sábado, 27 de enero de 2024

 Veinticuatro días más tarde

Espero que se me disculpe

Retomo el blog  más tarde de lo que hubiera querido. Imponderables con cuyos detalles morbosos no pienso abrumarles.

Cosas que pasan. Un día decides averiguar por qué vienes soportando desde hace tanto tiempo una ronquera cada vez más incómoda, y otro día, el 28 de diciembre, entras en quirófano. 

En fin, que, pese a que, como es sabido, sólo hay dos tipos de problemas de salud, los graves y los que padecen los demás, mi intención, esta tarde en la que los contradictorios efectos de la borrasca Juan se han perdido en el tiempo, y vuelve la primavera en enero, es hablar es de lo que he sentido, visto, oído en estas especiales circunstancias.


Un hospital universitario cuasi venerable

Un centro público veterano, la inauguración se remonta a 1977, por el que se mueven más de seis mil profesionales de todas las escalas de la sanidad, desde celadores a investigadores, a los que podrían sumarse cerca de dos mil personas más, si contamos servicios no propiamente sanitarios pero imprescindibles en una institución de este tipo, cocinas y limpieza entre ellos. Un hospital que, pese a que se le note la edad, sigue siendo uno de los centros de referencia de Madrid. Ahí es donde he estado.


Cuando pierdes la  capacidad de hablar

(¡Y lo que te rondaré morena!) De pronto, alguien como yo que ha considerado la expresión oral, no digo como un arte, ya me gustaría, pero sí como una herramienta profesional de primer orden, o acaso la más formidable vía de comunicación con la que cuenta el ser humano, se ve incapaz de emitir sonido alguno. Créanme: una cosa es saber que va a pasarte y otra verificar en qué consiste.

Docenas de réplicas ingeniosas, mordaces o amables se quedan perdidas, irrecuperables, en algún lugar recóndito de tu sobresaturada memoria. No puedes pedir, ni preguntar, ni sugerir, ni rechazar, ni ordenar, ni comentar: estás mudo. (Por cierto, no sé  cómo habrá que decir "mudo" en este obseso mundo de eufemismos, pero así estás). Ningún medio alternativo, ni la mímica, ni la pizarra, ni soluciones más o menos tecnológicas suplen esa carencia.

Sabes, desde antes de que todo empezara, que podría haber soluciones a partir del dominio de ciertas prótesis que acabarás teniendo, pero, de momento, has entrado en el mundo del silencio. Somos tan dependientes de las formas, que hasta en algún momento me he sentido mal cuando he sido incapaz, por ejemplo, de decir un simple "gracias" a alguien que lo merecía.


Mucho tiempo para escuchar y más para pensar

¿Mucho tiempo? todo el tiempo. He tratado de aprovecharlo. La inmensa mayoría de la humanidad, no sólo la celtíbera, está más interesada (o sólo interesada) en hablar que en escuchar. Supongo que yo era uno más de los parlanchines obsesivo-compulsivos. Llevo más de cuatro semanas escuchando y es ahora cuando caigo en la cuenta de lo que puede aprenderse, de cuántas cosas puede uno enterarse si escucha en vez de hablar.

¡Las noches! ¡Las tremendas noches hospitalarias! Ocho, diez horas en semivigilia. Porque ¿quién duerme de verdad con sondas, cables y viales conectados a máquinas no siempre, casi nunca, silenciosas? Sanitarios que entran a cambiarte el suero, el analgésico, el nebulizador, a tomarte la tensión, medir la temperatura, la saturación… Así que crees que duermes, pero en realidad piensas, o quizás ni eso, a lo mejor sólo son divagaciones que transcurren en ese ambiguo territorio entre el sueño y la imaginación.

De lo que me caben pocas dudas es que en situaciones como ésta, la realidad te impone el examen, ni siquiera riguroso, de qué es importante y qué no. En tu vida, desde luego, y en tu entorno más próximo, y en tu país. Un ejemplo: en la habitación tenía televisión; no la he encendido ni una sola vez. Vuelvo a casa, veo el primer noticiero y me parece la segunda parte, o la continuación, o una versión vagamente retocada del que vi el 27 de diciembre a mediodía. O sea, como lo que podría pasarte si durante catorce meses devoraras cada día el capítulo de une telenovela turca, te fueras de viaje y volvieras cuarenta días más tarde. La telenovela sigue ahí, tranquilizadoramente igual a sí misma.

¿Verdad que se les ocurre lo mismo que a mí? ¿Vale la pena tanta preocupación?


Cuando ronda la muerte

Es su oficio. (El de la muerte, quiero decir). Su cosecha crece día en día, miles de millones de clientes hacen cola esperando contra toda esperanza poder evitarla. No hay forma, lo sabemos, pero lo olvidamos. He vuelto a verla cercana. Por cierto, no hagan caso: no es un esqueleto espasmódico de risa sardónica, vistiendo harapos y blandiendo guadaña. 

