lunes, 24 de junio de 2019

Tiempo borrascoso


Incierto se presentaba el reinado de Witiza

Tal como veo ahora al paisanaje español. Desnortado, cariacontecido, oyendo, viendo, leyendo opiniones dispares, cuando no contradictorias. 

Jiménez Losantos pidiendo la abstención de PP y Ciudadanos para darle el Gobierno a Sánchez, mal menor; el inefable Rivera, hasta nada el Rey del Centro, asegurando que Macron le ha felicitado, mientras el Elíseo lo desmiente; el antiguo azote de “La Casta”, el el nunca bien ponderado Profesor Iglesias, mendigando poltronas… ¿Seguimos?

Hemos votado tanto y tan seguido que parece que no nos haya dado tiempo no ya a digerir los resultados, sino, ni siquiera, a ver que no es lo mismo elegir eurodiputados que alcaldes pedáneos, y no digamos escaños suficientes para encontrar Presidentes de Gobierno.

Sin embargo ha pasado ya algún tiempo

Con la notable excepción de electores encarcelados o huidos de la justicia, los que elegimos para representarnos en Europa, ya lo son de pleno derecho. Mi enhorabuena. O mucho me equivoco o darán tan poco que hablar como sus predecesores.

La inmensa mayoría de los Alcaldes han guardado ya el bastón de mando en su estuche hasta la próxima procesión, mientras que algunos Ayuntamientos tendrán que repetir las elecciones porque no han sabido, querido o podido hacerlo de otra manera.

No siempre han alcanzado el sillón con los apoyos que se podían considerar previsibles. Vox ha llegado a votar con independentistas, y Podemos ha facilitado en algún caso la alcaldía al PP. Y el PSOE, y Ciudadanos, y los menos notorios unas veces se han aliado con los de su cuerda, y otras con los de la contraria.

Enredos municipales, donde no siempre la ideología explica las afiliaciones, y donde la personalidad del candidato cuenta tanto o más que las siglas que dice representar

Comunidades Autónomas y Gobierno de la Nación

Faltan por resolver los Gobiernos de las Comunidades Autónomas que acudieron a la última cita, y, desde luego, nada más y nada menos que decidir quién va a presidir el Gobierno de la Nación.

Dos cuestiones que guardan relación entre sí, como la ha tenido el comportamiento de los actores del teatrillo político en el caso de los acuerdos municipales, porque, como hemos tenido ocasión de comprobar, ha habido pactos sorprendentes que serán utilizados en el argumentario de los próximos actos de la tragicomedia.

Cada figurante, cada galán, cada primma donna, echará en cara a su contrario su inexplicable actuación en éste o aquél rincón de España no porque le importe demasiado, sino porque será una razón para justificar su propia actuación.

Los pactos, el teatro y los vicios ocultos

Pactar, acordar, consensuar, colaborar, cooperar, coaligar. Verbos que apenas sabemos usar por falta de práctica. Escuchamos voces ingenuas que se escandalizan de lo que por ahí fuera llevan un par de siglos practicando y exigimos cosas que van contra la esencia misma de la política cuando ésta se desarrolla en espacios libres.

Faroles, amagar y no dar, globos sonda, desdecirse de lo que no fue sino un tanteo, son materiales de uso habitual de los que no deberíamos escandalizarnos. Aunque a todos nos gustaría ver altísimos niveles de coherencia entre las ideas, los dichos y los hechos, lo cierto es que en política, aquí y en cualquier régimen democrático, tenemos que dar por hecho que parte de lo que vemos no es más que una representación teatral, preludio de la vida real (tampoco demasiado real) que debería comenzar al día siguiente de la elección de nuevo Gobierno.

Y dar por cierto que no es lo mismo tener más votos que los demás que ganar unas elecciones. Guste o no, desde los primeros comicios democráticos, llega a La Moncloa el que reúne votos suficientes para ello en el Parlamento, aunque no tenga mayoría absoluta e, incluso, al menos en teoría, aunque ni siquiera sea el que más votos ha conseguido.

