domingo, 9 de febrero de 2020

De aquí y de allá

Rectificar es de sabios
Eso reza el dicho, pero, si me permiten, discrepo: rectificar es propio de quien además de haberse equivocado, es capaz de reconocerlo y, por consiguiente, cambiar de rumbo o desdecirse de lo dicho o escrito.

Que quien así actúa sea, por definición,  un sabio, me parece un exceso. Más aún: tengo para mí que los sabios de verdad son los que menos veces se verán en la tesitura de tener que borrar lo escrito y empezar de nuevo.

Tal vez haya un caso aparte: el de la investigación científica. No recuerdo cuándo lo leí ni quién era el autor, pero sí la sustancia: “un científico -decía el comentarista- es alguien que dedica su vida a probar una teoría, gracias a la cual consigue la fama. Un tiempo después la teoría se revela como absolutamente errónea, pero, sin embargo, sigue siendo famoso pese o gracias al error que lo encumbró”.

O sea, que no siempre es preciso rectificar, sobre todo si el error se demuestra después de la muerte del investigador.

Ocurre con este aforismo como con algunos otros que siempre he puesto en duda. Por ejemplo, el de que “la excepción confirma la regla” no hay por dónde cogerlo. Lo que demuestra la excepción es que la regla no es absoluta, y punto.

O como la cínica afirmación de que “la caridad bien entendida empieza por uno mismo” que no es sino la entronización tramposa y travestida del egoísmo disfrazado de filantropía.

Viene todo este largo y prolijo prólogo a propósito de una pertinente puntualización que me remite una buena amiga sobre el contenido de mi post de 15 de enero (“La mujer del César”) en el que yo criticaba la designación de la exministra de Justicia como Fiscal General del Estado y ponía en tela de juicio las creencias del Presidente Sánchez sobre la división de poderes.

Dice mi amable rectificante: “He leído tu artículo y tengo que hacer una precisión: el poder judicial solo está integrado por Jueces y Magistrados independientes y sometidos al imperio de la ley (creo recordar que así lo dice la LOPJ en su art. 1 y la propia CE en el art. 117). Es decir, el Ministerio Fiscal no forma parte del Poder Judicial ni comparte sus funciones (art. 124 de la CE).

Compartiendo contigo la desafortunada elección de la Fiscal General, creo necesario aclarar, por los preceptos citados, que tal nombramiento no afectará a la independencia del poder judicial. Si acaso, lo que hará es hacer “más grosera” y evidente, la dependencia jerárquica (y de otro tipo), de los fiscales”.

Releo lo escrito hace casi un mes y, en efecto, encuentro un par de párrafos que justifican con creces el comentario de mi buena y competente amiga: “Lo grave desde mi punto de vista, es lo que muestra  esta decisión que descorre el velo de la concepción del Presidente sobre un asunto trascendental: el principio de la división de poderes.

Es algo sobre lo que no caben medias tintas. La democracia puede convivir con la pobreza, con la corrupción, incluso con la guerra. Mal que bien, sobrevivirá. La independencia del poder judicial es consustancial con la noción misma de democracia, así es que en este punto, cuidado, mucho cuidado con lo que se hace, se dice o hasta se piensa”.

Es evidente que, puestos a polemizar, podría yo argüir que en ningún momento haya dicho expresamente que la Fiscalía forma parte del Poder judicial. Sería cierto, pero, pura paradoja, estaría mintiendo: cuando escribí lo que he transcrito y el resto del post, en mi subsconsciente estaba dando por descontado que el nombramiento de la Srª Delgado como Fiscal General, sería legal, pero era una manifestación del desprecio que el Sr. Sánchez demuestra respecto a la teoría de la división de poderes, es decir, admitía o daba por supuesto que la fiscalía formaba parte de “lo judicial”, por mucho que a poco que hubiera pensado sobre el particular hubiera podido llegar por mí mismo a la conclusión que me apunta mi buena amiga.

Así pues:
  • Me equivoqué en el sustrato del post.
  • Sigo sosteniendo, como mi “correctora”, que la decisión del Presidente es manifiestamente mejorable.
  • La próxima vez que escriba procuraré ser más cuidadoso, lo que, desde luego, no me garantiza la infalibilidad, ni mucho menos.

Mr. Trump saca pecho una vez más
Impeachment: acusación formulada contra un alto cargo por delitos cometidos en el desempeño de sus funciones, según una de tantas posibles definiciones que he encontrado.

