miércoles, 19 de febrero de 2020

El valor del lenguaje

La identidad de los pueblos y la confusión de las lenguas

Si uno hace caso de la Biblia, debió de haber un lejanísimo día en el que la naciente Humanidad hablaba una sola lengua. Fue luego del desafío de la Torre de Babel, primer intento frustrado de construcción megalómana del que se tiene noticia, cuando el Dios del Pueblo Elegido, maldijo a nuestros ancestros y les condenó a no entenderse.

Según el texto sagrado la multiplicación de las lenguas, a diferencia de la de los panes y los peces, nació como un castigo a la soberbia. Podríamos suponer, por tanto,  que si tenemos problemas para entendernos, es porque alguna vez fuimos malos. En sentido contrario, deberíamos esforzarnos en hacer el mejor uso posible de nuestra lengua. Hacer mal uso de un instrumento tan valioso es algo así como pecado de lesa humanidad.

Todo ello a partir de la Biblia. No me consta que ni el Corán ni los textos de Lao Tsé, de Confucio o el Popol Vuh narren sucesos parecidos, pero ésa es otra cuestión.

O sea, que el idioma es un tesoro que recibimos cuando apenas tenemos conciencia de nosotros mismos y que, como cualquier bien valioso, deberíamos cuidar, mantener y dejar en herencia a quienes vienen detrás.

Por último, un somero vistazo a nuestro alrededor nos demuestra que esa herramienta que es imprescindible para entendernos, es, además, un elemento crucial para identificarnos como grupo, como pueblo. Hay otros factores, pero el idioma es de los más valiosos ¿De acuerdo? Sigamos.

Hay ciudadanos más obligados que otros

Según nuestra Constitución, (Art. 3.) Todos los españoles tienen el deber de conocerla (la lengua española) y el derecho a usarla.

Está bien, pero ocurre como como con otros muchos artículos del mismo texto: mejor que estén ahí que eliminarlos, pero ¿hasta qué punto se cumplen? Además ¿qué es conocer una lengua? Un idioma tan complejo, rico y exigente como el español no es fácil de dominar en profundidad.

No obstante, y a eso iba, hay categorías de ciudadanos, grupos, profesiones o como quieran ustedes llamarlos que están especialmente concernidos por el precepto constitucional.

Gentes cuyo comportamiento influye en los modos y maneras de los demás; profesionales en los que el manejo del idioma es un instrumental de trabajo de primer orden. Entre todos ellos, los políticos, los docentes, los periodistas. Ciudadanos que se ganan la vida hablando y escribiendo.

Creo que a estos contribuyentes podemos y debemos exigirles un especial cuidado en el manejo de ese tesoro común, porque de su proceder va a depender la buena salud del idioma español 

¿Seguimos por buen camino? ¿Sí? Pues vamos a ver algunos ejemplos que ponen en cuestión la eficacia práctica todo este argumentario.

Las modas lingüísticas de nuestros políticos

No quiero dedicar ni media palabra a la murga del uso atorrante de masculinos y femeninos en reiterada sucesión, no porque no crea que haya dejado de ser una práctica criticable, sino porque conocemos de sobra los argumentos a favor y en contra y me temo que de nada iba a servir repetir diatribas de sobra sabidas.

Tampoco quiero hoy entrar en el manido territorio del lenguaje políticamente correcto, porque abomino de lo cursi y lo pedante, sobre todo si se tiñe de hipocresía.

Quiero, no obstante, escribir algo que tiene que ver con que la función del dirigente no es copiar las malas prácticas del dirigido, sino lo contrario. Está fuera de duda que lo que diga y haga nuestro elegido, acabará influyendo en nuestra conducta. 

Los políticos, por tanto, deberían ser un ejemplo en el correcto uso de la lengua castellana. ¿Lo son?

Desde que un notorio político de la era tecnócrata del franquismo defendió el mal uso de la lengua como forma de identificarse con el pueblo y hacerse entender por él, tal parece que el despropósito no se ha olvidado del todo. 

En tiempos recientes, Mariano Rajoy hasta que dejó de ser oído y la nueva Ministra Portavoz del Gobierno actual parecen despreciar, o tal vez odiar, el correcto uso del participio pasivo, e incluso el académico uso de términos que, sin ser tiempos verbales, suenan como si lo fueran. 

Así que El Estado pasa a ser “el estao” (¿No les parece que dicho así el estao español es menos Estado? Es como si le quitaran no una letra, sino una parte de su más preciada sustancia) y cuando la Portavoz ha acabao de hablar, caigo en la cuenta de que los paraos siguen siendo los que peor lo han pasao, o sea que los los perjudicaos lo son por partida doble, y que, en buena lógica, yo debería sentirme también defraudao con estos desmanes del antes Presidente y la ahora Portavoz, lo que pasa es que ya me pilla demasiao cansao.