Lo que obliga a engorrosos procesos de negociaciones que a veces -el momento que vivimos es un ejemplo magnífico- se juegan a tres bandas, en cuatro mesas y en dos papeles distintos uno de los cuales es poco menos que alto secreto. No hay nada extraño, pero a veces no se entiende. 

La cesión de una Alcaldía puede ser el precio para conseguir la Presidencia de un Parlamento Autonómico, que, en su momento se convertirá en un puñado de votos a favor o en contra de éste o aquél candidato a Presidente.

Incluso dentro de cada Partido estamos viendo movimientos, reajustes, dimisiones, ceses, cambios de influencias, porque son formaciones, por fortuna, con ciertos márgenes para la disidencia, y, llegado el caso, para el abandono. Nada de ello es, en sí mismo, el final de nada.

Toquemos tierra: ¿qué nos espera?

Empiezo a barruntar una trabajosa vuelta a un bipartidismo enmascarado. O mucho cambian las cosas, o la consolidación de bloques son una reedición imperfecta del viejo bipartidismo. Siempre que se establezca con claridad cuál es el referente inequívoco en uno y en otro caso. Al fin y al cabo ¿tanta distancia hay entre Vox y el ala derecha del viejo PP? ¿De dónde han salido sus militantes y sus votantes? Y en cuanto a la izquierda ¿Recuerdan el ala que representaban nombres como Francisco Bustelo, Gómez Llorente, Pablo Castellanos y sus colegas de Izquierda Sociaista?

Puedo equivocarme, pero veo perder influencia a Unidas Podemos y a Vox. Sí, también al recién llegado, pese al estrépito de su entrada en escena. Los populares, por experiencia y organización han soportado el doble asalto desde su derecha y desde su izquierda (llamar izquierda a Ciudadanos, sólo es, desde luego, una mera adscripción geométrica-parlamentaria).

Vox, cada día que pasa, está más cerca de la homologación como otra variante más de la derecha. Se corrigen los desmanes de cierto político sureño que un día adornara sus mangas con puñetas, más próximo al pleistoceno que a la Constitución, presta votos a quien dice que no quiere ser visto en su compañía, influye pero menos de lo que se esperaba, amenaza pero cede; en fin, como un Partido más por poco que a muchos les guste su programa y sus exabruptos.

Déjenme que dedique unas líneas a quien quiso ser la cabeza visible de la oposición. Caso curioso el de Ciudadanos: nace como un referente de lo español frente al separatismo catalán y acaba viniéndose a Madrid con armas y bagaje, y negando sus votos a la Srª Colau frente al Sr. Maragall. ¿No han oído nunca que en política hay muchas veces en que no hay más remedio que elegir entre lo malo y lo peor? Ni Rivera, ni, pobre, Arrimadas van a convencerme de que es menos dañino el candidato de ERC que la actual alcaldesa. 

Un día Don Albert pacta con el PSOE y meses después, jura por lo más sagrado que antes muerto que pareja de baile de Sánchez. Dicen que Rivera no lo soporta ¿Y eso qué le importa al ciudadano? ¿Desde cuando es necesario ser amiguete de quienes necesitas como interlocutores? Tragarse un sao cada mañana dicen que es uno de los inconvenientes de andar metido en política. De sus pintorescas relaciones con Valls y Macron, mejor lo dejamos para otro día. Lo que parece fuera de duda es que Rivera, o el Presidente francés, mienten. Uno de los dos, o ambos, que nunca se sabe.

Po si fuera poco, el vodevil de salir de la sala antes de que entre Vox, porque ellos sólo quieren hablar con el PP, aunque luego se sumen a lo que populares y Vox acuerden, lo hagan expresa o tácitamente, es tratar de tonto al ciudadano.

