Viajes y lugares






  1. México está para comérselo (Junio 2012)
  2. De Rabat a Merzouga, por la ruta de las Khasbas (Octubre 2012)
  3. Invierno en Baviera (Diciembre 2013)
  4. Por tierras de almogávares y templarios
  5. Correrías por La Española (Octubre 2013)
  6. El Fuerte de la Concepción
  7. Nápoles, Pompeya, Herculano y la Costa Amalfitana (Marzo 2014) 
  8. México, una vez más.(Febrero 2015)
  9. Berlín, (primavera 2015)
  10. Fin de semana en Londres (Abril 2015)
  11. París, algunos años después. (Mayo, 2015)
  12. Andanzas mexicanas (I) Contrastes (Octubre/noviembre 2015)
  13. Andanzas mexicanas (II) Un DF siempre sorprendente
  14. Andanzas mexicanas (III) Oaxaca, la Gran Dama del Sur.
  15. Un paseo por el corazón de la vieja Europa. (Mayo 2016)
  16. Rusia, 40 años después. (Marzo 2018)
  17. ¡New York, New York! (Julio 2018)
  18. Tanzania, un viaje al corazón del sueño africano (Septiembe 2019).





Tanzania, un viaje al corazón del sueño africano


Tanzania 

Tanzania, uno de los países más pobres de África, que es como decir del Planeta. 



Un territorio cuya extensión dobla la de España; unas tierras habitadas desde que la Humanidad ni siquiera sabia que lo era (un millón ochocientos mil años, según testifican algunos restos hallados en la capa inferior de las excavaciones de Oldubai).

Tanzania, tierra de paso para hombres y animales. Cuna de pueblos que ya no existen. Y ya casi en nuestros días, colonia alemana, luego británica, hoy país más o menos independiente, pero ¿qué pueblo lo es por completo? 

Gentes amables, habituadas a la presencia de seres extraños de pálidas pieles que les miran como si los ejemplares de especies exóticas fueran ellos que están allí desde que faltaban milenios para el diluvio universal.

Dicen que de aquí salieron los primeros ejemplares de una nueva especie de primates llamados a dominar el Planeta. Les llevó tiempo, pero conquistaron el mundo entero, aunque, con el paso de los siglos, acabaran siendo diferentes unos de otros.

Milenios más tarde, de aquí se llevaron los lejanísimos descendientes de aquellos aventureros sin nombre a cientos de miles de esclavos que habrían de hacer más ricos a sus captores.

Hasta aquí volvemos, ahora, visitantes zascandiles de los cuatro puntos cardinales del Planeta dispuestos a asombrarnos con lo que encierra esta tierra.

El viaje

Blanca, mi mujer, Nuria, nuestra ahijada, Rosa, una buena amiga y yo. Número idóneo  de viajeros para afrontar con éxito poco más de una semana de convivencia.

Viaje exigente por muchas razones. 

Distancias considerables, desde el mismo acceso al país (más de trece horas de avión) hasta los desplazamientos por pistas de tierra a bordo de todoterrenos traqueteantes que amenazan con descoyuntar todas y cada una de tus articulaciones.

Nos movemos rodeados de gente amable, servicial, limitada en ocasiones por una educación básica alejada de los estándares occidentales. 

Buenos alojamientos, alimentación que pretende acomodarse a lo que suele conocerse por “cocina internacional”, expresión ambigua que siempre me puso los pelos de punta. En todo caso, uno no se embarca en este tipo de viaje buscando restaurantes dignos de entrar en la Guía Michelin.



El campamento del que disfrutamos en el Serengeti, es un ejemplo magnífico de buen gusto y calidad del servicio. 

No carece de encanto hacer como que crees que estás en medio de la selva expuesto a mil peligros.



Faltaron días, siempre ocurre y fallaron algunas citas. No encontramos al rinoceronte (“Hoy no rino. Viento y polvo no gustan. Rino escondido lejos, donde árboles. Mejor temporada lluvias. Ahora pocos rinos. Árabes y chinos pagan por cuerno. Cuerno de rino muy caro. Viagra natural. Furtivos matan”, explicaba nuestro guía) El leopardo tampoco se dignó comparecer. Se ve que no éramos de su agrado, cosa que puedo entender. 

No llegamos a tiempo para presenciar el espectáculo inefable de la gran migración. ¡Qué le vamos a hacer! Nadie supo decirnos cuándo ocurre. Llegué a la conclusión de que es un fenómeno cuyo calendario depende de variables difíciles de prever, como las temperaturas, las lluvias, los pastos, quién sabe.

Tarangire

2.850 Km2 de parque protegido. Tierra de los baobabs de Emilio Salgari, primeros contactos con la fauna local. Tendencia a fotografiar todo lo que ves por primera vez en el viaje, la primera gacela, el primer babuino, la primera jirafa.



Y elefantes, elefantes, elefantes por todas partes.







Vemos los primeros masais al borde del camino. Altos, enjutos, altivos, rostros angulosos, ropas coloridas, un palo siempre a la mano. Ejemplares del pueblo que hace siglo y medio era guerrero y vivía del pillaje. El pueblo al que todos temían; el pueblo que exigía a sus muchachos matar un león antes de ser considerados hombres. 


Tribus que luego se hicieron ganaderas y hoy son ya un ejemplo, cada vez más frecuente, del efecto letal del contacto con otras culturas mas evolucionadas.

Algunos siguen siendo pastores pero otros han conocido los valores occidentales y están sucumbiendo a sus tentaciones.

Tarangire es un buen aperitivo para preparar el paladar para los dos grandes platos fuertes del viaje: el cráter del Ngorongoro y el Serengueti.

Lago Manyara 

Antes de los dos grandes, el lago. Algo más de 230 Km2 de aguas salobres, poco profundas. 

Un enorme humedal de tamaño variable según le época del año, paraíso de aves acuáticas, bebedero de búfalos, lugar de cita de elefantes, de ungulados de múltiples especies, y, por tanto, lugar por el que merodean los grandes predadores africanos. 




Leones y leopardos prestos a garantizarse su propia supervivencia. 

Aves de cien especies diferentes, vegetación capaz de enmascarar la masa de agua.






Y primates, muchos primates, algunos de los cuales, parientes lejanos de los que saltan y corren a nuestro alrededor, atronamos los caminos con nuestros ruidosos transportes, molestando al resto de las especies que llevaban ocupando este lugar desde hace algunos cientos de miles de años.





El Ngorongoro

El espacio protegido se extiende por un territorio algo mayor que el de la Comunidad de Madrid: 8.300 Km2 en números redondos.

El cráter de 18 por 21 Km que ha hecho famoso al parque tiene “nada más” 300 Km2. 

Un espectáculo asombroso: la enorme caldera cuyos bordes superan los 2.500 metros de altura es un hervidero increíble de vida.



No importa cuáles hayan sido tus fuentes de información; tanto da los reportajes que hayas visto, la primera visión del cráter te dejará sin habla.

Uno piensa cómo debió de sentirse el primer hombre blanco que avistara la soberbia planicie punteada de miles de animales (más de 25.000 se supone que lo habitan hoy, pese al efecto de la presencia creciente del hombre en la zona).

Uno se ve a sí mismo como émulo de aquel aventurero y sueña esa primera noche con que a la mañana siguiente descubrirá lo que el cráter guarda para él, sólo para él.

Desciende desde la cumbre después de una noche fría, atraviesa la franja de niebla que esconde la planicie y, de pronto, ve ante él una imagen del mundo tal como debió de ser antes de que el hombre lo pisara.







Ñus, antílopes de decenas de especies, búfalos, elefantes, cebras, cebras, cebras, jirafas, y más ñus, otra vez elefantes y facoceros arrodillados mientras escarban buscando quién sabe que raíz.







Y aves de todos los tamaños, colores y especies: granívoras, rapaces, canoras, carroñeras, palmípedas, insectívoras. Aves a ras de tierra, chapoteando as aguas, posadas en los árboles o en el lomo de búfalos o hippopótamos.




Dicen que el Ngorngoro es la menor extensión de territorio delimitado en el que pueden encontrarse los archifamosos “cinco grandes” de África, el sueño de cualquier cazador: el elefante, el rinoceronte, el búfalo, el león y el leopardo.






Aquí están aunque dos de ellos, rinoceronte y leopardo sean difíciles de ver.

En el Ngorongoro, avistamos los primeros leones. Poderosos, tranquilos, seguros de su fuerza, despreciando nuestra presencia irrelevante. Magníficos.








Y los masais, ahora que “El Gobierno”, como dice nuestro guía, les ha enseñado que no se pueden matar leones, que eso es una barbaridad y, además, daña al turismo, porque “si no leones, no turistas y turismo bueno para Gobierno”, así que mejor que se limiten a aumentar el número de sus vacas y sus cabras para poder tener más mujeres, o bien opten por abdicar de sus vivencias y trabajar para el turismo, que al fin y al cabo, nosotros, los turistas, somos la novísima gran migración. Una especie nueva de la que  se puede vivir sin matar a casi nadie.




Ahí están también, orgullosos, altivos aunque ya no maten leones, aunque hayan dejado de guerrear, aunque sean sólo pastores trashumantes. 

Hieráticos, con sus largas varas sobre los hombros, con sus coloridos manteos a cuadros rojos y negros o azules y negros, o amarillos y negros.


Los Masai. Vienen de lejos, de la cuenca del Nilo, si damos por bueno que su lengua, el maa, es de origen nilótico, sin nada que ver con el swuahili. 

Los Masai. Ahí están, a la vera del camino, viéndonos pasar, o erguidos a la sombra de una acacia, o trotando tras la vaca que pretende desmandarse. 

Los Masai, renuentes a ser fotografiados por gentes a quienes no conocen, pero que no les gustan. 

Ellos, los Masai, también son de estas tierras desde hace algunos miles de años. Cuando el mundo era nuevo y no había turistas incómodos que llegan a bordo de artefactos ruidosos, levantando polvo, sin saber muy bien a qué han venido.





El Serengueti

Uno de los espacios protegidos más famosos del mundo, sin duda. No es el más grande. En la misma Tanzana, el Selous, coto de caza inabarcable de más de 54.600 Km2, triplica con creces los 14.800 Km2 del Serengueti, que, en todo caso, abarca una extensión superior al País Vasco.

No, no es el más grande, pero no hay nada comparable a él.

Serengueti es, para los occidentales, el embrujo de las imágenes que soliviantaron nuestras adolescencias. El sueño aventurero de quienes vivíamos inmersos en prosaicas existencias soñando con aventuras que otros protagonizaron. 





Mitos como David Livingstone, Henry Morton Stanley o James Bruce; personajes imaginarios como Alain Quaterman, tan real como si hubiera existido. Historias maravillosas que empezaron con “Las Minas del Rey Salomón” y terminaron, ayer, como quien dice, con “Memorias de África”.





¿Qué importa que el Kilimanjaro no esté en Tanzania o que los Montes de la Luna hayan cambiado de ubicación varias veces desde que Tolomeo los admitiera como el lugar donde nace el Nilo? 

El Serengueti es, en sí mismo, una leyenda que alimenta todo lo que nuestras imaginaciones necesitan para compensar nuestras vidas sedentarias tan previsibles, tan convencionales.




Por fin llegamos a él. Planicies interminables, ése es para los Masai el significado de su nombre, "llanura sin fin", engañosas apariencias de soledades infinitas que esconden vida exuberante, especies complementarias, dramas cotidianos derivados de la jerarquía implacable de la vida en plena naturaleza: gana el fuerte, pierde el débil.

Serengueti, espacio intemporal, gigantesca cañada de paso para millones de animales en búsqueda permanente de su propia supervivencia.





Llanuras en las gue el guepardo vuela persiguiendo presas aterrorizadas; macizos rocosos entreverados de árboles donde el leopardo atisba el horizonte seleccionado su próximo almuerzo; humedales en los que el hipopótamo encuentra agua y lodo para proteger su piel; 





acacias elegantísimas, despensa de las jirafas de figura prodigiosa; umbrías arboledas donde el rinoceronte esconde su arcaica anatomía, huyendo, ahora, de insidiosos furtivos que acechan su paso;



y leones, y cebras, y otra vez los elefantes solemnes paseando su fuerza tranquila, y más gacelas, y familias de facoceros, y saltarinas gacelas y la desgarbada silueta de la hiena, tan eficaz carroñera como temida ladrona de presas que otros animales consiguieron con tanto esfuerzo.






Nosotros, los turistas invasores inmisericordes, si algún Dios no lo remedia, acabaremos con todo. He visto a diecisiete vehículos todoterreno formados en media luna, atestados de visitantes cámara en ristre filmando o fotografiando a una pareja de leones que copulaban ajenos a tanto fisgón


He visto señalizaciones en los cruces de las veredas del Serengueti o del Ngorongoro, rotondas indicando destinos para mayor facilidad de visitantes de paso. Cualquier día veremos el primer semáforo ordenando la circulación de la creciente marea de curiosos.



Lo sorprendente es que cada uno de nosotros pensamos que los turistas son siempre y sólo los demás y que nosotros, en cambio, somos viajeros auténticos, los únicos con derecho a tutear a los masai y a correr tras los cinco grandes, mientras las gacelas saltan enloquecidas a nuestro paso y los monos tratan de robarnos nuestro sandwich.

Es difícil, imposible de evitar. “Turismo bueno para Gobierno. Deja dinero. Bueno para animales. Ya no matan. Furtivos malos” decía nuestro guía. Y nosotros, los turistas, disfrutamos oteando animales, jugando a averiguar sus nombres, a comentar los lances del viaje, mientras vemos acercarse el momento inexorable de la vuelta que nos devolverá a nuestros orígenes. 




Y al fin, cuando el último atardecer preludia la noche sobre el Serengueti, nos vamos alejando, camino de nuestras previsibles existencias, allá lejos, donde la sabana seguirá siendo el sueño adolescente de lo que querríamos haber sido cuando tan poco sabíamos del mundo y de la vida.






















¡New York, New York!

Hace un cuarto de siglo.

Estuve la última vez hace ya veinticinco años. Nueva York ha cambiado. El mundo ha cambiado. Y nosotros. Quizás nosotros más que nadie ni nada. Entonces subí a lo más alto de una de las Torres Gemelas. En el lugar que ocupaban, se levanta hoy el memorial que las recuerda. Hay quien dice que el atentado que las destruyó señaló el verdadero comienzo del Siglo XXI.

Tenía curiosidad por ver el efecto de la ciudad sobre Nuria, nuestra ahijada. No me han defraudado ni la influencia de Nueva York sobre ella, ni sus reacciones. Viéndola, oyéndola, empiezo a sospechar que muchos de los cambios que creo percibir, no son de la ciudad, sino nuestros, de mi mujer y míos.


El extremo sur de Manhattan desde el Hudson

Antes y ahora Nueva York nos pertenece a todos. La conocemos sin haber ido. El cine, la televisión, nos han insertado en la memoria miles de perfiles, de imágenes, de secuencias que la hacen reconocible. Uno deambula por sus calles atestadas y espera ver al protagonista de nuestra serie favorita salir de ese bar que conocemos sin haber estado en él. 

Nueva York: perfiles asombrosos. Han cambiado, pero siguen siendo los mismos. No me digan que no lo entienden si no lo han comprobado. Ya no están las Torres Gemelas, pero ahora reconocemos la silueta  del World Trade Center antes de llegar a él.

El Empire aparece pespunteado por nuevos rascacielos-palillo, altísimos, estrechos, sin concesiones a la estética. Pura especulación urbanística. El modo de hacer rentable una parcela de menos de cien metros de lado para levantar un horror de cien pisos.

Miles y miles de gentes de cien orígenes distintos se atropellan en aceras medio bloqueadas por andamios. Nunca hubo tantos. Ni gentes, ni andamios. Quizás sólo es que nunca “antes” había sido “ahora”, eso es todo.

Gospel en Harlem

Domingo, 8 de julio. Saint Joseph of the Holy Family (405 West 125 Street). Una Iglesia de barrio de las que no aparecen recomendadas en las guías. Asientos confortables, pero lejos del lujo. Un andamio, también aquí, ciega parte del altar. No hay púlpito. Misa a las 11 de la mañana.

  • “Llegad pronto, porque podrías no tener sitio”, había sido la advertencia. Lo hicimos. nadie nos conocía, obvio, pero muchos nos saludaban con gestos inequívocos. 

Va llegando la feligresía. Atuendos varios, aunque domina el “traje de domingo”. Hombres y mujeres en parecida proporción. Familias al completo. Bullicio, gestos de buena vecindad.

Nadie se muestra cohibido. Todos hablan en esta Iglesia. Incluso se usan los teléfonos. Es más un lugar de encuentro que “La Casa del Señor”. No parece sometida a rígidas prohibiciones. Saludos, abrazos, cambios de informaciones.

El oficiante, a medio revestir, es uno más de la tertulia. Va saludando a los que llegan a los que parece conocer por sus nombres (“El Buen Pastor conoce a sus ovejas”, creo recordar la cita)

Desde una puerta lateral van entrando mujeres y hombres, ocho, tal vez nueve, veremos, cubiertos con brillantes túnicas color turquesa. El coro va ocupando sus lugares detrás del altar. Una mujer se sienta ante un piano. Un hombre, no alcanzo a verle la cara, tantea el temple de las cajas de la batería y nos obsequia algunos amagos de “solos”.

Comienza la Misa. No hay púlpito. El celebrante, un hombre, blanco como muchos de los asistentes, saluda al coro. Después de un prodigioso alarde de una de las solistas, se acerca, la felicita y le da un abrazo. 

La homilía la desarrolla moviéndose entre los feligreses, a su altura, micrófono en mano. No hablo inglés, pero escucho un tono persuasivo y un lenguaje corporal tranquilizador. No parece que su objetivo sea aterrorizar a nadie con los males del infierno

Llega la colecta. (-“Llevad algunos billetes. Es la costumbre” había sido la advertencia) Nadie pasa el cepillo entre los asistentes. Son estos quienes se acercan, nos acercamos, que donde quiera que vayas haz lo que vieres, y depositan, depositamos, nuestras aportaciones. Me parece más correcto.

El coro sigue cantando. Cada vez mejor, cada vez con más entusiasmo, cada vez con mayor capacidad de seducción. Los asistentes, el celebrante, corean los estribillos, se mueven al compás de las melodías, alzan los brazos siguen el ritmo con las palmas. Crece la conexión mágica entre unos y otros.

¡Gospel! la mayor aportación a la música sacra desde el gregoriano. Hay un solista, dos, tres que se van turnando, un coro y una masa de asistentes que participan con brío creciente en las canciones. Nada que ver con el lastimero falsete con el que las beatas patrias maltratan las ya de por sí funerarias composiciones que se estilan por estos andurriales.

Los feligreses, y el coro, y el celebrante se dan la paz. ¡Qué espectáculo! Tengo la impresión de que creen en lo que están haciendo.

Cuando salimos nos parece a nosotros, estupefactos asistentes a un ritual tan distinto a los que vemos por aquí, que lo de “reserva espiritual de Occidente” hay que recolocarlo en el mapa.

El corazón de la Gran Manzana.

Oí decir hace años que ni Manhattan es Nueva York, ni Nueva York es Manhattan. Añado por mi cuenta que ni el corazón de la Gran Manzana es Manhattan.

Nueva York no es la ciudad más visitada del Globo, ni mucho menos. Bangkok y Londres reciben cada una mas de 20 millones de visitantes; Nueva York ocupa un discreto octavo puesto con doce millones y medio, más o menos. Más cerca de los 9 millones de Barcelona que de las cifras que cito.


Una de tantas perspectivas posibles del centro de Manhattan

¿He hablado de visitantes? La mayoría no lo son. Mucho menos, viajeros. Son meros turistas, otra especie biológica muy diferente. Millones de turistas que buscan lo que les han dicho que hay que buscar y ven lo que se les indica. Siguen sumisos a guías febriles que les conducen enarbolando banderitas o sombrillas. Se arremolinan en las puertas de los hoteles, ante los autobuses que los han de llevar de un lado para otro sin tiempo para degustar nada de lo que apenas han visto. Marchan en tropel arrollando cuanto se les ponga por delante.

Parecen tantos, porque están todos en los mismos sitios. ¿Es que nadie duerme en Times Square? ¿Y en sus alrededores? Cuadrillas de ciudadanos uniformados te asaltan en cada esquina ofreciéndote la singular maravilla de recorrer Manhattan en autobuses panorámicos. Sales de su influencia y te topas con hombres o mujeres anuncio que ofrecen bicicletas de alquiler. Un tipo vocifera con escaso éxito tenebrosas profecías sobre el inminente fin de esta Humanidad pecadora.

El neoyorkino de esta parte de la urbe come y bebe a la carrera lo que puede conseguir en cientos miles de foods trucks que infestan los bordillos de las aceras. Hamburguesas, perritos, platillos supuestamente árabes, arroces chinos, ensaladas macilentas, pizzas reblandecidas, aros de cebolla, patatas fritas, alitas de pollo, helados. Sus olores nos asaltan sin modo alguno de defensa posible.

Nueva York la recordaba más limpia. A las tres de la tarde bolsas inmensas de basura se amontonan en los bordes de las aceras, compitiendo con viandantes y andamios, disputándose entre todos el nada generoso espacio que la concepción vertical de la ciudad concede.

Los tópicos a los que rendirse y los apacibles barrios que te reconcilian con Nueva York

Así es que rendimos tributo al recuerdo y a la tradición. Paseamos por Central Park, entre ardillas, bicicletas y runners entusiastas. Localizamos el Edificio Dakota y recordamos el genio de John Lennon. Y hubiéramos querido fotografiarnos ante el toro de Wall Street, si las muchedumbres que lo rodeaban lo hubieran permitido. Y contemplamos el Empire State Buiding, aunque nunca más haya subido King Kong a su cima, y el edificio de la Crysler, y el Hotel Plaza y el Flatiron. Anduvimos e incluso almorzamos en Chinatown antes de pasear Littel Italy. Como todo el mundo.



Blanca y Nuria en el Puente Brooklin

 Y pese a la hora, las tres de la tarde, recorrimos el Puente Brooklin de punta a cabo rodeados de multitudes entusiastas que se fotografiaban, como nosotros, desde cualquier ángulo imaginable.



¿Cómo no llevar a una visitante primeriza ante la Estatua de la Libertad, ir con ella hasta el Memorial que ocupa el lugar donde se alzaron las Torres Gemelas, visitar alguno de los grandes Museos de la ciudad, o extasiarse ante el espectáculo de la ciudad tendida a tus pies desde la altura de alguno de los grandes miradores tradicionales?


El Crysler



Nueva York desde las alturas

¿Tópicos? Desde luego. Ningún neoyorkino lo haría, salvo, tal vez lo de correr por Central Park, pero nosotros somos visitantes que por alguna razón rechazamos el epíteto de turistas porque creemos tener alma de viajeros. 


El sucesor de las Torres Gemelas

Una más sosegada caminata por otros itinerarios nos devolvieron el Nueva York que conservaba en la memoria. El Soho, El Uper East Side, te dejan la evidencia de que, incluso en una megalópolis como Nueva York, es posible llevar una vida relativamente apacible.

Calles sombreadas, edificios de alturas razonables, escaleras de incendios como todos “sabemos” que hay en la ciudad, escalinatas con barandillas de hierro forjado, puertas franqueadas por faroles encendidos a cualquier hora del día, semisótanos sugerentes vistos en docenas de películas, ¡terrazas!, algunas, pocas, terrazas, con mesas y sillas en las que poder detenerse a degustar un café, una cerveza, una tarta, sin necesidad de acudir a los sospechosos productos de los carromatos ambulantes de otras zonas.



Tiendas sugerentes, unas de marcas archiconocidas, otras no tanto, en las que puedes entrar sin aglomeraciones, sin que catorce japonesas traten de arrebatarte el descubrimiento que habría de hacerte feliz, sin colas ante la caja, sin guardias de seguridad que te miren como sospechoso de quién sabe qué delito.

Y los otros tópicos, el Metro, tan distinto al nuestro, tan ¿tétrico? ¿cinematográfico? y la Estación Central, donde uno espera poder localizar al que está huyendo y a sus perseguidores y a los que persiguen a los perseguidores, como en cualquier película negra que se precie. Y sabe que ya ha estado allí, ante esa ventanilla en la que se expenden los billetes para cualquier lugar mítico, aunque sea la primera vez que pise la otra orilla del Atlántico.

¿Alimentarse o comer?

