jueves, 4 de mayo de 2017

Final de partida

Francia en la encrucijada.

El próximo domingo, día 7 de mayo, Francia se enfrenta a unas elecciones trascendentales. En la segunda vuelta de las Presidenciales, por primera vez desde hace décadas, ninguno de los dos candidatos representa al socialismo clásico, ni a la derecha refundada por el General De Gaulle.

Insólita segunda vuelta, como sorprendentes, por infrecuentes, fueron los de la primera. No tanto, aunque también, por la presencia de Marine le Pen, porque ya su padre disputó la Presidencia de la República hace años, como por todo lo demás.

La derecha clásica se ha hundido. Justo castigo a la contumacia del candidato a quien el cerco de los escándalos de corrupción no le han hecho renunciar al honor de representar con dignidad a una nutrida muchedumbre de votantes potenciales, y la falta de capacidad política de su formación no le han obligado a dejar el sitio a cualquier otro candidato más solvente.

El socialismo ha perdido, veremos por cuánto tiempo, su condición de fuerza alternativa, tal vez por la imposible andadura del hasta ahora Presidente de la República, baqueteado por la ola de atentados terroristas lo que, sin duda, ha decantado las preferencias de los votantes por formaciones que plantean soluciones más verosímiles, al menos en apariencia.

Gana presencia, por el contrario, la izquierda radical, representada en estas elecciones por Mèlenchon, con lo que Francia se suma a la relación de países en los que la polarización política deja de ser un fenómeno pasajero. 

Con este panorama, algo que llama poderosamente la atención, es, precisamente, la ambigua actitud del candidato izquierdista, recomendando a sus votantes la abstención o el voto en blanco. En apariencia, es una contradicción que el candidato más a la izquierda pueda resultar un apoyo indirecto a la candidata que está más alejada de sus tesis. ¿O no lo está tanto? Porque también Mèlenchon preconiza la salida del Euro y se cuestiona la existencia de la Unión Europea. 

¿Qué puede pasar, pues? ¿Tendrá Macron, un candidato sin un sólido Partido detrás de él, dicen, incluso, que sin equipo que le respalde, votos suficientes para conjurar el riesgo? ¿Si no es así, será capaz Marine le Pen, con la complacencia de Donald Trump, la ultraderecha europea y Vladimir Putin, de aplicar sus promesas electorales? ¿Dejará de ser una esperanza el "siempre nos quedará París de "Casablanca? En todo caso, está claro que la importancia de la votación del domingo trasciende el ámbito francés y de una u otra manera afecta a espacios y realidades mucho más amplias

¿Tan lejos estamos en España de un escenario similar?

En parte, sólo en parte, tenemos también un futuro próximo complejo. El PP, no importa lo que digan las encuestas (o más bien, según qué encuestas) está pagando el incesante chorro de casos de corrupción. Cierto que, dada la desesperante lentitud de la Justicia, los ejemplos que estamos conociendo tratan de asuntos ya pasados, pero no es menos cierto que el Partido ha hecho gala de una alarmante falta de reflejos, no ha actuado con la deseable contundencia contra el nefasto comportamiento de muchas de sus figuras más representativas y sigue apoyando a destiempo a personajes que una semana después terminan en el banquillo de los acusados. No pueden extrañarse de que se les acuse de encubrimiento.

El PSOE está tardando demasiado en resolver su ya larga situación de interinidad. Es posible que no se haya podido hacer de otra manera, pero la ciudadanía, sus potenciales votantes en especial, necesitan saber cuanto antes cuál es el proyecto político que se deduce de la personalidad del próximo secretario General, porque a nadie se le oculta que no será el mismo Partido el que lidere uno u otros de los candidatos.

En cuanto a nuestra particular versión del melenchonismo (perdón por el neologismo) empezamos a estar de vuelta de sus intenciones y de sus maneras de hacer. Hablan ahora de presentar mociones de censura en no sé cuántos sitios. Saben que no van a ninguna parte y lo saben tanto que ni siquiera guardan las formas y ni se molestan en presentar candidatos alternativos. Porque no se trata de desplazar al PP, algo que saben que está por el momento fuera de su alcance, sino de conseguir titulares en los medios de comunicación, que es lo que más les gusta. 