En cuanto al PSOE, errores clamorosos aparte, caso Parlamento de Navarra, en el que a Sánchez le han faltado reflejos, me congratula ver que está cada día más lejos de caer en el abrazo del oso que hace no tato tratara de darle el Hombre de Las Mil Caras y Una Sola Coleta. Aún veremos más de un bandazo de tan viajero político, pero tengo la impresión de que prefiere no depender de indeseables, vivan en confortable chalé o moren circunstancialmente en instituciones estatales. Que así sea.

Pocas líneas para hablar de Unidas Podemos. Pasaron los tiempos en que Don Pablo Vicepresidente in pectore del Gobierno de España por obra y gracia de su mera voluntad, presentaba urbi et orbe los Ministros que habrían de formar arte del Gobierno de Sánchez. Hoy, el gastado azote de “La Casta”, el terror de “La Trama”, el genuino representante de “La Gente”, mendiga Carteras Ministeriales (“Aunque sea de Marina”, como dicen que le dijo el viejo Gil Robles a un Areilza demasiado preocupado por entrar en el Gabinete de quien fuera)

Tal como van las cosas, va de de coalición, a colaboración, que es como nada entre dos platos, si es que quiere estar de invitado en la puesta de largo del señorito.   

¿Entonces?

Pedro Sánchez, aceptado el encargo real de formar Gobierno es el actor-director-tramoyista-acomodador de la comedia. Creo que estaría encantado si saliera elegido Presidente al segundo intento con el menor número de hipotecas posibles. Él y cualquiera, como es de suponer. 

No es argumentación, sino pura deducción: El candidato tiene ante sí una triple opción, con el interrogante de que sólo controla al cien por cien la tercera de las posibilidades.

A.- Contar por activa o por pasiva con la colaboración de Populares y Ciudadanos, o de uno de los dos. No creo que valga la pena esperar que Vox haga otra cosa distinta a oponerse. Es difícil, impropio de estos tiempos, pero posible. Y en el fondo y en la forma, Sería un acuerdo costoso para Sánchez en términos de concesiones, pero, en el fondo y en la forma sería una alianza entre fuerzas constitucionalistas, las mismas que apoyaron la aplicación en Cataluña del Art. 155 de la Constitución. 

Para llegar a este puerto, sería bueno que se rebajara el tono dialéctico de algunos de los necesarios firmantes de ese pacto que, quizás, no tendría ni que escribirse, porque siempre podría ponerse después en dificultades a quien, Presidente o no, no cumpliera lo acordado.

B.- Llegar a La Moncloa en volandas de Unidas Podemos y de algunos votos catalanes y vascos. ¿Alguien creería que esos votos, los de Unidas y los otros serían gratis? Podrían serlo pero no lo creería nadie, y en política eso es decisivo. Indeseable en términos políticos, abominable desde la perspectiva económica y cuestionable en términos de estabilidad, porque habría que dar por descontada la voracidad de sus sostenedores.

C.- Nuevas Elecciones. Sánchez rechaza el posible acuerdo con Iglesias e independentistas y, a su vez, es ninguneado por Ciudadanos y el PP. Todo el mundo asegura que no quiere ni oír hablar de esa posibilidad, pero lo cierto es que es real. ¿Y saben una cosa? Es mi pronóstico: si se diera esa cita a la vuelta del verano, perderían votos Vox, Ciudadanos y Unidas y ganarían PP y PSOE. No sé si suficientes o no para desenredar la madeja actual.

Ya sé que lo que a mí me gustaría importa poco. Sólo un apunte: brindaría al cielo por un Gobierno sin hipotecas catalanas. Ni vascas, por si acaso. Puede hacerse si, por una vez, algunos pensaran en España antes que en ellos.









     

viernes, 14 de junio de 2019

La maldita bendición del turismo de masas

El turista 1.999.999

La canción fue un éxito de ventas en 1967. Hablaba de la mala suerte del turista que llegó a Mallorca, creo recordar, minutos antes de lo debido. Un poco más tarde y habría disfrutado de los agasajos previstos para celebrar la llegada del turista dos millones, asombrosa cifra que maravillaba a los españoles de la época.