Comer, si es posible. Lo fue en todas las ocasiones, menos en una. Ante el Metropolitan, nos hicimos con unos perritos calientes conseguidos en uno de los miles de foods trucks que infestan Nueva York. Ni siquiera era barato. En cambio puedo asegurar que ha sido la peor salchicha que he comido en mi vida. Ni siquiera sabia mal: sencillamente, no sabía a nada conocido. Peor: no sabía a nada.

El resto fue mejor.  The Back Room es una hamburguesería sorprendente. Se encuentra en el hall de un hotel de la cadena Meridien, oculta tras una gran cortina. La leyenda dice que fue en su día un local donde se despachaba alcohol en los años de la Ley Seca. Dicen que sigue como estaba entonces. El sitio tiene gracia y despacha buenas hamburguesas.

Carmine’s, a cuatro pasos de Times Square es un bullicioso y enorme restaurante italiano donde sirven unos platos con unas cantidades ingentes de alimentos. La calidad es buena, pero cualquier plato basta para, al menos, tres personas. Recuerdo, en especial, un tiramisú capaz de terminar con el ánimo de cuatro  adolescentes.


El Plaza

En el Distrito Flatiron, 35 E 18th St, Nueva York, almorzamos en el ABC Kitchen. Restaurante encantador, con una buena cocina, ligera y bien ejecutada, y otro día en Mercer Kitchen, enfrente de la más acreditada tienda de Prada, nos encontramos con otro restaurante de la misma cadena, también montado con un gusto excelente.

No quiero dar la impresión de que para comer bien en Nueva York sea imprescindible acercarse a barrios alejados del bullicio. Shake Shak en Madison despacha unas fabulosas hamburguesas, aunque primero haya que hacer cola y pelearse por encontrar sitio en una mesa corrida.

Tampoco Gallagher está en en ninguno de los distritos elegantes: en el 228 de la 52 se siguen sirviendo carnes espléndidas, sabor, hechura impecable, servicio profesional, atento y agradable, a precios… digamos que razonables, visto lo que hemos ido encontrando por todas partes.

En en vuelo de vuelta Blanca y yo comprobamos que nuestro viaje había sido un éxito. Nuria volvía entusiasmada, y ése era el objetivo. Misión cumplida. Algo más o algo menos de glamour era irrelevante. ¿Cuánto hay de desencanto en el paso inclemente de los años?









Rusia, 40 años después.

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Aunque no hayan sido cuarenta sino 39 los años que han pasado desde mi anterior visita a lo que entonces se llamaba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y hoy, recuperado su nombre, vuelva a ser Rusia, como dijera Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

El país que conocí en el verano del 79 ha perdido desde aquellas fechas, más de una docena de territorios, hoy Repúblicas, más o menos independientes. Rusia tiene 5.180.000 Km cuadrados menos de los que tenía la URSS y habitan en ella casi 146 millones de habitantes menos, uno de cada dos.

Una enormidad si pensamos que la Unión europea, por ejemplo, apenas sobrepasa los 4.325.000  Km cuadrados, aunque la poblemos más de 508 millones de habitantes.

Pese a todo, Rusia sigue siendo el país mas extenso del planeta. Más de 17 millones de Km cuadrados, el equivalente a algo más de treinta y cuatro veces la superficie de España, no obstante muy poco poblados (menos de 145 millones de ciudadanos).

En la inmensidad de esa extensión inabarcable siguen coexistiendo más de ciento sesenta grupos étnicos que se entienden, o procuran hacerlo, en alrededor de cien lenguas distintas, y practican creencias tan distintas como el Cristianismo Ortodoxo, el Catolicismo, algunas variantes del Protestantismo, el Islam, el Budismo en más de una corriente, el Chamanismo, o no practican ninguna.

La versión soviética del marxismo comunista ha dado paso en los territorios que han abandonado la URSS a una variopinta sucesión de regímenes políticos, Repúblicas que suelen estar más cerca, en general, del autoritarismo que de lo que en en el mundo occidental entendemos por democracia.

Por lo que se refiere a Rusia… No creo necesario decir ni una palabra sobre las diferencias entre el mandatario actual del Kremlin y sus colegas europeos, sea cual fuera la opinión que cada cual tenga sobre la ecuación fines/medios y la peculiar forma de interpretarla que parece tener el actual Zar de todas las Rusias. Ni, entre el régimen actual y sus predecesores, dicho sea de paso, por más que haya quien crea que todo sigue igual. 

No obstante, permitidme un comentario. Tal vez lo inabarcable de su territorio, la diversidad, lejanía y aislamiento de los pueblos que la habitan, las diferencias de creencias o su ausencia beligerante, hayan sido determinantes a la hora de explicar por qué durante su convulsa Historia Rusia no haya conocido hasta hoy ni un sólo segundo de democracia. 

Quizás esas dificultades no justifiquen pero expliquen, al menos, la impronta autoritaria que los gobernantes rusos imprimen a su quehacer un siglo tras otro. 

Año 79: Guardia de honor ante el Mausoleo de Lenin


 Volveré sobre este punto, pero, en todo caso, las ciudades que vi antes y ahora, Moscú y San Petersburgo, no son los de hace 40 años. De las que visité entonces y no ahora -Bakú, Tbilisi, Erevan- no tengo elementos de juicio.




En cuanto a mí… Creo que las fotografías que acompaño, me excusan de cualquier disertación al respecto.




Moscú

Ni siquiera el Kremlin es igual al que conocí. Lo recuerdo hermético, recorridos señalizados en el pavimento de los que no era aconsejable salirse, dificultades para visitar según qué interiores (no recuerdo haber pisado ni un solo interior de las Catedrales del recinto), silencio que quise suponer temeroso entre los visitantes, presencia ostensible de uniformados por todas partes, un ambiente, en suma en el que pareciera flotar en el aire un cierto temor a decir, hacer, quién sabe si también pensar, algo que estuviera prohibido.


Catedral de San Basilio cubierta de andamios, al fondo, hace 39 años.


Conocí, pues, una ciudad que me pareció tristona, oscura y aparentemente vacía. Escasísima circulación de aquellos vehículos soviéticos, Los Lada, los Travant de Alemania Oriental, los Gaz, algunos utilitarios y otros, los oficiales, que intentaban emular a los Mercedes y acababan pareciendo coches fúnebres. 

Una ciudad muy segura, es cierto, que la calle suele serlo en todas las dictaduras; tanto que deambular a las dos de la mañana, los mismos guías, tan temerosos de lo que pueda pasarle al turista a su cargo en todos los lugares del mundo, no lo desaconsejaban, aunque a la hora de la verdad, salir del hotel sin la compañía de la guía que se nos había asignado fuera una tarea rayana en lo utópico.


La interminable cola de visitantes del Mausoleo de Lenin en el 79








Ahora, pese a las bajas temperaturas (creo que nos hemos mantenido por debajo de cero grados los días que hemos estado en Moscú) la sensación es otra: calles, avenidas, tiendas, restaurantes, cafés, concurridos en horarios razonablemente semejantes a los nuestros. Y embotellamientos, aglomeraciones y algunos de los inconvenientes que sufrimos en Occidente a diario.


Centro Comercial en los alrededores de la Plaza Roja


Incluso el perfil de la ciudad ha cambiado. Ya no sólo son las siete construcciones clásicas del stalinismo, la Universidad y seis más, sino las nuevas torres del distrito financiero las que caracterizan la ciudad.

Perfil del nuevo distrito financiero



La penumbra que envolvía la ciudad apenas se ponía el sol, ha dado paso a un derroche de luz que pone de manifiesto el bajo coste de la energía en Rusia. Calles, pasajes comerciales, escaparates adornados no siempre con elegancia, pero sí con dedicación y hasta un punto de ostentación, lucen en la noche como en cualquiera de las grandes urbes del resto de Europa. Y edificios, monumentos civiles o religiosos, iluminados, estos sí, con indiscutible buen gusto. Hoy una visita nocturna a la Plaza Roja es todo un espectáculo.



Tal vez lo único que recuerdo con mayor calidad hace 39 años, son los vívidos colores que ofrecían los mosaicos del Metro de Moscú. Cuatro décadas después, los veo más apagados, excepto en alguna estación que ha sido objeto de recientes trabajos de restauración.

Uno de los mosaicos en la bóveda de alguna estación del Metro moscovita.

San Petersburgo

La ciudad que fundara Pedro el Grande, la que años más tarde se llamara Petrogrado como forma de distanciarse de Alemania, enemiga de Rusia por entonces, la que vio nacer a Lenin a cuya muerte le dio nombre nuevo, también ha cambiado y no sólo de nombre, una vez más.








La Catedral de Kazán



 En el 79 y ahora, San Petersburgo me ha emocionado. Recuerdo haber leído que su construcción costó algo así como un cuarto de millón de muertes entre los siervos que la levantaron en régimen de trabajo esclavo. Pedro el Grande lo fue en todos los sentidos, también en el de la crueldad. Casi dos siglos y medio después, tras el asedio nazi de los 1.000 días, perdió diez veces más habitantes, víctimas del hambre, el frío, las enfermedades y las bombas. Hasta canibalismo padeció la ciudad.


Nada ni nadie ha podido con ella. Sigue siendo, creo yo, una de las cinco grandes de Europa, no importa en qué lugar la coloque nuestra personal admiración, (la segunda para mí, sólo después de Roma) ni de qué otras cuatro se haga acompañar, y está más bella que nunca.





Avenidas grandiosas,  canales por doquier, edificaciones suntuosas, gran cantidad  de palacios extraordinarios, “Catedrales” (hay tantas que creo que sería más adecuado hablar de “Iglesias”, pero así se llaman allí), y el agua, el agua ahora convertida en hielo y cubierta de nieve, pero omnipresente.









Un monumental tributo, todo ello, a la modernidad europeizante que buscara Pedro el Grande, aún a costa de exponerse al anatema de los viejos defensores de las tradiciones sagradas de la vetusta Rusia de los Rúrik y los Godunov que llegaron a considerarlo el Anticristo.

Y por encima de todo, la imperecedera belleza del Palacio de Invierno y la Plaza que se abre ante él, una de las más hermosas del mundo. La había visto en verano, como ya he dicho. Entonces, bajo el arco por el que en 1917 entraran las brigadas de choque de Leon Trotstky, enmudecí de asombro. Ahora, cubierta por no menos de una cuarta de nieve, aún me ha impresionado más. 


El edificio semicircular que cierra la plaza del Palacio de Invierno 

El equilibrio de las proporciones del edificio enmascara su grandiosidad hasta que uno se va acercando y verifica que no hay manera de encuadrar en el visor de tu cámara toda la fachada si pretendes fotografiarla de frente. 

La magia de sus colores, el impresionante espectáculo de contemplar el Palacio desde la margen opuesta del Neva es algo que se fija para siempre en le memoria. Así lo recordaba y así he vuelto a verlo.




Fachada principal del Hermitage

¡Y el Hermitage! Éste es un caso evidente de mejora. Cuando lo conocí, el contenido primaba sobre el continente. Colecciones variopintas de pintura, de objetos únicos -la colección de huevos de Fabergé, por ejemplo- de mobiliario, se amontonaban en salas abarrotadas, cubiertas por una sutil capa de polvo. Demasiado contenido, pues,  y escasísima atención a un edificio sin parangón en el mundo.

Escalera de acceso a la primera planta


Recuerdo haber visto la mejor colección de “Picassos” de la época en el mismo edificio en el que vi, como dije, los famosos huevos “Fabergé”. Hoy, todo ha cambiado. El edificio ha sido minuciosamente rehabilitado y luce en toda su elegante opulencia. Dorados, estucos, mármoles, malaquitas, lapislázulis, brillan por doquier dando cuenta de lo que el Palacio debió de ser en sus años de oro.

(Por cierto: nunca entendí por qué el régimen soviético despreció las posibilidades propagandísticas de sus propias premisas ideológicas exhibiendo el fausto, la riqueza, la ostentación del zarismo en contraste con las penurias de la población rusa).

Las colecciones del XIX y posteriores, hasta las últimas vanguardias, y muchos miles de objetos se muestran hoy en otros edificios anexos, dentro del gran complejo palaciego, de manera que la contemplación de cada una de sus partes hacen cómoda la visita y ponen en valor el Palacio.
Uno de los salones del Palacio de Catalina

Parecidas emociones provoca el recorrido de las suntuosas estancias del Palacio de Catalina, cercado también ahora por inmaculadas superficies nevadas: asombro ante el derroche de pan de oro, del uso masivo de ámbar, de lámparas descomunales, salamandras hasta el techo, ventanales abiertos a jardines ahora resplandecientes por la nevada. Lujo, en definitiva, superior al de cualquiera de los palacios reales de las Monarquías occidentales. 

Circunstancias que llaman la atención

El culto a la personalidad

Hace 40 años, el culto a la personalidad de Lenin, algo que ningún rastreador ha logrado descubrir en la obra del homenajeado, era obsesivo. Estatuas gigantescas, murales, medallas, bustos, broches, azulejos, tazas, cualquier cosa valía para reproducir hasta el aburrimiento la imagen del Dios soviético.

Recuerdo la solemnidad con la que se llegaba al espacio donde reposaba su momia (la leyenda urbana decía que, en realidad, era la tercera momia prefabricada). Filas interminables de visitantes que conforme se acercaban al mausoleo eran obligados a apagar cigarrillos, a sacar las manos de los bolsillos y, finalmente, a guardar silencio. No exagero: la visita a la momia de Lenin era frecuente entre recién casados que acudían vestidos de tales, a depositar el ramo de novia ante la tumba.

Hoy Lenin prácticamente ha desaparecido de la vida pública. No se ha llegado al extremo de borrarlo de la Enciclopedia Soviética como Jruschev hizo con Stalin, pero casi. 

No obstante, da la impresión de que el ciudadano ruso (¿o seguirá siendo súbdito?)  necesita venerar a alguien. Putin, antiguo jerarca de la policía política leninista, está en camino de suceder a Lenin en el fervor popular. Su imagen puede verse reproducida incluso en las populares matrioskas.  

Los guías locales.

Otro cambio más y muy llamativo. Hace 40 años la totalidad de los guías que se hacían cargo del escaso turismo de la época eran militantes del Partido Comunista. Recuerdo que me tocó en suerte una mujer moscovita, Tatiana, culta, eficaz y devoradora de perejil (lo digo en serio), cuyas funciones estaban a medio camino entre la agit-prop y el control minucioso de los movimientos de la tropilla a su cargo. 

Su concurso y colaboración, su permiso, en definitiva, era imprescindible si, por ejemplo, una mañana decidías saltarte la visita al Museo del Ateísmo y sustituirla por la de tal o cual monumento: ella se tomaba su tiempo y, al cabo, te decía que era imposible, o te extendía un papelito escrito en cirílico que debías mostrar al taxista que ella te llamaba y al taquillero del museo.

El turista de la época era sospechoso de pertenecer a la variante humana del vampiro. Éramos mirados con una mezcla de curiosidad y aversión, sin que quienes nos miraban curiosos  terminaran de entender cómo no chorreábamos sangre de obrero por los colmillos.

Por supuesto, una buena parte de las visitas previstas entraban dentro del recorrido laudatorio-propagandístico del régimen, y, desde luego, salirse de la programación habría sido impensable. Ni una sola velada crítica cabía esperar de nuestra Tatiana, que, por otra parte, como acabo de decir, era muy competente. Aún recuerdo el increíble dominio de nuestra lengua, más increíble aún cuando supe que no había salido jamás de las fronteras de su país.

En esta ocasión, nuestros guías locales, una mujer en Moscú y un hombre en San Petersburgo, podrían estar en línea con cualquiera de sus colegas madrileños o hamburgueses. Contestaban preguntas comprometidas y exponían, incluso, sus propias opiniones sobre la realidad de su país.

Cada uno habremos sacado nuestras conclusiones sobre su competencia y sobre la pertinencia de sus informaciones, pero, en todo caso, eran nuestros guías, no nuestros vigilantes.  


La alimentación.

Según mi personal experiencia, es muy difícil disfrutar de unos menús exquisitos en viajes organizados. No obstante, puedo decir que tanto hace 40 años como ahora, he vuelto de Rusia con la sensación de no haber salido mal librado. 

Y ha habido diferencias.

En el año 79 era evidente que la Unión Soviética había primado la erradicación del hambre sobre cualquier otra consideración. Es más que probable que fuera la política adecuada a las necesidades del país. En todo caso, el centralismo democrático y la burocracia soviética habían terminado con la variedad de la cocina popular que había sido sustituida por la aburrida resultante de los criterios de eficacia y uniformidad.

Blinis con huevas de salmón, un clásico


Ahora, por el contrario, creo que hemos superados los estándares de viajes colectivos al uso. Menús sabrosos, bien trabajados y servidos con eficacia y amabilidad. Tengo la impresión personal de que o la profesionalidad del personal de hostelería ha mejorado, o la percepción que se tiene del turista en Rusia ha cambiado (o las dos cosas, que también puede ser)

Unos "pelmeni", especie de raviolis rellenos de carne y cebolla.

Una sorpresa inesperada: Rusia cuenta ya con una producción de vino estimable. Pedimos un tinto de Crimea y aseguro que era bastante bueno. Un cabernet bien elaborado aunque a precio “francés”: 80 €. Como contraste, recuerdo un espumoso patético que quien me lo sirvió en Tbilisi creía de buena fe que era champán.

Las Iglesias, ¿o debería decir “catedrales”?

Esconder una Iglesia antes y ahora es punto menos que imposible, pero lo cierto es que en el 79 los templos estaban, salvo en Armenia, fuera del circuito. Se veían a lo lejos, a veces pasabas cerca de alguna, pero interiores pocos o ninguno.
 San Basilio, en la Plaza Roja

La Catedral de San Basilio, desde la nieve

Por otra parte, el grado de conservación tenía poco que ver con el que ahora puede observarse. 


Me ha llamado la atención no sólo el trabajo de rehabillitación llevado a cabo sino el nivel de asistencia de fieles a los oficios religiosos que he podido observar.

Uno de los templos de "El Anillo de Oro"




Una de las Catedrales en el interior de el Kremlin

La casualidad me brindó este juego de luces








Y no menos sorprendente me resulta el hecho de que, si hago caso de lo que nuestro documentado guía de san Petersburgo nos comentó, la punta de lanza en la restauración del papel de la Iglesia Ortodoxa en la vida rusa, es ¡el Partido Comunista! Me imagino a Marx, Engels, Lenin y Stalin bramando en sus tumbas. Como decía el guía “en Rusia todo va al revés”.





























Las calles.

Ahí, en las calles, en las tiendas, en lo que en éstas puedes encontrar, en el modo de comportarse la ciudadanía, de andar, de mirarse los unos a los otros, de relacionarse con los visitantes, es donde, me parece a mí, se ha producido el cambio mayor.

No me cabe la menor duda de que estas mutaciones no son sino el reflejo del cambio de régimen. Por eso creo que cuando algunos dicen que nada ha cambiado en Rusia se equivocan. Una cosa es admitir que entre el sistema político real ruso y el de la Unión Europea aún hay años luz de distancia, y otra muy distinta creer que todo sigue igual.

Podrá haber quien piense que Rusia está ahora peor que la Unión Soviética, sus razones, o sus prejuicios tendrán para creerlo. Hasta eso es entendible. Pero de lo que no hay la menor duda es de que se ha producido un cambio enorme.

En el país que visité en el 79 la cotización del Rublo se mantenía artificialmente por encima del Dólar, cuestión de prestigio para el Gobierno de Breznev, pero en la calle te ofrecían Rublos clandestinos a razón de cuatro rublos por dólar, mientras querían comprarte tus pantalones vaqueros por una pequeña fortuna o se escandalizaban de que desecháramos bolígrafos y mecheros cuando se les terminaba la carga.

Recuerdo una visita a los grandes almacenes de la Plaza Roja, los que ocupan el enorme edificio frente al mausoleo de Lenin. Los clientes y los productos que podían adquirirse, a precios ridículos, es cierto, estaban en línea con los que podrían haberse encontrado el último día de rebajas en “Saldos Arias”, pongo por caso.

Hoy, sea esto un avance o una consecuencia inexorable de la globalización, pueden encontrarse las mismas tiendas con las mismas marcas que en cualquier otra gran ciudad europea. Y los precios, desde luego, también están alineados con los que conocemos por otras latitudes. 


El grupo del 79 y el del 18

Es una evidencia que una parte sustancial del resultado de un viaje colectivo radica en el comportamiento del grupo del que formas parte.

Es también indudable que a nivel individual es poco menos que imposible influir de modo decisivo en su comportamiento. Para ser más exacto, me da la impresión de que para una pareja es más asequible desquiciar al grupo si se lo propone, que convertirlo en una balsa de aceite.

Por último, tercera certidumbre, en la mayoría de los casos, todo depende, por lo que a ti mismo se refiere, de la fortuna buena o mala de incluirte en un grupo de unas u otras características.

En el 79 viajé con un grupo del que no tenía noticia previa alguna. Era un colectivo heterogéneo, sin otro dato en común que el general afán de conocer media docena de ciudades de la entonces hermética Unión Soviética. Ni quiero ni debo decir que fuera un grupo conflictivo. En absoluto. Sencillamente, éramos algo más de tres docenas de desconocidos que para cuando quisimos saber algo de quien teníamos al lado, habíamos vuelto a nuestros lugares de origen.

Pero… No todos eran puntuales. No todos se interesaban por las mismas cosas. No todos tenían referentes asimilables. Funcionó, incluso, mejor de lo esperado, pero lejos de la perfección. Como tantos otros.

El grupo al completo en la Plaza Roja



Ahora, puedo decir sin más ánimo que rendir tributo a la verdad, que el grupo en el que mi mujer y yo hemos tenido la suerte de ser admitidos, ha sido uno de los elementos esenciales para hacer de este viaje un éxito.

Nos habíamos incorporado a un colectivo ya hecho, conocidos y colegas entre sí la mayor parte, en el que sólo nosotros, una joven pareja (la hija de una de las parejas del grupo y su marido), y dos hermanos (mujer y hombre), de otra de las componentes del grupo, éramos, por así decirlo, “invitados”. Nunca nos sentimos extraños. fuimos dos más desde el primer momento. Al final éramos dos colegas, dos amigos más. Mérito de quienes nos admitieron, desde luego.

Nueva fotografía colectiva

Es muy difícil que en ocho días ni un solo roce empañe la convivencia entre tantas personas. Para que eso ocurra tiene que producirse el pequeño milagro de que la totalidad de los individuos que forman el grupo tengan un nivel sobresaliente de educación; es preciso que sus gustos, aun no siendo idénticos, se muevan en un segmento de preferencias semejantes. Y no, no es fácil, encontrar un colectivo tan numeroso en el que la tolerancia, la delicadeza, la solidaridad, llegado el caso,  presida el comportamiento de todos.

Parte importante del correcto funcionamiento de la expedición hay que atribuírsela a Andrés, nuestro guía español, profesional, culto, educado y atento en todo momento a cuanto cooperara a hacer del viaje un acontecimiento digno de ser recordado.

No se trata de dar las gracias, aunque ¿por qué no? Supongo que mi mujer y yo tampoco hemos desentonado, pero sí de congratularme de haber sido miembro de un colectivo tan especial.





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Un paseo por el corazón de la vieja Europa

El Gran Ducado de Luxemburgo.

El jueves, 13 de mayo, llegamos de anochecida al aeropuerto de Luxemburgo. Íbamos Blanca, mi mujer, Ramiro Robles, un buen amigo y yo. Nos esperaban María José, hermana de Ramiro y residente desde años en Luxemburgo y su marido Jean Martin Schneider, que habrían de comportarse como los más avezados guías que esperar se pueda y magníficos anfitriones. Gracias a ellos le sacamos al tiempo un partido extraordinario. No digo que hayamos vuelto dominando el territorio, pero sí con una más que apreciable visión de conjunto.




He aquí la sorprendente perspectiva de la Torre del Banco de Luxemburgo, sobresaliendo de las copas de los árboles que trepan desde lo más profundo del valle. Podría decirse que es una de las imágenes emblemáticas de la ciudad

Debo decir que, en contra de mi costumbre, no me había documentado ni siquiera de la manera más elemental para afrontar el viaje. El resultado ha sido sorprendente porque lo que he encontrado ha sido tan diferente en muchos aspectos a lo que esperaba que no sé si en el futuro no habría de ser esa -llegar sin información previa- la actitud ante mis viajes próximos.

