domingo, 25 de noviembre de 2018

La titubeante marcha de nuestras instituciones  

La vieja teoría de la división de Poderes

Ta vez mis lectores conozcan el libro de Maurice Joly “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”. Si es así, disculpen mis primeras digresiones al respecto. En caso contrario, recomiendo su lectura. En cualquier momento, pero en el que estamos viviendo con mayor razón que nunca.

Imaginen la escena: los dos más grandes teóricos del Poder de la Era Moderna, disertan sobre sus respectivos modos de entender la Política (esta vez, desde luego, con mayúscula) en los infiernos. Diálogo imposible en vida, que cuando Montesquieu vino al mundo, hacía más de siglo y medio (162 años, para ser precisos) que Maquiavelo había muerto. 

No me voy a extender demasiado sobre la contraposición de modelos: el cinismo como categoría, el sometimiento al principio de que el fin justifica lo medios, por una parte, y la concepción del gobierno del Estado Moderno desde conceptos mucho más cercanos, es curioso, a la ética tradicional.

Lo que importa, lo que me ha llevado a abrir el post con estos comentarios es que estamos viviendo no sólo en España sino en gran parte de las naciones del Occidente desarrollado una paradoja siniestra. En teoría, las democracias occidentales se dicen feudatarias de las equilibradas teorías de Montesquieu. Todas, todas, blasonan de aplicar a rajatabla el principio de la división de poderes.

El Poder Legislativo, elegido por el pueblo por sufragio universal, legisla, dicta las normas por las que la Sociedad ha de regirse; el Poder Ejecutivo, emanado por uno u otro conducto también de la voluntad popular, gobierna, sometido al imperio de las Leyes elaboradas por el Legislativo; el Poder Judicial al que se accede por variados caminos, dentro todos ellos de rígidos esquemas normativos, aplica les Leyes y resuelve las controversias públicas o privadas que puedan surgir.

Los tres Poderes son independientes y se contrapesan y equilibran, de manera que el conjunto forme un todo armónico en el que proteger los derechos y libertades de los ciudadanos y conseguir su bienestar sean el objetivo común de los tres.

¿Ya lo han leído? ¿Sí? Pues miren ahora a su alrededor y díganse a sí mismos cuándo oyeron hablar por última vez del cumplimiento de tan fantástico modelo en este país nuestro. Podrían hacerse la misma pregunta respecto a una docena más de orgullosas naciones “de nuestro entorno”, pero ya saben: “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Lo que estamos viendo, viviendo y sufriendo es una perversión acelerada de lo que se dice respetar. 

El Ejecutivo sigue emanando del voto popular, cierto, aunque luego se le hurte al pueblo cualquier posibilidad real de control. 

En realidad, el Poder Ejecutivo, el Gobierno, para entendernos, es la criatura nacida de los cabildeos de los "Sanadrines" de los Partidos que hace tiempo dejaron de interesarse por la búsqueda del Bien Común. Persiguen conseguir y mantener el Poder, por cualquier medio a su alcance.

Este Poder, trata de dominar a los otros dos con poco o ningún disimulo. Controla el Legislativo a partir de de la llamada disciplina de voto, lo que equivale a decir que el  Diputado o Senador elegido por el pueblo, no representa al ciudadano que le votó sino al Partido que lo presentó como candidato y pagó los costes de su campaña.

El mismo Poder, y de eso hablaré más tarde, busca, a veces sin pudor alguno, controlar a los Tribunales porque sabe que es la última trinchera, el último baluarte contra el que puede estrellarse en su afán de dominar la vida pública. 

Las idas y venidas del Sr. Iglesias: del caño al coro y del coro al caño

Permítanme que baje un par de peldaños el discurso y me centre en asuntos concretos.

He oído y leído comentarios escandalizados a propósito de los zascandileos de Pablo Iglesias de La Moncloa a la cárcel, de los presidios a La Moncloa, negociando, hablando, intentando pactar con quienes esperan conocer su destino cuando nuestra lentísima Justicia tenga a bien sentarlos en el banquillo de los acusados.

No es eso, el trajín de intermediario del líder de Podemos, lo que debería escandalizarnos. Hablar, hasta con el diablo si preciso fuera, es la materia prima, una de las materias primas, imprescindibles en Política.

También es reciente, aunque menos, el pasmo que produjo el que un Partido como el PSOE, un Partido constitucionalista que apoyó sin reservas la aplicación del Art. 155,  aceptara los votos de los mismos Partidos que provocaron el 155, para desalojar al PP de la Moncloa y llegar al Poder.

Tampoco eso me escandaliza, aunque lo que acabo de decir sorprenda a algunos de mis lectores.

El objetivo de la moción, como digo, era sacar de la Moncloa al Sr. Rajoy y eso era algo en lo que coincidían muchos grupos. La moción de censura tiene sus reglas, las que figuran en las Leyes, no las que les gustaría a los que un día tienen que sufrirlas. Todos los Diputados tienen derecho al voto y tonto sería quien despreciara los que caen de su lado, por lejos que estén de sus planteamientos.

Lo que sí resulta escandaloso, al menos a mí me lo parece, es que conseguido el que se suponía que era el objetivo de la moción, desalojar al PP del Gobierno, no se tengan en cuenta las consecuencias esperables de haber recibido los apoyos citados. Para nada más podrían valer, salvo que se dé un giro de 180 grados al propio planteamiento.