Cuestión diferente aunque curiosa es el masivo uso de nuevos términos y expresiones que sirven no sólo para señalar realidades concretas, sino para identificar una corriente de pensamiento y un posicionamiento político y terminan operando como un certificado de modernidad a favor de quien los maneja.

Hay que “dar visibilidad” a las mujeres, los jóvenes, “los colectivos en riesgo de exclusión social”, que deben ser “empoderados” cuanto antes.

Lo de dar visibilidad me parece una construcción gramatical desafortunada: una cosa es hacer visible a un Concejal y otra diferente dar visibilidad a ese sujeto. Con la primera versión, el Edil gana notoriedad, con la segunda capacidad para ver, no para ser visto. 

En cuanto al término “empoderar” se trata de una traslación literal del inglés to empower. Suele usarse en textos de sociología política con el sentido de conceder poder a un colectivo desfavorecido para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida. Que conste que el verbo ya existía en el mundo del Derecho como una variante de "apoderar "caída en desuso.

En estos días, si usted dice que hay que “empoderar” a los cultivadores de la patata temprana, no sólo no estaría cometiendo ningún desafuero lingüístico, sino que estaría dando pistas sobre sus preferencias políticas, y eso es lo que quería poner de manifiesto: cómo adherirse al uso sistemático de términos que en sí mismos son neutrales, convierte a ciertos vocablos en señas de identidad de ideologías concretas.

En definitiva, es frecuente, y lo ha sido siempre, la tendencia a politizar el lenguaje, de manera que el significado de un término trasciende a su literalidad con lo que su virtualidad desciende un par de escalones porque lo circunscribe a un ámbito menor.

"Empoderar," "diversidad", "lenguaje inclusivo", la ya citada expresión “exclusión social”, "pin parental", "sostenibilidad", "emergencia climática", "movimiento identitario", son credenciales que alertan sobre nuestras preferencias ideológicas. Son tan diáfanas que equivalen a llevar una insignia en la solapa del tamaño de una perronilla. 

Hagan lo que quieran, pero recuerden: hay veces que el significado y el significante van por caminos distintos.

Bajemos el listón: periodistas deportivos y sentimentaloides

Sí, porque me temo que estoy poniéndome trascendente, o peor aún: pretencioso, es decir, pedante. Hablemos de los usos y costumbres idiomáticos de otro colectivo al que le incumbe, también, el honroso papel de formar a la ciudadanía: el periodismo, con especial atención a la prensa deportiva y a la llamada “prensa del corazón”.

Ambos tienen una par de características comunes: disfrutan de una audiencia que para sí quisiera cualquiera otra de las ramas del periodismo y no se distinguen por el uso fluido, correcto y preciso de su herramienta fundamental de trabajo: el idioma.

No importa cuántas veces se repita, un partido no se va ganando o perdiendo “de” tres puntos, sino “por” tres puntos. No es fácil aplicar con exactitud el complicado mundo de las preposiciones, pero tampoco lo es el manejo de las ecuaciones de tercer grado, lo que no habilita a los matemáticos para alterar a su antojo el resultado de una raíz cúbica.

“Definir”, según el diccionario, es expresar con exactitud y precisión el significado de una palabra o la naturaleza de una persona o una cosa, o tomar una decisión o una actitud frente a un asunto, o hasta delimitar, fijar, explicar. ¿Qué quieren que les diga? Por más vueltas que le doy, no acabo de ver la relación entre estas alternativas y la facilidad o dificultad que tal o cual futbolista tiene para alojar el balón en la portería rival.

Todo esto y lo que sigue, tiene o puede tener una vigencia efímera. La RAE termina por sacralizar, autorizar y validar el uso de términos que empiezan siendo vocablos nacidos en la calle y acaban teniendo carta de naturaleza con su entrada en el sacrosanto Diccionario.

Así que, por ejemplo, “alante” que hoy por hoy no pasa de ser un vulgarismo a veces recogido en alguna canción (recuerdo “La murga de los currelantes” del malogrado Carlos Cano), cualquier día nos sorprenderemos cuando los académicos lo admitan como alternativa, según los casos a “delante” o “adelante”.  Llamo la atención, pese a todo, sobre este término que está día a día tomando carta de naturaleza entre cada vez más amplias capas de castellanohablantes, sea cual fuere su profesión.

En cuanto a los gacetilleros, periodistas, guionistas y editorialistas de la prensa rosa, sea escrita o televisada… Déjenme que comience poniendo de manifiesto mi extrañeza por el doble rasero a la hora de referirse a unas u otras compatriotas: en el mismo programa he oído hablar  a la misma tertuliana de “Letizia” a la hora de referirse a la Reina de España y de “Doña Ana” para comentar el estado de salud de la mamá de Dª Isabel Pantoja. 

Cierto que, a lo peor, todo se debe a mi ignorancia sobre la eventual privilegiada relación, a la profunda  e inveterada amistad entre la comentarista y la Reina de España, y al lejano conocimiento de la misma señora con la progenitora de la famosa tonadillera.