Razón había para ello, que aunque fuera ridícula comparada con las magnitudes actuales, era, no obstante, la punta del iceberg de lo que años más tarde sería no sólo el más grande pilar de nuestra peculiar economía, sino una de las palancas que colaborarían a mover los cimientos del régimen, en la medida en la que la presencia de gentes de otros mundos (otras galaxias, parecían entonces) nos hizo ver que había otras maneras de estar sobre la Tierra.

¡Qué tiempos! En aquellos lejanos años 60, el turista era una variante un tanto adocenada del viajero, especie humana interesada en conocer lo que había en la siguiente revuelta del camino, que hacía de éste, el camino en sí mismo, algo tan importante como la meta que no siempre estaba definida, porque, como digo, la ruta era trascendental.

Poco a poco, el viajero, fue dejando paso a una turbamulta de nuevos especímenes que se movían sin cesar de un lado para otro amontonados tras banderines, paraguas enhiestos, o cualquier otro artilugio que sirviera para conducirlos, deprisa, deprisa por donde alguien, que había cobrado por ello, hubiera decidido.

El fenómeno se acogió al principio con cierto regocijo, recuerden “Si hoy es miércoles, esto es Bélgica”, película cuyo título sintetiza el largo párrafo que he dedicado al nuevo modo de viajar, hasta que se cayó en la cuenta de que tras él había una veta de oro inagotable, esperando ansiosa el pico y el cedazo de quienes quisieran explotarla.

Y el turismo creció por tierra, mar y aire

Se inventaron los “viajes organizados”, autobuses que vomitaban manadas de seres cariacontecidos en puntos estratégicos de ciudades que alguien había pensado que eran dignas de ser fotografiadas. 

El transporte aéreo mutó hacia fórmulas que avergonzarían a los defensores de los animales si se aplicaran al transporte de ganado. 

Los viajes sobre el mar se llevaron a cabo en rascacielos flotantes que atracaban en puertos milenarios para asombro de las viejas estatuas que siglos atrás adornaron el fondeadero.

Nubes de ciudadanos, apenas conocedores del lugar al que llegaban, se afanaban en fotografiar lo que alguien les señalaba, mientras durante unos minutos justificaba el porqué de las tomas de las cámaras. 

Se empujaban unos a otros, buscaban alojamientos en zonas que antes estaban ocupadas por lugareños poco a poco desplazados a la periferia de sus propias ciudades, ingerían alimentos vagamente semejantes a los que se suponía que eran los clásicos del lugar, o buscaban desesperados los platos que conocían de sus lugares de origen, porque hasta los remedos de localismo gastronómico les resultaban insufribles.

Hasta que la mina sobre explotada acabó contaminando ríos, mares y campos

El Museo del Louvre, el más visitado del mundo, soportó el año pasado la presencia de más de diez millones de visitantes. Así es que tomando en cuenta los habituales cierres de los lunes, cada día pulularon por su salas más de 32.000 turistas. Leo, oigo y veo en algún telediario que el personal del museo se ha puesto en huelga denunciando falta de personal y generalizados cuadros de estrés por sobrecarga de trabajo.

Volví a visitar el Louvre hace algún tiempo. Recuerdo haber visto la parte superior de La Victoria de Samotracia por encima de un mar de cabezas y de manos alzadas enarbolando teléfonos y cámaras fotográficas. De la Gioconda, apenas si vislumbré su sonrisa. Puede ser que sólo fuera impresión personal pero me pareció un tanto molesta por  tanta popularidad. 32.000 bocas expulsan a diario miles de metros cúbicos de aire húmedo y viciado que terminarán por borrarle la sonrisa a la gran dama del arte mundial.

En otra ocasión, ya hace más tiempo, en mi última visita a Roma quise contemplar, una vez más, la maravilla de la Capilla Sixtina tras la restauración. Dos horas y media después de haberme puesto en la cola, llegué, por fin, a la sala embutido en una masa humana que en modo alguno permitían moverme a mi antojo: mi mujer y yo éramos, nada más, una parte inerte de un gran organismo colectivo que se movía como una cosa amorfa.

