lunes, 2 de marzo de 2015

México, una vez más.
 
 
Once días de febrero.
 
 
Casi 5 años sin volver a México se nos estaban haciendo eternos. No importa que ya hubiéramos estado más veces que en ningún otro país.  Poco hace al caso que, por lo que a mí respecta, fuera la trigésimo cuarta ocasión que pisara suelo mexicano y  en cuanto a Blanca, mi mujer, no tantas pero muchas también.
 
Ambos llevamos a México en el corazón, así es que un buen día, hartos de aplazamientos que por unos motivos u otros iban demorando el retorno, hicimos las maletas y volvimos.
 
 

 
El Museo Soumaya en el Carso.
 
En otro tiempo habíamos ido a México por motivos profesionales, turísticos o gastronómicos. Hemos visto en el desierto de Sonora cómo se extraen los gusanos de maguey, uno a uno, de las pencas de la planta; un verano recorrimos Chiapas y tuvimos que abonar un par de peajes revolucionarios a las gentes del Subcomandante, sin que ello nos produjera alarma alguna; visitamos sitios arqueológicos mayas, totonacas, aztecas, olmecas, mixtecas, zapotecas; llegamos mudos de asombro a la desembocadura del túnel minero que da acceso a Real de 14; cruzamos dos veces las prodigiosas Barrancas del Cobre a bordo del Chepe; Con el corazón desbocado, llegamos a Ziracuaretiro precedidos de una banda de música y de un tropel de ofertantes de frutas y flores; enmudecimos ante los murales de la iglesita de Atotonilco; paseamos rodeados de cientos de miles de mariposas monarcas en Angangueo; entramos en docenas de mercados, y en otras tantas iglesias; y siempre queríamos más, más, hasta descubrir lo que nos faltaba por conocer.
 

Moles y pipianes en el Mercado de Coyoacán.
 
 
Preguntamos a quienes sabían por éste y aquél ingrediente maravilloso; fotografiamos templos, pirámides, juegos de pelota, perspectivas insólitas, escenas callejeras, y cada día que pasaba, cada nuevo viaje, siempre nos venía a la mente la idea recurrente, de que viéramos lo que viéramos, era mucho más lo que ignorábamos que lo que sabíamos.
 
México nos parecía inabordable, inaprensible, siempre cercano, siempre inaccesible en su último recoveco.
 



Una esquina junto al zócalo de Valle de Bravo.
 
No importa dónde fuéramos, descubríamos nuevas maravillas, elementos hasta ese momento desconocidos, ya fueran vestigios prehispánicos, joyas barrocas virreinales sin igual en el mundo, o edificaciones futuristas.
 
A veces, en nuestro deambular, nos encontrábamos con personajes extraordinarios con la alegría y el misterio en el rostro, que nos miraban amables desde realidades que nos parecían próximas e inescrutables al mismo tiempo.
 
 





Joven madre con su bebé junto al Mercado de Valle de Bravo


La sonrisa del avispado vendedor de poleo ¿Cómo no comprarle la mercancía?
 
Así es que volvimos a México una vez más. Pero en esta ocasión, los motivos de la escapada eran bien diferentes a los anteriores. Hemos dejado para ocasiones futuras, que las habrá, conocer la larga lista de destinos aún por disfrutar.
 
Ahora queríamos nada más y nada menos, reencontrarnos con nuestros amigos, tantos y tan extraordinarios, sin cuyas atenciones México seguiría siendo uno más de esos países desconocidos a los que has ido una docena de veces como profesional (Juntas interminables, almuerzos apresurados) o como turista, concepto antagónico del de viajero, que tan sólo acceden a lo que la Agencia que les trae y les lleva, siempre deprisa, deprisa, tienen a bien mostrarles.
 