Por cierto ¿famosa o célebre? Pues según, mire usted, que a veces caben ambos adjetivos aplicados a la misma persona y otras no. Así que puede hablarse del famoso bandolero pero jamás del célebre bandido, que famoso es el que tiene fama, sea buena o mala, y célebre el que acredita acciones o méritos suficientes para ser celebrados.

En cierto modo, es lo que ocurre cuando el uso excepcional de un término se convierte en costumbre. Lo que empieza siendo un guiño al lector o al televidente termina convirtiéndose en un proceso de “blanqueo” de una palabra que acaba trastocando su significado original. Ejemplo: “La culpa de la felicidad radiante de Mary Puy la tiene Borja Mary”. ¿Culpa de la felicidad? ¿Cabe culpa en acciones que provocan resultados positivos? La primera docenas de veces, puede admitirse una figura retórica admisible, como un guiño al espectador inteligente. Luego… Puede llegar a pensarse que hacer feliz a alguien es algo detestable. O que el que habla no sabe lo que dice.

Como el asunto de “la complicidad”. Menos grave, pero también va en la misma linea. Digo menos grave porque en este caso, si bien en primera acepción complicidad es la participación de una persona junto con otras en la comisión de un delito, también equivale, segunda acepción, a “relación que se establece entre las personas que participan en profundidad o con coincidencia en una acción”.

Y es que lo que resulta un tanto atorrante es la reiteración de hallazgos retóricos que un día fueron sorprendentes y terminan por convertirse en sonsonetes, muletillas, lugares comunes: casarse es siempre y sólo “dar el sí quiero”, dejar atrás un acontecimiento supone “un antes y un después”, aunque el protagonista del suceso “haya venido para quedarse”, cosa que no suele ocurrir cuando después de haber otorgado el mencionado “sí quiero”, comience su viaje de novios (“luna de miel”, por supuesto) en “una isla paradisíaca”, edén del que debe haber varias docenas de versiones repartidas por los mares tropicales del planeta, donde se supone que habrán de pasarlo "bien no, lo siguiente".

Y, para terminar una frecuencia… ¡Intensa!

De pronto, nadie sabe muy bien por qué, ni cómo, ni cuándo, un término se vuelve omnipresente, (o sea, que se vuelve viral que ésa es otra) gana protagonismo, amplía sus significados, desplaza a docena y media de sinónimos y se hace el dueño y señor de nuestro hablar cotidiano.

Ocurre cada cierto tiempo y así seguirá siendo, por los siglos de los siglos. Hoy, ahora, le ha tocado al adjetivo “intenso” (según la RAE, 1. adj. Que tiene intensidad. 2. adj. Muy vehemente y vivo. Intensidad: 1. f. Grado de fuerza con que se manifiesta un agente natural, una magnitud física, una cualidad, una expresión, etc.2. f. Vehemencia de los afectos del ánimo.)

Vocablos ambos, intenso e intensidad, que cabe usarlos como calificativos de múltiples sustantivos, qué duda cabe. No es esa la cuestión, sino el relativo asombro que me produce verificar cómo de un tiempo a esta parte, decenas de sinónimos han sido relegados no se si a un estado vacacional, o al desván de las palabras perdidas.

Adviértase que no desapruebo la pertinencia de lo intenso en ningún caso, sino que critico la suma abusiva de todos ellos.

Así que el viento puede ser intenso, pero también huracanado, racheado, fuerte, devastador.

La lluvia ya nos gustaría que fuera intensa cuando la necesitamos, si bien en más ocasiones de las que quisiéramos suele ser copiosa, torrencial, arrasadora.

El calor puede ser intenso, sobre todo en esos meses que todos sabemos, meses en los que, además, es agobiante, abrasador, sahariano, tórrido, sofocante.

Y en cuanto al frío, no me cabe duda de que puede llegar a ser intenso, sobre todo si, además, alcanza niveles a los que le cuadren términos como helador, invernal, polar, siberiano.

Podemos volver a la política y recibir noticia de un debate intenso, que tal vez otros vean como apasionado, vivo, destemplado, acalorado, encarnizado, enconado.

¿Y el amor? ¡Ah, el amor! Intenso, cierto, pero ¿por qué no acendrado, arrollador, apasionado, tierno, cálido, eterno?

No como el tráfico, (por cierto ¿tráfico o tránsito?) que además de intenso puede ser agobiante, denso, congestionado, desesperante, soporífero, endiablado, enervante.

Hay otros ejemplos: las conversaciones entre Gobierno y Oposición pueden ser intensas, si, pero ¿serán además delicadas, vehementes, constructivas, premiosas, agotadoras, aburridas, apasionantes? ¿Por qué no usar algún calificativo específico que suministre información adicional sobre cómo les fueron las cosas a los interlocutores?