Acabo de volver de México. Tulum, uno de los sitios arqueológicos mayas con mayor encanto que yo recordaba como unas ruinas coquetas, alzadas sobre un acantilado con dos playitas recoletas de arenas blancas abajo, apenas visitadas hace un cuarto de siglo por un centenar de curiosos, se ha convertido en la meca de un turismo masivo, que llega en oleadas desde Cancún. Autovía, tiendas, cafés, terrazas, puestos de venta de todo lo que la falsa artesanía puede proporcionar como recuerdo hortera de una visita a un lugar del que quizás no habían oído hablar hasta que la Agencia de turno les programó el viaje, habían destrozado el encanto que iba buscando. Comprobé que no se debe volver a los lugares que dejaron alguna huella en tu recuerdo

Y Venecia abarrotada, y el Coliseo y Manhattan y Picadilly y la Isla de los Museos en Berlín, y, también Las Ramblas, o el museo del Prado. Lugares superpoblados de ciudadanos nacidos quién sabe dónde, disfrazados para la ocasión con atuendos inverosímiles impensables en sus lugares de origen que cámara o teléfono en ristre se apresuran a fotografiar lo que otros cientos de semejantes están haciendo con ellos.

Me llama la atención cómo ha cambiado la fotografía viajera de un tiempo a esta parte. El objeto de inmortalización ya no es el monumento famoso, el paisaje fascinante, sino el propio turista. El visitante de hoy busca, antes que nada, dejar constancia de que ha estado en tal o cual sitio, “perpetra” su auto retrato y enseguida lo “cuelga” en las redes sociales que, tal vez, fuera la motivación última del viaje: ser visto en Facebook, en Instagram, ante la Torre Eiffel, delante de las Cataratas Niágara o ante el toro de Wall Street. 

Lo que me faltaba por ver: imágenes verídicas de una riada de turistas creyéndose avezados montañeros, llegando a la cumbre del Everest. Ví también montañas de basura, de desperdicios, latas de refrescos, papeles movidos por el viento, bolsas de plástico mancillando las hasta hace poco nieves vírgenes del Himalaya. En su momento Sir Edmund Hilary alcanzó la fama por haber sido el primer hombre blanco que pisó la cima del mundo. Hoy, se puede contratar lo mismo en ciertas agencias especializadas.

Oí que llegaban a pagarse hasta 80.000 dólares por la supuesta aventura. Y me di cuenta de que ahí, en el precio, en la ganancia, estaba el quid de la cuestión.

Bendiciones y maldiciones

No parecería muy razonable abominar de la posibilidad de que cualquier persona pueda visitar el último rincón del mundo. Sería injusto, pretencioso y snob atribuirse uno mismo la etiqueta de viajero con derecho a disfrutar del placer de recorrer el Planeta y despreciar al resto de sus congéneres como gentecilla carente de méritos suficientes para salir de su pueblo.

Pese a lo que he escrito hasta ahora, la más elemental humildad tiene que hacerme recordar no sólo el derecho a moverse libremente que tiene cualquier ciudadano del mundo, sino la importancia trascendental de tales masivos movimientos en los cambios sociológicos del mundo civilizado, su influencia sobre el futuro inmediato de países en vías de desarrollo y, más que nada, su importancia en la economía mundial.

España, destino para más de ochenta millones de visitantes es buena prueba de ello. La aportación del turismo al Producto Interior Bruto es trascendental. Lo fue además, como dije, en el cambio de régimen y sigue siendo determinante en la evolución del empleo.

No obstante, tendremos que ser conscientes de que algunos países estamos pagando un precio bastante considerable: cambian nuestras ciudades, soportamos la presencia de oleadas de indeseables que vienen a lugares de los que sólo saben que allí podrán emborracharse a precios insólitos y hacer lo que en su país les haría dar con sus huesos en calabozos policiales. 