Procedimiento de raigambre anglosajona, aunque haya algún precedente de origen español (los juicios de residencia en los virreinatos americanos), previsto para descabalgar del poder a ocupantes de las más altas magistraturas, sustanciado ante el Poder Legislativo. En el caso norteamericano, la Cámara de Representantes y el Senado, es decir, los dos órganos políticos por excelencia.

Bien: acabó el espectáculo. Donald Trump no sólo ha superado el mal trago, como estaba previsto desde el comienzo, sino que sale de él reforzado en su camino para un segundo mandato presidencial.

Vamos por partes
¿Ha sido todo normal? Sí, si por normal se entiende lo que entraba dentro de los más que probables resultados. Sí, si, como era de rigor, la conducta del Presidente iba a ser enjuiciada en la Cámara de Representantes y en el Senado y no ante un Tribunal de Justicia. Sí, si, como ya se sabía, Los Estados Unidos viven en uno de sus momentos en que menos honor hacen a su nombre de “unidos”. Sí, si se cuentan los Senadores de uno y otro Partido. Sí, si se acude a los precedentes históricos.

¿Por qué ha sido ese el resultado? Porque no se ha tratado nunca de saber qué ha hecho el Presidente y menos aún de establecer si es admisible o no su comportamiento, sino de si el Partido que ostenta la mayoría en el Senado está por echar o no a un Presidente que, en este caso, era de los suyos.

Fíjense que ni siquiera se trata de que el Partido en cuestión pierda la Presidencia, cosa imposible porque en USA no cabe el adelanto electoral, es decir, que de haber defenestrado a Donald Trump habría accedido a la Casa Blanca el Vicepresidente que también es republicano.

Cuestión distinta es si al Partido Republicano le viene bien o mal cambiar de candidato con la carrera presidencial a la vuelta de la esquina.

El Impeachemt nunca ha acabado con ningún Presidente. Andrew Johnson en 1868, y en nuestros tiempos, Clinton y ahora Donald Trump han salido airosos del trance. El caso Nixon es diferente, porque aunque no llegó al trámite de la votación en el Senado, sólo su dimisión “voluntaria” le ahorró el mal trago. En cualquier caso, desde el punto de vista formal, a Nixon tampoco lo cesó el Senado.

No dejan de ser curiosos los motivos que basaron los casos anteriores:
  • Andrew Johnson fue imputado por cesar a su secretaria de Defensa por discrepancias políticas.
  • Clinton, no por sus devaneos extramatrimoniales, sino por haber mentido al pueblo americano.
  • Nixon por espiar al Partido rival, o más bien, por haberlo hecho tan mal que el espionaje se hizo visible.
  • Trump… De éste creo que lo sabemos todos.
¿Se imaginan que entre nosotros se manejaran estas circunstancias como motivos para intentar desalojar al inquilino de La Moncloa?

En resumen:
  • El Partido Republicano, en modo preelectoral, ha decidido apostar a caballo ganador y dejar de lado si el inefable Presidente actual abusó o no de su poder intentado perjudicar a su rival político. Hay un punto de cinismo en algunas de las cosas oídas: el problema no es si lo hizo o no, sino si era grave; y no lo era.
  • La sociedad “usana” sale del embrollo algo más desunida todavía que cuando todo empezó: los demócratas se han equivocado eligiendo el momento y el motivo y los republicanos han pensado más en su Partido que en la ética política. Nada nuevo, ni en el error de unos ni en la posición de otros.
  • La campaña electoral para las presidenciales ha comenzado. Va ganando Trump por dos a cero: el resultado del intento de impeachment le refuerza y los demenciales resultados de los caucus de Iowa también. 

Así que, salvo catástrofe, son de prever otros cuatro años más de “trumpismo” rampante, porque 
  • Nosotros, los europeos a los que no nos gusta Donald Trump, no votamos en esas elecciones.
  • En Usa hay más granjeros que intelectuales y el Middle West aporta más votantes que Manhattan o Hollywood .
  • Los mexicanos y el resto de los hispanos, vivan en Texas o en Tegucigalpa, tampoco votan.
  • Tampoco está del todo mal que los que dedicamos parte de nuestro tiempo a escribir sobre lo que pasa por ahí, sigamos contando con alguien como Trump, con el juego que da.








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