martes, 18 de abril de 2017

Sólo hace un cuarto de siglo

O sea, no hace tanto tiempo.

No estoy completamente seguro, pero juraría que fue en el otoño del 92. La Generalitat de Cataluña había convocado a las Empresas francesas con presencia en Cataluña para agradecerles, supongo, la deferencia de invertir en sus dominios.

Presidía el acto Maciá Alavedra en representación del Honorable (entonces lo era, al menos oficialmente) Jordi Pujol. Por delegación del Presidente de la Compañía, me correspondió representar en la recepción a la multinacional en la que entonces trabajaba.

No recuerdo en qué salón de qué dependencia oficial se celebró el acto, pero recuerdo muy bien un pasaje de la intervención del Sr. Alavedra: "Convergencia y Unión pondrá siempre sus escaños en el Parlamento Español a favor de la gobernabilidad de España. Lo hicimos -continuó- cuando Adolfo Suárez necesitó nuestros votos; lo estamos haciendo ahora con el Gobierno socialista y, no lo duden, lo haríamos, si fuera necesario, en un futuro posible Gobierno del Partido Popular. Sólo es impensable el pacto con el Partido Comunista".

Y lo hicieron; entre otras cosas porque uno tras otro se lo fueron pidiendo. Y sacaron partido de esos apoyos. Todos lo sabíamos. A unos les gustaba más y a otros menos. Algunos, recuerdo a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, fueron autores de frases memorables, mordaces como aquella de que "una cosa es tener dos lenguas, y otra muy distinta tener dos bocas". 

Se empezaron a tolerar entonces comportamientos inauditos. Sentencias del Tribunal Supremo o del Constituional que se desobedecían sin que nadie hiciera nada por remediarlo y a nadie le ocurriera nada. Se tapó de mala manera el escándalo de Banca Catalana y fue creciendo la sensación de impunidad. Se decía -en voz baja, pero se decía- que CyU cobraba el luego famoso 3 % a troche y moche, pero nadie movía un dedo por remediarlo. Se comparaba el tibio nacionalismo protestón pero pacífico de ciertos Partidos y personajes catalanes, con la sangría de ETA. Ésa era la simplista explicación que ocultaba lo cómodo que resultaba para el Gobierno sacar adelante los Presupuestos, a cambio de cesiones constantes. 

Luego todo cambió.

Un día aciago, CyU perdió el Poder, o más exactamente, mantuvo el Poder pero perdió el Gobierno. El Gran Padrino hizo como que se retiraba y dejó como sucesor a un tal Arturo Mas, alias "El Astut", repipi sucedáneo del original, con aires de empollón y trazas de quincallero de la Política.

La Justicia, la insoportablemente lenta Justicia española, empezó a levantar la esquina de la alfombra bajo la que se escondían cinco lustros de corrupción. Y lo que tantos sabían empezó a salir en las primeras páginas de los diarios y en las cabeceras de los noticieros de televisión: la familia Pujol con papá y mamá a la cabeza, sus palafreneros Maciá, Prenafeta y demás conmilitones son ya carne de Juzgado. ¿Seguirán sus pasos "El Astut" y sus acólitos? ¡Eso es intolerable, hay que hacer algo, lo que sea!

Así que los autonomistas de antaño, los garantes de la gobernabilidad, los que se contentaban con que Madrid incrementara media docena de partidas presupuestarias y mirara para otro lado cuando ellos hacían sus enjuagues, se nos vuelven secesionistas de la noche a la mañana. 

Se alían primero con los padres del "España nos roba" y lo hacen tan mal que se dejan robar ellos los votos. No tienen bastante y se echan en brazos de quienes estaban llamados a negarles el pan y la sal, los antisistema de la CUP. O sea que, mientras Maciá Alavedra se sienta en el banquillo, sus "hereus" se amanceban con quienes están cuatro millas a la izquierda del Partido Comunista. 

¿Donde está la lógica? ¿Dónde quedó el sentido común? En el primer Juzgado que admitió a trámite la primera querella contra lo que la propia Justicia ha calificado como "Trama mafiosa", el Clan Pujol.

Y ahí estamos.

A medio camino entre el estupor y la hilaridad, viendo a cuatro pelagatos, llamando a puertas que no se abren, haciendo el ridículo allá donde van buscando unos titulares que nadie les va a dar. Comprobando que a  fecha de hoy, su panacea, el referendum por las buenas o por las malas (sí o sí, como ahora repite tanto comentarista) está cada día más lejos. Verificando que la otrora todopoderosa Convergencia y Unió, ni converge, ni está Unida, ni siquiera existe ya, porque puestos a ser independentistas debieron advertir que hay gente con mejores credenciales y para aventuras suicidas, mejor que no cuenten conmigo.

Mientras tanto, como asegura el dicho, "ni se muere padre, ni cenamos". Los deberes sin hacer, los problemas reales intactos, el descrédito cada día mayor, hasta el punto de que más de uno empieza a ponerse de perfil, esperando que pase de él este cáliz, no vaya a ser que, mira tú por donde, también resulte empapelado, y eso sí que no, que la vida es corta pero ancha y hay oportunidades más allá o más acá, quién sabe, de la imposible República Catalana.

¿Aprenderemos esta vez?

Quizás haya llegado el momento de revisar los criterios que sobreprimaron la representatividad de los Partidos de implantación autonómica. Tuvieron su razón de ser en La Transición, pero ahora son un anacronismo.

Tal vez debamos acometer sin más demora la modificación radical de la legislación procesal y las dotaciones presupuestarias al Ministerio de Justicia. La lentitud actual de los procesos es insostenible.

Debería evitarse el desconcierto de la ciudadanía. Cuando un Tribunal dicta Sentencia, el ciudadano espera que se cumpla y si así no es, que quien desobedece a la Justicia sufra las consecuencias.

Por lo que a mí respecta, dudo mucho de la eficacia del manoseado diálogo, si alguno de los interlocutores tienen que ser personajes como Puigdemont, como Mas, como Homs, como Jonqueras, como Rufián, como la patulea de antisistemas que día a día preconizan la desobediencia civil, el desprecio por la legalidad vigente. Gentes que no saben lo que es el más mínimo respeto a la verdad.

Creo, por tanto, que primero procede la aplicación de la Ley -las Leyes, incluidas las penales- hasta donde sea menester y después, sólo después, diálogo, mucho diálogo, no faltaría más siempre, que quienes se sienten a la mesa sean capaces de respetar las reglas del juego.

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