No vaya a ser que nos cuenten que el oleaje fue intenso y no sepamos si, además fue catastrófico, gigantesco o simplemente constante y espectacular, como los golpes que puede recibir cada uno de los púgiles enzarzados en un combate que a más de intenso, fue devastador, o hasta mortífero; cosa que es difícil que le hubiera ocurrido a un partido de fútbol cuya intensidad es dudoso que superara la cota de haber resultado un encuentro disputado.

En fin, amigos, me despido por hoy. Ha sido una mañana productiva, me ha resultado interesante, incluso amena, pero dudo de que merezca ser llamada “intensa”.




jueves, 13 de febrero de 2020

Instalados en el estupor 

Un horizonte desolador
Veo los titulares de cualquier diario, pruebo a leer algún editorial, observo el noticiario de no importa qué cadena de televisión, entro en cualquiera de las redes sociales a las que tengo acceso y el resumen del resumen es desesperanza, crispación, inestabilidad, inquietud, desasosiego, incertidumbre.

Informaciones sobre catástrofes naturales que quizás no lo son tanto, sino el resultado de la estupidez y la codicia humanas; detalles horribles sobre crímenes gratuitos aunque sus autores los crean justificados; crónicas de actuaciones públicas basadas en la mendacidad, el fanatismo, la intolerancia, el ansia suprema de seguir amarrado al poder o de luchar por conseguirlo.

No, no hablo de España. No sólo de España, quiero decir. No somos peores que los demás, tal vez menos que muchos de los demás, pero tan perversos y obcecados como para merecer los rapapolvos que nos caigan en suerte.

Conflictos bélicos que ahora se llaman “de baja intensidad”, pobre consuelo para los que mueren en ellos; conflagraciones, pues, en las que los cadáveres suelen ser de gentes sin importancia que viven en sitios de los que a veces no sabemos ni quiénes tienen de vecinos. Guerras, en suma, en las que se muere y se mata sin que unos y otros sepan en ocasiones que hacen allí bajo las bombas o empuñando las armas. Escabechinas en las que se ventila el suministro de materias primas, la influencia en tal o cual zona que interesa mucho a los amos del mundo (“los amos”, no “el amo”, que responsables hay varios. Básicamente los que tienen poltrona vitalicia en el Consejo de Seguridad de la ONU, la gran paradoja).

Nunca, desde que el hombre es hombre, ha habido tantos millones de desplazados. Muchedumbres enloquecidas que huyen de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Quieren huir, mejor dicho, porque es más que dudoso que sus semejantes estén dispuestos a compartir con ellos techo y pan. Al contrario: los líderes de los que viven instalados en una relativa comodidad, satanizarán a los que llegan, negarán sus motivos, los denigrarán y echaran sobre ellos el pesado fardo de la sospecha, de la calumnia, porque es más fácil cargar las culpas a los desgraciados que evitar las causas de los males que les atribuyen.

Hoy, como antes, como hace cientos, miles de años, seguimos matándonos en nombre de nuestro Dios, al que ofendemos haciéndolo enemigo irreconciliable del Dios del otro, nosotros que decimos creer en un solo Dios, igual que el de la trinchera de enfrente. Y Dios, callado.

El espacio que ocupamos
Y si acercamos el catalejo y examinamos sólo lo que tenemos a nuestro alrededor, nosotros y eso que se llama “países de nuestro entorno”, lo que desde hace años, muchos, se conoce por “Civilización Cristiana Occidental”, también el diagnóstico es desolador.

Somos más ricos que nunca, más desarrollados que nunca, más sabios que nunca. Preparamos el envío de una sonda que examine el sol de cerca, se especula con la posibilidad de descender en la superficie de Marte, conocemos en tiempo real lo que pasa en el último rincón el Planeta, pero las desigualdades entre nosotros siguen aumentando a un ritmo constante, y aunque se sepa que riqueza y pobreza son, siempre, valores relativos, día a día la brecha entre una y otra se agranda y en medio empieza a quedar menos gente cada vez. 

Nuestros hijos hablan inglés pero dejaron de estudiar lenguas muertas y Filosofía. Tienen más datos y menos cultura. Van y vienen y no siempre saben interpretar lo que ocurre a su alrededor. Sus valores, siempre habrá valores, llegan de lejos, ajenos a la Historia del grupo social al que pertenecen. Han crecido oyendo hablar solo de derechos así que entienden las obligaciones como una tiranía. Son extranjeros en su propio país, y cuando se van a otro, descubren que aún lo son más.

Presumimos de vivir instalados en democracias avanzadas. ¡Democracias avanzadas! Hoy, ayer, seguro que también mañana, tenemos noticia cierta de que en nuestro sistema se desprecian las formas, tan esenciales en el régimen en el que decimos vivir; se ha sustituido el debate por el insulto y la mentira y nadie parece dispuesto a cambiar de rumbo, porque los demás tampoco lo hacen.

Ni en este espacio privilegiado del que hablo, ni en el resto del mundo se defienden ideas, sino ideologías; no se busca el bienestar del ciudadano, sólo su voto que es el que te da el Poder a costa de lo que sea menester.