Estábamos Blanca, una enfermera y yo. Una de tantas curas, ni más ni menos importante que otras. Un coágulo inoportuno obturó la única vía de respiración existente. El oxígeno no llegaba a mis pulmones, traté de toser, de expectorar, todo inútil. El tiempo corría vertiginoso, me estaba ahogando y los tres lo sabíamos, como si el tiempo se convirtiera en una materia pastosa. Empecé a notar disfuncionalidades cerebrales como si las cosas se ordenaran de otra manera. Sólo dos o tres realidades contaban, mi vida, la expresión aterrada Blanca, qué suponía eso para mí. Puede ser injusto pero la abnegada enfermera que me atendía no entraba entre mis prioridades. Me moría… pero no me encontré con la "catrina" de la guadaña por ninguna parte, sino que nos vi en una playa desolada de arena gris por la avanzaba una lenta avalancha de una materia blanca, espuma espesa, que se acercaba inexorable. Imposible calcular cuanto tardaría en llegar, pero yo sabía que si la espuma me alcanzaba todo habría terminado. Todo lo demás, la habitación, el hospital, no estaban allí, en aquella playa.

Me daba pena la cara de angustia de Blanca a veinte centímetros de la mía. Aseguro que es en lo único que pensaba. Lo de repasar tu vida en un instante, no ocurrió, acaso porque la espuma aún tenía recorrido que agotar antes de engullirme.

Luego… un último fuerzo, otra tos, el enorme coágulo salió disparado y vuelta a la vida. Cuando pasaron los "otorrinos", al tanto ya del episodio, lo calificaron de "un buen susto".


Los apoyos

¡Qué gran ocasión para calibrar a quienes tienes a tu alrededor, familiares y amigos, y el grado de ayuda que puedes recibir, que recibes, de unos y otros! No  van a sustituir a la doctora ni a la enfermera, no van a cambiarte una sonda ni a extraerte esa flema que te está martirizando, pero son de una importancia capital.

En este capítulo he comprobado que soy un hombre afortunado: no he contabilizado ni una sola decepción, no ha habido desertores y, por el contrario, me he llevado más de dos sorpresas absoluta, completa y definitivamente agradables por lo inesperadas. No, no quiero establecer ni un asomo de listado de agradecimientos porque, lo hiciera como lo hiciera, seguro que acabaría siendo injusto con alguien.

Sencillamente, repito -no hay mal que por bien no venga- me he sentido un hombre afortunado. Perdón, una excepción que entenderá, espero, todo el mundo: volvería a casarme con Blanca, mañana por la mañana (esta hora a la que escribo, las 8 de la tarde, me parece poco apropiada para ese tipo de ceremonia).


Rodeado de sanitarios

Muchos, pero pocos. No importa cuál sea su número exacto (alguien, "nóminas" por ejemplo, lo sabrá) son insuficientes en las actuales circunstancias. No me refiero a las consecuencias de los turnos de vacaciones en período navideño, sino a la evidencia de que hay demasiadas vacantes sin cubrir, injustificadas subcontrataciones que en según qué especialidades, rehabilitación por cierto, dejan en precario algunos aspectos de la sanidad pública.

Ellas y ellos trabajan mucho y bien y, en su abrumadora mayoría, haciendo gala de una empatía que incrementa los efectos terapéuticos de su labor.

Hablan. Todo el mundo tiende a ser más espontáneo ante un mudo, Es como si saber que no hay réplica posible relajara el autocontrol. Así que descubres que los sanitarios no son magos, ni brujos, ni hechiceros. Son ciudadanos que, además de su profesión, antes y después de ella, llevan vidas, las suyas, de las que hablan con sus colegas, porque para ellos la enfermedad es casi el campo de juego.

Descubres que Julio, celador, lidera un grupo musical (olvidé, o no entendí en qué género se mueve) pero lo que de verdad le obsesiona es llegar a ser capaz de editar su primer single, dar conocer en solitario su música, en la que cree por encima de su uniforme sanitario. Otra mañana, mientras te curan, apenas sale de la habitación en busca de algo, sus compañeras comentan la pena que les da que Andoni, un mocetón con una planta imponente utilice la totalidad de su tiempo libre en seguir sus estudios, porque sueña con ser neurocirujano ("-Yo lo entiendo, Carmen. -No, si yo también, y los pacientes ganarán un buen médico, pero tú yo yo nos quedaremos sin el mejor auxiliar de clínica"). 

Historias, docenas de historias, tantas como personas llegan a tus alcances, dramáticas, alegres, surrealistas, hijos con problemas, la casita del pueblo ahora semiabandonado, la madre que empieza dar síntomas de trastorno cognitivo, la extraña apariencia de la chica en la que se ha fijado Esteban… tal vez sin entidad suficiente para relatarlas todas, pero, volviendo al principio, un privilegio haber accedido a ellas.


La paradoja de la vuelta a casa

Por fin, una mañana, recibes el alta ¡Vuelves a casa! Estás tan contento, tan deseoso de llegar que prescindes del celador y pese a que vamos materialmente cubiertos de bolsas y paquetes, emprendemos la ruta, desconocida por supuesto, desde nuestros habitación de la 10ª planta a la salida de "urgencias". Empuja Blanca, pese a que sólo tiene dos manos hasta la puerta a la que se acerca mi cuñado Fernando que conduce mi viejo Audi.

