miércoles, 28 de febrero de 2018

Las Pensiones, asaltan el debate político

Hay cosas peores

Podría decirse que ya era hora, o, lo que viene a ser lo mismo ¿Por qué ahora y no antes? Es obvio: porque hasta ahora, los más de nueve millones de pensionistas habíamos estado callados.

No, no es exacto. Hablábamos entre nosotros, nos quejábamos a diario o nos aguantábamos, allá cada uno, culpábamos a Zapatero o a Rajoy o a la Merkel o a “la crisis” o al sursum corda, de vez en cuando alguien lograba publicar un artículo al respecto, en ocasiones tal o cual político alardeaba de lo bien que lo estaba haciendo, no como Fulano que hay que ver qué ruina nos trajo, y poco más.

Por qué ahora:
  • Porque los viejos han salido a la calle, parece que le han encontrado gusto al juguete y no se les ve muy dispuestos a volver a meterse en casa.
  • Porque eso ha pasado en un momento de incertidumbre política provocada por el más que probable cambio en el sentido de su voto de algún que otro millón de electores.
  • Porque, en consecuencia, cada Partido ha percibido que ahí, en la que se empeñan en llamar “tercera edad” como si eso nos hiciera mas jóvenes, hay un caladero de sufragios sin explotar, coto hasta ahora, en su mayoría, de los Partidos tradicionales, PP y PSOE.

Lo que me preocupa no es que todo esto esté ocurriendo, sino cómo va a afrontar la cuestión nuestra clase política, de la que me fío lo mismo que usted, lector. 

Porque si lo que busca cada supuesto líder (y digo “supuesto” porque, perdónenme, pero por más que miro y remiro, líderes, líderes, lo que se dice líderes, no encuentro ni medio) es arramblar con un millón de votos que antes se llevaba la competencia, es más que probable que no sólo no arreglemos nada, sino que terminemos peor que antes.

Así que antes de escuchar las soluciones me gustaría empezar a oír hablar de las bases del problema y de alguna declaración de principios en el sentido de que estamos ante una de las piezas esenciales del Estado del Bienestar, algo que nos diferencia de otras sociedades, algo, en definitiva que debe resolverse en clave de consenso que ayude a definir políticas de Estado.

¡Lo que hay que oír!

Hace algún tiempo, en 2011, la Directora General del Fondo Monetario Internacional, Mme. Cristine Lagarde, dama elegantemente despiadada, pidió bajar las pensiones ante el temor de que la gente viva más tiempo del que se esperaba. Dijo lo que dijo y ahí sigue, tan ufana en su sillón sin perder su sonrisa.

Una declaración muy en línea con las actuaciones habituales de tan benéfica institución. Incluso creo que aún habría que agradecerle que no insinuara medidas tal vez más drásticas pero, qué duda cabe, más eficaces, por ejemplo:

  • Suprimir la pensión a quienes tengan el mal gusto de superar la edad que el FMI entienda como límite de supervivencia razonable.
  • Gasear a los que se encuentren en la misma y delicada situación que acabo de comentar.

Viene esto a cuento de la idea que subyace enmascarada en algunas declaraciones oídas en los últimos días, declaraciones a las que deberíamos irnos acostumbrando porque me temo que son la consigna de un cierto modo de ver la política y la economía. 

Ésas en las que se nos viene a decir que si no hay dinero, no hay dinero y que la multiplicación de los panes y los peces no es más que el relato de un supuesto milagro de imposible verificación. O sea, que quien no admita lo inevitable y prometa algo diferente sólo pretende engañarnos

Así que lo mejor es que vayamos acostumbrándonos cuanto antes a la idea de que más bien pronto que tarde habrá que reducir las pensiones porque la economía del país no da para más.

Y eso no es más que poner ante el ciudadano la consecuencia inexorable de aceptar una ideología política y económica sobre la que primero no ha habido debate ni decisión. Es un "trágala". Es, en definitiva, engañar al contribuyente, al pensionista, al ciudadano, a la gente, al pueblo soberano.

Me quedo con lo de “el pueblo soberano”

Porque es él quien a la postre debe y puede decidir si quiere vivir en un país regido por unas reglas de juego o por otras. A sabiendas, por lo demás, de que en ciertas materias, sanidad, pensiones, educación, relaciones internacionales básicas, no se puede estar cambiando de modelo cada vez que varíe el color del Partido gobernante.