No hay debate sino griterío. Los que dicen ser líderes hablan de sus programas; a veces hasta los publican; pasan los meses y mudan de piel al ritmo que las encuestas informan sobre las querencias del electorado. No se dice lo que se cree porque no se cree en nada. En casi nada: sólo en cómo llegar para quedarse.

Los Caudillos
Caudillos, que no líderes. Figurones tremendos al frente de masas enardecidas a las que se les reserva el dudoso honor de aplaudir a coro, reír las gracias del Gran Vociferante y odiar a quien se le diga. Básicamente al que se le ha adjudicado el papel de responsable de todos sus males.

Los hay de todos los pelos y colores. Altos y bajos, rubios y morenos, unos se dicen de derechas y otros de izquierdas. Todos buscan que las masas les identifiquen con la Nación. Lo primero que hacen es marcar los límites, identificar al enemigo, odio a él y a su parentela, por siempre jamás y por encima de todas las cosas.

Donald Trump, Jair Bolsonaro, Victor Orban, Marine Le Pen, Rodrigo Duterte, Nicolás Maduro, Recyp Erdogan, Vladimir Putin. ¿Para qué seguir? Añadan los que mejor les cuadre dentro de nuestro terruño.

Viven instalados en el disparate. Frases incendiarias que nublan la mente y arrugan las tripas. Lean algunas perlas:
  • Donald Trump: “Podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería ni un voto”."México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores”."Me atraen las mujeres bonitas automáticamente. Las comienzo a besar, es como un imán, no puedo ni esperar (...). Y cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras (...). Agarrarlas por el coño. Puedes hacer de todo”.
  • Bolsonaro: “A través del voto, no va a cambiar nada en este país. Solo va a cambiar cuando nos partamos en una guerra civil. Matando a unos 30.000”. “Defiendo la pena de muerte y el rígido control de la natalidad, porque veo la violencia y la miseria que cada vez se extiende más por nuestro país. Quien no tiene condiciones de tener hijos, no debe tenerlos”. “El pobre solo tiene una utilidad en nuestro país: votar. La cédula de elector en la mano es diploma de burro en el bolsillo. Sirve para votar por el gobierno que está ahí. Sólo sirve para eso y nada más”. “Estoy a favor de la tortura… y el pueblo lo está también”.
  • Erdogan: “Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados”.
  • Duterte: “Estos hijos de puta están destruyendo a nuestros hijos. Si conoces a algún adicto, ve a por él y mátalo tú mismo porque conseguir que sus padres lo hagan será muy doloroso”.“Quería llamarle y decirle: ‘Papa (Francisco), tú hijo de puta, vete a casa. Y no vuelvas nunca más‘”. “Entre ellas estaba esta misionera australiana… Y cuando vi su rostro, pensé: ‘Mierda. Qué lástima’. La violaron, puestos en fila. Fue terrible que la violaran. Era tan hermosa… ¡El alcalde debió ser el primero!”
  • Putin:“¿Si soy demócrata puro? Por supuesto, soy un demócrata puro y absoluto. ¿Pero usted sabe cuál es el problema? Es que yo soy el único, no hay otros en el mundo. Tras la muerte de Mahatma Gandhi, no hay con quién hablar”. “No soy una mujer, así que no tengo días malos No quiero ofender a nadie. Es la naturaleza de las cosas. Hay ciertos ciclos naturales”.
  • Ajeno a todo esto, Nicolás Maduro, mientras sus detenidos políticos se le mueren en sus cárceles, habla con un pajarito que le comunica las instrucciones del difunto Hugo Chávez.
Aviso a navegantes: todos llegaron al Poder después de unas elecciones. Las urnas, por sí mismas, tampoco son las Diosas de la democracia.

Qué tienen en común
  • Manejan con maestría los resortes de la demagogia populista más descarnada.
  • Son hábiles usuarios de la comunicación directa e inmediata. Frases cortas, rotundas, huecas pero sonoras. Desprecian a la prensa, salvo a la que se nutre de los titulares, sólo titulares, nunca editoriales, que ellos mismos suministran. 
  • Desconfían del pensamiento, de los libros porque nublan las emociones que son su arma favorita.
  • Maestros de la desinformación y de la manipulación, han entronizado el insulto y la mentira como armas de seducción.
  • Saben que el odio al rival es un sentimiento más fuerte y más duradero que el amor por el amigo, por eso han sabido, cuanto antes, identificar al chivo expiatorio: los mexicanos, los homosexuales, los drogadictos, los musulmanes, los rojos, los fachas, el otro, siempre el otro.
  • Están desarmando las viejas estructuras de los Partidos y sometiendo a su dictado a los dirigentes de sus propias formaciones, al reclamo de la “democracia directa”. Son la reedición del despotismo ilustrado. “Todo para las bases, pero sin las bases”.
  • Se enfrentan a problemas complejísimos, como todos nosotros, y tratan de resolverlos con recetas efectistas, de apariencia fácil, cuya finalidad es conseguir que sus corifeos sean capaces de repetirlas como papagayos.
  • Todos, todos, todos se proclaman patriotas. Más aún: sólo ellos lo son. Como siempre. Hitler era el más alemán de todos los alemanes. Stalin “adoraba” a la Unión Soviética. Trump anda por ahí con su “America first”. Los dos primeros sigue especulándose con el numero de millones de cadáveres de conciudadanos que cargan a la espalda. Habrá que esperar algún tiempo para saber el rendimiento de las políticas de Donald Trump; algunas de sus recetas están próximas al autocastigo.
Y la curiosa característica de la nómina de caudillos citada es la coincidencia en una fórmula que la Historia ha desacreditado: la vuelta al pasado, el retorno a las esencias. Cuando el presente no nos gusta, volvamos a las pasadas glorias, a los principios que nos hicieron grandes hace uno, tres, cinco siglos.