Sabía, claro está, de la localización geográfica de Luxemburgo y de su condición de país limítrofe con Alemania, Francia y Bélgica, y poco más. Por ejemplo, que su PIB por habitante es el primero o el segundo del mundo según la fuente consultada, y que en la más remota antigüedad había sido algo así como la marca fronteriza entre el mundo romano y el germánico.








Éste es el otro icono de la ciudad: La Mujer Dorada. Al fondo, otra vez la Torre del Banco de Luxemburgo, y, entre ambos el profundo corte del valle.














No obstante, en parte por informaciones poco precisas y en parte por las presunciones a las que yo había llegado, imaginaba Luxemburgo como un Estado-Ciudad, poblado de funcionarios de la Unión Europea, comerciantes de toda laya y condición y empleados de todos los Bancos del universo mundo.

No es así, desde luego. Luxemburgo es un país pequeño pero bastante mayor de lo que yo había supuesto. Más o menos 100 km de Norte a Sur y alrededor de 300 de Este a Oeste. Territorio suficiente para albergar a más de un núcleo urbano. De hecho, la Capital cuenta, nada más, con algo más de 130.000 habitantes de los casi 600.000 que viven en el país.




Estos son los envidiables alrededores de Luxemburgo. Paisajes como éste, verdes, ondulados, fescos, se encuentran a la vera de los caminos que conducen a cualquiera de los destinos que se elijan, partiendo de la Capital del Gran Ducado. Como decía, una envidia para un estepario.

Desconocía, por ejemplo, que dejando de lado el período romano (fundada la ciudad cuando estaba a punto de iniciarse nuestra Era) el territorio tomó carta de naturaleza con un nombre parecido al actual, a mediados del Siglo X. No sabía tampoco que heredado por Carlos V, fue español hasta bien entrado el Siglo XVII y que, más tarde, pasó a ser de la rama centroeuropea de los Habsburgos, para ser después francés, holandés y belga. Durante las dos Guerras Mundiales fue ocupado por Alemania para ser, más tarde, uno de los seis fundadores de lo que ahora conocemos como Unión Europea.

El único país del mundo cuyo Jefe del Estado es ¡Un Gran Duque! en pleno Siglo XXI, es sorprendente. Más el 50 % de sus habitantes no son luxemburgueses y se me antoja que tal vez sea el único Estado soberano en el que se dé esa circunstancia. Hablan tres lenguas oficiales, francés, alemán y luxemburgués, no parecen conocer lo que es el desempleo y su salario mínimo ronda los 1.700 €. 

Otra de las sorpresas que me reservaba el Gran Ducado era su geografía. ¿De dónde habría sacado yo que, fuera de la ciudad, habría algunas someras planicies cultivadas con esmero, por supuesto, y poco más? Me encontré no ya un país más montañoso de lo que esperaba, que también, sino incluso una ciudad cruzada por un valle profundísimo por el que transcurre uno de los afluentes del Mosela.



Y en el valle, en sus laderas y al borde mismo del cauce del río, fortificaciones para proteger la ciudad de eventuales asaltos. Testimonio de un pasado menos pacífico que el actual.





A ambos márgenes, la estrecha franja de tierra la ocupan viejos y nuevos edificios y sistemas fortificados que defendían la entrada del valle. En  lo alto de ambos lados del barranco, la ciudad, limpísima, ordenada, civilizada en suma, evidencia mi error de apreciación: predomina lo antiguo sobre  lo moderno excepto en el distrito en el que se asientan una buena parte de las Sedes Centrales de las instituciones financieras, y los  Organismos Comunitarios.





Nada parece faltarle a Luxemburgo aunque muchas de sus maravillas parezcan a escala. He aquí, "Las Tres Cascadas", saltos de agua visitados por naturales y foráneos sobre las que los luxemburgueses suelen bromear. Según quiénes, las pueden comparar con las Cataratas del Niágara o con la de Iguazú.


¿Cómo iba a imaginar que en las laderas que descienden sobre el curso del Mosela, allá por las estribaciones meridionales de las Ardenas iba a encontrar viñedos? Los había, cuidados, muy cuidados, entre suaves colinas tan verdes que provocaban la irremediable envidia de un estepario que nació y vivió echando de menos ríos con agua y campos con vegetación digna de tal nombre.


Estrasburgo.

Algo más, bastante en verdad, sabía sobre Estrasburgo, así que las sorpresas fueron menores. Capital natural, podría decirse, de Alsacia -una de las regiones de Europa que más veces ha cambiado de manos- Estrasburgo y su área metropolitana cuenta hoy con algo más de 1.200.000 habitantes y podría considerársela como la segunda plaza cultural y bancaria de Francia. 

Siempre fue un cruce de caminos. Por Estrasburgo se venía del Atlántico y se llegaba al Mediterráneo o a las planicies orientales de Europa. Tal vez por eso fue siempre tan disputada.







El Centro Histórico es un conjunto de calles conservadas primorosamente, cruzadas por una sucesión de canales practicables que permiten un recorrido en pequeños barcos. Cuando yo estuve, el nivel crecido de las aguas había obligado a suspender estos paseos fluviales.












Hay quien habla de sus orígenes legendarios que la vinculan con civilizaciones mesopotámicas. Es dudoso que sea más un mito. No, en cambio, el que fue Roma quien la levantó cuando faltaban 12 años para entrar en nuestra era. Soportó la destrucción de Atila, fue germana desde el Siglo IX al XVII y francesa desde Luis XIV hasta el Siglo XVII.

No por demasiado tiempo. Bismark se la arrebató a Napoleón III hasta que retornó a Francia terminada la I Guerra Mundial. Volvió a ser ocupada por el III Reich y liberada por el General Leclerc en las postrimerías del 44.



Blanca en uno de los puentes que jalonan cualquier recorrido por el Centro Histórico.


Hoy, sede del Palamento Europeo y de la Corte Europea de Derechos Humanos, es un símbolo de la nueva era de relaciones entre Alemania y Francia. 

Estrasburo cuenta con un espectacular Centro Histórico ubicado en La Gran Isla, en el que todo está cuidado hasta el mínimo detalle.



Metz.

A 55 Km de Luxemburgo y 60 de Estrasburgo, está Metz (pronúnciese Mes si se pretende caerles bien a sus habitantes franceses).

Justo en las confluencias del Mosela con el Seille, construida sobre tres grandes islas fluviales, esta ciudad, citada ya por Tácito en el S. IV a. de C., creció bajo Roma como una más de las ciudades fortificadas que defendían el Imperio de las cada vez más temibles embestidas de las tribus germánicas.





Durante cuatro siglos, del IX al XIII estuvo en manos de la Iglesia, era un territorio feudatario del Obispo de la localidad, hasta que pasado el tiempo terminó por ser ciudad libre dentro del Sacro Imperio Romano Germánico.



No siempre la ciudad transmitió esta sensación de sosiego.








Por otra parte, el cartel que muestra la foto, tomada al paso en una de las principales calles de Metz demuestra tanto que no todos sus habitantes comulgan con los dogmas político-económicos dominantes,-patrocinar la quema de Bancos no es algo que se lea a diario- así como que las élites gobernantes son lo suficientemente tolerantes como para integrar este tipo de disidencia.






Sólo fue francesa a partir del S. XVIII, convirtiéndose, una vez más, en una de las más importantes plazas fuertes del sistema defensivo francés en el Noreste del País. Fue fancesa, pero no por mucho tiempo, que volvió a manos alemanas a partir de la guerra Franco-Prusiana, hasta que al término de la I Guerra, año 1918, regresó a la soberanía francesa. y ¿cómo no? También fue ocupada por el III Reich y a su debido tiempo, finales de 1944, liberada por tropas estadounidenses.




La Catedral de Metz es un magnífico ejemplo del mejor gótico francés, representativo del momento de euforia, creatividad y confianza que supuso la superación de los terrores milenaistas.








Hoy ha perdido una parte de su importancia como plaza fuerte, sustituida por la importancia de su industria automovilística, química y hortofrutícola.

Tréveris, o Trier, o Trèves.

Que de las tres maneras puede llamarse, si bien, por lo que a mí respecta, seguiré llamándola Tréveris.







La Porta Nigra, vieja construcción romana es el símbolo de la ciudad. Es una de las mayores puertas que se mantienen erguidas en el mundo.







Tréveris es una de las ciudades que pueden presumir de contar con dos Catedrales. Como en los casos de Salamanca o de Plasencia, llama la atención el que se emplace a la más moderna al lado o sobre la antigua.






La más vieja de las ciudades alemanas, también debe su origen al genio romano, coetánea casi año por año con Estrasburgo, fue durante siglos un bastión lingüístico latino frente al creciente desarrollo de los pueblos germánicos.

Construida también sobre el Mosela, cuanta hoy con 100.000 habitantes, orgullosos y ufanos de su condición de ciudad fronteriza entre dos mundos que durante siglos han sido antagónicos y hoy conviven en paz y armonía.

Termina el viaje y es ahora cuando caigo en la cuenta de lo complejo que puede resultar interpretar el pasado desde las categorías políticas y sociales del presente.

Luxemburgo, por ejemplo, entra en la Historia en virtud de un negocio jurídico estrictamente privado: un Conde alsaciano compró el territorio y cuanto contenía, habitantes incluidos.

Estrasburgo decía que fue español. No es más que una forma de hablar. En realidad fue de Carlos V que obtuvo la ciudad por el contenido de una de las cláusulas testamentarias de su padre. Dejó de serlo cuando dos parientes del mismo tronco dinástico decidieron que cambiara de propietario.

Obviamente, ni a luxemburgueses ni a sus vecinos de Estrasburgo se les preguntó su opinión. Habría resultado insólito y no sé si, incluso, herético que al fin y al cabo el poder de los Señores descendía de Dios.

Hay más ejemplos, que incluso la religión de un territorio podía cambiar, y sus habitantes verse presionados para mutar sus creencias, porque estaba vigente el principio "cuius Regis, eius religio", de manera que era el credo del Príncipe el que determinaba qué religión deberían profesar sus súbditos. 

Ya sé que esto es Historia, pero no prehistoria, y es algo que deberíamos tener presente cuando intentemos interpretar el pasado.


Algunas reflexiones, para terminar.

Que un país, grande o pequeño, tenga tres lenguas oficiales no sólo no tiene por qué ser un motivo de discordia, sino que por el contrario, como Luxemburgo o Suiza demuestran, puede y debe ser un elemento enriquecedor para sus habitantes. Excepto que sus gobernantes un día pierdan la cordura.

Cuando uno observa ciudades que han cambiado de manos docenas de veces a lo largo de la Historia, puede llegar a dos conclusiones. La primera es que lo que hoy estamos viendo, no siempre ha sido así y, con toda probabilidad, cambiará antes o después. Por otra parte, cabe preguntarse si tiene sentido dar la vida o quitársela a otros por una raya pintada en un mapa.




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Andanzas Mexicanas (III)
Oaxaca, la Gran Dama del Sur.
1.- Nunca viene mal algo de Historia.
El Estado de Oaxaca es uno de los más sorprendentes dentro de un País en el que lo insólito es la regla. De tamaño medio, es el 5º en cuanto a su extensión, aunque lejos de Chihuahua o Sonora. Cuenta con 18 grupos étnicos identificados, que hablan otras tantas lenguas diferentes, más algunos dialectos característicos de ciertas zonas. Es el más rico en cuanto a biodiversidad. Un dato: en el Estado de Oaxaca, hay más especies de aves que en todo el enorme territorio de los Estados Unidos
La Historia de lo que hoy conocemos como el Estado de Oaxaca, comenzó hace muchos años. 9.000, más o menos, según investigaciones solventes. Fue en los valles centrales donde en América el hombre dio el gran paso de recolector a agricultor. Hay evidencias de que vegetales como el maíz o la calabaza se cultivaban en estos lugares hace ahora 7.000 años. Es decir, Siglo más, Siglo menos, cultivos coetáneos del garbanzo en Sumeria.
Poco se sabe de aquellos predecesores de los pueblos actuales. Hay que esperar hasta el siglo X antes de Cristo, es decir, más o menos cuando se supone que Homero escribe o dicta La Iliada y la Odisea, para que muy cerca de lo que ahora es la Ciudad de Oaxaca, floreciera la cultura Zapoteca.
Monte Albán fue el centro neurálgico de esta cultura. Conectada comercialmente con los teotihuacanos y los totonacas, próxima a la que sería después la gran área de la Cultura Maya, la ciudad fue un centro urbano, ceremonial, cortesano y comercial, que se mantuvo como faro civilizado durante más de dos mil años.
 
    Han leído bien: más de dos mil años. Dicho de otro modo, más que lo que ocupa en la Historia el nacimiento desarrollo, decadencia y desaparición del Imperio Romano.
    Hoy, las proporciones de sus ruinas, la riqueza de las muestras que siguen descubriéndose, el tamaño de las edificaciones, la superficie que puede suponérsele a la ciudad, siguen asombrándonos. Pirámides,escalinatas, cúmulos ceremoniales, zonas habitacionales de los notables, hablan de lo que pudo haber sido este centro de civilización.


También Monte Albán tuvo su Juego de Pelota. Nadie ha sabido demostrarme si el popular juego fue originario de la cultura zapoteca, o si lo trajeron otros, quién sabe si los mercaderes de Teotihuacán, los sacerdotes totonacas, o los mayas.
Como tampoco hay absoluta certidumbre de quién era el sacrificado a los Dioses, si el ganador del juego, o el perdedor.
¿Qué mas da, a estas alturas?
Así que disfrutando de un clima soberbio, deambulamos entre Pirámides, estelas y escalinatas interminables.

Más o menos cuando en Italia florecía el genio latino en el "Trecento", cuando tal vez Petrarca ya hubiera muerto, Dante estuviera dando a los copistas La Divina Comedia o cuando Boccaccio correteara por las calles de Florencia antes de madurar lo suficiente para escribir su Decamerón, Los mixtecas tomaron el relevo de los zapotecas. No se extinguieron estos, pero cedieron el protagonismo a los recién ascendidos a líderes de los Valles Centrales.
Mitla sucede, pues, a Monte Albán y pasa a ser el centro político y religioso desde el que se ordenan las transacciones comerciales y se organizan las relaciones con pueblos vecinos, al Norte, Este y Sur.


Mitla carece de la grandiosidad de Monte Albán, aunque, por otra parte, esta cultura que se desarrolla desde el S. XIV hasta la llegada de los españoles dos siglos después, muestra un superior grado de sofisticación en cuanto a los elementos decorativos de los edificios que aún se conservan.

Por otra parte, la cercanía en el tiempo trae consecuencias contradictorias: hay elementos que se conservan en muy buen estado, como pavimentos o tumbas, mientras que en otras ocasiones, pareciera como si los recién llegados no encontraran mejor manera de hacerse con la situación que destrozar cuanto pudiera resultar simbólico para los mixtecas. 




Una vez más, como tantas otras ocasiones en la Historia, la Religión de los que terminaron con Mitla se vio "obligada" a fagocitar las viejas creencias, de manera que construye sus templos sobre los viejos paramentos de lugares de culto anteriores 

Ni es el primer caso, ni, me temo, será el último. Ésta es una imagen representativa de lo que vengo diciendo: la Iglesia de la nueva Mitla, sobresale por encima de los restos de construcciones mixtecas.
2.- Oaxaca hoy. El Estado y la Ciudad.
La Oaxaca que ahora puede disfrutarse nace a partir de la segunda década del Siglo XVI. Es una ciudad, al menos su Centro Histórico, trazada a cordel, con calles amplias (ya quisieran para si esas proporciones muchas zonas de desarrollo urbano contemporáneo), plazas de generosas proporciones, armónica en cuanto a su altura, y de un extraordinario colorido Que nadie vea un reflejo de mi condición de español en estas afirmaciones. El territorio de Oaxaca tiene una Historia admirable, como ya he dicho, pero antes de llevar una hora recorriendo la ciudad actual, es imposible no admitir que es la herencia virreinal, junto a otros elementos de los que hablaré, la que establece el carácter actual de la ciudad.


Iglesias soberbias, como la del Convento de Santo Domingo una de las señas de identidad de la ciudad, Santo Domingo, mucho más que una mera Iglesia por grandiosa que pueda parecernos.


O la Catedral, otro magnífico ejemplo barroco, cuyo interior capté en plenas celebraciones litúrgicas, entre nubes de incienso, con el templo lleno de fieles de todas las edades y de ambos sexos.
Algo que siempre me ha llamado la atención en uno de los poquísimos Estados que han tenido hasta hace bien poco tiempo una Constitución, no laica, sino atea.


Tampoco se queda atrás en cuanto a suntuosidad el interior de La Soledad. Templo erigido en un entorno que hace resaltar sus proporciones majestuosas. Siempre me he preguntado cómo es posible que un país como la España de los Siglos XVI y XVII, pobre y despoblado, lograra llenar de curas, frailes y monjas, templos y conventos en tantos lugares.

Ésta es otra toma, nocturna esta vez, del lateral de la Iglesia de la Soledad.
Pero si abandonamos la Ciudad de Oaxaca y recorremos tierras próximas, encontramos otros buenos ejemplos de lo que acabo de decir.








Éste, sin ir más lejos, es el conjunto de templo y convento de Santo Tomás en Jalieza  










  




Y éste otro, el de San Jerónimo en Tlacochahuaya, cuyo delicado interior, muros y techumbres pintados con un exquisito buen gusto y un colorido muy lejano de la austeridad castellana, vuelven a asombrarnos, tal como refleja la fotografía bajo estas líneas.






 Aseguro a mis lectores que podría seguir durante un buen número de  páginas añadiendo fotografías de templos, conventos, ermitas, capillas, lo que se quiera. Despido este apartado con la imagen de la Iglesia de Ocotlán. ¿Podríamos calificar el estilo como Virreinal? Creo que sí 






Volvamos, pues a la Ciudad de Oaxaca y demos un breve paseo por sus calles.





Oaxaca cuida su Centro Histórico con verdadero mimo. Sus casas se mantienen inalterables, con la misma estructura y los mismos colores de antaño porque las autoridades locales no sólo lo exigen así, sino que ayudan a sus ciudadanos a sufragar los costos del mantenimiento.


No es extraño encontrarse por cualquiera de las calles céntricas mujeres ataviadas con trajes típicos, sin que haya ninguna razón festiva especial. Tal vez, nada más una modesta celebración de tal o cual calle, o gremio, o escuela, o lo que quiera que sea.
En esta ocasión, Blanca se ha fotografiado con una istmeña que luce sus mejores galas orgullosa de su prestancia.





He aquí otra muestra más, encima de estas líneas, de lo dicho a propósito del cuidadoso mantenimiento de un patrimonio urbano digno de ser conservado y mantenido alejado de la especulación.

Y a la derecha, el modo en que se espera la llegada de la novia al templo, para dar comienzo a la ceremonia.






El pueblo oaxaqueño es alegre. Sale a la calle con el menor pretexto, visten sus ropas clásicas y recorren bailando la ciudad ante los ojos asombrados de los viajeros. Me he permitido incluir una fotografía,






del desfile que pude ver a lo largo de la calle Macedonio Alcalá. Pregunté la razón del cortejo. Una escuela celebraba, creo recordar su trigésimoquinto aniversario. Motivo más que suficiente para cantar y bailar.








3.- Mercados, gentes, curiosidades.



No importa cuáles hayan sido mis impresiones ante edificios coloniales, ruinas zapotecas o mixtecas, festivas celebraciones del Día de Muertos, lo que de verdad me impresionó en Oaxaca, ciudad y Estado han sido sus gentes.



Hablo de un territorio en el que las etnias originarias y los mestizos suman mucho más del 50 % de la población. De unos pueblos donde se sigue vistiendo, hablando y comerciando a la antigua.



De un Estado donde se sigue aplicando la vieja Ordenanza de Carlos V que impuso a los españoles la obligación de respetar los "Usos y Costumbres" de cada asentamiento en cuanto al modo de elegir a sus representantes.


Es posible que no siempre se obedeciera la voluntad de un Emperador que estaba a tres meses de distancia y un océano de por medio. Hoy, sin embargo, en virtud de este cuerpo legal, en las 3 cuartas partes de los 570 Municipios oaxaqueños se elige a los dirigentes locales, al margen de los grandes Partidos nacionales o de cualquier otro mecanismo intermedio en asamblea abierta a todos los vecinos.


Por estas calles maravillosas, limpias, sin construcciones aberrantes que ofendan el buen gusto, uno puede ver una mañana de octubre a señoras como la de la fotografía camino de quién sabe dónde.

Hay sitios donde la presencia de gentes de las etnias originales se reserva para curiosidades turísticas. En Oaxaca, no. Allá el zapoteco, el mixteco, cualquiera de los pertenecientes a los dieciocho etnias censadas, se encuentra en su mundo. Tanto que a veces tienes la sensación de que el intruso eres tú.



Ésta es la cocina, casi me atrevería a llamarla laboratorio, donde trabajan Abigail Mendoza y sus hermanas. Abigail no es una más. Es una excelente cocinera que ha representado a su tierra fuera de Oaxaca, y hasta en Europa.

Una mujer de carácter, animosa y sin complejos, que en cierta ocasión, en Europa, amenazó con volverse a su casa si la obligaban a prescindir de su vestimenta tradicional y lucir otro uniforme a tono con la supuesta prosapia del restaurante en el que iba a trabajar. Se salió con la suya, por supuesto.

En su restaurante Tlamanali, en Teotitlán del Valle, no sólo se puede almorzar una selección de la mejor cocina zapoteca, y degustar mezcales soberbios, sino adquirir alguna de las alfombras tejidas en telares artesanos por ellas mismas. Todo un descubrimiento.




Si en Teotitlán se producen alfombras, en San Martín de Tilcajete, los artesanos locales se dedican a la producción de alebrijes. Increíbles figuras, de una imaginación desbordante, colores vivísimos, y un proceso prolijo, lento, punta de navaja, lija, pincel y tintes naturales; meses a veces, para terminar dando forma a un animal fabuloso, fantástico, que realza cualquier habitación que adorne.

En algún momento, hace años, alguien me dijo que para conocer el alma de una ciudad, es preciso entrar en sus templos y en sus mercados. Ya he hablado de los templos.


Elijo algunas de las docenas de fotografías tomadas aquí y allá, en los mercados de la ciudad de Oaxaca, o en Ocotlán, o en Coyotepec, o en Jalieza.

 

En todas partes observé cientos de hombres y mujeres afanándose en vender, o en comprar, que viene a ser lo mismo, o lo contrario.

Les veía, a veces, con el teléfono en la oreja, mirando la mercancía, consultando quién sabe con quién, en lenguas por completo desconocidas, incomprensibles para mí, lo que no llego a calificar de paradójico porque el progreso llega más allá de lo que uno espera.

En algunos puestos, se vendían pavos, guajolotes, en su variante mexicana.






En otros, cacahuates recién tostados, aún calientes, sabrosos, aunque te dejaran las manos tiznadas de hollín












Déjenme que me despida con esta imagen de la joven vendedora que aceptó la ayuda momentánea de Blanca, como dependienta de supuesto en el Mercado de Oaxaca.
Podría seguir hablando de materias que ameritan comentarios: del mezcal y sus exquisitas variantes actuales, mezcales artesanales elaborados a partir de agaves salvajes con siete años mínimo de edad, el espadín, el tobalá, el curiosísimo mezcal de pechuga, elaborados a la antigua, sea en barro o en acero.
Tendría que haberme referido a los obradores donde a pie de calle elaboran el chocolate que se inventó por estas tierras, y que te despachan según tus propias exigencias.
No importa: siempre hay que terminar lo que se empieza, y casi nunca se agotan los temas tratados. Otra vez volveré y hablaré de lo que ahora omito.
Volveré, decía pero quién sabe cuándo. Hacía veintiún años que no estaba en esta ciudad extraordinaria, para mí la número uno de la República, en un país donde elegir la más bella ciudad no pasa de ser la manifestación de tus preferencias personales. Guanajato, Querétaro, Morelia, San Miguel de Allende, Mérida, San Cristóbal de las Casas y algunas otras, tienen méritos más que suficientes como para que cualquier otro viajero se incline por ellas como la ciudad más hermosa de México.
Cierto, pero mi elección, antes y ahora, se decanta por Oaxaca.




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Andanzas mexicanas (II)
Un D.F. siempre sorprendente.