Estas líneas pretenden ser no tanto una crónica apresurada de once días en México, como el homenaje, que siempre será pobre, insuficiente, deslavazado, a nuestros amigos mexicanos. Hombres y mujeres que nos acogieron con cariño desde el comienzo, nos llevaron a sus casas, compartieron con nosotros sus alegrías, a veces sus penas, su sapiencia y su inmejorable sentido de la hospitalidad y de la amistad. 
 
El Distrito Federal, (D.F. léase "Deéfe")
 
¡Menos de cinco años y qué cambiado hemos encontrado al Deéfe! Que nadie se alarme: la Ciudad de México conserva todas sus joyas. Las construcciones emblemáticas siguen donde siempre han estado.
 
 
Coyoacán. Edificio de servicios de la Municipalidad.
 
 
Coyoacán sconserva ese aire irrepetible de ciudad virreinal, tal vez cabecera de cualquier región apartada del bullicio de la Capital de la República. Sus calles no han sufrido más deterioro que el imprescindible incremento del parque automovilístico.
 



Fuente de Los Coyotes

Coyoacán (lugar de coyotes) sigue contando con su fuente, los arcos de su atrio, sus viejos edificios, sus placitas silentes donde el tiempo parece detenido. Y San Ángel, y el Casco Histórico. Pero en menos de cinco años, el Deéfe ha cambiado, ha mejorado en casi todos los aspectos, se ha convertido en una ciudad pujante de avenidas flanqueadas por edificios modernísimos, de arquitecturas atrevidas, aunque haya sido a costa de perder algún que otro palacete del Porfiriato.
 


 

 

 

 

Uno de tantos edificios modernos que pespuntean el Paseo de Reforma

 

Otros ejemplos de las nuevas perspectivas urbanas.

 

 
Pero, como decía, las viejas joyas siguen en su lugar esperando al visitante o deleitando al paseante capitalino.
 
 


Blanca, mi mujer, me pidió posar ante el Palacio de Bellas Artes, uno de los iconos del Porfiriato.

 

Y repitió la petición ante el Sagrario, en el Zócalo, el edificio que durante tantos años sólo pudimos contemplar desde el exterior. Hoy, las obras terminadas, nos parece una visita obligada.

 

 

Y, desde luego, no dejamos de visitar el Bazar del Sábado. Algo que tampoco ha cambiado.

 

 

 
 
 
Los fogones mexicanos, mejor que nunca.
 
 
Alguna vez he escrito que la cocina mexicana es una de LAS CINCO GRANDES DEL MUNDO, junto a la peruana en América, la francesa y la española en Europa y la japonesa en Asia. Sé que habrá quien quisiera introducir algún cambio en la lista, y quizás tenga sus razones para sugerir los cambios. Las mías, las cinco grandes, son las que he dicho.

De nuestras peripecias gastronómicas, dejaré para el último capítulo de mi crónica, los desayunos almuerzos y cenas en casas de amigos. Ahora quisiera escribir algo de los lugares por los que fuimos de pasmo en pasmo, durante estos once días.


Una de tantas perspectivas del Restaurante Arroyo, allá por Insurgentes Sur.

Se mire por donde se mire, el Restaurante Arroyo es un pequeño (¿pequeño, Arroyo?) prodigio. Hacer funcionar un Restaurante cuyo aforo supera las 3.000 plazas y lograr que los platos lleguen calientes y en su momento a las mesas es casi un milagro. Siempre que he ido, me demoro viendo trabajar los chicharrones, en tanto decido qué voy a pedir.





 
Vista de una parte de las cocinas, con una muestra de los extraordinarios chicharrones. 

 

 

 

 

De lo que esa mañana degusté, quiero dejar testimonio de estos huauzontles con mole y guarnición de arroz.

 

 

 

 

Y a partir de ahí, dos desayunos en El Cardenal, siempre solventes, un almuerzo memorable en Amaranta, Toluca -magnífica muestra de una cocina mexicana anclada en saberes clásicos pero evolucionada y sin estridencias- una divertida cena en Los Danzantes -un mezcal llamado "Viejo indecente" y un carpaccio de marlín suculento-,
 

la gratísima sorpresa de Limosneros, en pleno Centro Histórico, a espaldas del legendario Café Tacuba, donde todo cuanto llegó a la mesa rayaba a gran altura (mención especial, por lo que a mí respecta, para las costillas de cerdo adobadas en miel, cubiertas por huauzontle frito).