Ya se sabe: cuando una civilización se repliega sobre sí misma y se refugia en su Historia es el doble síntoma de que su capacidad creadora ha muerto y que la decadencia se ha instalado en ella.

Las causas:
  • Oigo hablar de la ausencia de líderes. Tengo mis dudas. No, no es que crea que tengamos manadas de líderes brincando por todas partes. Es que tal vez sea al revés: no son los los líderes los que cambian el mundo sino el cambio del mundo el que crea los líderes. Las famosas condiciones objetivas ¿recuerdan? ¿Por qué fueron coetáneos, por ejemplo, Hitler y Stalin? ¿Qué estaba pasando en el mundo en aquellos años?¿Habrían sido quienes fueron si hubieran nacido doscientos años después? Y entre nosotros: ¿Fueron tan grandes nuestros políticos de la Transición, o lo que nos tocó vivir aquellos años parió a quienes se hicieron con la nave?
Así que, sí, nos faltan líderes, y, creo yo, bastantes cosas más.
  • También resulta socorrido culpar a “La Crisis”. De acuerdo, si entendemos quién la provocó, con qué complicidades se desarrolló y cuáles han sido sus consecuencias planetarias: cientos de millones de ciudadanos empobrecidos y toda una clase social, “la sufrida clase media” antaño sostén de la sociedad hoy “lumpenproletarizada” (perdón por el participio pasivo traído a la fuerza). El resultado era de esperar: desorientación, nostalgia y rabia, desesperación, sentimientos a flor de piel; estado de ánimo ideal para la manipulación de profetas sin escrúpulos, ya hablen de La Patria, de La Gente, o del mismísimo Dios.
  • ¿Qué efectos puede estar teniendo el abismo generacional? Siempre ha habido abuelos y nietos, pero a la inseguridad tradicional de la vejez, al angustioso sentimiento de que el viejo ha perdido la capacidad de generar riqueza, únase ahora la evidencia de que el desarrollo de la tecnología, la vulgarización de sus usos, su dificultad de aprendizaje establecen una barrera entre dos edades que se vuelven, a veces, antagónicas: los viejos votan Sí en el Brexit, los jóvenes votan No.
  • No sería prudente olvidarnos del despeñadero por el que se ha precipitado la política en nuestro pequeño universo autocomplaciente, el Primer Mundo. No soy de los que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Al contrario: creo que, tomada en largos períodos, la Humanidad avanza. No obstante, si recordamos cómo éramos sólo unos años atrás, ¿dónde ha quedado el respeto a la verdad? El Whasington Post tiene listadas y publicadas más de diez mil mentiras en boca (o en tuit) Donald Trump. Pero será reelegido: él miente y sus ciudadanos volverán a votarle. Hace dos días en nuestro Parlamento uno encontraba normal haber dado seis versiones diferentes de un suceso cuestionable y otro dijo que el proyecto de Ley de Eutanasia tenía como motivación oculta, un recorte en gasto social pensado por el Gobierno. O sea, que el Gobierno mataría viejos y enfermos para ahorrar pensiones y medicinas. Los leones del Congreso no se movieron de su sitio. Si eso hacen nuestros representantes ¿qué cabe esperar de sus representados? ¿Acabaremos reviviendo a Caín?
En resumen
Es la voladura descontrolada de nuestras escalas de valores, la ausencia de objetivos compartidos, la rendición sin condiciones a un modo de vivir acomodaticio, de estar en el mundo al dictado de pelagatos que confunden ocurrencia con pensamiento y viven por y para el minuto de gloria, lo que nos está llevando al desván de las banalidades.

Para terminar este doliente lamento se me ocurre preguntarme si lo que estoy escribiendo puede aplicarse al mundo entero o estoy cayendo en el occidentalismo más clasista que pueda pensarse. 

No, no creo que todos los pueblos, todas las culturas estén en modo decadencia sin remedio.Lo que no sé si es bueno o malo.