1.- Lo viejo y lo nuevo
La Ciudad de México, la inabarcable capital de la República, la heredera de la vieja Tenochtitlan, la joya de la Corona en los tiempos del virreinato, sigue, fiel a sí misma, transformándose a diario. Dicen que ha llegado a los 30 millones de habitantes. Otros creen que eso es un tanto exagerado, pero es, sin duda alguna, una ciudad desmesurada. A veces he dicho que si trajéramos a Madrid la Avenida de Insurgentes y la hiciéramos arrancar de la Plaza de las Pirámides llegaría hasta la Plaza de Zocodover en Toledo.
Palacio de Bellas Artes



 Conserva el encanto de las aportaciones urbanísticas del "Porfiriato", que también en México, como en todo lugar, las Dictaduras tratan de justificarse ante la Historia con sus realizaciones en las obras públicas.

El Palacio de Bellas Artes, sigue siendo uno de los edificios representativos del D.F.
Museo Soumaya
Y, al mismo tiempo, la ciudad se está dotando de ejemplos soberbios de la arquitectura actual.

El Museo Soumaya, en el Carso, se ha levantado en un espacio donde hasta hace bien poco tiempo aún podían verse las viejas naves de un complejo industrial.
Hoy es un entorno urbano diferente, dos museos, una magnífica galería  comercial y edificios que dan cobijo a las sedes de empresas nacionales y multinacionales.




La nueva arquitectura del Paseo Reforma


En cuanto al Paseo de la Reforma, estamos ante uno de los ejemplos de cambio urbanístico más evidente y más ambicioso de cuantos se han dado en grandes ciudades.
Las generosas dimensiones del Paseo han permitido pasar de los palacetes de los años 20, algunos de los cuales han pasado al recuerdo, a una serie creciente de edificaciones modernísimas, sin que Reforma deje de ser lo que siempre fue: el santo y seña de la capital.
El DF, por supuesto, no ha tenido más remedio que pagar el tributo de la desaparición de algunos palacios. 
Alebrijes en Reforma



Y, desde luego, lo que la ciudad conserva es su talante lúdico, festivo, imaginativo, capaz de aunar lo popular y lo erudito, en manifestaciones que enseguida arraigan en el sentir colectivo.
Una mañana de domingo tuvimos la fortuna de presenciar en Reforma el desfile de más de trescientos alebrijes gigantes, representantes de otras tantas entidades civiles.
Desfilaron entre músicas, bailes, charangas y banderas antes miles y miles  de asombrados espectadores entre los que tuvimos el privilegio de encontrarnos.
  






Otra tarde, nuestra amiga Patricia Quintana nos consiguió una visita a la mansión que en su día dio cobijo a Emilio Fernández, "El Indio Fernández", uno de los grandes del cine mexicano.
La casa preparaba ya "El día de Muertos" lo que añadía un atractivo singular al lugar.
Recorriendo estancias, patios y jardines, uno podría pensar que estaba en una construcción de finales del Siglo XVII. No es así, la imaginación del Indio Fernández y la sapiencia de su arquitecto, lograron el milagro de levantar a mediados de los 50 del siglo pasado tan singular mansión.




He caído a veces en la tentación de creerme conocedor de la Ciudad de México, de pensar que nada se oculta ya a mis recuerdos.
En absoluto. Mis amigos Eduardo y Georgina Pinedo nos llevaron a ver el Convento-Museo del Carmen.
A dos pasos de San Ángel, habíamos pasado delante de él docenas de veces. Ahora, además podemos decir que lo conocemos.




Recorrimos su interior, tomamos nota de la notable colección de momias descubiertas en uno de sus osarios, admiramos los cuatro altares de muertos dedicados a otros tantos benefactores del convento, salimos al pequeño jardín bordeado por el acueducto que en su día surtía de agua al convento y marchamos al cercano San Ángel.



 He aquí dos de tantos ejemplos posibles de los cambiantes mundos que encierra el Distrito Federal.
Sobre estas líneas, un abigarrado mostrador de alguno de los cientos de puestos y tiendecitas del Bazar del Sábado (visita obligada para Blanca y para mí, siempre que ese día de la semana estamos en la ciudad).
A la derecha, una muestra de la creciente riqueza de fondos que pone a disposición del visitante, el Museo Nacional de Antropología e Historia, en el Parque de Chapultepec.

2.- Comer y beber en Ciudad de México
Desayunar en México, sigue siendo algo de gran importancia. Es una magnífica forma de empezar bien el día.

Fue algo que siempre me llamó la atención, desde aquel lejano enero de 1994 en el que visité el país por primera vez.


Algo, no obstante, está cambiando. No lo he percibido en el DF pero sí en otros lugares como Nuevo Vallarta: allá donde predomina el turismo gringo, los desayunos empiezan a abandonar viejos platos mexicanos, chilaquiles, frijoles refritos, huevos revueltos con machaca, a favor de especialidades apreciadas al Norte del Río Grande.




Ese fenómeno que, personalmente valoro de forma negativa, no lo he percibido en los sitios donde he acudido a desayunar, tanto en mi anterior visita en febrero, como ahora.


"Cardenal", con locales abiertos en la Calle Palma, en la Avdª d Las Palmas y en la Avdª Juárez, sigue como siempre (no conozco el tercero que cito): abarrotado siempre, con un servicio lindante con la excelencia y con la variedad, calidad y abundancia a la que nos tiene acostumbrados.



 






"Arroyo", por su parte, sigue inmutable: asombrando a propios y extraños por el difícil reto de conseguir que el cliente se sienta a gusto, bien atendido, en el mayor restaurante que yo haya  visto. Tampoco en esta ocasión me ha sido posible acudir a mi cita con los chicarrones, los huevos divorciados o su fenomenal café de olla.

 
Un descubrimiento que le debo a mi amiga Carmen Esquitín: El Restaurante "Lalo's", en la Colonia Roma
 
 
 

Fue un desayuno memorable, platos abundantes, los de siempre, justos de punto, los chilaquiles recién hechos, huevos divorciados o rancheros, frijoles refritos, jugos hechos para nosotros, dulcería magnífica, en un local que funde y rescata el antiguo concepto de mesa corrida, con una configuración moderna en cuanto a la decoración.
Un restaurante, en suma, donde dedicar al crucial momento del desayuno el tiempo lento que la ocasión merece, rodeado de amigos.
Dos advertencias: en fin de semana no hay que descartar un cierto tiempo de espera antes de que la afluencia de una clientela entendida y creciente permita al recién llegado sentarse a la mesa. No olvidéis, por otra parte, que las cantidades que llegan a la mesa pueden aconsejar compartir platos. 

Sigue en marcha el proceso de cambios conceptuales en la restauración mexicana. Por una parte, desde el punto de vista estético, las fórmulas antiguas -restaurantes ubicados en emplazamientos señoriales, edificios virreinales muchas de las veces- está de retirada. Cenamos en "La Hacienda de los Morales": sus tiempos de esplendor pertenecen al pasado. Por el contrario, restaurantes como "Silvestre", sobre estas líneas, son un portento de buen gusto en la decoración, de buen hacer en los fogones y de un servicio impecable. Se ve la mano de Mónica Beteta.
Por otra parte, cada vez más, la estética es algo que se tiene en cuenta: los viejos platos señeros de la cocina mexicana, se actualizan y llegan ala mesa en composiciones cromáticas y, me atrevería a decir, escultóricas, dignas de cualquier tres estrellas europeo.
Por último, proliferan locales ubicados en centros comerciales, cuya calidad, atención a los detalles y síntesis de sentido práctico en cuanto a emplazamiento y horarios y culto a los fogones, los colocan, me parece a mí, por delante de sus equivalentes españoles. Un magnífico ejemplo de cuanto digo es "Maison Kayser", de cuyo local en Santa Fe sólo puedo deshacerme en elogios. Lucero y Pablo, sus mentores, saben lo que se traen entre manos.  
Y todo ello, sin haber pensado en  abandonar los viejos hábitos de siempre. Almorzamos en "La Cantina Coyoacana", al lado de la Plaza, muy próximo ya "El Día de muertos". Sabores de siempre en un ambiente distendido, informal, donde degustamos algunas de las delicias de las que siempre cabe esperar en las cantinas que han dado fama al DF.  
 
 

Muy cerca, en la placita interior del Museo de Culturas populares, encontramos una feria de productos gastronómicos, donde, además de disfrutar de los increíbles tamales salidos de la sapiencia de Beatriz Ramírez Woolrich, mucho más que una simple cocinera (¿o debería decir "mayora"?) no me resistí a la tentación de fotografiar a la belleza que atendía uno de los puestos 

Y, siguiendo los conocimientos de Carmen Esquitín, disfrutamos de los postres de un pequeño restaurante, apenas tres mesas en el interior y media docena más en la terracita. "La Ruta de la Seda", un establecimiento que habrá de contarme en el futuro como cliente asiduo.

3.- El Día de Muertos.
Por fin, más de veinte años después de haber pisado México por primera vez, he pasado allí el "Día de Muertos"
Antes de observar las fotografías que acompañan a estos comentarios, permitidme algunas frases a propósito de la significación de esta festividad singular.
El Día de Muertos es una fiesta alegre, en las antípodas de las lúgubres costumbres que enseñorean el Día de los Difuntos a la española y, más aún de las extrañas prácticas llegadas de las brumas anglosajonas de eso que amenaza con borrar tradiciones mexicanas y españolas, el Halloween, que se extiende como una plaga allá donde llega la influencia del Imperio USA.
México ha fundido, ha sincretizado ancestrales prácticas prehispánicas con la rica imaginación surgida del encuentro entre las culturas autóctonas y la influencia hispana. Es un día para recordar con cariño a los que se fueron. No hay nada siniestro, de lastimero, de lacrimógeno; todo es alegría, simbolismo y color.


Se espera la llegada de los ausentes, se les evoca con miríadas de figurillas en madera de copal, en papel maché, en hojalata, en cualquier material disponible, que adoptan las formas de las calacas, meras representaciones de esqueletos que danzan, ríen, se sientan a las mesas de los restaurantes o se asoman a las ventanas, como si quisieran volver a verificar cuánto ha cambiado el mundo desde que se fueron. 


 











Y junto a las calacas, las catrinas, creación muy posterior, del Siglo pasado, me dicen, que son calacas vestidas de cualquiera de las formas que al autor se le pueda ocurrir. 

 
 
 




Esta catrina, por ejemplo, fotografiada en Oaxaca, observa elegante y atenta cuanto ocurre más allá de la verja de su ventana, en los aledaños de Santo Domingo 
 
 

Y esta otra se asoma confiada al balcón, en el andador Macedonio Alcalá, también en Oaxaca, una de las ciudades, junto a Taxco o Puebla donde la festividad alcanza mayor esplendor. 
 
Fotografié a Blanca en un patio interior, junto a un restaurante entre una calaca y una catrina, rodeadas de plantas y flores. Es uno de los innumerables ejemplos que pude haber traído a esta entrada.

Estas tres calacas, vistas en Coyoacán, sobre la barda de una de tantas mansiones que uno puede imaginar imponente tras los altos muros que tan frecuentes son en esa parte de la ciudad.
Desde algunos días antes, uno puede observar por todas partes, en calles, plazas, escaparates de comercios, en comedores de restaurantes, y, desde luego, en Iglesias y domicilios particulares, los Altares de Muertos.
El Altar es un homenaje de bienvenida a los espíritus de los difuntos cuya visita se espera.
Se configura delante del Altar, un Camino, para indicar al que ha de venir por dónde puede llegar a su Altar. El camino, casi siempre hecho con flores amarillas, cempasuchitl, aunque también pueden confeccionarse con tierras de colores, con aserrín coloreado, o con cualquier otro material que la imaginación sugiera, llega hasta el pie mismo del Altar. 

Estas calacas, jugueteando sobre la banca que corre al lado del Camino, pertenecen a un Altar que encontré en el Convento del Carmen, del que antes hablé. No hay, pues, oposición ni rechazo alguno entre el sentir popular y la Jerarquía eclesiástica.
Y este Altar estaba situado en uno de los patios del Museo de las Culturas populares.



 


Éste puede ser un buen ejemplo de Camino suntuoso, representando figuras precolombinas, muestra, como decía, del sincretismo de la fiesta. 



Ya he dicho que el Altar es un homenaje a los que se fueron. Suele tener varios niveles. En el inferior hay siempre alguna alusión al inframundo que representa y del que e supone que vienen los espíritus de los muertos.
En niveles superiores, se ofrendan a los difuntos aquellas cosas que les gustaron en vida: los platillos que prefirieron, las bebidas por las que mostraron predilección, y hasta el tabaco que fumaron en vida, junto a libros que gozaron de su estima y fotografías que les recuerden.
Cada generación tiene su nivel, reservándose el más alto de todos a los que antes dejaron el mundo de los vivos.
Todo esto, la confección del Camino, la decoración del Altar, se lleva a cabo colectivamente, por quienes en tiempos pasados fueron los deudos de los que ahora vuelven, en un clima alegre, festivo, propicio para las invitaciones, que tuve ocasión de comprobar cómo cualquiera que te vea observando a través de una puerta abierta su Altar, habrá de invitarte a pasar, darte cuenta de qué representa su altar y hasta, llegado el caso, ofrecerte un trago de cerveza de mezcal. Eso dependerá de cuáles fueran las preferencias de los homenajeados.
Para terminar, la noche de muertos, todo el mundo se echa a las calles, llena las plazas y deambula de altar en altar, se toma un respiro para cenar o beber algo al paso y continuar hasta que el cansancio les devuelve a sus casas.







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Andanzas Mexicanas (I)
Contrastes.
0.- A modo de introducción a la serie.
Cuando vuelvo de un viaje, tengo por costumbre dejar pasar algún tiempo antes de escribir. Tal vez el relato pierda fragancia y frescura, pero el poso de la distancia me ayuda a ordenar mis ideas. Pasan dos, tres semanas, y tengo la impresión de que la memoria filtra de modo natural lo importante de lo accesorio.
Esta vez han sido 44 días en México. Tiempo suficiente para volver algunos lugares que ya conocía, no importa el tiempo que llevara sin verlos, como Taxco, Acapulco o la impresionante Oaxaca, y descubrir otros, Guadalajara, Tequila, Tepic, San Blas, y algunos más, a los que iba por primera vez. Como tantas otras veces, Blanca, mi mujer, otra enamorada de México, me ha acompañado.
Creo que en esta ocasión, la  variedad de escenarios y la abundancia de material gráfico, así como las fechas en las que hemos estado en México, justifican el que fraccione el relato en varias entregas. Todo el que escribe aspira a ser leído y no es el blog el mejor medio de lograrlo si se abusa de la extensión.
Así que he previsto los siguientes apartados, entregas, o capítulos.
I.- Contrastes.
II.- El D.F.
III.- Oaxaca, más bella que nunca.
En esta primera entrega hablaré de contrastes que me han sorprendido en nuestro recorrido e intentaré dar alguna prueba gráfica de lo que vaya diciendo.  

1.- Guadalajara y sus alrededores.
La ciudad...
    Guadalajara, la segunda ciudad del país, alrededor de 4 millones y medio de habitantes en su área urbana, no figura en mi opinión, entre las grandes de México en cuanto a interés artístico. Guanajuato, Querétaro, Morelia, Puebla y, sobre todas Oaxaca, son un quinteto inalcanzable. Guadalajara es otra cosa. Es una ciudad pujante que basa su carácter presente en el desarrollo económico, en su industria, sus finanzas, sus servicios.
Es una ciudad ordenada, pese a que esté soportando ahora las obras del Metro, más orientada al futuro que al pasado, cuya zona moderna alberga las sedes de las principales empresas, los mejores hoteles y los más significativos edificios de arquitectura actual 
Cuenta con un Centro Histórico cuidado, interesante por las notas diferenciales respecto de las grandes ciudades virreinales.

Su Catedral, una de cuyas posibles vistas incluyo a la izquierda, es un ejemplo de arquitectura alejada de las grandes del barroco mexicano.



Mención aparte merece el Centro Cabañas, el antiguo Hospicio Cabañas, cuya fachada puede verse en la fotografía adjunta.

Es un edificio de estilo neoclásico, construido a principios del S. XIX con ciertas similitudes con el Palacio de la Minería de la Ciudad de México



 En mi opinión, se trata del más importante conjunto arquitectónico del Estado de Jalisco. No sólo por el empaque, las proporciones, el estado de conservación y la concepción del edificio en sí, sino porque guarda en su interior un verdadero tesoro: los impresionantes murales de José Clemente Orozco.

Sólo ellos justificarían una visita a Guadalajara.

Por lo demás, vale la pena pasear el Centro Histórico sin prisas, detenerse ante la Catedral, conocer su interior, deambular por la Plaza de Armas, ver el Teatro Degollado, los edificios que albergan el Gobierno de la Ciudad, conocer sus fuentes, descansar ante el Monumento a los Hombres Ilustres.




Uno de los sobresalientes murales de José Clemente Orozco, uno de los tres grandes muralistas que el Siglo XX mexicano regaló al mundo.



Y antes de escribir sobre los alrededores de Guadalajara, he querido incluir este graffiti que encontré en una calle cualquiera. No está mal como declaración de intenciones.
... Y sus alrededores: La Laguna de Chapala y sus pueblitos.
A menos de 50 Km de Guadalajara, el Lago o la Laguna de Chapala, es uno de los puntos interesantes del Estado. La laguna es la mayor de la República, con unas dimensiones de 80 km de longitud por 18 de anchura.




Este enorme depósito de agua dulce, fronterizo entre los Estados de Jalisco y Michoacán, suministra la mayor parte del agua que consume la Capital del Estado, da cobijo a miríadas de aves acuáticas y es un polo de atracción turística. 

 De entre los varios islotes que alberga su interior, tuve la ocasión de visitar La Isla de los Escorpiones, centro ceremonial de la etnia chol, donde aún siguen celebrando periódicamente algunos de sus ritos.

Cuenta, además con una capillita minúscula, apenas capaz para docena y media de fieles, decorada con un aire inocente enternecedor. 



El sincretismo de los visitantes de la capilla, queda reflejado en este mural que decora el interior de la capilla.



La islita, en temporada, es lugar frecuentado por un turismo local que encuentra acomodo en algunos de los elementales merenderos abiertos al lado mismo de las aguas,
Éste puede ser un buen ejemplo de lo que estoy comentando acerca de los merenderos que uno puede encontrar en La Isla de los Escorpiones.
En las riberas de la Laguna hay algunas localidades singulares. La propia Chapala, sin ir más lejos, aunque prefiero, no obstante, dejar constancia de cómo nos gustó Ajijic.



El pueblito es una pura delicia. Calles tranquilas, apenas cruzadas por algún vehículo a motor, con bardas y paredes decoradas con un gusto sorprendente
    Poco a poco, la tranquilidad de Ajijic, la cercanía de la Laguna (en realidad, sus aguas llegan hasta el final de algunas calles), la bonanza del clima y la cercanía de una ciudad como Guadalajara, con todos los servicios necesarios para asegurar el confort y la seguridad, ha ido haciendo del pueblo un lugar de estancias estables para una colonia creciente de jubilados norteamericanos. No obstante, al menos por el momento, Ajijic no ha perdido un ápice de su mexicanidad.


Ajijic vive por y para el comercio de artesanías. Alternan las tiendas en las que predomina el carácter nativo en todos sus aspectos, incluida la etnia de los dependientes,
con aquellas otras en las que uno podría pensar que estaba en la Toscana, si no fuera por el inequívoco sentido de los artículos y objetos expuestos a la venta. Pero no, no es la vieja Europa, sino un rincón mexicano, escondido para la mayoría de los visitantes que se dejan tentar por maravillas extraordinarias y no les alcanza el tiempo para llegarse hasta escondites sólo disponibles para los que tenemos la fortuna de movernos entre mexicanos. 







San Pedro Tlaquepaque.
Al lado mismo de la capital, formando parte, de hecho, de su misma aglomeración urbana, se encuentra San Pedro Tlaquepaque, o Tlaquepaque a secas.



 Algo más de 600.000 habitantes que han logrado convertir su Municipio en lugar que atrae a diario a miles de curiosos de la Capital y a un número creciente de turistas.

No sólo el Andador es sugerente


Tiendas en las que, como en la de la fotografía, se conserva un sabor añejo a viejo establecimiento comercial de hace un siglo al lado de otras en las que están presentes las últimas tendencias del diseño internacional.



Calles bulliciosas, extraordinariamente cuidadas en todos sus aspectos, pavimento, limpieza, mobiliario urbano, donde se encuentran restaurantes, tequilerías, cantinas llenas de colorido donde sentarse a consumir alguna de las especialidades locales, entre las que me gustaría destacar la "casuela", recipiente bajo y ancho donde se mezclan frutas, agua y tequila al gusto para configurar una de las bebidas refrescantes más imaginativas que he degustado en los últimos tiempos.
Detalle de ornamentación callejera en Tlaquepaque.
Zapopan
Se trata del más grande de los Municipios de área urbana de Guadalajara. 1.250.000 habitantes, a tan sólo 9 km de la Capital, lo configuran como uno más de los barrios de la ciudad, aunque lo cierto es que tiene su propia personalidad, y características que lo diferencian bastante de la cercana metrópoli.


La mayor parte de lo que ocurre en Zapopan, tiene relación directa o indirecta con la Basílica de Zapopan, santuario franciscano construido en estilo barroco tardío, que fue terminado muy a finales del S. XIX.
Cada 12 de Octubre, la Virgen de Zapopan es llevada en procesión desde la Catedral de Guadalajara hasta el santuario de la vecina localidad, en medio de danzas prehispánicas, acompañada por decenas de miles de fieles y por centenares de vendedores de artesanías más o menos auténticas y especialidades gastronómicas locales.




A diario, la gran plaza que se extiende ante la Basílica está rodeada de puestos de comida y de restaurantes abiertos al gran espacio urbano 

Y justo al lado de la entrada principal a la Basílica, nos encontramos con esta jovencísima pedigüeña, que atendía a su hermano, menor aún que ella, a quien tenía recogido en una simple caja de cartón.


¡Tequila!

La ciudad:
Con algo menos de 40.000 habitantes, lo primero que puede decirse de Tequila es que es un pueblo de dimensiones humanas. Calles rectas trazadas a cordel, pocas alturas, empedrados antiguos, inmuebles muy bien conservados, tendidos eléctricos ocultos a la vista, Historia suficientemente documentada y entorno natural atractivo, le han dado los elementos necesarios para formar parte del selecto grupo de hasta, creo, cincuenta y dos "Pueblos Mágicos" con los que cuenta México.
El territorio fue antes poblado por belicosos chichimecas y otomíes que tardaron bastante en cejar en su empeño de oponerse al Imperio Español



Para llegar a Tequila, pueden utilizarse dos medios de transporte. Uno, el recomendable, del que nosotros no pudimos disfrutar porque no había asientos disponibles, el "Tren del tequila". Es un trencito turístico que hace el recorrido Guadalajara /Tequila / Guadalajara a través de campos sembrados de agave. "El paisaje agavero" forma parte hoy día del Patrimonio Natural de la Humanidad.




Tengo entendido que la belleza del recorrido se ve reforzado por la constante ingesta del más tradicional de los aguardientes mexicanos. Nosotros no pudimos disfrutarlo, así es que llegamos a Tequila a bordo de un prosaico automóvil. Fue más rápido, no sé si más cómodo, pero sin duda menos atractivo.








  Tequila respira tranquilidad en sus calles. Un vago aroma a alcohol perfumado y un tanto embriagador te va envolviendo. Se trata de un olor que inunda la atmósfera, proveniente sus duda de las muchas destilerías que vas encontrando a cada paso.




¡Es el aroma del tequila!
El aguardiente.
Cada año salen al mercado una media de 250 millones de litros de tequila. A saber: aguardiente obtenido a partir del agave azul. Cosechado con un mínimo de tres años de edad, destrozados los corazones de la planta, mezclados con agua, fermentados, destilados dos veces y embotellados, terminarán en la estantería de un bar en cualquiera de los cinco continentes.


Para que un aguardiente pueda ser denominado tequila tiene que reunir las siguientes condiciones:
1ª.- Haber sido elaborado en el marco de la denominación de origen: no sólo tequila o Amatitlán, que se disputan la cuna, sino en el Estado de Jalisco o en zonas limítrofes de Guanajuato, Nayarit o Michoacán, o en cierta región de Tamaulipas.
2ª.- Que los azúcares fermentados procedan, al menos en un 51 % del agave azul.

Puede haber quien piense que se trata de un aguardiente reciente. Nada más lejos de la realidad. Hace algo más de cuatro siglos, 410 años, para ser exactos, Pedro Sánchez de Tagle, puso en funcionamiento la primera destilería.


