domingo, 14 de abril de 2019

Tambores de guerra.

No estaré y no lo siento.

No es lo mismo no estar que no votar, que para estos casos se previno el voto por correo, pero, ya digo, no estaré y no lo siento. El 28 de abril lo viviré en la distancia que a veces es la mejor forma de observar lo que está pasando.

Una cierta lejanía permite objetivar la percepción de los fenómenos, tan extraños en estas elecciones, que en la inmediatez se muestran confusos, enrevesados, enmascarados por excrecencias sin importancia que enturbian la realidad.

Cofrades o militantes.

Las dos cosas  al mismo tiempo, lo que tampoco tiene por qué extrañarnos. La casualidad o el cálculo, quién sabe, ha hecho que buena parte de la campaña electoral haya de desarrollarse en plena Semana Santa. Tiempo, éste, que antaño fue sinómino de contrita devoción, y ahora es con frecuencia paradigma de vacación festiva.

En todo caso, el ciudadano habrá de pasar sin solución de continuidad del mitin a la procesión, o sea, que pasará de militante a cofrade en cuestión de minutos. Que se deshaga o no de la caperuza para cambiar de ambiente, o que acuda almitin ataviado de penitente, es algo a resolver caso a caso. 

Tampoco es tan grave, ni tan difícil, que si cofrade equivale a andar con los hermanos, militante, el que milita, evoca condición de soldado en quien la ostenta, y el milico, ya se sabe, anda siempre rodeado de iguales.

Bien visto, cofrades y militantes habrán de oír soflamas incendiarias, sea cual sea el disfraz que lleve, desde púlpitos o tribunas, que la campaña se anuncia bronca, desabrida, desaforada, desmesurada. Los unos y los otros (y hasta las “unas” que andan “unidos”) tratan, antes que nada, de amarrar a los que sienten como “los suyos” y evitar que se arracimen con los que tienen al lado. Ya se sabe que no hay peor cuña que la de la misma madera.

Dicen que buscan recuperar votantes que se fueron, y tal vez sea verdad, pero, ya digo, lo primero es evitar que los tuyos te dejen y se olviden de ti. Por eso, lo primero es demonizar al competidor, que hace tiempo dejó de serlo para convertirse en enemigo (¿Enemigo? Más bien alimaña, criminal, traidor, cobarde, asesino, o lo que se le ocurra al predicador de turno).

Y para lograr su empeño, se usará cualquier cosa que valga o que se crea que valga. Se alistarán toreros de relumbrón, generales jubilados, deportistas que fueron famosos, tertulianos llamativos, padres que sufrieron, lo que sea, con tal de que la cara conocida retenga viejos votos y atraiga alguno nuevo. 

Mensajes, algunos ciertos, los menos, puros infundios, los más, saturarán teléfonos y terminales de ordenadores, y uno se pregunta en qué o en quiénes estarían pensando nuestros representantes cuando permitieron, todos a una que en esta fiesta no hubo disidencias, que los Partidos invadieran nuestra intimidad en época electoral.

Uno, atónito, barrunta pufo y se pregunta dónde están los políticos en esas listas oportunistas. No digamos ya los estadistas. Desaparecidos en combate. ¿Quién necesita un estadista cuando el twit sustituye al editorial y el youtube al debate? En el territorio de las emociones en la que todos nuestros candidatos chapotean, las ideas son un estorbo. Para ganar bastan las frases sonoras, porque hemos llegado al punto en el que los que antes llamábamos oradores, manejan las palabras como navajas cachicuernas.

(Una peregrina digresión: ¿cuando Pablo Iglesias dice “nosotros, en Unidas Podemos…”, no está cometiendo un desliz gramatical? A mí me parece, que cuando él, o Echenique, o cualquiera de sus colegas hablan de sí mismos en términos políticos, debería, decir “nosotras en Unidas Podemos” ¿no? O se es o no se es) Dejemos eso ¿qué más da otra patada más a la gramática española?

La primera pregunta: ¿Quién ganará?

Me gustaría pensar que en democracia, por definición, siempre gana el ciudadano, pero la Historia demuestra que con peligrosa frecuencia no es así. La mayoría decide, pero no siempre acierta.

Por mi parte, con más del 40 % de indecisos, ni quiero, ni puedo, ni debo meterme a profeta. Mejor espero a la noche del 28 y, esté donde esté, asombrarme de lo mal que han pronosticado los profesionales.

Porque si de algo estoy seguro es de que los ganadores no serán quienes pronostican los sondeos; al menos en en los términos y proporciones que se les adjudican.

La gran pregunta ¿Quién gobernará?

Lo que la matemática parlamentaria no podrá resolver. Las sumas imposibles.