El carpaccio de res con guarnición de rúcula de otro clásico del Deéfe, la Taberna del León, que conserva su encanto y la calidad de su servicio, ha sido otra de las creaciones que merece ser citada.
 
Como dijo Blanca, en México, hasta descansar por unos momentos en Samborn's y degustar uno de sus jugos exprimidos al momento es un placer. O degustar unos tacos en Los Panchos como fin de viaje.
 
 
Y allí, esperándonos, estaban nuestros amigos.
 
No importa cuanto haya dicho hasta el momento, muy por delante de monumentos, Historia, gastronomía, paisaje, maravillas de cualquier tipo, lo que de verdad cuenta, es la amistad. Habíamos venido a México a reencontrarnos con los amigos y ahí estaban esperándonos.
 
Permitidme una secuencia de fotografías con pie de página, porque me gustaría terminar con algunas frases de agradecimiento a cuanto de bueno, de hermoso, hemos recibido en esos cortísimos once días.
 
Carmen Esquitín, Mariana Magos, Jacky Beteta, José Luis Curiel, Patricia Quintana, Georgina Eguiluz y Blanca Hípola en el Restaurante Arroyo.
 
 
 

 

 

 

Blanca Hípola con Patricia Quintana en la Galería Comercial de El Carso.

 
Geo, Karem, Lupita, Blanca Hípola, Blanca Jiménez, Carmen Esquitín y Patricia, la mañana en la que Patty nos invitó a desayunar en su casa.
 
 
Nora Soto, Blanca, Nacho Magos y Patricia Quintana en Arroyo
 
 




 

La calidad de la fotografía es infame y me disculpo por ello, pero ahí estoy con Blanca, Lizette Laraguível y Patricia, ante unas margaritas en el patio central de La Hacienda de San Ángel Inn.

 

 

Blanca, Carmen Esquitín y Patricia, posan bajo el alar de una de las calles  de Valle de Bravo.

 

Helena Zulbarán, posa en casa de Patricia Quintana con Blanca y conmigo.

 
 

José Luis Curiel, Carmen Esquitín, Nacho Magos, Eduardo Pinedo y yo, esperando sonrientes los primeros platillos del almuerzo en el Restaurante Arroyo.



Y también en Arroyo, Marianna  y Letty Magos se fotografían con Blanca.

 
 
Patricia, Elisa Pinedo, Blanca, Jorge Vázquez y Georgina, conmigo, en casa de Eduardo Pinedo.
 
Podría seguir añadiendo fotografías: siempre habría algún amigo, alguna amiga que no quedara "inmortalizado", y correría el riesgo de que el lector del post terminara por aburrirse y dedicarse a cualquier otra ocupación.
 
 
    Y es que no hay documento gráfico que pueda sustituir nuestra memoria. Nos traemos  de vuelta para siempre el recuerdo de once días fascinantes, mecidos por el cariño de un buen grupo de amigos, hombres y mujeres, que nos han recibido, acompañado, agasajado desde el primer momento hasta, literalmente, nuestra marcha.
 
¿Qué decir de la espera a la que fueron sometidos Patricia Quintana, Letty Soto y Nacho Magos? llegamos tres horas después de lo previsto y allí estaban esperando, sonrientes, para acercarnos a nuestro hotel. No es más que uno entre mil detalles.