 Tal vez en los albores del S.XVII, las técnicas de elaboración fueran menos sofisticadas que las actuales. De entonces (y hasta no hace mucho tiempo) podría venir la costumbre de acompañar la ingesta de tequila con sal y limón. Hoy nadie lo haría salvo que se tratara de soportar un sucedáneo del tequila.

Cualquiera de los tipos de tequila que hoy se consumen, blanco, joven, reposado, añejo y extra añejo, según hayan pasado más o menos o ningún tiempo en barricas de roble, merecería una mixtificación de esa naturaleza.

Visitamos dos destilerías:





"Sauza", en la que dedicamos buena parte del tiempo a empaparnos del proceso de recolección de las piñas del agave, su tratamiento hasta que entraban en los alambiques,




Y "Cuervo", tal vez la más antigua de las que siguen operando, en la que dimos más importancia al producto final y sus variedades.

Blanca observa una enorme piña de agave de más de 40 kg. ante la atenta mirada del jimador.


  


Instalaciones de Casa Cuervo


2.- Acapulco. Lo viejo y lo nuevo.

¡Acuérdate de Acapulco...!
El Acapulco que cantó Agustín Lara en honor de María Félix, desapareció hace muchos años. Ya no hay playas solitarias donde muchachas bonitas enjuagan las estrellas de mar en la orilla, mientras "su cuerpo del mar juguete, nave al garete venían las olas, lo columpiaban". Murió de éxito, o de codicia, o de mal gusto, qué mas da. La bahía de Acapulco, la bellísima bahía 

 sigue ahí, dispuesta a ser admirada por cuantos la observen desde lejos, cuanto más lejos mejor,  desde la Ermita de Nuestra Srª de La Paz, por ejemplo.

No se ve tan mal en la distancia, porque, pese a todo, el tamaño de los bloques de viviendas, de los Hoteles de lujo, o que al menos algún día lo fueron, parecen chiquitos al lado de la grandiosa bahía y de los montes lejanos.


Pero no es más que una ilusión, un decorado, una postal. Detrás de esos farallones de cemento, sólo hay edificaciones ramplonas, aglomeradas las unas sobre las otras, restaurantes de medio pelo, ni siquiera auténticos, sino sólo versiones de lo que un turismo de advenedizos entiende por "mexicano".


Sólo la puesta de sol desde la quebrada es auténtica. El sol sigue fiel a su cita con el horizonte empalideciendo con sus últimos rayos la mediocridad en la que ha caído la ciudad que una vez fue referente mundial de un destino soñado. Los clavadistas siguen jugándose la vida cada tarde, cada anochecer, para ganarse unas monedas, cada vez menos, que les hagan olvidar que son ellos quienes lo ponen todo.
Hay otro Acapulco, desde luego. El Acapulco de las zonas exclusivas, como "El Palmar". Campos de golf, playas solitarias, limpieza escrupulosa por doquier, y departamentos, villas y mansiones al alcance de muy pocos.


 ¿Es el mismo mar que el de la fotografía anterior? ¿El sol que está a punto de hundirse en el horizonte es el mismo?

Por supuesto que sí, pero hay muchas maneras de estar bajo el sol.

En esta zona de Acapulco, se vive de otra forma. No llega aquí el ruido, ni el maloliente gas de los tubos de escape de decenas de miles de coches que se atropellan y se estorban buscando algo que ya no existe.



Aquí, en este otro Acapulco, uno puede pasear por la playa y ver delante de él al pájaro que corre sin parar tratando de atrapar cangrejos minúsculos





Después, cuando llega el almuerzo, uno puede elegir sitios aún sin adulterar, como alguno de los restaurantes cabe la Laguna de Tres Palos, laguna llena a reventar de pescados a cuya captura artesanal se dedica una buena partida de familias

que viven de esa industria con siglos a sus espaldas.


Sus capturas se venden  a Restaurantes como "Beto Godoy" que apenas un par de horas o tres de haber salido el robalo del agua, te lo puede estar ofreciendo a la talla, regado por una cerveza en el punto de enfriamiento



El pescado bien podría haber sido capturado a escasos metros de la mesa donde te hayas aposentado

Éste  género de pesca pasa de generación en generación, de manera que no es infrecuente ver un rapaz espabilado que pelea con la red hasta logar echarla al agua.


Beto Godoy, no es la única opción. A poca distancia, si te parece, puedes acudir a "Alejo". Las prestaciones culinarias son muy semejantes y hasta puedes rentar algún caballo para dar un paseo  por la playa.



3.-  Nayarit ¿San Blas o Nuevo Vallarta y Punta Mita?

Para las dimensiones mexicanas, podría decirse que Nayarit es un Estado pequeño. Pequeño y reciente, porque fue de los últimos en adquirir status de Estado. No obstante, lo traigo al blog como ejemplo de dos formas bien diferentes de ocupar el tiempo libre, a escasos km. de distancia: San Blas, por un lado, y por otro, Nuevo Vallarta y, más aún, Punta Mita.

¿San Blas?






Dos concepciones distintas del tiempo de ocio. San Blas, otrora puerto importantísimo para las relaciones del Imperio Español con el lejano Oriente, es hoy un Municipio de pescadores  y base de operaciones de alguna otra actividad que luego comentaré.
San Blas, como decía, tuvo un puerto que competía con el de Acapulco en cuanto a importancia comercial y estratégica. Desde San Blas se montaron, además, expediciones que bordearon la costa del Pacífico hacia el Norte para expandir el Imperio e impedir sorpresas. Hoy, su puerto puede que sólo sea conocido por la inmensa mayoría de quienes tienen alguna información por la melancólica canción de "Maná"


Recuerdos de aquellos tiempos pretéritos son las ruinas de la Iglesia de la vieja ciudadela, junto a los muros de la Contaduría, y el fuerte que aún conserva algunos herrumbrosos cañones.

Hoy la atalaya del fuerte sirve para menesteres menos belicosos de los que luego hablaré
Nosotros nos alojamos en el Hotel "Garza Canela". Un establecimiento modélico en su género: tiene cuanto ha de tener un hotel que busca la tranquilidad, el sosiego y el cuidado de sus clientes, sin masificaciones, pago de tributo a modas de más allá del Río Grande.

Y entre sus activos, el Restaurante "El Delfín" con Betty Vázquez a los fogones, mientras sus hermanas y su mamá se ocupan del resto. Todo ello a tres pasos del mar





¿Qué hacer en San Blas? Dedique un par de horas a hacerse una idea de dónde está. Acérquese al zócalo, pasee hasta la Iglesia, entre, disfrute del primitivismo de su decoración, dé una vuelta por el mercado, justo a cuatro pasos de la Iglesia, y, a partir de ahí, usted decide.

Si no tiene planes concretos, le sugiero que acuda a alguna de las playas próximas.




¿Por qué no a "Las Islitas"? Es una opción tan buena como cualquiera y mejor que muchas. No espere tumbonas de diseño alineadas como si se tratara de una parada militar. No busque camareros vestidos de blanco inmaculado esperando su llamada para traerle una bebida.

Aquí cotizan otros valores: la sencillez, la ausencia de turismo bullanguero, el educado silencio de altavoces inexistentes que no turbarán su paz.

Encontrará aguas cálidas y limpias, arenas finas, playas solitarias, apenas frecuentadas por familias locales, niños jugando con la arena y el mar, algún restaurante sencillo cuyas mesas están tan en la playa que hasta correrá el riesgo de que las olas mojen sus pies.

Eso sí: Pregunte por la carta que le recitarán de viva voz, déjese aconsejar, y disfrute de pescados extraordinarios a precios de saldo.


Hay otras opciones. San Blas es uno de los puntos estratégicos para avistamientos de aves. Ornitólogos de los cuatro puntos cardinales, se dan cita en sus calendarios y pasan horas dedicados a su obsesión, ver antes que nadie y contarlo al punto, que han avistado tal o cual ejemplar d garza canela o gris, o blanca. O charas, o flamencos, o fragatas, o cualquiera otra de las más de ciento cincuenta especies atípicas de aves que pueden observarse en San Blas y sus alrededores. 





El avistamiento puede intentarse desde el mismísimo torreón superviviente del Fuerte, hasta en la Tovara, el extenso manglar tan próximo al núcleo urbano.

Por supuesto, si usted decide recorrer los caños de la Tovara, nadie le va a pedir su carnet de ornitólogo. Es algo que está al alcance de quien quiera disfrutarlo.

Si lo hace, sólo un consejo, o una sugerencia, o como quiera llamarla: aléjese del agua y vuelva a casa antes de que el sol amenace con marcharse por el horizonte, porque estar a la intemperie, en medio húmedo a la hora en la que los jejenes se enseñorean de cuanto les rodea, es algo que sólo un imprudente como yo debe de hacer.

¿O Nuevo Vallarta y Punta Mita?

Sé que alguien estará pensando ¿por qué elegir? ¿Pueden disfrutarse ambos destinos? Desde luego. Yo lo hice y no me parece que perdiera el tiempo en ninguno de los dos casos.

Nuevo Vallarta está orientado a otro modelo diferente de ocupar el tiempo libre: residencia en grandes hoteles, dotados de cuanto la tecnología del turismo es capaz de poner a disposición el ocupante de una de sus plazas, sin que éste tenga que pensar demasiado.

Aquí si va a encontrar servicio a pie de ola que le ofrezca una margarita helada bajo la sombra de una palapa de diseño.  



Marival Residences ofrecía esta clase de habitaciones, con enorme salón comedor, dos recámaras, amplia terraza, cocina magníficamente equipada y hasta un centro de lavado y secado, al pie mismo del Pacífico.

¿Algo que objetar? Bueno, uno sabía que estaba en México porque no carece de memoria, pero incluso el buffet de desayuno, magnífico, por otra parte, se parecía ya más al de Nueva York o Yakarta que al de "Cardenal" en el D.F.

Pese a lo dicho hasta ahora, aún hay un escalón superior.
A escasos kilómetros de Nuevo Vallarta, se encuentra Punta de Mita, un pueblo, y al lado, Punta Mita (a no confundir).

Punta Mita es el más acabado ejemplo de lujo controlado, exclusivo y estéticamente lindante con la perfección. Caro, por supuesto. O no. Eso depende del valor que uno le dé al dinero, de si lo tiene y de en qué cree que valga la pena gastarlo.



Tres hoteles y dos campos de golf. Y un puñado de villas privadas en medio de tanto arbolado, tanto jardín, tanta limpieza que a uno le viene a las mientes lo de "Paraíso Terrenal", sino fuera porque eso, lo de "Paraíso Terrenal" tengo entendido que pasó antes de descubrirse el golf como modo ideal de pasar una mañana al aire libre.

 Nada más. Los campos reservados exclusivamente para clientes de alguno de los tres hoteles o para propietarios de villas, no vaya a ser que el jugador se encuentre con demasiados ocupantes de su espacio. 





Los campos son extraordinarios. Dejadme que os diga que yo, modesto practicante de este deporte, babeaba de gusto comparando lo que veía, con los avatares que he de sufrir cada vez que intento jugar en mi club madrileño, corriendo, corriendo entre cuatro colegas que me preceden y, para mi gusto, pierden tiempo, y seguido por otros cuatro que, creo yo, van demasiado aprisa



Aquí, por el contrario, no es que los jugadores no tengan prisa; es que no les ves. A veces, cuatro o cinco hoyos por delante o por detrás, ves dos jugadores y sus caddies, relajados, viendo playas como las que traigo a mi página a la vera de la calle.


 Uno de los dos campos, el que para mí era el más bonito, ni siquiera demasiado exigente, que bastante complicado es el golf como para añadirle dificultades, que tiene este hoyo de la izquierda, el 19 o 18 B, sólo jugable cuando la marea está baja. Es un par 3, bastante asequible, me pareció a mí, con el aliciente añadido, como digo, de que puedes jugarlo sólo si el Pacífico te lo permite. 

    Hasta aquí esta entrega. Dentro de una semana, más o menos, que tampoco estoy en condiciones de asegurarlo, publicaré mis comentarios al Distrito Federal.



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París, algunos años después.

Hace la friolera de 43 años.

Fue en el otoño del 72. España vegetaba expectante en las postrimerías del franquismo. Visité París formando parte de una de tantas delegaciones de la OCDE, organismo en el que, por excepción, sí se nos admitía. Conduje desde Madrid, cruzando Las Landas, me alojé en un modesto hotelito del barrio latino -el que me permitían las austeras dietas oficiales de la época- y dormí pensando en las maravillas que me esperaban al día siguiente.
Nunca olvidaré aquella primera vez. He vuelto después docenas de veces, que no en balde he dedicado catorce años de mi carrera profesional al servicio de una multinacional francesa, pero nada es comparable a las impresiones de aquella primera visita.
Una mañana, mediodía para los franceses, en la que ya buscaban dónde almorzar, asistí atónito al desarrollo de una manifestación. Grupos trostkistas, algunos ejemplares supervivientes del Mayo 68 y gentes de los que hoy llamaríamos "antisistema" protestaban por la brutalidad de la Policía protegidos por efectivos antidisturbios de las iras de una contra manifestación ultraderechista. Alguien me informó de que la manifestación estaba autorizada y de que, por lo tanto, el Estado garantizaba el derecho de los convocantes.
Recorrí todo cuanto correspondía al París de los primerizos, incluida una visita a "Ruedo Ibérico", y otro par de legendarias librerías en las que se surtían de literatura política los disientes españoles. Cuando retorné a Madrid, un agente de la Policía Nacional, un "Gris", para entendernos, registró mi equipaje en busca de libros. Picó el anzuelo y me requisó una revista erótica de ínfima categoría que yo había dejado a la vista. Me pareció que retornaba al pasado y que venía del futuro pluscuamperfecto.
Algo más de cuarenta años después, París sigue en su sitio y en España está reconocido el derecho de manifestación. Al menos eso dice la Constitución, aunque el actual Gobierno parezca tener una interpretación pintoresca del citado derecho, sospechosamente próxima a la que yo recordaba de aquellos tiempos del cuplé. 

París, siempre París.
Ésta de ahora también era una visita diferente. Imposible de comparar con aquella de la que hablaba, pero también significativa. Blanca, mi mujer, y yo invitábamos a Nuria, nuestra ahijada, 20 espléndidos años, a conocer París. La ciudad ardía en fiestas, porque se celebraba el aniversario del final de la II Guerra Mundial, el terrible conflicto del que París salió doliente pero sin excesivos daños.





 Nuria con "su" Torre al fondo. Sin duda alguna, el icono parisino que más le interesaba.


Es posible que sea una discreta manifestación del síndrome de Pigmalión, pero enseñar un lugar como París a alguien que apenas ha dejado atrás la adolescencia, es algo muy gratificante.




Ver su cara de asombro cuando desde la terraza del Arco de L'Etoile, va descubriendo las civilizadas perspectivas urbanas de una de las ciudades más racionales de Europa; el contraste entre la edificación civil del último tercio del S. XIX y el perfil de la Defense al fondo de la arteria principal que cruza bajo el arco, Los Campos Elíseos y la Avenue de la Grand'Armé



Acompañarla por el Grand y el Petit Palais, mostrarle cómo hay ciudades para las que la cultura, entendida en su más amplia acepción, es un valor "municipal" tan arraigado que ni siquiera depende del color político del Alcalde, porque hay principios que están por encima del debate ideológico y forman ya parte del ADN de la ciudad,



Y, cuando llega el momento, descansar en alguna de las miles de terrazas que en cualquier época del año, pero más en primavera, ofrecen un espacio confortable donde degustar lo que el cuerpo te pida en ese momento




El París de siempre, siempre distinto.
Pasan los años, los Siglos, y París se reinventa a diario. Misterios de una ciudad emblema de un país habitado por gentes orgullosas de sus cosas, que se quieren a sí mismos sin ningún género de complejos. Misterios de un pueblo que un día decapitó a sus Reyes, inauguró una nueva Era y terminó por darle todo el poder a un oscuro artillero que terminó entronizado como Emperador.



Blanca y Nuria en los jardines del Museo Rodin, con la cúpula de Los Inválidos al fondo.


Hace ya casi dos siglos que murió Napoleón Bonaparte, el genio que hizo temblar a Europa y que configuró Francia tal como hoy la conocemos y hoy sigue siendo una de las figuras más admiradas por los franceses, que, en ningún momento, se les ha pasado por la cabeza pedir disculpas a nadie por lo que hizo o dejó de hacer. Ahí sigue su tumba en el suntuoso edificio de Los Inválidos visitado a diario por multitudes de toda laya y condición.


La tumba del Emperador. Nunca le faltan flores.

Y en cuanto a sus Museos, el Louvre puede cambiar la fisonomía de su entorno, pero la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo o la Gioconda, por citar su trío de ases, sigue admirando al mundo.
Otros, por el contrario, han cambiado su carácter, como el Museo Rodin,
tan distinto de como lo conocí la brumosa mañana de Noviembre del 72. Era entonces 
un Museo recoleto ubicado, como ahora a cuatro pasos de los Inválidos, pero ocupando un hotelito coquetón, con un jardincito en el que se exponían con una disposición armónica, las obras maestras del escultor.

Hoy ocupa (ocupará, más bien, que aún continúan las obras de remodelación) un hermoso palacio mucho más grande y un espléndido jardín muy del gusto francés. Más "importante", desde luego, aunque a mi mujer y a mí nos gustara más el antiguo.

Cafés, Brasseries y Bistrots
Visitar París y dar de lado su cocina es algo así como un sacrilegio laico. No es imprescindible recalar en alguno de los lugares adornados con estrellas Michelin. Los cafés, siguen siendo depositarios de una forma de llenar espacios de tiempo delante de alguno de los brebajes a los que los parisinos son tan aficionados.


 No importa dónde, Le Marais, animadísimo en estos días, El viejo Barrio Latino, Pigalle, Montmartre o Les Halles, siempre habrá una brasserie donde saciar el apetito a cualquier hora de la tarde, de la mañana, de la noche.
Por señalar algo que en mi opinión París está perdiendo, he notado en este viaje el auge creciente de la Brasserie frente a los entrañables Bistrots donde una familia, uno de los cónyuges en la cocina e, otro en la sala y un hijo o una hija como ayudantes, están en retroceso. Eso o tal vez es que, nada más no hemos encontrado el rumbo correcto.

Y para terminar...

Un tributo a algunas de las estampas que han hecho de París la ciudad más visitada del globo.







No creo necesario rotular la fotografía de la derecha: esa construcción que en su día fue tan polémica y que ha llegado a ser el símbolo por antonomasia de la Capital de Francia.

No obstante, quiero añadir una imagen no de la Torre en sí misma, sino de algo que pude observar bajo ella, desde la segunda plataforma.
Vi desde la altura a docenas de liliputienses deambulando entre las pilastras de la Torre y me vino a la memoria el diálogo entre Orson Welles y Joseph Cotten cuando en "El Tercer Hombre", Harry Lane argumenta sobre sus actividades criminales, arguyendo que desde la altura de la Noria Gigante del Prater vienés, los seres humanos parecían poco menos que hormigas, de manera que su muerte le dejaba indiferente.


Permítanme, en cambio, sustituir la estampa tópica de Le Sacrè  Coeur, que a mí siempre me trae a la memoria un pastel nupcial, por la fotografía cazada al vuelo, justo al pie del último tramo de las interminables escalinatas de acceso al templo, de esa acordeonista que bien pudiera ser la tataranieta de la que ocupara ese mismo lugar a la semana de la inauguración del monumental templo.



Por el contrario, no me resisto a reproducir la fotografía de Nuria siendo retratada en La Place du Tertre, por uno de tantos dibujantes callejeros que animan la plaza.






Se nos terminó la estancia, Nuria Volvió satisfecha de lo que había visto y Blanca y yo, empezamos desde que abordamos el avión a descontar los días que nos faltan para volver.




Fin de semana en Londres.

Qué poco sabemos y cuánto suponemos.

Hace bastantes años me sorprendí pensando que de no haber nacido en España, de no ser español, y de haber existido un estadio consciente anterior al nacimiento en el que algún ser omnipotente me hubiera dado la oportunidad de elegir el lugar de mi nacimiento, habría optado por el Reino Unido de la Gran Bretaña (Inglaterra lo llamaba yo entonces, para abreviar y por ignorancia).

Carmen y Blanca se hacen fotografiar delante de uno de los símbolos tópicos de Londres.
Yo sabía muy poco de los británicos por entonces. Era consciente de que su política exterior había sido siempre un acabado ejemplo de cinismo e hipocresía ("En materia de relaciones internacionales, Inglaterra no tiene amigos, sólo intereses", dijo alguno de los grandes de la política isleña del XIX). Sabía que fueron determinantes en el hundimiento del Imperio Español y que, cuando se aliaron con nosotros contra Napoleón, no pensaban tanto en ayudar a España sino en acabar con el Emperador. Si, de paso, dejaban un poco más hundida a España, mejor.
No obstante, recordad que yo hablaba de haber nacido inglés, es decir, que los problemas los tendrían los demás. Con ese nivel de desvergüenza in mente, tal vez habría merecido la ciudadanía británica.
Después, más a través de la Literatura que de la Historia, fui aprendiendo otras cosas. Algunas podríamos decir que asépticas: noticias de la vieja Londinium, la abuela romana de la actual Londres, nebulosas mitologías artúricas -Lancelot, la Reina Ginebra, Merlín-, Ricardo Corazón de León y el malvado Juan sin Tierra, La Carta Magna, Enrique VIII y sus mujeres, Isabel I, el genio de William Shakespeare, la Armada Invencible que jamás gano batalla alguna, Cronwell, las constantes guerras contra potencias continentales, Dickens y sus vívidos retratos de las miserias de la Revolución Industrial, etc., etc.





Parlamento y Torre del Reloj.

Puede gustarnos más o menos, pero es de justicia reconocer que si la Grecia clásica creó el concepto de democracia, Inglaterra lo reintrodujo en Europa seis Siglos antes de que alguien pensara lo mismo en Francia. En otros lugares, España, por ejemplo, aún tardamos bastante más.
No, no me olvido de las tres ocasiones recientes en las que los británicos frenaron las ambiciones imperiales de Napoleón, las de la Alemania prusiana y las más próximas de la barbarie nacionalsocialista.

Qué esperaba encontrar.

Había estado en Londres dos veces. Una, por razones de trabajo en la que apenas salí del hotel y otra, con Blanca, mi mujer, durante dos días. Lo poco que pude ver y la falta de información previa, habían dejado en mí la sensación de que Londres no era el sitio en el que yo me perdería por gusto.

Sin más base que los prejuicios y la fantasía, la imaginaba a medio camino entre la miseria dickensiana, cuando el 74 % de los niños no llegaban a alcanzar los 5 años de edad,


 las penumbras de White Chapel, con Jack el Destripador rondando por las esquinas, los ambientes decadentes de viejas películas en blanco y negro, y la bruma de la Gran Niebla, la que en 1952, cubierta la urbe de nubes tóxicas sulfurosas, se llevó por delante a más de 12.000 londinenses.

En cuanto a sus habitantes, los intuía encerrados en sus casas, cuando no sentados en sobados sillones tapizados en cuero gastado leyendo el Times, mientras saboreaban un Oporto.
Puras imágenes manidas, tópicos que dejaban fuera del escenario a nueve de cada diez londinenses. Gente que suponía altiva, educada para someter al mundo, que habrían de mirar por encima del hombro a un español que ni siquiera era capaz de hablar su lengua.
Placa recordando las fechorías de Jack el Destripador. 

Londres es otra cosa.

Esta vez no íbamos solos. Un matrimonio amigo, Carmen e Ignacio, buenos conocedores de Londres y su hija María, arquitecto residente en la ciudad, habrían de mostrarnos otra realidad.

Evitamos los Museos -no hay forma de ver lo esencial de Londres en un fin de semana si entras en sólo dos museos- y las compras, más allá de deambular por dos o tres mercados, que es algo no diría distinto, sino opuesto a "ir de compras", y anduvimos. Anduvimos mucho. Según la APP de María, algo más de 13 Km el viernes y el sábado ,y como la mitad el domingo. Nos movimos en Metro y autobuses y recorrimos más de lo que podría haber imaginado.
Para desmentir viejos prejuicios, disfrutamos de un tiempo más propio del Mediterráneo que de la supuestamente brumosa Londres.

Y nos enseñaron una ciudad viva, muy viva, en la que sus alrededor de 10 millones de habitantes hablan algo más de 300 idiomas distintos. Multitudes de gentes de toda clase y condición abarrotaban calles y plazas, parques y jardines, iglesias y mercados.