Para nosotros, los decadentes profesionales, medio adormecidos habitantes de la parte pudiente del Planeta, es poco tranquilizador sospechar que tenemos los días contados; que el Atlántico dejará de ser el centro de la Historia, como antes dejó de serlo el Mediterráneo; que estamos a punto de convertirnos en poco más que un Museo que visitarán los nuevos amos del Mundo.  

Para  la Humanidad será un cambio, otro más, que la permitirá seguir avanzando. Se cerrará una Edad y se abrirá otra. Nada más.

Conclusiones y advertencias finales:
  • ¿Nos habremos convertido en una sociedad zombi? Miremos a nuestro alrededor, porque podríamos ser una colección siniestra de muertos vivos incapaz de reconocerse.
  • ¿Será el coronavirus una maldición bíblica, algo así como el castigo de los cielos a una sociedad pecadora? Peste milenarista que viene de lejos como Anticristo vengador.
  • Es posible que todo este post no sea sino una manifestación parcial de algo que antes he dicho: los viejos tenemos pocos motivos para ser optimistas y vivimos instalados en la desazón.
  • En cambio tenemos la impagable suerte de que hay desgracias que no veremos.

Prometo ser algo más divertido la próxima vez. Buenos días, amigos.








domingo, 9 de febrero de 2020

De aquí y de allá

Rectificar es de sabios
Eso reza el dicho, pero, si me permiten, discrepo: rectificar es propio de quien además de haberse equivocado, es capaz de reconocerlo y, por consiguiente, cambiar de rumbo o desdecirse de lo dicho o escrito.

Que quien así actúa sea, por definición,  un sabio, me parece un exceso. Más aún: tengo para mí que los sabios de verdad son los que menos veces se verán en la tesitura de tener que borrar lo escrito y empezar de nuevo.

Tal vez haya un caso aparte: el de la investigación científica. No recuerdo cuándo lo leí ni quién era el autor, pero sí la sustancia: “un científico -decía el comentarista- es alguien que dedica su vida a probar una teoría, gracias a la cual consigue la fama. Un tiempo después la teoría se revela como absolutamente errónea, pero, sin embargo, sigue siendo famoso pese o gracias al error que lo encumbró”.

O sea, que no siempre es preciso rectificar, sobre todo si el error se demuestra después de la muerte del investigador.

Ocurre con este aforismo como con algunos otros que siempre he puesto en duda. Por ejemplo, el de que “la excepción confirma la regla” no hay por dónde cogerlo. Lo que demuestra la excepción es que la regla no es absoluta, y punto.

O como la cínica afirmación de que “la caridad bien entendida empieza por uno mismo” que no es sino la entronización tramposa y travestida del egoísmo disfrazado de filantropía.

Viene todo este largo y prolijo prólogo a propósito de una pertinente puntualización que me remite una buena amiga sobre el contenido de mi post de 15 de enero (“La mujer del César”) en el que yo criticaba la designación de la exministra de Justicia como Fiscal General del Estado y ponía en tela de juicio las creencias del Presidente Sánchez sobre la división de poderes.

Dice mi amable rectificante: “He leído tu artículo y tengo que hacer una precisión: el poder judicial solo está integrado por Jueces y Magistrados independientes y sometidos al imperio de la ley (creo recordar que así lo dice la LOPJ en su art. 1 y la propia CE en el art. 117). Es decir, el Ministerio Fiscal no forma parte del Poder Judicial ni comparte sus funciones (art. 124 de la CE).

Compartiendo contigo la desafortunada elección de la Fiscal General, creo necesario aclarar, por los preceptos citados, que tal nombramiento no afectará a la independencia del poder judicial. Si acaso, lo que hará es hacer “más grosera” y evidente, la dependencia jerárquica (y de otro tipo), de los fiscales”.

Releo lo escrito hace casi un mes y, en efecto, encuentro un par de párrafos que justifican con creces el comentario de mi buena y competente amiga: “Lo grave desde mi punto de vista, es lo que muestra  esta decisión que descorre el velo de la concepción del Presidente sobre un asunto trascendental: el principio de la división de poderes.

Es algo sobre lo que no caben medias tintas. La democracia puede convivir con la pobreza, con la corrupción, incluso con la guerra. Mal que bien, sobrevivirá. La independencia del poder judicial es consustancial con la noción misma de democracia, así es que en este punto, cuidado, mucho cuidado con lo que se hace, se dice o hasta se piensa”.

Es evidente que, puestos a polemizar, podría yo argüir que en ningún momento haya dicho expresamente que la Fiscalía forma parte del Poder judicial. Sería cierto, pero, pura paradoja, estaría mintiendo: cuando escribí lo que he transcrito y el resto del post, en mi subsconsciente estaba dando por descontado que el nombramiento de la Srª Delgado como Fiscal General, sería legal, pero era una manifestación del desprecio que el Sr. Sánchez demuestra respecto a la teoría de la división de poderes, es decir, admitía o daba por supuesto que la fiscalía formaba parte de “lo judicial”, por mucho que a poco que hubiera pensado sobre el particular hubiera podido llegar por mí mismo a la conclusión que me apunta mi buena amiga.

