domingo, 21 de diciembre de 2014

"Ser inteligente no es delito".
 
Alguien llama a las puertas de la fama.
 
El 9 de mayo de este mismo año, publiqué en este blog la noticia de mi encuentro con Álvaro Cabo. Un niño de 11 años que buscaba entonces quien se prestara a editar algo de lo que ya había escrito.
 
Para los que leyeron o hayan de leer mi entrada anterior, podrán comprobar que, por fácil que haya sido oficiar de profeta en este caso, razón tenía cuando pronostiqué que a no tardar, Álvaro devendría personaje de sobra conocido.
 
En aquel atardecer de la Feria del Libro madrileña, andaba Álvaro a la busca de editor, y terminó frente a la caseta de la Editorial Sial/Pigmalión en la que Luis Eduardo Aute, Rocío Castrillo, Elena Cosano y yo mismo, firmábamos ejemplares de nuestras publicaciones.
 
 Llamo la atención sobre lo infrecuente que resulta el que un autor, sea cual fuere su edad, se lance a pecho descubierto a convencer a un editor de lo meritorio de sus trabajos, en plena vorágine de la Feria del Libro.
 
Álvaro, e instantes después, sus padres, dialogaron con Basilio Rodríguez, el editor, quedaron en verse más adelante y allí parece que terminó el suceso.
 
 
 
Álvaro Cabo con los presentadores de su libro "Ser inteligente no es delito" en el CEU, el viernes 19 de diciembre de 2014.

 

Sólo seis meses después.
 
Escribía yo en mayo que esa tarde había tenido la sensación de estar en el lugar adecuado, en el momento oportuno. Pasó el tiempo, poco, sólo medio año, y el viernes 19 de diciembre, he tenido la fortuna de colaborar en la presentación del primero de los libros publicados a Álvaro, "Ser inteligente no es delito. Aventuras y desventuras de un joven pensador".
 
Libro de pocas páginas, pero densas, acertadas, insólitas por la claridad de sus análisis y por lo certero de la mayoría de sus conclusiones. Más delante incluiré algunas de sus perlas. Como dije en la presentación, no es preciso escribir quinientas páginas para entrar en la Historia. Ni "La República", ni "El Príncipe", ni "Crítica de la razón pura", necesitaron demasiado espacio para que Platón, Maquiavelo o Kant influyeran en el ser de la Sociedad Cristiana Occidental. Y, en cuanto a la narrativa, ni Juan Rulfo, ni Steinbeck, ni Hemingway tuvieron que sobrepasar tampoco el centenar páginas, para dejarnos "Pedro Páramo", "La perla" y "El viejo y el mar".
 
¿Para qué más papel si de lo que se trata en este caso no es de tener al lector prendido en una rebuscada trama de aconteceres misteriosos, gratuitos muchos de ellos, sino de hacerle cavilar, meditar sobre lo que está leyendo y ayudarle a pensar por su propia cuenta?
 
Porque lo más asombroso de este libro no es la edad del autor, dato de por sí espectacular, sino la calidad del texto. Lo primero, el que el autor tenga ¡11 años! podría no pasar de ser una anécdota que se olvidaría enseguida, si la enjundia de lo que Álvaro ha escrito no estuviera a la altura de lo que pudiera esperarse de un pensador acreditado de más de cuarenta años de edad.
 
Las cosas de Álvaro Cabo.
 
"Lo normal es la sabiduría y lo extraño, la ignorancia". Clarividente afirmación que sitúa, contra toda evidencia del acontecer diario, la inteligencia por encima de la trivialidad.
 
"Si tú no te preocupas por tu futuro, nadie la va a hacer por ti". Útil sentencia que deberían tener muy presente cuantos empiezan a vivir convencidos de que tienen todos los derechos antes de haberse parado a pensar si tienen también alguna que otra obligación.
 
"Para ser una gran potencia como país, hay que empezar por potenciar el talento que hay dentro de él". Éste axioma debería inscribirse en letras de bronce en la sala donde se celebren las sesiones del Consejo de Ministros.
 
"Los niños de ahora tenemos el mundo a nuestro alcance con un clic de ratón", y, como es de suponer, este aserto sirve para cuestionar un modelo de enseñanza anclado en el tiempo en que eran los docentes los únicos depositarios del saber.
 
"Estamos pasando por tres crisis diferentes: la económica, la crisis de valores y la crisis de identidad española". Desde luego, pero ¿cuántos de nuestros gobernantes lo tienen igual de claro? Recomiendo, interesadamente, la lectura de los cuatro post que he dedicado a esta materia ("Una civilización que agoniza")
 
Podría seguir citando a Álvaro, pero ni quiero, ni debo. Es preferible que usted, lector de este comentario, se acerque a la librería más próxima, compre el libro y lo disfrute página a página.
 