Algunos, puestos a llevar las aberraciones hasta el surrealismo, terminan sus días saltando desde los balcones de sus habitaciones hoteleras. Tengo un amigo que sostiene la aventurada teoría de que los padres de estos estúpidos suspiran aliviados cuando reciben la noticia. Yo creo que exagera un poco, pero, en todo caso, la semana pasada hubo un muerto y tres heridos graves en Mallorca por semejante práctica.

No existen ni el Bien ni el Mal absolutos

A finales de los años 20 Arnold J. Toynbee escribió un luminoso comentario a propósito de esa idea aplicada a las campañas de alfabetización. Sostenía el autor que la erradicación del analfabetismo era un bien en sí mismo sin que nadie en su sano juicio pudiera sostener lo contrario. Sin embargo, decía, como no es lo mismo alfabetizar que culturizar, los nuevos lectores potenciales, cuya capacidad de comprensión de textos escritos es un tanto somera acabarán provocando cambios sustanciales en el modo de concebir, por ejemplo el papel de la prensa.

Profetizó acertadamente Toynbee que llegaría un día en el que los propietarios de los diarios se darían cuenta de que el periodismo vigente pensado para lectores con capacidad crítica y tiempo disponible para la lectura, se convertiría en otro dirigido a mentes menos evolucionadas, más sensibles a emociones que a razonamientos. 

La prensa buscaría el beneficio y no la excelencia en la información y nacerían, así pasó, los tabloides basados en titulares efectistas en demérito de los editoriales.

Así que ya estamos asistiendo a los cambios que la sustitución del viajero por el turista está provocando en nuestro entorno. Si el turismo es, antes que nada, fuente de ingresos, todo vale con tal de incrementar las estadísticas: nueva concepción de ciertos barrios de ciudades objeto de deseo para el turismo de masas, tolerancia ilimitada con comportamientos incívicos de los visitantes, sustitución de nuestras costumbres por las ajenas, cesión del territorio que antes ocupaba nuestra cocina ante las curiosas preferencias gastronómicas de gentes que cambian de escenario pero prefieren seguir comiendo como si siguieran en su barrio, barbarización del lenguaje autóctono que incorpora a diario expresiones sustitutivas de las de nuestro idioma procedentes del de nuestros huéspedes, aunque en muchos casos no se sepa muy bien lo que se está diciendo.

¿Podrían hacerse las cosas de otra manera?

Es decir ¿podríamos seguir disfrutando de las ventajas del turismo sin tener que soportar sus inconvenientes? Sí, al menos en parte, siempre que:
  • Se entendiera que el verdadero récord que hay que buscar no es el del número de visitantes, sino el de millones de € de ingresos.
  • Se buscara la calidad más que la cantidad.
  • Si el Estado, en su más amplia acepción, diseñara una política al respecto que incluyera desde el cambio de modelo global hasta medidas tan concretas como la formación profesional de quienes han de atender a los visitantes.
  • Si dejara de ser tenida en cuenta la opinión de la minoría que se beneficia del modelo actual (bares de Magaluf, por poner un ejemplo) y se pensara más en quienes soportan sólo los inconvenientes (resto de los habitantes de la misma Nagaluf, y sigue siendo sólo un ejemplo).

Buena parte de Europa será la víctima

Hay quien sostiene que Europa ha perdido la carrera por liderar el desarrollo tecnológico. No es que vayamos detrás del primero, es que la distancia entre Estados Unidos, China, Extremo Oriente en su conjunto, incluso India, y Europa es tan grande y crece tanto la diferencia a diario, que podría ser imposible volver a meterse en la lucha por el liderazgo.