Calles limpias, cuidadas, manteniendo sabores antañones, ya fueran recuerdo de colectivos que, como los hugonotes primero y los judíos más tarde, encontraron asilo en el mismo entorno, o evocación de esplendores victorianos, cuando todo lo que importaba en el Planeta se decidía en
Londres.
La noria gigante, como la del Prater vienés, es uno de los últimos símbolos urbanos.
En calles como ésta, se alojaron los Hugonotes que llegaron huyendo del fundamentalismo católico francés. Años más tarde, las mismas viviendas fueron ocupadas por grupos de judíos, fugitivos de la vesania nazi.


Rincones apacibles en los que uno espera ver aparecer a Miss Marple de un momento a otro, utilización desenfadada de ciertos espacios urbanos para dejar muestra de lo que ha dado en llamarse -a veces merecidamente- "arte Urbano", Grandes Almacenes ubicados en viejas casas de tiempos pretéritos. Contrastes, contrastes, contrastes a cada paso, a cada vuelta de esquina.
Kensington es un buen ejemplo de conservacionismo urbano. Calles, rincones, travesías de claro sabor victoriano. Se han conservado las alturas, convirtiendo viejas mansiones en comunidades de propietarios.
Ejemplos de la, hasta cierto punto, ordenada forma de resolver el conflicto entre lo que ha dado en llamarse "arte urbano" y los modos tradicionales de concebir los colores de las ciudades. 
Los contrastes entre el mimo en la conservación de los símbolos históricos de la ciudad, Westminster, Buckingham, Saint Paul, The Globe, El Almirantazgo, Trafalgar Square, Hyde Park, La Torre de Londres, El Parlamento, y los emblemas de los nuevos tiempos como la noria gigante o construcciones modernísimas "firmadas" por los gurús de la Arquitectura del S. XXI.

El vetusto edificio de la bolsa, pespunteado de perfiles arquitectónicos vanguardistas 

Y la siempre inquietante Torre de Londres, dentro de cuyos muros se desarrollaron algunos de los episodios menos edificantes de la Historia de Inglaterra.
The Globe. El teatro donde William Shakespeare representó su teatro inmortal, aquél, que según Bertolt Brecht, había significado la única novedad importante desde los clásicos griegos del Siglo de Pericles.


El nuevo Ayuntamiento y, más allá la aguja de Robert Rogers.

El Palacio de Buckingham, con el monumento a la Reina Victoria ante él, es algo así como la solidificación del pasado poderío militar, político y económico del Reino Unido de la Gran Bretaña. 


Mercados bulliciosos, rodeados de espacios de ocio donde empezar, allí mismo, a disfrutar el consumo de lo que cada uno de ellos ofrece, junto al culto a la vieja taberna, al pub de maderas gastadas y espitas usadas de medio siglo.
Uno de tantos "Pubs", de esos en los que, según la leyenda urbana, hay que esperar el segundo exacto en que, por la tarde, se autoriza la venta de bebidas alcohólicas. Mito falso por completo, al menos en los tres o cuatro establecimientos del gremio que visitamos. 
Vendedor de frutas y verduras en uno de tantos mercados, muy concurridos esa soleada mañana de sábado.

Es curioso, verdaderamente notable, el desenfado con el que el habitante de Londres resuelve sus necesidades habituales sin temor al ridículo. Cuando llega el momento, se come en la calle, sentado en una valla, apoyada la espalda contra la pared de solemnes monumentos, y se beben pintas y pintas de cerveza, vasos y vasos de vino, en plena calle, charlando, desmintiendo el falso mito de la circunspección británica.
Toda esta gente come y bebe lo que probablemente acaba de comprar en Borough Market.

La Abadía de Westminster.

La Abadía justifica por sí misma un viaje a Londres. Creo que tal vez sólo la Basílica de San Pedro aventaja a Westminster en cuanto a ejemplo de hasta dónde puede llegar la vanidad y la ostentación a la hora de tergiversar un concepto religioso.
Viejas banderas de rancias noblezas, adornando las alturas de la Capilla de la Señora.
La Abadía, especialmente su interior, es ... No encuentro un adjetivo que no trivialice lo que quiero decir. Descomunal, abigarrada, imponente, ostentosa, rica, orgullosa, Westminster, en definitiva. Por una parte, desde el punto de vista artístico es soberbia: uno de los mejores ejemplos del gótico inglés. Por otra parte, es un compendio de la Historia de Inglaterra durante el último milenio. 
También puede ser vista como uno de los  máximos exponentes de la unión entre la cruz y la espada. Cambiaban las dinastías, algunos Monarcas caían asesinados por su sucesor, pero víctima y asesino, continuaban la alianza con la Abadía. 
Incluso llama la atención el eclecticismo británico a la hora de dar sepultura a figuras notables bajo las losas del templo: Reyes y Reinas, desde luego, y eclesiásticos de alcurnia, y nobles, muchos nobles, y matemáticos y físicos, y navegantes y poetas, y soldados de fortuna y novelistas.



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El Claustro, abierto al sol del que hemos disfrutado, cuenta con rincones polícromos, y perspectivas intemporales.


Hasta Oliver Cronwell estuvo enterrado allí, si bien, restaurada la Monarquía, fue convenientemente exhumado y su cadáver decapitado, en justa correspondencia con lo que él había hecho con su monarca.



De modo que...

Volveré a Londres más bien pronto que tarde porque es mucho, muchísimo lo que me falta por ver: los grandes Museos, Portobello, Chelsea, tantas cosas que puedo decir que triplican, como mínimo, a las que conozco.

Volveré, estoy seguro, con mi mujer, y tal vez con Carmen e Ignacio, si ellos lo consienten, porque su conocimiento de la ciudad y el de María nos lo seguirán haciendo todo más fácil.

Volveré, y seguiré quejándome de los precios de la ciudad, pero olvidaré mis viejos clichés y acudiré de la manera en que hay que llegar a los grandes sitios: los ojos abiertos, los oídos atentos y la mente dispuesta a empaparse de cuanto se puede aprender de lugares que ya eran viejos cuando los Godos perdieron la estúpida batalla del Guadalete.


 

    Berlín, primavera 2015
    Una vez más.
    Una de las veces que estuve en Berlín, faltaban apenas cuatro semanas para la "caída del muro". Alojados ahora en un hotel de Fiedrichstrasse, a escasos cien metros del Check Point Charlie, recordaba aquella llegada en automóvil a través de la autopista construida en tiempos del III Reich al modo de las calzadas romanas, tierra de nadie que atravesaba el territorio de la ya desaparecida República Democrática.
    
      El Check Point Charlie, ha pasado de tener significado político y ser uno de los símbolos de la división, a lugar para fotografiarse junto a falsos guardianes americanos.
      Nada o muy poco queda de lo que entonces pude ver. Del muro, apenas unas decenas de metros conservados como recuerdo de otra época; de las austeras, tristonas y poco agraciadas construcciones del Berlín Oriental, ni la memoria. Por el contrario, recuperadas la totalidad de las monumentales edificaciones del XIX y construidas nuevas muestras de los mejores estudios de Arquitectura del mundo, el antiguo Berlín Oriental es ahora, el epicentro de la gran capital con la que soñaran los Reyes de Prusia o la megalomanía hitleriana.
      Siempre quiso vestirse de clasicismo.
      A escala europea, no puede decirse que Berlín pueda competir en antigüedad con un centenar largo de ciudades del viejo continente. Fundada en 1237, atravesada por nada menos que 5 ríos (Spree, Havel, Panke, Dahme y Whule) puede presumir de tener más puentes que Venecia o de haber sido en los albores del S. XX la sede el pensamiento filosófico del mundo occidental, pero no de ser "ancestral".  


      La Catedral desde la margen occidental del Spree.  
      La mayoría de sus edificaciones de gusto neoclásico datan de la época en la que Berlín fue la capital del Reino de Prusia (1701 a 1918); una época en la que Prusia no era rica, pero sí poderosa; tanto que llegó a ser el núcleo a cuyo alrededor se fraguó la unidad de Alemania.
          
      Dos buenos ejemplos de este tipo de monumentos son la Catedral Francesa al fondo, y el Palacio de la Música en primer plano.
        Fue, no obstante, durante el fugaz período de la República de Weimar, (1919 a 1933) cuando Berlín dio cobijo, simultáneamente, a la más desastrosa gestión política que Alemania había conocido hasta entonces, y a las escuelas de pensamiento, de arquitectura, música o pintura que hicieron de la ciudad el faro que iluminaba Europa. En aquel tiempo, la ciudad era una olla a presión donde se cocían ingredientes tan explosivos como comunismo y nacionalsocialismo, mientras filósofos, escritores, músicos, pintores y arquitectos, asombraban al mundo. 
      ¿Necesita pie de página?
      La Puerta de Brandemburgo data del reinado de Federico Guillermo II de Prusia. Antes y ahora es el corazón de Berlín, junto al Tiegarten, cruzada por la Ünter der linden, la Avenida, que durante la división de la ciudad también quedó partida. Y entonces llegó la II Guerra Mundial.

      Pero, como la Historia ha demostrado, ser el país más culto del mundo (Alemania lo era en 1933) no garantiza género alguno de inmunidad frente a la barbarie. En 12 años, Alemania pasó de dominar medio mundo y aterrorizar al otro medio, a casi desaparecer bajo sus propias ruinas. Durante los años de los dos Berlines, la Puerta quedó en terreno de nadie. No he llegado a saber quién se ocupaba de su mantenimiento, pero ahora, recobrada la normalidad, luce espléndida, sobretodo cuando se la ve desde el lado oriental, a la que está enfrentada.
      Y Berlín, que en la mente de Hitler estaba llamada a ser la capital del mundo, no sólo interrumpió su desarrollo, sino que, a su término quedó en ruinas.




      Una de tantas fotos de archivo que plasman el estado al que quedó reducido el sueño de un loco.



      Más del 80 % de sus edificios desaparecieron, construcciones tan emblemáticas como el Bundestag, las catedrales, la Universidad Humboldt, la mismísima Cancillería del Reich, las Embajadas (la española entre ellas) se convirtieron en cascotes. El Tiegarten, en los meses que siguieron al asedio y asalto de Berlín, vio sus árboles arrancados y utilizados como combustible. La población se redujo a poco más de 300.000 habitantes.







      
      El Ángel de la Victoria, pasado un tiempo, volvió a lucir su silueta en el corazón del replantado Tiegarten, Pero, ironías del destino, vio erigirse muy cerca el Memorial en honor al Soldado Soviético, con lo que ya no queda tan claro a qué victoria se refiere la orgullosa estatua orlada de cañones.
      En 1945 se consumó la división de la ciudad en dos sectores y en 1961, de la noche a la mañana, un muro de 144 Km partió no sólo a Berlín, sino a Europa entera en dos bloques irreconciliables. Y cuando muy pocos, si es que hubo alguno, lo esperaban, el 9 de noviembre de 1989, el muro cayó en un instante, y el mundo cambió una vez más.
      Y hoy, del muro apenas si quedan pedazos dispersos, motivo fotográfico para curiosos y turistas.
      Berlín hoy.
      El Bundestag, cuyo incendio provocado por el Partido Nacional Socialista había propiciado la ascensión de Adolfo Hitler al poder, y que había sido reducido a escombros por las bombas aliadas, fue reconstruido.
      

      Norman Foster se encargó de reproducir el cascarón del edificio, cubrirlo con una cúpula que en nada se parece a la antigua y acondicionar el interior.
      Nuevas edificaciones, sedes de instituciones conectadas con el Bundestag, dan a esa zona un aire distinto al que hace algo más de medio siglo hizo temblar al mundo.
      La ciudad sigue cambiando. Plazas que en su día fueron simbólicas como Alexanderplatz son hoy espacios urbanos dedicados a usos tan prosaicos y tan inevitables como dar cabida a intercambiadores de transportes públicos.
      Otros, por el contrario, como la Postdamer Platz, se han convertido en el espejo de los nuevos tiempos, ahora que el antiguo Berlín Oriental, ha recuperado su esplendor de los años 30, con ejemplos de arquitectura de vanguardia.




       
      Hay otros ejemplos del actual momento que vive Berlín, como esa extraña construcción de aspecto un tanto siniestro que alberga una colección de arte contemporáneo,


      

      O esta otra, no exenta de un evidente sentido del humor en la que una estatua enorme parece curiosear las interioridades del vecino,
      Capítulo imprescindible, ahora y siempre, cuando se habla de Berlín es referirse a sus colecciones de arte. La Isla de los Museos es, en mi opinión, la segunda concentración de arte más importante del mundo por Ha. después de la Ciudad del Vaticano. Ahora está en obras, y apenas vale la pena ofrecer documentos gráficos del exterior, más allá de algún rincón que deje ocultas grúas y máquinas.

       
       La galería Nacional, con la Estatua de Diana Cazadora en primer plano
      Por el contrario, no me resisto a dejar aquí testimonio, reducido pero suficiente, de algunos de los tesoros del Museo Pérgamo, ése cuya mera visita justifica el viaje a Berlín.

         
      La puerta del Mercado de Mileto
      Leones la Puerta de Istar.
      

      
      Fantásticos arqueros. Una de las maravillas de la Puerta de Istar.
      La ciudad desde otros puntos de vista.
      Berlín sigue siendo una ciudad cosmopolita, amable, acogedora, y con una impresionante oferta cultural.
      No es una ciudad cara, ni mucho menos: los taxis tienen precios muy similares a los de Madrid o Barcelona, y, desde luego mucho más baratos que los de París o Londres.
      El transporte público es eficaz y tiene soluciones asequibles, como la de obtener abonos de grupo (a partir de 4 personas) que facilitan en los hoteles.
      En cuanto a la comida, almorzar o cenar en un restaurante de tipo medio o medio-alto, es, sin ningún género de duda, mucho más barato que cualquier otra gran ciudad europea, incluidas, desde luego, las españolas.
      Si el tiempo acompaña (he de decir que nosotros esta vez hemos tenido una suerte insólita, porque disfrutamos de unas temperaturas agradables mientras Madrid tiritaba) una magnífica opción para el almuerzo es sentarse en cualquiera de las docenas de terrazas que se ven por todas partes.
      Y, en cualquier caso, no se debe dejar de visitar el templo mayor de las cervecerías de ambiente bávaro: La Hofbräu en Alexanderplatz.
      
      Ambiente festivo, música en directo, ruido, mucho ruido, que desmiente el tópico sobre la exuberancia latina, y la austeridad teutona....

      Cerveza, mucha, mucha cerveza, en formatos descomunales el más pequeño de los cuales es  de medio Litro.
      Y de tapa... un soberbio codillo a la bávara, perfectamente horneado, crujiente, sabroso.  Una delicia.
      Así es que vayan a Berlín, aunque ahora y tal vez durante un año al menos tengan que soportar las incomodidades de obras públicas en el eje Ünter der Linden , y en la Isla de los Museos.  

      México, una vez más.
      Once días de febrero.
      Casi 5 años sin volver a México se nos estaban haciendo eternos. No importa que ya hubiéramos estado más veces que en ningún otro país.  Poco hace al caso que, por lo que a mí respecta, fuera la trigésimo cuarta ocasión que pisara suelo mexicano y  en cuanto a Blanca, mi mujer, no tantas pero muchas también.
      Ambos llevamos a México en el corazón, así es que un buen día, hartos de aplazamientos que por unos motivos u otros iban demorando el retorno, hicimos las maletas y volvimos.
      
    El Museo Soumaya en el Carso.
    En otro tiempo habíamos ido a México por motivos profesionales, turísticos o gastronómicos. Hemos visto en el desierto de Sonora cómo se extraen los gusanos de maguey, uno a uno, de las pencas de la planta; un verano recorrimos Chiapas y tuvimos que abonar un par de peajes revolucionarios a las gentes del Subcomandante, sin que ello nos produjera alarma alguna; visitamos sitios arqueológicos mayas, totonacas, aztecas, olmecas, mixtecas, zapotecas; llegamos mudos de asombro a la desembocadura del túnel minero que da acceso a Real de 14; cruzamos dos veces las prodigiosas Barrancas del Cobre a bordo del Chepe; Con el corazón desbocado, llegamos a Ziracuaretiro precedidos de una banda de música y de un tropel de ofertantes de frutas y flores; enmudecimos ante los murales de la iglesita de Atotonilco; paseamos rodeados de cientos de miles de mariposas monarcas en Angangueo; entramos en docenas de mercados, y en otras tantas iglesias; y siempre queríamos más, más, hasta descubrir lo que nos faltaba por conocer.

    Moles y pipianes en el Mercado de Coyoacán.
    Preguntamos a quienes sabían por éste y aquél ingrediente maravilloso; fotografiamos templos, pirámides, juegos de pelota, perspectivas insólitas, escenas callejeras, y cada día que pasaba, cada nuevo viaje, siempre nos venía a la mente la idea recurrente, de que viéramos lo que viéramos, era mucho más lo que ignorábamos que lo que sabíamos.
    México nos parecía inabordable, inaprensible, siempre cercano, siempre inaccesible en su último recoveco.
    
    

    Una esquina junto al zócalo de Valle de Bravo.
    No importa dónde fuéramos, descubríamos nuevas maravillas, elementos hasta ese momento desconocidos, ya fueran vestigios prehispánicos, joyas barrocas virreinales sin igual en el mundo, o edificaciones futuristas.
    A veces, en nuestro deambular, nos encontrábamos con personajes extraordinarios con la alegría y el misterio en el rostro, que nos miraban amables desde realidades que nos parecían próximas e inescrutables al mismo tiempo.
    




    Joven madre con su bebé junto al Mercado de Valle de Bravo


    La sonrisa del avispado vendedor de poleo ¿Cómo no comprarle la mercancía?
    Así es que volvimos a México una vez más. Pero en esta ocasión, los motivos de la escapada eran bien diferentes a los anteriores. Hemos dejado para ocasiones futuras, que las habrá, conocer la larga lista de destinos aún por disfrutar.
    Ahora queríamos nada más y nada menos, reencontrarnos con nuestros amigos, tantos y tan extraordinarios, sin cuyas atenciones México seguiría siendo uno más de esos países desconocidos a los que has ido una docena de veces como profesional (Juntas interminables, almuerzos apresurados) o como turista, concepto antagónico del de viajero, que tan sólo acceden a lo que la Agencia que les trae y les lleva, siempre deprisa, deprisa, tienen a bien mostrarles.
    Estas líneas pretenden ser no tanto una crónica apresurada de once días en México, como el homenaje, que siempre será pobre, insuficiente, deslavazado, a nuestros amigos mexicanos. Hombres y mujeres que nos acogieron con cariño desde el comienzo, nos llevaron a sus casas, compartieron con nosotros sus alegrías, a veces sus penas, su sapiencia y su inmejorable sentido de la hospitalidad y de la amistad. 
    El Distrito Federal, (D.F. léase "Deéfe")
    ¡Menos de cinco años y qué cambiado hemos encontrado al Deéfe! Que nadie se alarme: la Ciudad de México conserva todas sus joyas. Las construcciones emblemáticas siguen donde siempre han estado.
    Coyoacán. Edificio de servicios de la Municipalidad.
    Coyoacán sconserva ese aire irrepetible de ciudad virreinal, tal vez cabecera de cualquier región apartada del bullicio de la Capital de la República. Sus calles no han sufrido más deterioro que el imprescindible incremento del parque automovilístico.
    
    

    Fuente de Los Coyotes

    Coyoacán (lugar de coyotes) sigue contando con su fuente, los arcos de su atrio, sus viejos edificios, sus placitas silentes donde el tiempo parece detenido. Y San Ángel, y el Casco Histórico. Pero en menos de cinco años, el Deéfe ha cambiado, ha mejorado en casi todos los aspectos, se ha convertido en una ciudad pujante de avenidas flanqueadas por edificios modernísimos, de arquitecturas atrevidas, aunque haya sido a costa de perder algún que otro palacete del Porfiriato.
    

     

     

     

     

    Uno de tantos edificios modernos que pespuntean el Paseo de Reforma

     

    Otros ejemplos de las nuevas perspectivas urbanas.

     

    Pero, como decía, las viejas joyas siguen en su lugar esperando al visitante o deleitando al paseante capitalino.
    

    Blanca, mi mujer, me pidió posar ante el Palacio de Bellas Artes, uno de los iconos del Porfiriato.

     

    Y repitió la petición ante el Sagrario, en el Zócalo, el edificio que durante tantos años sólo pudimos contemplar desde el exterior. Hoy, las obras terminadas, nos parece una visita obligada.

     

     

    Y, desde luego, no dejamos de visitar el Bazar del Sábado. Algo que tampoco ha cambiado.

     

     

    Los fogones mexicanos, mejor que nunca.
    Alguna vez he escrito que la cocina mexicana es una de LAS CINCO GRANDES DEL MUNDO, junto a la peruana en América, la francesa y la española en Europa y la japonesa en Asia. Sé que habrá quien quisiera introducir algún cambio en la lista, y quizás tenga sus razones para sugerir los cambios. Las mías, las cinco grandes, son las que he dicho.

    De nuestras peripecias gastronómicas, dejaré para el último capítulo de mi crónica, los desayunos almuerzos y cenas en casas de amigos. Ahora quisiera escribir algo de los lugares por los que fuimos de pasmo en pasmo, durante estos once días.


    Una de tantas perspectivas del Restaurante Arroyo, allá por Insurgentes Sur.

    Se mire por donde se mire, el Restaurante Arroyo es un pequeño (¿pequeño, Arroyo?) prodigio. Hacer funcionar un Restaurante cuyo aforo supera las 3.000 plazas y lograr que los platos lleguen calientes y en su momento a las mesas es casi un milagro. Siempre que he ido, me demoro viendo trabajar los chicharrones, en tanto decido qué voy a pedir.




    
    Vista de una parte de las cocinas, con una muestra de los extraordinarios chicharrones. 

     

     

     

    De lo que esa mañana degusté, quiero dejar testimonio de estos huauzontles con mole y guarnición de arroz.

     

     

     

     

    Y a partir de ahí, dos desayunos en El Cardenal, siempre solventes, un almuerzo memorable en Amaranta, Toluca -magnífica muestra de una cocina mexicana anclada en saberes clásicos pero evolucionada y sin estridencias- una divertida cena en Los Danzantes -un mezcal llamado "Viejo indecente" y un carpaccio de marlín suculento-,

    la gratísima sorpresa de Limosneros, en pleno Centro Histórico, a espaldas del legendario Café Tacuba, donde todo cuanto llegó a la mesa rayaba a gran altura (mención especial, por lo que a mí respecta, para las costillas de cerdo adobadas en miel, cubiertas por huauzontle frito).






    El carpaccio de res con guarnición de rúcula de otro clásico del Deéfe, la Taberna del León, que conserva su encanto y la calidad de su servicio, ha sido otra de las creaciones que merece ser citada.
    Como dijo Blanca, en México, hasta descansar por unos momentos en Samborn's y degustar uno de sus jugos exprimidos al momento es un placer. O degustar unos tacos en Los Panchos como fin de viaje.
    Y allí, esperándonos, estaban nuestros amigos.
    No importa cuanto haya dicho hasta el momento, muy por delante de monumentos, Historia, gastronomía, paisaje, maravillas de cualquier tipo, lo que de verdad cuenta, es la amistad. Habíamos venido a México a reencontrarnos con los amigos y ahí estaban esperándonos.
    Permitidme una secuencia de fotografías con pie de página, porque me gustaría terminar con algunas frases de agradecimiento a cuanto de bueno, de hermoso, hemos recibido en esos cortísimos once días.
    Carmen Esquitín, Mariana Magos, Jacky Beteta, José Luis Curiel, Patricia Quintana, Georgina Eguiluz y Blanca Hípola en el Restaurante Arroyo.
    

     

     

    Blanca Hípola con Patricia Quintana en la Galería Comercial de El Carso.

    Geo, Karem, Lupita, Blanca Hípola, Blanca Jiménez, Carmen Esquitín y Patricia, la mañana en la que Patty nos invitó a desayunar en su casa.
    Nora Soto, Blanca, Nacho Magos y Patricia Quintana en Arroyo


    

     

    La calidad de la fotografía es infame y me disculpo por ello, pero ahí estoy con Blanca, Lizette Laraguível y Patricia, ante unas margaritas en el patio central de La Hacienda de San Ángel Inn.

     

     

    Blanca, Carmen Esquitín y Patricia, posan bajo el alar de una de las calles  de Valle de Bravo.

     

    Helena Zulbarán, posa en casa de Patricia Quintana con Blanca y conmigo.