No quieren desplazar a Rajoy de la Moncloa, ni un "Gobierno de Progreso", ni que la izquierda llegue al poder. No. Quieren un Gobierno encabezado por Pablo Iglesias, ("Todo el poder para los Soviets", ¿recuerdan?) lo que no es lo mismo, ni mucho menos. Por eso es necesario empezar por dinamitar al PSOE, por eso anuncian una macro manifestación precisamente para el día en el que los militantes socialistas votan en sus elecciones primarias. Por eso su afán por influir en el ánimo de los militantes socialistas. Por eso la constante banalización del papel del representante del pueblo en las instituciones. Nada es casual en la mente de los profesores de Podemos.

Buscando las causas

Deberíamos preguntarnos por qué están pasando tantas cosas lamentables al mismo tiempo. Qué hay debajo del triunfo de Donald Trump, del auge de los fascismos y los populismos de un signo y su contrario en Europa, de la debacle de los viejos partidos, del titubeante trastabilleo de una Europa vacilante.

Para este último fenómeno, el declinar del sueño europeo, no basta con denunciar, aunque sea cierto y deba y pueda corregirse, el agobiante peso de la burocracia de la UE. Es cierto que su papel intervencionista en lo nimio y claudicadora en lo importante está alejando cada día más las instituciones europeas de los ciudadanos. Es cierto, sí, pero a mi modo de ver, el excesivo peso de la burocracia no es una causa sino un efecto. 

Quiero decir que el problema, del que también deriva el protagonismo de los burócratas, es la falta de liderazgo en la inmensa mayoría de los socios de la UE, lo que se traduce en la ausencia de ideas políticas capaces de hacer caminar a la Unión, más pendiente de regular el tamaño de los chirimbolos que han de permitir individualizar el consumo de agua caliente por vivienda, que de acordar una posición común en los casos de Ucrania, de Siria, de los refugiados, o, sin ir más lejos, de afrontar dos problemas acuciantes: el  nivel inadamisible de paro y la desigualdad social creciente. Cuando no hay gobernantes, mandan los funcionarios.

El descrédito de la clase política parece ser un fenómeno universal. Apoyándose en él, ganó Trump. La miopía de Cameron, echó a los británicos en manos de los demagogos. Las torpezas de Hollande, la corrupción de Fillon, la insustancialidad de Rajoy hacen crecer las expectativas de opciones políticas inverosímiles hace veinte años, cuando el mundo contaba con líderes reconocibles. ¿Quiénes pueden calificarse hoy como tales? La contestación es aterradora: Putin, Erdogan, Trump. Ellos sí saben lo que quieren, por mal que nos venga.

¿Hasta qué punto es coincidencia o efecto lo que vengo comentando, respecto de la crisis financiera de la que apenas comenzamos a salir? Está estudiado y está demostrado: las crisis económicas son la placenta donde crece el feto de todos los populismos, sean de ultraizquierda o de ultraderecha. 

El lumpenproletariat del que hablaba Marx es el caldo de cultivo ideal del que se nutren el fascismo y el izquierdismo, (en el sentido del que hablaba Lenin de este fenómeno en  "El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo") así que no tiene por qué extrañarnos que ambos se apunten al principio de cuanto peor, mejor y se pongan de acuerdo en pedir la salida de la Unión Europea o cualquier otra majadería.

No quiero terminar estos comentarios, sin dedicar un párrafo al papel determinante de los nuevos medios de comunicación de masas. Desacreditada la prensa, ridiculizada la televisión, los nuevos comunicadores de la política han descubierto el filón de las redes sociales. Son el reino de la simplificación, de la sustitución del rigor por el chascarrillo, de la impunidad, del insulto, de la mentira y, peor aún, de la posible manipulación electrónica de la voluntad popular (¿Recuerdan? En las pasadas elecciones generales holandesas se ha vuelto al recuento manual de votos por temor a una interferencia rusa en el sistema informático de escrutinio) Algunos de los nuevos profetas, salvadores de pueblos, son expertos en el manejo de la comunicación supuestamente directa con el ciudadano. 

Donald Trump y el Profesor Iglesias y su mariachi son un buen ejemplo. Se desacredita a la Prensa, "enemigos del pueblo", según Trump; o son parte de la "trama", según Iglesias, y se la sustituye por Twiter, donde el simplismo, el insulto y la mentira son incontrolables.

Por consiguiente...

Si esas son las causas, habrá que luchar contra ellas, no contra sus efectos.

Reduzcamos la brecha de las diferencias sociales agradada por la crisis.

Dediquemos a los mejores a hacer política, so pena de seguir en manos de los mediocres.

Ocupémosnos, cada uno, de prestar atención a cuanto pasa a nuestro alrededor de manera que seamos ciudadanos informados imposibles de manipular.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí lo que desees