Así pues:
  • Me equivoqué en el sustrato del post.
  • Sigo sosteniendo, como mi “correctora”, que la decisión del Presidente es manifiestamente mejorable.
  • La próxima vez que escriba procuraré ser más cuidadoso, lo que, desde luego, no me garantiza la infalibilidad, ni mucho menos.

Mr. Trump saca pecho una vez más
Impeachment: acusación formulada contra un alto cargo por delitos cometidos en el desempeño de sus funciones, según una de tantas posibles definiciones que he encontrado.

Procedimiento de raigambre anglosajona, aunque haya algún precedente de origen español (los juicios de residencia en los virreinatos americanos), previsto para descabalgar del poder a ocupantes de las más altas magistraturas, sustanciado ante el Poder Legislativo. En el caso norteamericano, la Cámara de Representantes y el Senado, es decir, los dos órganos políticos por excelencia.

Bien: acabó el espectáculo. Donald Trump no sólo ha superado el mal trago, como estaba previsto desde el comienzo, sino que sale de él reforzado en su camino para un segundo mandato presidencial.

Vamos por partes
¿Ha sido todo normal? Sí, si por normal se entiende lo que entraba dentro de los más que probables resultados. Sí, si, como era de rigor, la conducta del Presidente iba a ser enjuiciada en la Cámara de Representantes y en el Senado y no ante un Tribunal de Justicia. Sí, si, como ya se sabía, Los Estados Unidos viven en uno de sus momentos en que menos honor hacen a su nombre de “unidos”. Sí, si se cuentan los Senadores de uno y otro Partido. Sí, si se acude a los precedentes históricos.

¿Por qué ha sido ese el resultado? Porque no se ha tratado nunca de saber qué ha hecho el Presidente y menos aún de establecer si es admisible o no su comportamiento, sino de si el Partido que ostenta la mayoría en el Senado está por echar o no a un Presidente que, en este caso, era de los suyos.

Fíjense que ni siquiera se trata de que el Partido en cuestión pierda la Presidencia, cosa imposible porque en USA no cabe el adelanto electoral, es decir, que de haber defenestrado a Donald Trump habría accedido a la Casa Blanca el Vicepresidente que también es republicano.

Cuestión distinta es si al Partido Republicano le viene bien o mal cambiar de candidato con la carrera presidencial a la vuelta de la esquina.

El Impeachemt nunca ha acabado con ningún Presidente. Andrew Johnson en 1868, y en nuestros tiempos, Clinton y ahora Donald Trump han salido airosos del trance. El caso Nixon es diferente, porque aunque no llegó al trámite de la votación en el Senado, sólo su dimisión “voluntaria” le ahorró el mal trago. En cualquier caso, desde el punto de vista formal, a Nixon tampoco lo cesó el Senado.

No dejan de ser curiosos los motivos que basaron los casos anteriores:
  • Andrew Johnson fue imputado por cesar a su secretaria de Defensa por discrepancias políticas.
  • Clinton, no por sus devaneos extramatrimoniales, sino por haber mentido al pueblo americano.
  • Nixon por espiar al Partido rival, o más bien, por haberlo hecho tan mal que el espionaje se hizo visible.
  • Trump… De éste creo que lo sabemos todos.
¿Se imaginan que entre nosotros se manejaran estas circunstancias como motivos para intentar desalojar al inquilino de La Moncloa?

En resumen:
  • El Partido Republicano, en modo preelectoral, ha decidido apostar a caballo ganador y dejar de lado si el inefable Presidente actual abusó o no de su poder intentado perjudicar a su rival político. Hay un punto de cinismo en algunas de las cosas oídas: el problema no es si lo hizo o no, sino si era grave; y no lo era.
  • La sociedad “usana” sale del embrollo algo más desunida todavía que cuando todo empezó: los demócratas se han equivocado eligiendo el momento y el motivo y los republicanos han pensado más en su Partido que en la ética política. Nada nuevo, ni en el error de unos ni en la posición de otros.
  • La campaña electoral para las presidenciales ha comenzado. Va ganando Trump por dos a cero: el resultado del intento de impeachment le refuerza y los demenciales resultados de los caucus de Iowa también. 

Así que, salvo catástrofe, son de prever otros cuatro años más de “trumpismo” rampante, porque 
  • Nosotros, los europeos a los que no nos gusta Donald Trump, no votamos en esas elecciones.
  • En Usa hay más granjeros que intelectuales y el Middle West aporta más votantes que Manhattan o Hollywood .
  • Los mexicanos y el resto de los hispanos, vivan en Texas o en Tegucigalpa, tampoco votan.
  • Tampoco está del todo mal que los que dedicamos parte de nuestro tiempo a escribir sobre lo que pasa por ahí, sigamos contando con alguien como Trump, con el juego que da.