jueves, 24 de mayo de 2018

Aquí no hay quien viva
No es casualidad
  • Casi nada lo es. La serie de televisión que da nombre al post, lleva años en antena. Hay opiniones para todos los gustos; algunos disfrutan con ella y otros, yo entre ellos, creen que es un bodrio. 
  • Sin embargo, si la cadena la mantiene en la programación es porque al margen de lo que pensemos otros como yo, goza del favor de una masa suficiente de espectadores como para resultar rentable.
  • ¿Por qué? No soy ningún experto en los secretos que hacen popular una serie. No obstante, como en algún momento he visto partes de algún capítulo, se me ocurre que tal vez el secreto esté en que reproduce a escala al propio país en el que vivimos.
  • Se me ocurrió que eso podría ser así cuando reparé en que, caricaturas aparte, la sainetesca comunidad de vecinos de la serie, se parecía bastante, a su vez, a aquellas en las que vivo.
  • Las mías, las nuestras mejor sería decir, son mucho menos divertidas, porque entre mis vecinos no hay cómicos profesionales. Son más complicadas y más tortuosas, pero, en esencia, y a eso iba, mis Comunidades de Vecinos, la de Madrid y la de Marbella se parecen demasiado a España. Lo cual, por otra parte, es lógico: ambos, las Comunidades y España las formamos los mismos. ¿O alguien podría esperar que un ciudadano sea azul en la Junta de Vecinos y amarillo el día que hay elecciones Generales?

Algunas semejanzas preocupantes
  • La culpa la tiene la Junta (o, lo que es lo mismo, el Gobierno). Se reclaman acciones contundentes de la Junta de Gobierno, para arreglar los jardines, mejorar el asfaltado, exigir diligencia al servicio de vigilancia, pero…
  • Nadie se cree en la obligación de cumplir el Reglamento de la Comunidad (o sea la Ley), porque están convencidos de que las normas son para los demás, porque si hay algo que caracteriza a los ciudadanos de este país es la obsesión por hacer lo que a cada uno le dé la gana, quizás porque nos consta que si no obedecemos las Leyes, lo más probable es que no nos pase nada.
  • Todo el mundo se queja, pero nadie reclama. Las lamentaciones, las críticas, los denuestos, las medidas que deberían tomarse para mejorar la convivencia, se comentan en el bar ante una cerveza, o en un almuerzo entre vecinos, o en una charla al paso. Nadie se toma la molestia de ponerse a escribir y cursar su reclamación ante la Administración.
  • Nadie se informa, pero todo el mundo sabe lo que está pasando. Así que ante el mismo suceso lo esperable es oír catorce versiones diferentes sobre las causas. En su momento, la Junta, o el Gobierno, o el Partido de la oposición, que tanto da, circuló sus programas, o sus proyectos, o los presupuestos de tal o cual medida. Los mismos que “saben de buena tinta” a qué se debe lo que está pasando, reconocen que no leyeron la documentación que tuvieron a su disposición. Las actas de las Asambleas de Vecinos, por ejemplo, suelen terminar en las papeleras sin ser leídas. Eran tan pesadas…
  • La Junta y el Gobierno, en el mejor de los casos, son unos incompetentes. Y es posible que así sea. Es más ¿quién no conoce en su círculo a alguien con mejor currículo que el Presidente de la Comunidad de Vecinos o que el Ministro del Interior? Pregunten a ese conocedor de genios, o a ese genio si él mismo estaría dispuesto a presentarse a Presidente de la Comunidad o a ser candidato en la siguientes Elecciones. “En eso estaba yo pensando”, contestará riendo o mirándote como si hubieras perdido el uso de la razón.
  • Y más…
  • Todos conocen sus derechos, muy pocos sus obligaciones.
  • Todos se preguntan qué puede hacer la Junta o el Gobierno por ellos, pocos o ninguno qué pueden hacer ellos por la Comunidad o por su país.
  • Muy pocos revisan las cuentas, pero muchos creen que quienes les representan no son honrados. No lo saben, pero lo creen. Por desgracia, a veces tienen razón.
  • Frente al silencio de la mayoría, es fácil caer en manos de unos cuantos. Siempre se oirán más los gritos de cuatro vocingleros que el silencio de diez mil callados.
  • Todos pretenden exigir servicios, pero pocos están conformes con asumir su coste.  

Resumiendo

  • Lo habitual es comportarse de manera parecida en todas partes, así es que no deberíamos asombrarnos: gritamos sin reflexionar, hablamos sin saber de qué, protestamos donde no vale de nada, creemos que lo público no es de nadie cuando es de todos.
  • Abominamos de quienes nos gobiernan pero ni en sueños se nos pasa por la cabeza ser nosotros quienes estuviéramos dispuestos a sustituirlos.
  • En consecuencia, con demasiada frecuencia terminamos por ser gobernados o por los menos capaces o por quienes han hecho de la caradura un arte de vivir, aunque desconozcan lo que ocurre a la vuelta de la esquina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí lo que desees