    José Luis Curiel, Carmen Esquitín, Nacho Magos, Eduardo Pinedo y yo, esperando sonrientes los primeros platillos del almuerzo en el Restaurante Arroyo.



    Y también en Arroyo, Marianna  y Letty Magos se fotografían con Blanca.

    Podría seguir añadiendo fotografías: siempre habría algún amigo, alguna amiga que no quedara "inmortalizado", y correría el riesgo de que el lector del post terminara por aburrirse y dedicarse a cualquier otra ocupación.
        Y es que no hay documento gráfico que pueda sustituir nuestra memoria. Nos traemos  de vuelta para siempre el recuerdo de once días fascinantes, mecidos por el cariño de un buen grupo de amigos, hombres y mujeres, que nos han recibido, acompañado, agasajado desde el primer momento hasta, literalmente, nuestra marcha.
    ¿Qué decir de la espera a la que fueron sometidos Patricia Quintana, Letty Soto y Nacho Magos? llegamos tres horas después de lo previsto y allí estaban esperando, sonrientes, para acercarnos a nuestro hotel. No es más que uno entre mil detalles.

    Jose Luis Curiel, el sabio ameno que siempre tiene la anécdota interesante en la punta de la lengua, esperaba en Arroyo y compareció más tarde en Los Danzantes; en cuanto a Nacho y Marianna Magos, su mamá, y Nora Soto, la hermosa mujer de ojos a veces tristes pero siempre curiosos, nos cedieron una importante cuota de su tiempo; Nicholas Gilman nos cocinó en su casa una cena de inspiración marroquí; Gustavo nos invitó a cenar en su restaurante Los Danzantes, pura delicia con los sabores de siempre, actualizados con insólitos toques sutiles; Lizette Larraguível se desplazó desde Toluca con su marido para tomarse una margarita con nosotros en la Hacienda de San Ángel Inn, donde también nos encontramos con Mariana Ariza y su novio; Ruth Fajardo hizo un alto en sus múltiples obligaciones y se acercó a comer con nosotros en Arroyo; Helena Zulbarán se sumó al opíparo desayuno en casa de la Chef Quintana; Jorge Vázquez, reencontrado después de bastante tiempo, nos esperaba en casa de Eduardo y Georgina, donde compartimos cena; Arisbeth Araujo, a la que tanto extrañábamos, llegó, deprisa, deprisa en el momento oportuno para despedirse en el aeropuerto y compartir hora y media de charla y refrescos con Patricia y con nosotros. 

    ¿Qué puedo decir del clan Beteta? Jacky, llegó al desayuno/almuerzo de Arroyo, nos invitó a almorzar en su casa más tarde, y cuando llegó Alex, su marido, organizó una cena, también en su casa. En cuanto a Mara y a Juan, su esposo, tuvimos el placer de ser sus huéspedes en una espléndida y divertida comida, también en su casa, en la que ella pugnaba por imitar el modo de hablar de los españoles. Mónica, presente en los desayunos de El Cardenal, nos preparó una soberbia cena en su casa en la que sólo faltaba Ángel, su esposo, ausente por motivos profesionales.

    En cuanto a Luz María de Arteaga, Rafael Guerrero y Gaby, primero nos obsequiaron con un almuerzo excelente, preparado y servido por sus alumnos de CESSA, y más tarde volvimos a encontrarnos en casa de Gaby en una cena espectacular a la que invitaron, además, a Anafausta Garza Magdaleno. Otra noche memorable.

    Carmen Esquitín ha estado con nosotros tantas veces que tendría que hacer un esfuerzo de memoria para recordar cuándo no estaba presente. Bromas constantes, espacios y recuerdos compartidos, han hecho de su presencia un regalo más.

    Eduardo Pinedo, mi amigo Eduardo, y Georgina Eguiluz, su esposa, amigos desde la primavera del año 94, nos acompañaron desde el primer momento, y, una vez más, nos hicieron comprender, cuán fácil es hablar con los amigos, no importa cuánto tiempo lleves sin verlo, y qué difícil es encontrar ejemplares humanos de su calidad. Cenamos en su casa con Patricia y con Jorge Vázquez, a quien llevaba años sin ver. Nos despedimos con la seguridad de que el tiempo y la distancia son variables flexibles impotentes ante el valor de los afectos.

    ¡Y Patricia, Patricia Quintana, nuestra amiga Patty!, que llegó a nosotros , o nosotros a ella en España, Madrid, hace ya catorce años, y a la que seguimos viendo y queriendo como si fuera ayer, no más, cuando descubrimos que entre ella y nosotros había un vínculo especial, indestructible, muy por encima del tiempo y del espacio. Ella nos ha enseñado prodigios inaccesibles no sólo para visitantes al uso sino para millones de mexicanos. Ella nos ha acercado a los recónditos misterios de la cultura mexicana, de sus raíces previrreinales, de sus modernidades de ultimísima generación. Ella, en fin, nos ha mostrado hasta dónde puede llegar la fuerza de un afecto compartido.

    Ha pasado ya una semana desde nuestra vuelta, y es ahora, con el matiz de la pequeña distancia de unos cuantos días, cuando estamos en condiciones de valorar lo que significa tener amigos. ¡Hasta pronto! Enseguida estaremos de vuelta, no importa cuándo sea: siempre nos parecerá demasiada la espera, y otra vez volveremos a comprobar que los afectos están por encima de todo.  

     

     

     

     

     Nápoles, Pompeya, Herculano y la Costa Amalfitana

    Nápoles, después de tanto tiempo
    Estuve en Nápoles hace muchos años, treinta y cuatro, creo recordar. Llegué a bordo de un modesto utilitario procedente de Madrid, bordeando la Costa Azul, y contorneando la Costa Oeste italiana. Encontré por casualidad un camping hermosísimo junto al Lago del Averno y allí me aposenté. Iba con intención de pasar, como mucho, un par de días, pero me quedé una semana. Tuve tiempo, lo aseguro, de leer allí, a cuatro pasos de la que fuera base secreta de la Armada Imperial, nada menos que "El Gatopardo", del Príncipe de Lampedusa. He preguntado, ahora, por el camping: me dicen que sigue en su sitio, con su manantial de aguas termales dentro de su recinto.
    Recorrí entonces Nápoles y sus alrededores de punta a cabo; disfruté de la acogida de gentes sencillas con las que me resultaba fácil congeniar. Me senté a las mesas de trattorías en las que comí lo que veía que se pedía a mi alrededor; reí las gracias de cierta mesonera gorda y bizca, que cuando conoció mi condición de español, empezó a encadenar chistes sobre los Borbones hasta que hube de decirle que acababa de venir del Palacio Real y había visto las estatuas de los Reyes de los que se burlaba. "¿Estatuas? ¡Claaaro!, Reinaron aquí mucho tiempo, como antes los Normandos y luego los Aragoneses y los Anjou y los Austríacos. Aquí a los que reinan se les levantan estatuas, pero no hemos hecho caso a ninguno".
    Tenía ciertos reparos en volver. A veces los recuerdos no se corresponden con lo que viste, oíste y viviste, sino con lo que tu mente ha idealizado a través del tiempo. Pensaba, justo cuando me acercaba por el paseo frente al mar al Castel dell'Ovo, cómo habría envejecido Nápoles en este último medio siglo. Lo cierto es que cuarenta, cincuenta, cien años, son casi un suspiro para un asentamiento humano que ya era viejo cuando César pugnaba por hacerse coronar Emperador.


             Castel dell'Ovo, que un día fue islote
    Por aquí, ante estas playas de arenas oscuras y cantos rodados, han pasado griegos, romanos, normandos, aragoneses, franceses, austríacos y tal vez algunos más de los que no quedó memoria. Durante la II Guerra Mundial, fue escenario de gestas tragicómicas, demostrativas del genio napolitano. Curzio Malaparte, a quien por aquellos años le dolía ser italiano,("Sólo Italia perdió la guerra. Primero perdió la suya y luego ayudó al enemigo a ganar la suya")  narra historias lindantes con el surrealismo: el robo aún sin aclarar de un destructor de la US Navy por cuenta de una partida de napolitanos armados con guitarras, botellas de vino y acompañados por media docena de mujeres de buen ver; La compraventa de soldados americanos entre familias menesterosas del barrio histórico -el que ahora es patrimonio de la Humanidad- que lograda la "protección" del bienpensante muchacho de Winsconsin enamorado de la chispeante hija de la familia, era traspasado por un módico precio al compadre de la calle de al lado, una vez que había sido esquilmado hasta la última tableta de chocolate; el blindado que desapareció en un patio de vecindad del que sólo se encontró la mancha de aceite que dejó su desguace, y tantos otros.
    Así es que, como era de esperar, Nápoles sigue siendo el de siempre: vitalista, alegre, bullanguero, viviendo en, por y para la calle. Cien capas de un pueblo difícil de aprehender. Riendo ante las adversidades, convirtiendo Palacios viejos de Siglos en casas de vecindad, cerrando alguna que otra de las más de cuatrocientas Iglesias con las que cuenta, cuando el presupuesto no da para más, deambulando en coches, ciclomotores, motocicletas, camionetas, furgonetas, triciclos o cualquier artilugio que se tercie, con una relativa obediencia a las normas de tráfico que siempre se supeditan a la conveniencia o a la necesidad, sin necesidad de molestar a los demás con sonidos intempestivos de cláxones, porque todos saben qué es lo que hay que hacer en el último segundo.

    Hemos encontrado una ciudad de apariencia un tanto descuidada, segura (más que Madrid, podemos dar fe de ella), con apenas mendicidad, en las que deambular por sus calles no representa riesgo alguno, dígase lo que se diga. 


    Una de tantas calles del Barrio de los Españoles
    Si el napolitano te percibe como latino, como español, como ribereño del Mediterráneo, te considerará uno más y no pretenderá engañarte más de lo que haría con cualquiera de sus amigos. No hay violencia callejera en Nápoles, ni agresividad a flor de piel, que es un pueblo demasiado baqueteado para gastar energías en tonterías. Te permitirá pasear sus calles sin hacerte caso alguno, entrar en sus iglesias, mirar comedidamente a sus mujeres, beber sus vinos, sentarte a sus mesas sin que en ningún momento tengas sensación de peligro a tu alrededor. La Camorra existe, no es ninguna invención, pero no se la ve.Sé que alguno podrá haber oído cosas bien distintas. Allá quien se las haya referido. Yo hablo de lo que acabo de vivir la semana pasada.
    Otra calle del centro histórico
    Algunas recomendaciones
    Por lo que a mi respecta, elegid tres o cuatro destinos, el Barrio de los Españoles, los alrededores de la Cartuja, cualquier tramo del Paseo frente a la Bahía, la Plaza del Plebiscito, las Galerías a las que todo el mundo llama "el paraguas de Nápoles",

    Galerías comerciales de Umberto I, conocidas como "El paraguas de Nápoles"
    
    lo que sea, e id de un lado para otro, perdiendo a veces el rumbo, que, antes o después daréis con lo que buscabais. Mientras tanto, os habréis encontrado con un rincón inesperado, un patio sorprendente, una Iglesia que no viene en la guía o una trattoría donde, al final, comisteis igual que en cualquier otro sitio.
    Acercaos a la Plaza del Plebiscito, tomad antes un capuccino en Gambrinus, id caminando despacio hasta la Basílica de San Francisco de Paula, disfrutad del espectáculo de su planta circular, de los ceñudos rostros de tantas estatuas de Santos antiguos.



    Interior de la Basílica de San Francisco de Paula
    Ahora que ya habéis salido, mirad al frente y valorad las fantásticas proporciones del Palacio Real. Cuando lleguéis ante él, veréis cuánta razón tenía mi vieja mesonera de hace cuarenta años: ahí están todos muy serios, desde el primer normando a Vittorio Emanuele II, como si alguna vez los verdaderos napolitanos les hubieran hecho el menor caso.




    Guardia a caballo ante el Palacio



    Deberíais entrar, os lo aseguro. El Palacio Real de Nápoles está entre los mejores de Europa. Habla de un tiempo en el que, tanto los españoles, o la Corona de Aragón, que tanto da, como después los soberanos Borbones del Reino de las Dos Sicilias, hicieron de Nápoles una ciudad pujante, próspera y bellísima. Vais  ver una increíble sucesión de tapices extraordinarios, un mobiliario suntuoso, cuadros, artesonados y, para mí, una de las mejores colecciones de puertas que he visto jamás. Ésta es también Nápoles. Una ciudad a la que más de un ignorante asocia maquinalmente con la violencia, la pobreza, la mugre y el riesgo.



    Artesonado de uno de los cien salones del Palacio

    

    
    ¿Museos?
    Si os dais una vuelta por la vieja Nápoles, os aconsejo una visita al Museo Arqueológico. Ocupa un hermoso Palacio del XVI, digno continente de uno de los mejores contenidos de Europa en su género. A mí, antes y ahora, me han impresionado la colección de mosaicos romanos, tal vez sólo superados por los de su homólogo tunecino.
    


    Mosaico en el Museo Arqueológico
      Ahora puede ya visitarse el "Gabinete Secreto", unas cuantas salas, no demasiadas, en las que se exponen pinturas, mosaicos, pequeñas esculturas y algunos otros objetos de carácter erótico-festivo. Durante años estuvo vedada su exhibición y hoy mismo sólo es accesible a menores de 18 años que vayan acompañados por sus padres o persona responsable de ellos. Bueno... a mí no me pareció para tanto. Menos, desde luego, que buena parte de los anuncios que se ven a diario en televisión.
      Otro Museo interesante, de nuevo tanto por el edificio que lo alberga como por su contenido es el de Capodimonte, y no sigo por este camino, porque estas informaciones están disponibles en cualquier guía turística.
      Y aunque no sea exactamente un Museo, vale la pena acercarse a la Cartuja. No sólo disfrutareis de una vista extraordinaria sobre Nápoles, su bahía, con el Vesubio al fondo, sino que podréis ver una curiosa colección de Belenes, el mito religioso por excelencia de Nápoles. Creo que su Capilla es uno de los más ricos y preciosistas interiores barrocos que he visto nunca. En línea con algunas capillas mexicanas, la del Rosario en Puebla o la del exconvento jesuita en Tepoztlán, aunque más "discreta", pese a todo.
      Interior de la Capilla de la Cartuja
      ¿Entonces?
      Prefiero seguir hablando de Nápoles en su conjunto, de sus calles, donde lo mismo te encuentras una que está especializada en la extraordinaria artesanía de los Belenes (a los que, por cierto, van incorporando personajes como Berlusconi, el Papa Francisco o Andreotti), que otra en la que alternan las más prestigiosas firmas de la moda mundial.  

      Parte del Belén de la Cartuja
    Antes y ahora me ha llamado la atención la religiosidad de este pueblo pasado por cien credos, que ha visto Dioses de una docena de Olimpos, y que sabe a qué atenerse respecto a las Iglesias de unos y otros. Y, no obstante, ahí está la Capilla de San Genaro, monumento barroco cuajado de platas y joyas a mayor honra y prez del Prelado paleocristiano cuya sangre, dicen, sigue licuándose con la regularidad de un reloj suizo para pasmo de propios y extraños. Luego nos enteramos que hay otra Santa, olvidé el nombre, también napolitana, que compite con el Obispo en cuanto a las propiedades de su sangre, e incluso la supera, porque, al parecer, la de la Santa se licúa muchas más veces.

    Capilla de San Genaro en la Catedral de Nápoles.
      En esta ciudad, uno va andando y, de pronto, entrevé a través de un portón semicerrado un patio espectacular. Entra y no es nada más que la conversión de un viejo Palacio en un edificio de viviendas modestas, que pese a todo, siguen cuidando el patio como si fuera de cada uno. Doscientos metros más adelante, una fachada semiderruida da cuenta de lo que en tiempos fue una soberbia iglesia de traza barroca, y cuarenta pasos más tropieza con una espléndida plaza en cuyo centro se alza un obelisco a mayor honra de alguna Virgen. Éste es Nápoles.  
      Un patio ¿Qué importa de quién?
      ¿Se acuerdan que hablamos del Vesubio?
      Ahí está, a la vista de todos, como una deidad terrible que amenazara a cuantos osan levantar sus casas y arar sus tierras cerca de sus faldas. Algo que vienen haciendo desde hace tres mil años, siglo más, siglo menos, gentes tozudas que entre vomitera de fuego y lluvia de ceniza, aprovechan los regalos del Dios: tierras ubérrimas y situación privilegiada. Supongo que todos sueñan con que el monstruo duerma hasta que sus nietos abandonen este mundo, aunque no siempre lo consigan.

      El Vesubio desde la Cartuja
      
      De tanto en tanto, el volcán vuelve por sus fueros y derrama muerte y desolación a su alrededor. Dicen las crónicas que el 24 de agosto del año 79 de nuestra Era, el Vesubio vomitó millones de toneladas de cenizas, lava y barro hirviente. Hoy te señalan cómo es el perfil del Vesubio y cómo se supone que era la víspera de esa fecha maldita, y, sí, debieron de ser millones de toneladas las que cayeron sobre las ciudades próximas y sus desprevenidos habitantes. Investigaciones posteriores cuestionan la fecha de Plinio el Joven y datan la catástrofe en algo así como mes y medio más tarde, pero eso no cambia la esencia del suceso.
      Permitidme transcribir un párrafo de "El hombre de la flor en la boca" de Luigi Pirandello. No se refiere a la hecatombe del año 79, sino al terremoto que el 28 de diciembre de 1908, asoló poblaciones como las que se citan en el texto. "Le pregunto si cree posible que las casas de Avezzano, de Messina, sabiendo que el terremoto iba a destrozarlas dentro de poco, habrían podido quedarse allí tranquilamente a la luz de la luna. ¡Hasta las casas de piedras y vigas se habrían escapado!

      Ruinas de Pompeya
       
      Lo cierto es que ni en Pompeya ni en Herculano, los templos, las casas, los habitantes pudieron huir. Cenizas ardientes que elevaron la temperatura ambiente por encima de los 300º cayeron sobre Pompeya. Eliminaron primero toda forma de vida animal y al cabo de un tiempo, cuando su peso fue el requerido hundieron las techumbres de aquellas casas de las que Pirandello hablaba. Muros derruidos, columnas truncadas, calzadas, restos calcinados de sus habitantes, quedaron ahí, como un archivo petrificado, sepultados por las cenizas, 




      Interior de una casa en Herculano


      y hoy, veinte Siglos después, nos dan noticia cierta de cómo fue la vida en esta ciudad comercial, entonces puerto de mar, aunque hoy está a más de dos kilómetros de la orilla. Pasear por sus calles, pisar las piedras de sus calzadas, acariciar los bajorrelieves de alguna de sus fuentes, es una experiencia singular.

      El caso de Herculano fue diferente: allí llegó un torrente de lava y barro ardiente que sepultó la ciudad bajo una capa de más de 20 metros de espesor. Apenas una tercera parte de su perímetro ha podido excavarse. El resto yace bajo lo que hoy es una zona de la moderna ciudad. El resultado fue el mismo: desapareció todo vestigio de vida.



      Detalle de frescos en unas termas de Herculano

      Así que hoy, ambas ciudades, ancladas en el tiempo, son un impagable reportaje sobre los modos de vida en la Roma Imperial, bajo el mandato de los últimos días de Vespasiano.

      Y, para terminar, La Costa Amalfitana

      Sorrento, Positano, Amalfi, Ravello, lugares conocidos desde hace siglos como representativos de uno de los entornos privilegiados del Mediterráneo. Farallones verticales, poblaciones agarradas como por milagro a las pendientes inverosímiles que llegan hasta el mar. Cientos de miles de visitantes que han hecho de La Costa el destino de viajeros de cien orígenes distintos.

      Positano
    Playas mínimas, calas minúsculas al amparo de roquedales abruptos y el aprovechamiento inverosímil de las posibilidades urbanísticas de la zona. Cuando conocí La Costa, era Agosto y sufrí la congestión de toda la zona. Esta vez, un par de semanas antes de la llegada de la Primavera, las ciudades estaban semivacías, apenas transitadas por lugareños que se afanaban en preparar hoteles, bares, calles, restaurantes para la llegada inminente de los viajeros.
    Amalfi desde la playa
    También Amalfi se pega a las laderas y se descuelga desde las cumbres hasta la misma arena gris de la pequeña playa, justo enfrente de la ciudad. Calles escarpadas, escaleras retorcidas, configuran otra de las ciudades emblemáticas de la Costa que lleva su nombre.
    Otra perspectiva de Amalfi
    Continuamos nuestro recorrido para terminar recalando en Revello, la última de las ciudades que habíamos pensado visitar. Nuevas perspectivas, casas de alto porte, iglesias menos monumentales que las napolitanas, añosas, cuidadas, encantadoras en su aparente sencillez. Y, por todas partes, gentes amables que te facilitan las informaciones que les vas demandando, con ese sentido de la hospitalidad propio de quienes han visto desde siglos pasar a cientos de miles de curiosos ávidos de descubrir lo que para ellos es el espectáculo con el que se levantan cada mañana.
    Revello
    La nostalgia del regreso
    Han sido pocos días, cinco apenas, pero cuando abandonamos Nápoles, nos queda el regusto agridulce de cuanto hemos visto, oído, gustado en esta tierra irrepetible que sigue ahí, anclada en el tiempo, sobreviviendo invasiones, soportando rectores venidos de fuera, o salidos de su propio pueblo, sabiendo, hoy, que han heredado un pasado glorioso que les ha dejado huellas no sólo en piedra sino anímicas que les han hecho lo que hoy son: amables, listos, vividores, atentos a cuanto pasa a su alrededor y un tanto escépticos frente a fórmulas mágicas que podrían devolverles esplendores pasados.


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    Por tierras de almogávares y templarios




    Fonz, en el Cinca Medio

    Por estas tierras pre pirenaicas comenzaron su andadura allá por el siglo XIII los temibles almogávares. Guerreros de fortuna que aterraron Bizancio combatiendo primero a las órdenes del Imperio, luego contra aquellos que les traicionaron y siempre bajo la bandera de Aragón. También dejaron por aquí su rastro los monjes soldados de la Orden del Temple que construyeron fortalezas a la vista de las nieves del Pirineo. Unos y otros terminaron perdidos en las nieblas del pasado.

    Fachada del Ayuntamiento de Fonz

    Los tiempos han cambiado, pero El Cinca Medio y las tierras al pie de los montes, el Somontano, conservan el sabor de los siglos. Fonz, Las Fuentes, por ejemplo, se encarama en un cerro desde el que se domina el llano, como siempre ha sido.



    Interior de la casa de los Coll

    Palacios construidos sobre laderas empinadas, callejas serpenteantes por cuestas imposibles, escudos señoriales de noblezas rurales, y sobresaliendo tejados, la iglesia monumental. Ciudades y pueblos habitadas por gentes duras, mente y corazón dispuestos a domeñar la tierra, vencer a los elementos y ganarse el sustento con el trabajo y la seriedad. Siempre ha sido así, y así sigue siendo.


    Iglesia de Nª Srª de la Asunción
      
    Y ésta es, también, la tierra de los grandes caldos del Somontano. Bodegas que pueden llegar a los cuatro millones de botellas al año, como Enate, y otras, Sers, por ejemplo, que se mueven por debajo de las cincuenta mil. Una y otra y las más de treinta que están en medio, elaboran vinos de primera calidad, asombrosos, distintos los unos de los otros, en bodegas construidas por arquitectos de renombre, o encomendadas a quienes siguen rindiendo culto a la tradición.



    Exterior e interior de dos bodegas de Somontano

    Preparen su recorrido, concierten visitas y disfruten de los caldos de la región, garnachas, parraletass, cabernets, syrahs, merlots, tempranillos. Monovarietales y coupages. Blancos, rosados y tintos, que eso va en gustos. Vuelvan con tesoros líquidos en sus maletas.



    Tendrán dónde elegir si quieren degustar las especialidades gastronómicas del alto Aragón: La Lola en Buera, media docena de sitios en Barbastro, del que destacaría ese lugar insólito que oficia como restaurante en el semisótano de una frutería. ¡Ah! y si es la época propicia, no dejen de acercarse al siempre misterioso mundillo de la trufa negra de Graus.

    Atardecer bajo la lluvia en la Plaza Mayor de Graus

    Y cuando estén a punto de marchar de Fonz, no dejen de visitar una sorprendente industria local donde está a la venta el mejor yogur de leche de oveja que he probado jamás, y un par de quesos notables. Por supuesto, uno y otros pueden comprarlos en "El Corte Inglés", pero no es lo mismo. Los productos Val de Cinca, mejor comprarlos en origen y escuchar las explicaciones de sus artesanos.