Si eso es así, mucho me temo que la vieja Europa pase a ser, nada más, el referente cultural del mundo que viene, cosa que suena muy bien pero que a mi me parece que significa algo menos deseable: La mayoría de los países europeos, España desde luego, acabarían por ser atracciones especializadas de un gigantesco Parque de Temático visitado año tras año, por masas crecientes de los nuevos amos de La Tierra, ávidos por ver cómo vivían los que un día fueron los dueños del Mundo Antiguo.  














viernes, 7 de junio de 2019

Las curiosas admoniciones del Banco de España

Profecías infalibles

Hoy, 7 de junio, viernes, oigo y veo en cierto telediario que alguien que habla en nombre de nuestro Banco de España anuncia que, según los órganos de estudio de la institución, procede revisar al alza las previsiones de crecimiento antes pronosticadas por el mismo organismo. Nos congratulamos ¡cómo no!

Una corta pausa y el mismo funcionario, hace constar que la institución en la que trabaja, rehúsa rectificar su pronóstico de que el último incremento del salario mínimo español perjudicará la creación de empleo, afirmando que “antes o después” se hará notar el efecto negativo de la, se supone, descomunal e irresponsable subida del salario mínimo.

Me desconcierta que el Banco a renglón seguido de haber dejado establecida su falibildad (el crecimiento previsto hay que revisarlo) se cierre en banda y mantenga su agorera profecía sobre los efectos  nefastos de subirle el salario a los más necesitados. Y que lo haga justo dos semanas después de haberse sabido que la creación de empleo durante el pasado mes de mayo ha sido la más positiva de la que se tiene noticia.

¿Seguimos manteniendo que España es la 5ª economía de la Unión, salvo que ya hayamos sobrepasado a la Italia de Matteo Salvini? ¿Sí? Pues en esa Unión Europea, estos son los salarios mínimos que se abonaron en 2018 en países con los que aspiramos tratarnos de igual a igual:

  • Luxemburgo ………….. 1.998’59
  • Alemania………………. 1.498’00
  • Bélgica…………………. 1.562’59
  • Holanda………………… 1.551’60
  • Francia…………………. 1.480’27
  • Irlanda………………..….1.563’25

Esos eran ls salarios en Europa el año pasado. España, para escándalo del Banco Padre de todos los Bancos, ha alcanzado en 2019 la asombrosa cuantía de 900 €. No nos comparen con Luxeburgo, no: háganlo con Irlanda que también pasó enormes dificultades durante la crisis y que salió de ella, previo rescate, aplicando recetas opuestas a las españolas: reactivación en vez de austeridad.

Hay más países pero ¿verdad que no aspiramos a estar a la altura de Rumanía, Bulgaria, Polonia o Hungría?

Caigo ahora en la cuenta de que, con toda probabilidad, el portavoz del Banco de España tiene razón: antes o después, los salarios altos retraerán el empleo. Antes o después. Como si dijera que antes o después caerá un chaparrón en el desierto del Sáhara. Así que, tal como yo lo veo, el muy difícil oficio de profeta se simplifica bastante si no se pone fecha a los hechos anunciados, con lo que el profeta se coloca a la altura de cualquier sacamuelas de feria.

Hasta alguien tan lego en los secretos de la economía como yo, alcanza a entender sin consultar a los clásicos del liberalismo económico, que si los salarios se redujeran en nueve décimas partes, crecería el empleo. 

Lo que ya no está tan claro es que creciera la economía. Cualquiera que hayamos viajado por países en vías de desarrollo estamos acostumbrados a ver nubes de empleados mal pagados por todas partes. Son tan baratos que ¿por qué no ocupar a doce más?

 La tambaleante economía de estos países no avanza, porque la productividad es otra cosa, como el Banco de España sabe de sobra, y así resulta que en Europa los países que mejor pagan a sus empleados son los que ocupan la cabecera del ránking de países más desarrollados. Lo que, desde luego, tampoco quiere decir que para desarrollar un país hay que empezar por doblar los sueldos. Me temo que es todo un poco más complicado, y ni quiero, ni puedo extenderme más sobre este punto.