Jose Luis Curiel, el sabio ameno que siempre tiene la anécdota interesante en la punta de la lengua, esperaba en Arroyo y compareció más tarde en Los Danzantes; en cuanto a Nacho y Marianna Magos, su mamá, y Nora Soto, la hermosa mujer de ojos a veces tristes pero siempre curiosos, nos cedieron una importante cuota de su tiempo; Nicholas Gilman nos cocinó en su casa una cena de inspiración marroquí; Gustavo nos invitó a cenar en su restaurante Los Danzantes, pura delicia con los sabores de siempre, actualizados con insólitos toques sutiles; Lizette Larraguível se desplazó desde Toluca con su marido para tomarse una margarita con nosotros en la Hacienda de San Ángel Inn, donde también nos encontramos con Mariana Ariza y su novio; Ruth Fajardo hizo un alto en sus múltiples obligaciones y se acercó a comer con nosotros en Arroyo; Helena Zulbarán se sumó al opíparo desayuno en casa de la Chef Quintana; Jorge Vázquez, reencontrado después de bastante tiempo, nos esperaba en casa de Eduardo y Georgina, donde compartimos cena; Arisbeth Araujo, a la que tanto extrañábamos, llegó, deprisa, deprisa en el momento oportuno para despedirse en el aeropuerto y compartir hora y media de charla y refrescos con Patricia y con nosotros. 

¿Qué puedo decir del clan Beteta? Jacky, llegó al desayuno/almuerzo de Arroyo, nos invitó a almorzar en su casa más tarde, y cuando llegó Alex, su marido, organizó una cena, también en su casa. En cuanto a Mara y a Juan, su esposo, tuvimos el placer de ser sus huéspedes en una espléndida y divertida comida, también en su casa, en la que ella pugnaba por imitar el modo de hablar de los españoles. Mónica, presente en los desayunos de El Cardenal, nos preparó una soberbia cena en su casa en la que sólo faltaba Ángel, su esposo, ausente por motivos profesionales.

En cuanto a Luz María de Arteaga, Rafael Guerrero y Gaby, primero nos obsequiaron con un almuerzo excelente, preparado y servido por sus alumnos de CESSA, y más tarde volvimos a encontrarnos en casa de Gaby en una cena espectacular a la que invitaron, además, a Anafausta Garza Magdaleno. Otra noche memorable.

Carmen Esquitín ha estado con nosotros tantas veces que tendría que hacer un esfuerzo de memoria para recordar cuándo no estaba presente. Bromas constantes, espacios y recuerdos compartidos, han hecho de su presencia un regalo más.

Eduardo Pinedo, mi amigo Eduardo, y Georgina Eguiluz, su esposa, amigos desde la primavera del año 94, nos acompañaron desde el primer momento, y, una vez más, nos hicieron comprender, cuán fácil es hablar con los amigos, no importa cuánto tiempo lleves sin verlo, y qué difícil es encontrar ejemplares humanos de su calidad. Cenamos en su casa con Patricia y con Jorge Vázquez, a quien llevaba años sin ver. Nos despedimos con la seguridad de que el tiempo y la distancia son variables flexibles impotentes ante el valor de los afectos.

¡Y Patricia, Patricia Quintana, nuestra amiga Patty!, que llegó a nosotros , o nosotros a ella en España, Madrid, hace ya catorce años, y a la que seguimos viendo y queriendo como si fuera ayer, no más, cuando descubrimos que entre ella y nosotros había un vínculo especial, indestructible, muy por encima del tiempo y del espacio. Ella nos ha enseñado prodigios inaccesibles no sólo para visitantes al uso sino para millones de mexicanos. Ella nos ha acercado a los recónditos misterios de la cultura mexicana, de sus raíces previrreinales, de sus modernidades de ultimísima generación. Ella, en fin, nos ha mostrado hasta dónde puede llegar la fuerza de un afecto compartido.

Ha pasado ya una semana desde nuestra vuelta, y es ahora, con el matiz de la pequeña distancia de unos cuantos días, cuando estamos en condiciones de valorar lo que significa tener amigos. ¡Hasta pronto! Enseguida estaremos de vuelta, no importa cuándo sea: siempre nos parecerá demasiada la espera, y otra vez volveremos a comprobar que los afectos están por encima de todo.  

 

 

 

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