    De vuelta en casa, es el momento de agradecer a nuestros anfitriones cuanto han hecho por nosotros. Carmina Coll y Alfonso Royo, son aragoneses militantes, enamorados de su tierra a la que retornan en cuanto les es posible, de Fonz en particular, mantenedores de tradiciones centenarias. Nos acompañaron hasta su casa, nos fueron llevando de pueblo en pueblo, de bodega en bodega, de tienda en tienda, y de sorpresa en sorpresa. Gracias a los dos y a Pali y Felipe con quienes compartimos la experiencia.

    Madrid a 20 de marzo de 2013



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    El Fuerte de la Concepción

    Posada Real "Fuerte de la Concepción" en Aldea del Obispo, (Salamanca)
    Alguna referencia histórica (sin abusar)
      La frontera hispano lusa está pespunteada de ejemplos notables de arquitectura militar. A ambos lado de la raya, los gobernantes han transformado su desconfianzas en el vecino en construcciones defensivas, casi siempre por parejas, una enfrente de la otra. Podrían haber caído en la cuenta de que si ambos hubieran mirado para otro lado, se habrían ahorrado sus buenos dineros, pero nosotros nos habríamos perdido la contemplación y el disfrute de un cierto número de edificaciones singulares.




        El Fuerte de la Concepción, También llamado Fuerte de la Estrella por los lugareños en razón a su planta de estrella de ocho puntas, fue construido en su primera versión en tiempos de Felipe IV cuando los portugueses decidieran independizarse de España. Tan mala fortuna tuvo el Fuerte que de sus restos quedan sólo, eso dicen, los fosos.




    Fue en el primer tercio del Siglo XVIII, Cuando Felipe V, encargó a Pedro Moreau la construcción del Fuerte que ha llegado hasta nosotros, bastante perjudicado, eso sí, por obra y gracia de la labor de demolición que tan diligentemente acometió Crawford, general a las órdenes de Lord Wellington que, como es bien sabido, vino a España no a ayudar a los españoles, sino a acabar con el poder napoleónico. Si, de paso, podía debilitar aún más a la pobres, España, mejor. Cosas de la época: pese a hazañas como la descrita, Lord Wellington ostenta el título de Duque de Ciudad Rodrigo, donde se conserva su espadín a los pies de la imagen de San Sebastián en la Parroquia de San Cristóbal .


    En su mejor momento, el Fuerte de la Concepción era un sistema defensivo formado por la estructura principal, la que decíamos tiene planta de estrella, capaz de albergar a tres mil infantes, más de doscientos jinetes y dar cabida a noventa piezas de artillería, las caballerizas, casi a tiro de piedra en dirección Sur, y el Fortín de San José algo más alejado, ocupando el único punto superior en altura al Fuerte.


    Marchó el inglés dejando ruinas tras de sí, y el fuerte cayó en el olvido, hasta su casi total desaparición a manos de quienes vieron en sus ruinas, materiales de construcción de primer orden. Yo lo vi en 1968 y puedo asegurar que en lo que un día fuera patio de armas pastaban ovejas, los fosos casi habían desaparecido, y apenas si quedaban restos de puertas o ventanas. Lamento no poder aportar pruebas gráficas de lo que digo, pero así lo vi hace algo menos de medio siglo.




    La Posada Real "Fuerte de la Concepción"








    Y ahora, desde hace un año, día más o menos, el viejo fuerte se ha convertido en hotel. Ha sido necesario el empeño de Luis Togores y de Rosa, su mujer, el esfuerzo continuado de tres años de trabajos para poder dar forma al sueño de esta pareja de románticos, empeñados en conservar y dejar a la posteridad un capítulo de nuestra Historia.


    Nos comentaban que sólo el desescombro y rehabilitación de los fosos han supuesto dos años de trabajo. Falta por hacer, tanto cuanto sus dueños quieran y la Administración permita, que tal parece que dedica más esfuerzos a obstaculizar que a colaborar. ¡Qué le vamos a hacer!

    Mientras tanto, a poco más de tres horas de viaje de Madrid, a 40 km de Ciudad Rodrigo o a poco más de 10 de Fuentes de Oñoro, se puede disfrutar de una estancia diferente en unas instalaciones confortables, atendido por un personal cuya disposición de servicio es encomiable, capaces de ofrecer la sorpresa de una cocina muy por encima de la media de los hoteles españoles.



    El Fuerte, por otra parte, es una buena base de operaciones para acceder a Las Arribes del Duero, o para visitar el sistema de fortificaciones fronterizas a uno y otro lado de la raya, San Felices de los Gallegos, Almeida, Ciudad Rodrigo o Sobradillo.


    Salvo que la opción sea ir descubriendo sin prisas las joyas gastronómicas, quesos, vinos, chacinas, de la región.








    Una última reflexión.

    Me consta lo difícil que va a ser rentabilizar inversiones como las que están siendo precisas para poner el Hotel en condiciones óptimas de explotación. La labor de los propietarios es digna de elogio y está pidiendo a gritos ayudas públicas que sustenten esta ingente labor de mantenimiento de nuestro patrimonio. No importa quién sea el propietario según el Registro, la significación histórica y artística del Fuerte es de todos nosotros, e, incluso de nuestros sucesores.

    ¿Tan difícil es de entender que estas aventuras deben de ser ayudadas por el Estado, ya sea el Gobierno, la Comunidad Autónoma o el Ayuntamiento quien lo orqueste, antes que malgastar los impuestos en festejos patronales, por ejemplo?

    

    Correrías por La Española


    La República Dominicana
    Cuando Rodrigo de Triana gritó "¡Tierra!", estaba muy lejos de imaginar que aquello que veía enfrente era una isla, que pasados algunos siglos se llamaría República Dominicana y que más o menos allí habría una ciudad llamada Puerto Plata.
    Cinco siglos no son demasiado tiempo a escala histórica, pero, en cualquier caso, muchas cosas han pasado en aquella isla que el Gran Almirante llamó "La Española". El choque entre las dos culturas terminó pronto con los Tainos, la tercera o cuarta migración continental que pobló la isla, que desaparecieron diezmados por las guerras y aniquilados por las enfermedades venidas de otro mundo. Fueron cristianizados por las buenas o de cualquier otra manera, que eran tiempos en los que en Europa la disidencia religiosa se penaba con la muerte, ya se tratara de judíos o moriscos en España, de Hugonotes en Francia, de herejes de uno u otro signo, que eso dependía de la religión del Príncipe, o de católicos en Inglaterra.
    La Española perdió su nombre y un tercio de su territorio que pasó a ser soberanía francesa. La parte española hubo momentos en que también fue francesa, o haitiana o de nuevo española y hasta en dos ocasiones gringa. Hoy, desde hace algunos años, es una República razonablemente estable que está cambiando sus fuentes de riqueza, desde la agricultura a los servicios. Hemos recorrido buena parte de su vertiente atlántica, y la ciudad de Santo Domingo.
    La península de Samaná
    En el extremo Nororiental de la isla, la península de Samaná cuenta con la mayor concentración de cocoteros del mundo, vive alejada del bullicio masificado de otros destinos turísticos, y da cobijo a una nutrida población foránea (franceses, canadienses, italianos, españoles y algunos, pocos, estadounidenses) que ha hecho de la península su segunda residencia estable.

    Abril es buen momento para recorrer Samaná. Ha pasado la temporada alta y aun no han llegado las lluvias. Playas como la de Cosón (en la fotografía), Playa Bonita, La Escondida, Playa Rincón, Playa Limón, o tantas otras, os darán la oportunidad de pasear, tomar el sol, almorzar junto al mar o beber una piña colada prácticamente solos, sobre arenas limpias punteadas por millones de cocoteros.




    Podréis degustar unos buenos pescados a la brasa (chillo, colidorado, cotorras, mero, lambí, camarones)  en sitios como Luis (en la foto) en Playa Cosón, Clin Clin en las Terreras, Kiosco Ramona en playa Bonita y bastantes más. Dejaré el comentario sobre Santi para otro momento.



    Otra perspectiva de Playa Cosón



    Las Terreras es el núcleo urbano que domina la costa atlántica de Samaná. Bullicioso, encantador, abigarrado, surtido de todo lo necesario para vivir alojado en una vivienda, sea tuya o alquilada, vive inmerso en música, merengue, bachata, salsa, bolero, que te llega desde cualquier lugar imaginable. Uno puede moverse de colmado en colmado, observando exposiciones callejeras de cientos de cuadros naifs, sorteando motos, quads, automóviles de mil modelos viandantes que se mueven bailando al son de cien altavoces diferentes. 



    La oferta de frutas y verduras es excelente




    Samuel, ayudado por su mujer y por su hijo, no sólo dispone de un buen surtido de productos frescos, sino que está dispuesto a prepararte piñas o mangos pelados para llevar a la playa.




    Aunque también tienes la opción de comprar en plena calle bananas, mameyes o guayabas a vendedoras ambulantes.

    Hay que conocer a Santi

    Santi es un asturiano afincado en Samaná desde hace años. Regenta un restaurante muy recomendable en Limón, pero, con ser importante, eso es lo de menos. Santi es, antes que nada, un conseguidor. Como ya he dicho puede darte bien de comer. Nosotros le encargamos un sancocho y quedamos muy satisfechos, y además, nos resolvió sobre la marcha el problema que nos había creado el fallo de una agencia de viajes. Nos montó una excursión a caballo al Salto de El Limón,




    que nos llevó con sus guías a través de un recorrido de algo menos de una hora por parajes agrestes, hasta llegar a nuestro destino.





    Hay quienes trepan de manera inverosímil por las empapadas paredes del salto hasta llegar a un punto desde el que saltar a la poza, veinte metros más abajo.


    La gracia de Las Terreras

    Ya dije que Las Terreras es la "capital" de la costa atlántica de Samaná. Tiendas, colmados, fruterías, talleres, restaurantes de todo tipo, cocinas locales o foráneas, pespuntean las dos calles principales, con ofertas como las que  se pueden ver a continuación






    Y en cuanto a gastronomía, es evidente que ha habido quien ha sabido conjugar las materias primas locales con algún regusto tópico a tono con la nacionalidad del propietario.





    Creo que este documento gráfico, me excusa de referir la oferta de pescados de la zona. Obtuve la fotografía frente a una de las pescaderías-restaurantes del "pueblo de pescadores" en los alrededores de Las Terreras  


    Puesto en el Mercado de Sánchez

    Pichipén




    Cuando conozcan a Santi, pregúntenle por Pichipén. Se trata de otro personaje notable, propietario de un establecimiento increíble al borde de la carretera, donde puede usted observar cómo se descascarilla, se muele y se envasa el cacao que él mismo cultiva, o degustar café de su cafetal próximo, o adquirir productos de artesanía de la zona, y cómo no, comprar la materia prima imprescindible para elaborar la mamajuana (especie de licor de hierbas, raíces y maderas medicinales a base de miel y ron) o tomar una rica mezcla de cacao, banana y miel).


    Los haitises

    Cruzando la península de Norte a Sur, tome un barco en Samaná (también Santi puede ocuparse de ello, con la ayuda de su colega "El Mudo"), y hágase conducir a Los Haitises, parque Nacional pespunteado de manglares y de formaciones cársticas que hacen emerger del mar mogotes huecos por dentro y cubiertos de frondosa vegetación. 




    Por estos parajes dejaron sus huellas los Taínos. Pinturas rupestres y petroglifos adornan cuevas que ya estaban habitadas siglos antes de que bucaneros, corsarios y filibusteros las usaran como refugio.


    Cayo Levantado




    Este islote, en el seno de la Bahía de Samaná, es un enclave turístico de primer orden, capacitado para recibir cruceros de lujo, dotado de alojamientos de alto nivel y hasta de puntos de la playa ideales para observar los clavados de los pelikanos procurándose el sustento. Después, de vuelta a Samana, una buena opción es ver atardecer en "El Café del Mar" donde tomar una piña colada viendo ponerse el sol mientras suena música chill out.
    El ingenio dominicano



    Hace falta una buena dosis de creatividad para configurar un establecimiento híbrido de frutería tropical y taller de reparación de ingenios electrónicos sonoros. Yo encontré éste en Las Terreras




    y esta carta en un restaurante popular, indicativa de una buena parte de las especialidades gastronómicas de la zona.


    Y Santo Domingo, para terminar
    Rondando los tres millones de habitantes, la capital aloja a uno de cada tres dominicanos. Su casco histórico, necesitado de una buena inyección de dinero para su rehabilitación, cuenta con monumentos históricos, muchos de los cuales -el fuerte, la catedral- ostentan el privilegio de ser los primeros en su género en el continente americano.
      
    Iglesia y Convento de los Dominicos
    ¿Y los dominicanos?
    Los he percibido como gentes amables, alegres, atentos con el visitante, sin ninguno de los tics anticolonización tan frecuentes en Hispanoamérica, dispuestos a echar una mano al forastero, aficionados a la música y al baile y, al menos en apariencia, sin el estigma del racismo de uno u otro signo.


    y dispuestos a bailar a cualquier hora del día o de la noche. Te mueves por la isla bañado en música, en ritmos calientes, merengue, salsa, bachata. Cuando el dominicano los oye, si puede, baila. 




    Las fotos está tomadas en un Kiosco, "La Cana" que encontramos al paso. Eran las 7 de la tarde ,cuando volvíamos a Las Terreras.



    
    Oímos la música, detuvimos el coche, entramos, pedimos unas cervezas, vimos cómo se baila el merengue y, al final, una de las nuestras se animó y compartió pista con un joven que se atrevió a pedirle salir a la pista. Salvó el honor del grupo.
    
    

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    México está para comérselo


    (Extracto del artículo publicado en Gourmets en Junio de 2012

    Recorrer los puntos gastronómicos más atractivos del Norte de México, exige una viaje largo, que comienza en el D.F. y dura más de dos semanas. Un recorrido duro, exigente e inolvidable por tierras norteñas.


    La flora del semidesierto



    Rumbo al Norte


    En el Estado de San luis Potosí, rodeado de un circo de montañas, en medio de la nada, se encuentra Real de Catorce. Un tortuoso camino os llevará frente a un farallón rocoso de más de cien metros de altura. Os adentraréis en un túnel minero de cerca de 3 Km. Lo recorreréis a bordo de pequeños todo terrenos, que parecieran sacados de la Segunda Guerra Mundial, hasta que os encontréis frente a la ciudad.


    Iglesia en las afueras de Real de Catorce.

    Al cabo, sobre una colina, el pueblo como rescatado para vosotros por la máquina del tiempo. Una ciudad minera, antaño emporio de riqueza, abraza un cerrito, rodeado a su vez por profundas barrancas resecas, que se encaramas a montañas que sobrepasan las techumbres del pueblo. En invierno las cumbres suelen estar nevadas. Un lugar fuera del tiempo. Una muestra de cómo una mina de plata hizo nacer un pueblo y más tarde, agotada la veta, llevarla al borde de la desaparición. Ahora aupada por el turismo y la bohemia, vuelve a la vida orgullosa de su denominación de Pueblo Mágico. Alojamientos más que decentes y restaurantes interesantes. Entre sus especialidades, El guiso de boda, de reminiscencias manchegas, o los cabuches, flores de cactus de aspecto similar a las puntas de espárragos.

    Las Barrancas del Cobre en la Sierra Tarahumara.

    Estado de Chihuahua, 247.455 Km2. Media España. La Sierra Tarahumara, parte de la Sierra Madre Occidental, con alturas superiores a los 2.500 m, alberga Las Barrancas del Cobre. Son las tierras de los indios Rarámuris. En su punto más agreste, alcanzan una profundidad casi doble que el Gran Cañón del Colorado.


    Blanca en las Barrancas del Cobre.

    Montañas desiertas, pero no del todo. Están los Rarámuris, trotadores de grandes distancias por senderos imposibles; silentes y hacendosos, desconfían de nosotros a quienes llaman chabochis (diablos blancos).

    Y estamos quienes nos alojamos en hoteles colgados en paredes increíbles, y quienes salidos de quién sabe dónde, se acercan a diario a tomar el tren en el Apeadero de El divisadero. El tren es El Chepe, el ferrocarril que une la Capital del Estado con Los Mochis, en la costa del Pacífico, a más de 650 Km. Un prodigio de ingeniería.

    En el apeadero, cocineras hacendosas ofrecen en sus puestos platos sencillos, magníficamente preparados, y vendedores atentos ofrecen las muestras de las artesanías de la región, cestería y cerámica, entre otras. Todo al alcance de quien quiera embarcarse en el Chepe, donde, por cierto, se almuerza mejor que en el más lujoso tren europeo que yo haya conocido y a precios en absoluto comparables.

    Los pescados sinaloenses.

    Es falso que en México resulte imposible degustar un buen pescado o disfrutar de mariscos excelentes.


    Mural en Cuchupetas. 

    El mural de la fotografía corresponde a la decoración del restaurante Cuchupetas, en las afueras de Mazatlán. Prueben sus pescados, mojarras o lo que ese día haya suministrado el mercado, preparados al horno, o zarandeados, o a las brasas. Ordenen callo de hacha, o aguachile. No se arrepentirán.

    Las sorpresas de Michoacán.


    "Meseras"

    Ziracuaretiro es un pueblito hermoso, divertido y acogedor. ¿por qué no desayunar (olvídense luego de almorzar) en uno de los dos restaurantes de Doña Blanca? Por ejemplo, en ése que se llama, lo juro, El gorjeo de las aves en las mañanas de Abril. Deje vagar su mente bajo las pérgolas, escuchando a los pájaros que le dan nombre, atendido por meseras como las de la fotografía, mientras degusta una variedad infinita de jugos, frutas, dulces, platos salados y cuanto le vayan poniendo delante.

    Vuelvan luego a Morelia, descansen en "Los Juaninos" o en cualquiera de los hoteles de los alrededores del Zócalo. Cuando llegue la hora de cenar, vayan a San Miguelito. Pese al nombre, es lugar para implorar la ayuda de San Antonio, si quien lo hace necesita resolver cuanto antes males de amores. Más de trescientas imágenes, estampas, cuadros y exvotos, hablan de la eficacia mediadora del Santo. Ordenen una ensalada Aquí estoy, seguida de una Pechuga de fuego y rematen con un sabrosísimo helado de tomate.


    La Catedral de Morelia. 

    Y cuando, a la mañana siguiente, vean esa joya barroca desde el balcón de su habitación, bajen a la calle, pregunten por el Restaurante de Lu en el Hotel Casino Morelia, y dispónganse a disrfutar de la Sinfonía de frutas e la meseta Purépecha con yogur de guayaba y nurite, el omelette moreliano, y el pastel de naranja. ¡Ah! y junto a los jugos recién exprimidos, ya me dirán qué les parecen los cafés mexicanos, ya sean de Oaxaca, Chiapas o Veracruz.





    Muestras del culto a la muerte en el Museo de las Artesanías D.F.

    Ahí sigue México, intemporal y moderno, inabarcable, inaprensible, con sus gentes amables, sus cien cultural mezclándose a diario, su patrimonio arqueológico, sus muestras virreinales, su pujanza actual, diseñando rutas nuevas, esperando viajeros nuevos, dispuestos a recorrerlas, ojo atento, boca corta y paso largo.




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    De Rabat a Merzouga,
    por la ruta de las Khasbas



    El Otoño es, junto a la Primavera, la mejor estación para esta ruta. Temperaturas agradables, más frescas por la noche de lo que suponíamos, especialmente al amanecer.

    Cómo llegar:

    - Vuelo Madrid/ Rabat y resto de la ruta en coche.
    - Vuelo hasta Marrakech y resto en coche.
    - Vuelo interno hasta Ouarzazate.


    Prejuicios a eliminar:
    • Marruecos es un lugar inseguro. En absoluto. Bastante más seguro que España, se mire por donde se mire.
    • No hay manera de tomar una copa. Falso. Hay algunas restricciones en ciertos sitios, pero no hay ninguna histeria al respecto.
    • ¿Y dónde comer? En cualquier sitio que encontréis al paso. Por ejemplo en las cafeterías de la red de Estaciones de Servicio "Afriquia". Calidad más que aceptable, y muy baratas.


    Otras informaciones:
    • Alquilad coche, turismo o 4 x 4, según lo que queráis hacer. Baratos, bien mantenidos y con el gasóleo a 0'80 € el litro.
    • Mejor no conducir de noche. Fuera de las autovías podéis encontrar media docena de camellos cruzando, un carromato sin luces o tres ciclistas en dirección contraria.





    Sitios recomendables
    • En Marrakech, alojáos en alguno de los Riad de la Medina. Buscad direcciones en Internet. Baratos, limpios, y al lado de la Dyemaa el Fna.
    • El Ksar de Hait Ben Haddou, a pocos Kilómetros de Ouarzazate, es tal vez el mejor conservado de toda la zona. Impresionante. Alojamiento más que aceptable en la ciudad nueva. Justifica una noche.
    • La siguiente noche en Ait Ben Moro, hotel en una khasba del XVII rehabilitada por Juan, gaditano que lleva 12 años en el empeño. Amanecer inolvidable. Pasead el palmeral que la rodea.
    • Merzouga. Recomiendo dos noches. Una en hotel y otra en jaima, a la que se llega en camello, para ver la puesta de sol y el amanecer. Ahí sí, si queréis alcohol en la jaima, hay que llevarlo puesto.




    Blanca y Clemente intentando confundirse con el paisanaje




    Se supone que Blanca, Carmina, Alfonso y yo investigamos más allá de la duna








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    Invierno en Baviera


        Tierra hospitalaria, especialmente si te espera alguien de tu familia, Baviera siempre pone a tu disposición, belleza, cultura, naturaleza, arte, historia, una gastronomía sugerente para los sureños y unos precios sorprendentes para quienes llegamos de países más pobres.

        En diciembre, además, añade el atractivo de su particular forma de encarar las Navidades: mercadillos en lugares dignos de verse, y nieve, al menos este año.






    Abensburg. Ciudad medieval, amurallada, con el paseo de ronda cubierto, cosa que, con este clima, es bastajnte prudente
    D




    Uno de tantos mercadillos de los que pueden encontrarse en Munich.






    Otra perspectiva del parque del castillo.

    El parque del Palacio de Nimphemburg, con el cenador del otro lado del lago.



    En Nördlingen se encuentran unos extrañas construcciones, fruto de la imaginación de un arquitecto austríaco. Algo así como si Gaudí se hubiera ido de copas antes de sentarse a proyectar.



    Para nosotros, no obstante, la joya del viaje ha sido Rothemburg, donde además de encontrarnos con un casco medieval en un estado increíble de conservación, degustamos el vino caliente con especias tal vez más reconfortante de cuantos probamos.









































    7 comentarios:

    1. Una visita fenomenal, espero quede en vosotros un buen recuerdo.
      El tiempo, invernal, con mucho frio era ideal para sentir las Navidades. En Babiera decimos que Navidades sin nieve no son Navidades.

      Rothenburg ob der Tauer, una ciudad que no solo merece ver en Navidades, con una gran tradiccion navidenia.

      Abendsberg,en la cerveceria con su construccion de "Hundertwasser" y su mercadillo, con artesania tradicional, hecha a mano.

      En Nördlingen el paseo por encima de la muralla y el cafe con "bolas de nieve".

      Y en Munich cosas nuevas como el famoso cafe "Dalmaier" y sus especialidades.

      Reconozco que disfruto de las visitas, para ellas preparamos "Programa", tambien cosas desconocidas para nosotros. Por lo que presumo de conocer bien la zona!!!

      Espero que os animeis a venir en primavera, os falta "Baden-Wüttenberg"..

      Hasta pronto.

      Carolina Hipola

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    2. Volveremos, desde luego, y cuando retornemos a España nos traeremos el recueardo de nuevos descubrimnientos, ciudades, paisajes, gastronomía, costumbres, y por encima de todo eso, como siempre, la memoria del trato que nos habéis dado.

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    3. Increíble! Son imágenes que exactamente me trasladaban a ese lugar, que emoción. Gracias por compartir.

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      1. Me encantaría saber a quién debo agradeacear el comentario ysobre qué viaje, porque no tengo modo de saberlo. En todo caso, gracias por leerme y por disfrutar con algo de lo que hago.

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    4. Da gusto ver como lo pasáis, Clemente.
      Un abrazo!!

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    5. Muchas gracias, Alberto. Tratamos de aprovechar el tiempo de una de las formas más gratificantes que conocemos, es decir, viajando

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