176. Ésa es la cifra mágica que da la Presidencia del Gobierno a quien la alcance. En solitario o en compañía. Lo que ocurre, creo yo, es que hay sumas inverosímiles que no dan la mayoría, sino pesadillas.

¿Se imaginan? Vox, más Unidas Podemos, más el PACMA (por fin en el Congreso), más Bildu, más el PdeCat, más Foro Asturias, más Unión del Pueblo Navarro, más Coalición Canaria, más la Unión do Pobo Galego, por un extraño milagro, recordemos que la campaña se ha cruzado con procesiones e imágenes milagreras, suman, exactamente, 176 escaños. No habrá Gobierno de Coalición, ni minoritario con o sin colaboraciones puntuales, ni nada por el estilo, diga lo que diga la calculadora de escaños.

Vista la deriva del PP en su versión actual, descarto por completo la posible reedición del acuerdo fugaz que soportó la aplicación del Art. 155. ¿El joven Casado llevando a la Presidencia del Gobierno al "okupa que tiene las manos manchadas de sangre"? ¿Bajo la mirada de José María Aznar y la de su antiguo compañero Abascal? Surrealista, con o sin Rivera en el acuerdo.

¿Entonces?

Estoy convencido de que los discursos incendiarios de mitineros enfebrecidos no impedirán, llegado el caso, alianzas, coyundas circunstanciales, componendas y alianzas que hoy parecen imposibles (la derecha agreste con la derechita cobarde, el de las manos manchadas con el defensor de España en Cataluña, y cualquier otra pareja que al caso venga)

Ya he oído que estas elecciones son el preludio de otras que estarán ante nosotros cuando pase el verano. No lo creo; lo que sólo quiere decir eso, que yo no lo creo, razón o circunstancia insuficiente para garantizar la estabilidad política.

No obstante, hasta donde puedo llegar sin caer en el resbaladizo terreno de la profecía, creo que podría haber sumas que, dependiendo de nuestros votos, podrían saltar el listón de los 175 Diputados sin que los leones del Congreso cayeran de sus pedestales. En esto, precisamente, baso mi predicción de que no será necesario volver a votar tan pronto.

  • Las que algunos han llamado las tres derechas: PP, C’s y Vox. No no engañemos: se están tirando los trastos a la cabeza, se insultan, se amenazan como gallitos, gritan improperios, se miran desafiantes, pero sólo es comedia. Luego, cuando se cuenten los escaños, si la suma cuadra, reeditarán el pacto andaluz. Que sea bueno o malo para España, es algo que ni me toca a mí juzgarlo, ni habrá forma de acordarlo entre quienes les votaron a cualquiera de los tres y el resto de los votantes.
  • La reedición maquillada de la que aún es mayoría parlamentaria en funciones: El PSOE con bastante más presencia que la actual (tanta que hasta es posible que pueda prescindir de sus acompañantes más incómodos), Podemos y alguna de sus “confluencias”, y parte de las formaciones nacionalistas vascas y catalanas. Repito lo que acabo de decir: bueno para unos, demoníaco para otros, el tiempo diría su última palabra. Sólo una duda: ¿sería una coalición estable?
  • Una novedad en nuestra experiencia democrática: una alianza parlamentaria seguida de un Gobierno bicolor, es decir, la coalición de centro izquierda formada por PSOE y Ciudadanos. No importa lo que hasta hora hayan jurado unos y satirizado otros, es una posibilidad más que predecible. Se apelará al servicio a España, al Bien Común, a la exigencia de gobernabilidad, etc., etc. Luego, oiremos lo de que “ya lo decíamos nosotras”,  “han traicionado  España”, etc., etc. 
   
Lo que a mí me gustaría (como si eso importara)

  • Evitar sumandos excluyentes: Partidos que se rodean de muros inexpugnables dentro de los cuales sólo caben “los nuestros”, o que tratan de encerrar a los discrepantes tras barreras insalvables. En definitiva, no me gustan los extremos. Diga la Biblia lo que diga (“a los tibios los vomitará Dios”), en política prefiero la moderación y la tolerancia.
  • Huir como de la peste del abrazo del oso independentista. Votos que encierran trampas tremendas ya conocidas. Fácil de exponer ¿verdad? pero ¿resistirán ciertos políticos la tentación de pactar con el diablo si de ello depende La Moncloa? Por cierto: hay sólo dos tipos de independentistas, los malos y los peores.
  • Rodearse de afines, que, desde mi perspectiva, sólo deberían ser los que asuman, acaten y estén dispuestos a defender la Constitución, con todos sus Artículos, incluyendo el 155 y los que regulan el mecanismo para modificar su texto.
  • Volver a la sensatez, el desprendimiento y la altura de miras que logró llevarnos desde la dictadura hasta la democracia. Pensar en el Partido antes que en uno mismo, y en España antes que el Partido.  

¡Tan fácil de escribir y tan difícil de articular…!