Decir que no hay dinero para las pensiones, es una media verdad, o sea, es una mentira. Lo correcto sería poner de manifiesto que no hay dinero para todo y que, por consiguiente, tendremos que decidir a qué objetivos dedicaremos los recursos escasos con que contamos.

Eso, atribuir a uno u otro fin los recursos disponibles, es al fin y al cabo la esencia de la política. Lo que ocurre es que, como decía antes, hay objetivos cuya atención debe y puede ser cubierta antes y por encima de las cambiantes circunstancias, de los vaivenes electorales, incluso de los cambios en los programas de los Partidos.

Así que, como digo, de lo que se trata es de saber a qué fines vamos a dedicar nuestro dinero. El nuestro, no el de la clase política, el que ha salido vía impuestos, y tasas y garambainas de nuestros bolsillos, y hemos puesto en manos del Estado para que haga por nosotros lo que nosotros queremos. (Sé que suena raro, pero es que quizás sigamos  viéndonos todavía como súbditos y no como ciudadanos)

Algunos ejemplos

Hace pocos días, en este mismo medio hablé de algunas medidas concretas que podrían ponerse en práctica para rebajar el déficit de la Seguridad Social y, quizás incluso, eliminarlo. Déjenme que no las repita.

Permítanme, además, que eluda alternativas que pueden molestar a según quiénes (Olimpiadas o albergues, sanidad o subvención a tal o cual confesión religiosa, educación o gasto militar), porque las cosas ni van por ahí ni pueden plantearse en términos tan radicalmente alternativos.

Tengo la impresión de que si se preguntara a la ciudadanía sobre cómo obtener recursos y a costa de qué, la primera partida, invisible, por cierto, que eliminaría sería la del despilfarro. 

  • ¿Cuánto podrían revalorizarse las pensiones si no se hubieran tirado por la borda los miles de millones malbaratados en obras faraónicas sin utilidad pública alguna?
  • ¿En qué medida se liberarían recursos si se eliminaran organismos inútiles o se redujeran a límites razonables, Senado, Diputaciones, Parlamentos Autonómicos y la caterva infinita de Entes Públicos Estatales, Autonómicos, Municipales cuya única utilidad aparente es apesebrar adictos y premiar lealtades?
  • ¿Qué efecto tendría no sólo sobre la moral pública, sino sobre la economía real, sobre nuestros bolsillos, la reducción drástica de los escandalosos privilegios de la clase política, sueldos cuasi vitalicios de cargos electos, pensiones de lujo, privilegios fiscales, dietas injustificadas, prebendas de todo tipo?

Habría otro capítulo que a buen seguro despertaría entusiasmos generalizados. Aquel en el que se recogieran planes para erradicar el fraude fiscal y a la Seguridad social o para lograr la devolución de los miles de millones que sanearon instituciones financieras cuya mala gestión en ningún caso puede cargarse en el debe del jubilado, o para activar mecanismos para recuperar hasta el último céntimo de lo robado, lo defraudado, lo cobrado delictivamente. 

(Repárese en que ni siquiera cuestiono que la Banca haya sido ayudada a salir del agujero en el que se metió por su mala cabeza, sino en mi extrañeza de que no devuelva lo que le prestamos usted y yo y nuestras cuñadas y ese señor del fondo que tan mala cara tiene, el pobre, porque la pensión no le da ni para pedir una magdalena con el cafelito mañanero. O sea, que de revolucionario, nada de nada)

En fin, que me gustaría vivir en un país, y supongo que a otros muchos también, en el que, por ejemplo, la dignidad de un cargos público no se midiera por el tamaño de su coche oficial sino por su honradez y austeridad. Quisiera ver llegar al Congreso o al Senado en Metro o en Autobús a quienes elegí para representarme y no viviendo a costa de las estrecheces de los abuelos. Eso es lo que de verdad me impresionaría

Porque, qué quieren que les diga, me ofende el comportamiento de una clase política que sólo logra la unanimidad cuando se trata de mantener y aumentar sus privilegios.

Y no me vengan con tecnicismos.

Porque si, volviendo a la revalorización de las pensiones, alguien está pensando en que estoy mezclando “las churras con las merinas” y que no debo confundir Presupuestos Generales del Estado con las cuentas de la Seguridad Social, debo recordarle que la relación entre ambas contabilidades será la que es ahora hasta que se decida cambiarla.


En resumen: mi voto en las próximas elecciones no se lo llevará el que intente darme gato por liebre e intente tratarme como si por viejo estuviera ya lelo perdido.

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