios de comunicación en manos privadas. No les faltan razones. No importa que hablemos de prensa escrita, de la radio o de la televisión, es fácil advertir una cierta subordinación de quien escribe, habla o rueda a la línea ideológica de la propiedad, por una parte, y a sus intereses económicos, el beneficio, en definitiva, por otra parte.

Planteada así la falta de fiabilidad de los medios privados, suele concluirse el discurso abogando por la preponderancia de los medios públicos sobre los privados, con el consabido argumento de que "lo público" está orientado al bien común y que, por lo tanto, su objetividad está garantizada.

Pura falacia

Podríamos ir, sin más, a los ejemplos para advertir la falacia del argumento: el "Gramma" cubano, "Pravda" o "Izvestia" soviéticos, la prensa alemana durante el nacionalsocialismo, la española durante el franquismo, son el paradigma de lo que no es prensa libre.

En primer lugar, jamás en regímenes autoritarios se ha dado la distinción entre Estado y Gobierno. Los medios en teoría estatales, son, en realidad gubernamentales o "regimentales". En todo caso, alejados por completo de la objetividad y la diversidad y siempre puestos al servicio de la ideología dominante. Sin ninguna excepción.

En sentido contrario, es cierto que los medios privados rara vez se basan en la libertad absoluta de expresión de los profesionales que trabajan en ellos, pero no es menos cierto que habrá una diversidad de opciones basada en los diferentes posicionamientos de quienes controlan cada uno de los medios. 

Antes y después de llegar al Poder.

Hasta llegar al poder las ideologías autoritarias reclaman libertad absoluta de expresión para difundir su forma de ver la sociedad y lo harán, precisamente, invocando la legalidad vigente. A partir de ahí presionarán para evitar las críticas de quienes no comparten su ideología. 

Lo harán usando los mecanismos disponibles en cada momento, desde la presión más o menos solapada, a las amenazas directas a quienes trabajan en los miedos: difamación, difusión de mentiras y, llegado el caso, amenazas crecientes, hasta llegar a la violencia física. Los años de plomo del terrorismo etarra han sido buena muestra de lo que estoy diciendo. 

En los tiempos que corren, el papel de las redes sociales configura unos espacios casi imposibles de controlar a la hora de evitar insidiosas campañas de acoso, coacción y amenaza. Voces supuestamente anónimas cercarán al crítico, le hostigarán, le harán la vida imposible. Se empieza insultando, ridiculizando; se termina amenazando. 

Cualquier denuncia de estos comportamientos se intentará desacreditar amparándose en la dificultad de probar ciertos comportamientos. No nos engañemos: las cosas existen o no, se puedan probar o no.

Cuando el autoritarismo llega al Poder, las cosas se precipitan: se reducirá o suprimirá, por ejemplo, la publicidad institucional a los medios desafectos, se restringirán los cupos de papel prensa, si ha lugar a ello, se clausurarán periódicos o se retirarán licencias a emisoras de radio o de televisión hasta conseguir acallar as voces discrepantes. 

Y los periodistas que no se avengan aparecerán ante la opinión pública como enemigos del Gobierno, del pueblo, de la Revolución. No importa que quien truene contra las voces críticas sea Donald Trump, un ayatolah, o un populista izquierdizante. La escalada es semejante en todos los casos. La cárcel es, para ellos, el destino final de las voces libres. Lo fue en USA en tiempos del "Macarthismo" como lo fue en tantos ejemplos de signo contrario, Cuba, sin ir más lejos.

Criticar a los críticos

Hay que advertir, no obstante, que ni los profesionales de la comunicación pueden pretender estar exentos de crítica, ni deben extrañarse que se les exija día a día rigor profesional en su trabajo. Quien tiene a su alcance la posibilidad de influir a diario en las opiniones de la ciudadanía ha de responsabilizarse de cuanto dice o escribe y esperar que se le conteste a tono con su modo de expresarse, por los mismos medios o por otros diferentes.

Hay veces en las que parece que un periodista es alguien por encima del bien y del mal, exento de la posibilidad de ser, a su vez, criticado. La impunidad no debe de existir para nadie y, por tanto, ningún profesional de la comunicación puede poner el grito en el cielo porque desde posiciones contrarias a las suyas se le pague con la misma moneda.

No estoy hablando de esto, sino, precisamente, de lo contrario: de los intentos de silenciar una voz porque no coincida con nuestro modo de pensar. Repito: hablo de silenciar, de torcer la voluntad de quien habla, no de desmontar sus argumentos.

En resumen.

No existe libertad absoluta de expresión, en ningún caso, así es que hay que elegir entre la libertad relativa de los sistemas que parten del principio de libre difusión de información y de opinión en manos de medios que responden a los interese de quienes controlan prensa, radio y televisión, o el monopolio de la información en manos gubernamentales.

No hay democracia sin voces discrepantes, sea cual sea el color del Gobierno y por alejadas que estén de nuestras propias opiniones las que reflejan los medios que menos nos gusten.




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