Álvaro, ¿estás seguro que ser inteligente no es delito?
 
Depende, amigo mío, depende. Si por delito se entiende lo que el término quiere decir en Derecho, desde luego que no, sólo faltaría: la inteligencia no figura en el Código Penal ni como delito, ni como agravante del delito.
 
No obstante, si se atiende al comportamiento que la ciudadanía reserva para los delincuentes, no sería yo quien se atreviera a asegurar que la inmensa mayoría de nuestros compatriotas no consideren al muy inteligente, o delincuente o, al menos sospechoso.
 
Vivimos en mundo de mediocres, aupados a la notoriedad por gente espabilada que ha visto el negocio de ensalzar la vulgaridad, la banalidad, el mal gusto, porque son características dominantes en la sociedad y resulta más rentable halagar a la masa que educarla.
 
Tú, querido Álvaro, eres un mal ejemplo, porque puedes dejar en evidencia a media España: a tus compañeros, cuyos padres se sulfurarán porque comprobarán que, comparado contigo, su nene es poco más que un mueble; a tus maestros porque muchas veces no sabrán dar respuesta a tus preguntas ni podrán competir, en ocasiones, con tus conocimientos; con tus gobernantes porque digan lo que digan en sus programas electorales, odian los espíritus libres capaces de desenmascararlos con media docena de frases. Y así sucesivamente.
 
Doy por supuesto que ya conoces los versos de Antonio Machado ("Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas han de helarte el corazón") Siento decirte que mi pronóstico es más desolador: corres el riesgo de que te lo hielen las dos, porque has nacido en el país de la envidia. Los ingleses, dicen, son hipócritas; los franceses, aseguran, son tacaños; los españoles, dalo por cierto, somos envidiosos.
 
Sí, además, vas a dedicarte, en todo o en parte, a escribir, peor que peor: en la llamada "República de las Letras", encontrarás de todo menos solidaridad, lealtad, generosidad. Sólo en contadas ocasiones, incluso, encontrarás inteligencia. Por el contrario, te despellejarán críticos que apenas saben escribir, colegas que se ponen verdes cuando te leen, editores que intentarán vivir a tu costa.
 
Tendrás, pues, que aprender a convivir con gentes mediocres y envidiosas a las que tu superior inteligencia les despertará las peores pasiones. No importa: sabrás cómo hacerlo.
 
Te regalo una anécdota.
 
En la primavera del año 69 yo era un joven Inspector de Trabajo, recién llegado a Madrid convencido de poder labrarme un espléndido futuro en la Administración. Logré pronto un buen puesto en la Administración Central, hasta que un día entré muy ufano en el despacho del Director General, y dije algo así como,
 
- He pensado que...
- No te pagamos por pensar -contestó mi jefe sin dejarme continuar. Se ve que tenía una mal día-
- Lo sé, pero no te preocupes, lo hago gratis.
 
La mirada que me envolvió me hizo saber que mi capacidad de contestación rápida no iba a ser muy apreciada. Esa tarde, media hora después había llegado a las siguientes conclusiones:
 
1ª.- Alguien que no valora la capacidad mental de sus colaboradores, es un perfecto imbécil.
2ª.- Si ese imbécil es tu jefe, o tú acabas con él, o él contigo. Como lo primero es difícil, conviene cambiar de aires.
3ª.- Si te quedas aquí, corres el riesgo de pasar de joven promesa a carcamal prematuro en muy poco tiempo.
 
Tardé más de lo que había creído en reorientarme profesionalmente, pero terminé por hacerlo. A su debido tiempo descubrí que la libertad personal es difícil de conseguir, pero si te valoras a ti mismo, no hay precio que no esté justificado pagar para conseguirla.
 
Mis conclusiones para ti, Álvaro.
 
Como bien dices, ser inteligente no es delito, pero, por absurdo que parezca, tendrás que hacerte perdonar ese don, porque primero lo negarán, y después, cuando sea evidente, procurarán complicarte la vida. Creo que ya has tenido alguna prueba y no has hecho nada más que empezar a vivir.
 
Una buena manera de conseguirlo, al menos en España es confundirse con el paisaje. Como creo que dijo Einstein, "siempre es mejor ser inteligente. Llegado el caso, puedes hacerte pasar por tonto. Un tonto, en cambio, jamás puede hacerse pasar por inteligente".
 
Tienes que mantenerte libre a toda costa, lo que equivale a decir, que deberás conseguir no depender de terceros cuanto antes. Todos a tu alrededor han de saber muy pronto que Álvaro no está en venta. Ni siquiera en alquiler. Tú sabrás cómo lo consigues.
 
Estoy seguro de que tendré tiempo de sobra para verlo. Un abrazo, joven colega, hasta pronto. No te deseo suerte porque me parece que ni tú ni yo creemos en ella.
 
 
 
 
 
 
  

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