Otras regañinas de nuestro Banco

También, en más de una ocasión insiste el Banco de España en la machacona idea de que el actual sistema de pensiones en España es insostenible y hay que tomar medidas para asegurar el futuro de nuestros mayores (¿Cómo no? lo primero es mirar por nuestros viejos, sore todo ahora qu les ha dado por utilizar su tiempo libre en protestar).

Hay otra forma de ver el problema: el sistema de pensiones públicas es sacrosanto y, por consiguiente hay que tomar las medidas necesarias para evitar no sólo su ruina, sino la tentación de entregar tan jugoso bocado a las fauces insaciables de la iniciativa privada. ¿Por qué no se dedica el Servicio de Estudios del Banco de España a trabajar a partir de ese axioma?

Piense en qué cosas pueden mejorarse del actual sistema, desde las fuentes de financiación, a los costes de gestión, sin olvidar ni el fraude ni las caprichosas y casi siempre electoralistas rebajas de costes que suelen establecer ciertos Partidos cuando les viene en gana y deje de alarmar a los nueve millones de pensionistas que viven, mal que bien, del fruto de sus años pasados de trabajo.

Competencias e incompetencias del Banco

No tengo la menor idea sobre la relación legal de materias que son competencia del Banco de España. Para los fines que pretendo, parto de una aceptación y de una suposición: doy por bueno que cuando el Banco opina, advierte y hasta pronostica en materias tan sensibles como salarios y pensiones, actúa dentro de sus competencias reglamentarias.

En otras materias, me arriesgaré a dar por hecho que si no ha hablado es porque no habrá tenido tiempo, pero que, quizás, tal vez, acaso, quién sabe, también podría hacerlo. Materias que podrían afectar positivamente, en mi opinión, a la buena marcha de la economía nacional y que igual hacían innecesario alarmarnos a todos con sus pesimistas pronósticos sobre el empleo si se les paga más a los que menos ganan o sobre de qué habrán de comer nuestros jubilados de dentro de una década si no se nos reducen las pensiones.

Por ejemplo ¿Por qué no recuerdo filípicas del Banco de España a propósito del fraude fiscal, ni formas eficaces de erradicarlo? ¿Cuándo advirtió de que nuestra Administración estaba hipertrofiada y que sobran organismos redundantes, cargos ficticios desempeñados por paniaguados? ¿Cómo es que no se le ha ocurrido comparar las prebendas de nuestros políticos, el número de automóviles oficiales con sus equivalencias europeas? Aunque quizás todo esto esté de más porque no sean materias objeto de la atención del Banco.

De lo que no me cabe duda alguna es de que hay algunas materias que no es que sean de la competencia de nuestro Banco Central, sino que son su misma razón de ser: el estricto control sobre el funcionamiento de las instituciones financieras españolas.

Siendo así:
  • ¿En qué pensaba el Gobernador del Banco de España cuando una buena parte de nuestras Cajas de Ahorros iban camino del despeñadero? ¿O era lo que querían los Grandes? 
  • ¿Qué medidas tomaron los Inspectores del Banco para evitar la catástrofe de Bankia y el perjuicio a tanto inversor engañado?
  • ¿Por qué no le hemos oído reclamar a los Bancos privados, la devolución de los fondos que evitaron sus quiebras? ¿Recuerdan Directivos e Inspectos que, al final, las mismas economías tambaleantes que pagan sus sueldos, las nuestras, han sido las que han terminando pagando el coste?

O sea que
  • La suma de actuaciones y omisiones ofrece un resultado diáfano: la dirección superior del Banco de España podrá ser muy solvente desde el punto de vista técnico, pero está políticamente alineada por el neoconservadurismo militante.
  • Sería muy de agradecer un mayor grado de humildad por parte de quienes desde posiciones privilegiadas son incapaces de asumir que hasta el Banco de España, como él mismo demuestra, no siempre acierta.
  • Sé que el máximo responsable del Banco de España, una vez nombrado por libre designación es, en la práctica inamovible. Sería deseable que esa situación no la confundiera con la impunidad, porque son conceptos distintos.