domingo, 1 de febrero de 2015

Se irán de rositas
 
Y, sino, al tiempo.
 
Ésta es una de tantas veces en las que me gustaría equivocarme, porque tengo la fundada impresión de que el clan de los Pujol saldrá del fangal en que está metido con apenas algunos arañazos. Tales o cuales arreglos fiscales, el ingreso en las cuentas del Tesoro de cantidades que para el común de los españoles parecerían descomunales, poco más que calderilla para ellos, y eso será todo.
 
Eso y su nombre arrastrado por los suelos, pero, como los duelos con pan son menos, supongo que la familia podrá sobrellevar el baldón que ya ha caído irremediablemente sobre su honor.
 
Si lo que el pueblo soberano espera es una serie de condenas que lleven a la cárcel a lo más granado y numeroso de la familia, me temo, como decía, que se va a llevar un chasco. Eso, repito que me gustaría equivocarme, no va a pasar.
 
Tendremos que contentarnos con ver cómo quienes hace poco tiempo paseaban orgullosas y autosatisfechas sonrisas, emblemas del poder que ostentaban, se escurren ahora ocultando sus rostros ante grupos de ciudadanos indignados que han cambiado los fervorosos aplausos de antaño, por insultos de grueso calibre.
 
Ha de ser duro comprobar que se han terminado los tiempos en que la disponibilidad de sus apoyos parlamentarios, dados en venta, alquiler o subasta, era manto milagroso capaz de cubrir cualquier vergüenza, fuera cual fuera el color de quien recibía la dádiva de esos apoyos.
 
Nos quedará el pobre consuelo de verificar que al gran patriarca de la política catalana se ha ido para siempre de los escenarios envuelto en una capa de infamia y deshonor; que la matriarca ya no puede vender a precio de oro sus cuadros para que decoren salas de juntas de empresas contratantes con la Generalitat; que sus hijos ya no son buscados para hacer posible lo imposible y, cual milagreros portentosos, convertir el agua en vino y la borra en oro.
 
Pero no estemos tan seguros de que todo ha cambiado. Pasará el tiempo y se repetirán los mismos fenómenos porque nada indica que el mundo en el que vivimos, o, mejor, las fuerzas que lo mueven, vayan a cambiar de signo.
 
¿En qué me fundo para decir lo que digo?
 
Las cosas no suelen ser como a uno le gustaría. Ni siquiera son como deberían de ser. Son como son, y más vale conocer la realidad que refugiarse en deseos bien intencionados que poco tienen que ver con lo que ocurre a nuestro alrededor.
 
Y lo que ocurre es que la fiscalía y, por ende, los Tribunales van a tener muy complicada la tarea de demostrar que la ingente fortuna que se le adjudica al clan -miles de millones de €, se dice en los medios- tiene orígenes fraudulentos. Ha de demostrarse que en la génesis y multiplicación de esos caudales hay una base delictiva. No es suficiente con la sospecha; ni siquiera basta con la demostración que se nos ha hurtado la tributación sobre una parte de ella, porque eso, como decía, es de fácil solución.
 
El proceso que habría de dar con los huesos de esta pandilla en la cárcel habría de empezar por la cuantificación cierta de sus tesoros, tendría que continuar por la demostración de que esas fortunas se han conseguido por medios delictivos, y debería terminar por la delimitación precisa del grado de responsabilidad de cada uno de los perdularios que nos han robado.
 
Para conseguir todo eso, se les antoja a los especialistas que es imprescindible la colaboración de instituciones allende nuestras fronteras. Suiza y Liechtenstein ya han contestado que no van a facilitar la información que se les pide. Andorra aún no ha dicho la última palabra, pero cabe temer su alineación con los otros dos países requeridos. Sin esas informaciones, se duda del resultado de todo lo hecho hasta ahora.
 
¿Cómo es posible?
 
¡Es tan sencillo...! Suiza, Liechtenstein y Andorra se están limitando a aplicar sus legislaciones nacionales, en virtud de las cuales los requerimientos de la justicia española carecen de fuerza de obligar, porque los únicos hechos demostrables hasta ahora son irregularidades fiscales, circunstancia insuficiente para que se nos facilite la documentación pedida.
 
Tendrían nuestros jueces que estar en condiciones de demostrar que en el origen de la fortuna de los Pujol se esconden conductas delictivas: cobro de comisiones ilegales, lavado de dinero, información privilegiada, etc. No basta con suponerlo, ni siquiera con saberlo: hay que estar en condiciones de probarlo.
 
El problema es que para probarlo se necesita primero disponer de la información que se está pidiendo y se nos está negando. O sea: círculo vicioso (nunca mejor dicho), la pescadilla que se muerde la cola, o como se quiera llamar.
 
¿Por qué son así las cosas?
 
¿Por qué hay países cuyas legislaciones protegen de forma tan eficaz a sinvergüenzas que esquilan a sus conciudadanos? Dicho de otra manera ¿La pregunta es retórica o es verdad que no se les ocurren las contestaciones?
 
La legislación de estos países protege los intereses de los amigos de los delincuentes y, hasta el momento, a todos les va bien que se mantenga el actual estado de las cosas. Nunca se sabe cuándo habrá que utilizar esos mecanismos en beneficio propio.
 
-  Una digresión aparte ¿Es que ya hemos olvidado la tolerancia de sucesivos Gobiernos españoles con el muy ex honorable cuando era un clamor popular que sus prácticas eran inadmisibles? ¿Por qué unos y otros, otros y unos, miraron para otro lado, tal vez tapándose la nariz?
 
-  Llegado el caso, se puede avanzar tímidamente en la persecución del blanqueo de dinero procedente de según qué tipo de "negocios" (drogas, tráfico de seres humanos y poco más, que el tráfico de armas ya son palabras mayores), pero el concepto mismo de "paraíso fiscal" es consustancial a las prácticas del capitalismo internacional.
 
En resumen, que como ya dijera Pablo Neruda, "el fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan".
 
-  Un último apunte, estrictamente personal: el actual protagonismo del Caso Pujol, tiene mucho más que ver con la rentabilidad política que  se puede obtener de él, que con el verdadero deseo de sentar a los presuntos delincuentes en el banquillo.
 
-  No quiero excederme en mis pesadillas, pero ¿y si el panorama catalán cambiara, las aguas soberanistas se evaporaran y los antiguos conmilitones del ex muy honorable se volvieran colaboradores del Gobierno de la Nación? Imaginen cuantas incomodidades se evitarían a "todos" si el viejo cacique empieza a desgranar sus memorias ante el Tribunal. Llegado el caso se nos dirá que la unidad de España bien vale algún que otro acuerdo más o menos maloliente.