Llegas a casa y, casi sin solución de continuidad, apenas dominada la emoción de reencontrarte con tu butaca reclinable, con el espacio tan conocido, tan "nuestro", tan añorado, se encienden todas las alarmas: en este lugar no hay ni un sanitario, ni un aparato que sirva para nada en caso de apuro, ni un timbre que garantice la presencia de un  profesional si reaparece cualquiera de los motivos que han justificado que los llamaras estas semanas pasadas un par de veces por turno.

Pasa la noche, ni mejor ni peor que otras anteriores, y sólo el nuevo sol acaba arrumbando tus malos presagios. A partir de ahora… (Eso es lo que se llama "el futuro" y les aseguro que hoy menos que nunca tengo intención de meterme a profeta).


Aunque me repita

Gracias, gracias, gracias a cuantos os habéis interesado por mi peripecia. A la fantástica criatura que no acabas de entender cómo a su edad insiste en pasar la noche oyendo los estertores de un anciano, a quienes velaron mi sueño aunque la mera presencia de una bata blanca les haya producido siempre un rechazo que creían invencible; a quienes suplieron las imprescindibles ausencias de Blanca reclamada por sus quehaceres habituales, ocupada por las mil cosas que seguían pendientes de su mano; a quienes fueron a verme, a quienes llamaban a mi mujer a veces a diario para interesarse por mi evolución; a quienes con un océano de por medio preguntaban por mí; A aquellos cuyos nombres volví a ver en la pantalla de mi teléfono después de años de ausencia. 

A todos, no cito a Blanca porque se mueve y se ha movido en otra dimensión, mi agradecimiento vitalicio.


9 comentarios:

  1. Julian Campos ( desde El Perú)27 de enero de 2024, 12:07

    Felicidades, amigo y maestro!!!

    ResponderEliminar
  2. Acabo de leer tu escrito y vaya palo. Yo no tenía ni idea de lo mal que lo has pasado junto con Blanca y tu entorno. Deseo que todo vaya bien un abrazo para los dos

    ResponderEliminar
  3. Clemente,no sabes com te puedo llegar a entender!Llevo c
    como sabes 2años pasando por situaciones parecidas a la que comentas y soy de ese gremio como también sabes!Cada vez admiro más a los profesionales q han compartido mi vida y siguen luchando por su trabajo muchas veces mal reconocido.AFORTUNADAMENTE SON INCANSABLES.Espero nos demos un abrazo este verano en nuestra biblioteca!
    Si escque me dejan,porque lo mio no esta acabado.Espero contarte en persona todo lo pasado.!

    ResponderEliminar
  4. ELENA HÍPOLA RUIZ27 de enero de 2024, 17:54

    Qué alegría volver a leerte, aunque transmites sufrimiento estamos contigo siempre querido cuñado

    ResponderEliminar
  5. Ojalá que nunca llegue a pasar por experiencias como la que nos narras, y de la que tanto MJ como yo hemos intentado estar cerca; pero si por alguna circunstancia, de la que por motivos de realismo y de calendario, no puedo desechar ocurra, quisiera, cuando suceda, poder tener la capacidad de transmitirla con el realismo, la sensibilidad y el agradecimiento a quienes te rodearon, con que tú lo haces. Nos vemos pronto pateando un buen green en Marbella.

    ResponderEliminar
  6. Qué gusto volver a leerte. Ya sé que ha sido muy duro.

    ResponderEliminar
  7. Querido Clemente, hay que ver todo lo que nos has contado "sin poder hablar ". Sigue hablándonos, tu experiencia y sentimientos nos ayudan a todos, los que están en similares circunstancias y a los que nos pueda tocar.
    Yo no te espero como orador, si no como escritor, que es lo que eres, y brillante.
    Mucha fuerza y ánimo. Estoy segura que de esta experiencia escribes un libro!!!
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  8. MIGUEL CID CEBRIAN3 de febrero de 2024, 23:26

    Querido amigo: Tu cerebro sigue intacto, incluso más preciso en tus apreciaciones. Enhorabuena por tenerte de nuevo. Un fuerte abrazo y bienvenido.

    ResponderEliminar
  9. Querido amigo, !qué alegría volver a leerte! Puedo escuchar tu acento y casi imaginar tu gesto entre resignado y pícaro para la ocasión. A veces he tratado de discurrir sobre el voto de silencio y casi siempre lo he interpretado como un ejercicio sobre el engranaje de pensamiento y lenguaje, pero lo cierto es que no he podido conversarlo con el sujeto adecuado aunque tenía planes con la Cartuja de Miraflores. Y, mira por dónde, te has convertido en cartujo involuntario... siempre podemos aprovechar la ocasión cuando te apetezca. Con un latín,
    vale.

    ResponderEliminar

Comenta aquí lo que desees