Es decir, a partir de su toma de posesión, el nuevo Presidente tenía que saber (lo sabía, por supuesto) que mantener los apoyos parlamentarios iba a tener costes políticos inasumibles, luego lo único decente que cabía hacer era convocar al Pueblo y pedirle su voto, si tan claro estaba que el Partido Popular habría de quedar relegado.

Lo que sigue resultando escandaloso, volviendo a D. Pablo y sus trabajos de correveidile, no es que se prestara a ello, sino que ni él, ni su mandante (si es que el mandante no era él) dejen en la más negra oscuridad a qué iba a las cárceles, cuáles eran sus encomiendas, hasta dónde llegaba su mandato y qué resultados había obtenido de los contactos. O por qué no se había podido obtener nada positivo de tanto trajín, si es que ése había sido el caso.

El uso y el abuso del atajo legislativo

Cuando el Partido al que pertenece el Presidente del Gobierno cuenta con tan exigua cuota de Diputados como el actual, sólo el pacto constante permite avanzar a tientas, dos pasos adelante, uno atrás, sin que pueda soñarse con desarrollar el programa que les llevó al Poder.

Con mayor motivo si la mayoría parlamentaria que le dio al PSOE los votos necesarios para ganar la moción de censura estuvo basada más en el factor negativo (desbancar al PP) que en el positivo (afrontar juntos un programa mínimo común).

El actual Gobierno parece haber descubierto el Mediterráneo cuando habla de gobernar por Decreto-Ley. Es cierto que la figura existe en España y en la práctica totalidad de los países occidentales. Consiste en dictar normas que por su naturaleza están reservadas al Poder Legislativo (lo que se conoce como “reserva de Ley”), por actos emanados del Gobierno: los comentados Decretos Leyes.

Sin embargo, también la absoluta generalidad de países que admiten el atajo del Decreto Ley, España incluida, reservan su uso para casos excepcionales, circunstancias de necesidad y urgencia, y obligan a que el Gobierno consiga el apoyo posterior del Parlamento que debe convalidar esas normas reservadas, en principio, a su competencia.

Anunciar, por tanto, que la intención del Gobierno, si llega el probable caso de que sus Presupuestos no logren el apoyo suficiente, es prorrogar los del Gobierno que descabalgó con la moción de censura y modificarlos después tantas cuantas veces sean necesarias, equivale a declarar públicamente la intención de hacer trampas.

O se está admitiendo que sólo se pretende ganar tiempo, aunque no se sepa para qué, o, lo que me parece mucho más preocupante, se está dando la señal inequívoca que el principio de la separación de poderes es algo que ha quedado en el desván de los trastos inútiles.

No es lo más sano, pero cabe entender que en un caso excepcional un Gobierno pueda prorrogar los Presupuestos que ese mismo Gabinete elaboró en el ejercicio anterior, pero ¿gobernar con los que proceden del denostado rival al que derrotó en la moción de censura?

En resumen: al menos en el punto de las relaciones Ejecutivo/Legislativo, si el actual Gobierno sigue adelante con su idea varias veces expuesta, está haciendo un flaco servicio al fundamento de la democracia parlamentaria.

El espectáculo de nuestros parlamentarios

Aunque no sea razón para menospreciar al Parlamento, el comportamiento cada vez más frecuente de un nutrido grupo de Diputados es tan deplorable que sería recomendable no airear en nuestras pantallas de televisión durante el horario infantil lo que sucede en el hemiciclo.

Cierto, también, que no somos el único Parlamento en el que sus Señorías se comportan más como truhanes tabernarios que como representantes de la soberanía nacional. El insulto sustituyendo al argumento, la mentira como herramienta de trabajo, el acusar al contrario de lo que uno hace, la banalización de expresiones que llegan a perder su significado, la bronca, el filibusterismo parlamentario, están en el quehacer habitual de un buen puñado de Diputados.

Unos, quizás porque es lo único que saben hacer, porque buscan y consiguen que la aplicación del Reglamento los expulse del salón de sesiones, para poder clamar después por la falta de libertades. Otros porque olvidan lo que los colegas de su Partido hacían hace sólo cinco meses. Los de más allá porque no quieren quedarse atrás en zaherir al payaso de las bofetadas. 

Caigo en la cuenta de que ¡oh sorpresa! en las últimas semanas ni siquiera el protagonismo lo asume el clan de los Profesores, ellos, que tan dados eran al histrionismo. Releo la prensa y observo perplejo que durante muchos días seguidos hasta se ha dejado de hablar de un tal Puigdemont. Todo lo tapa, lo esconde ahora el fragor de lo que ocurre en el Parlamento.

Oigo a varios tertulianos decir que peor es lo que pasa en el Parlamento británico, que ahí sí que hay jarana. Y no, no estoy de acuerdo: los británicos tienen sus normas y las acatan a rajatabla. A ningún parlamentario del Reino Unido se le ocurriría saltarse ciertas reglas, el tiempo de exposición, el obedecer al instante cualquier indicación del speaker, el pasar del comentario hiriente, sarcástico, ingenioso, al insulto chabacano. Nadie, nunca, bajo ningún concepto, llamaría allí “fascista” o “golpista” a un colega, entre otras cosas, porque recuerdan muy bien lo que fue el fascismo y qué pasó cuando en su tierra hubo un Golpe de Estado de verdad.

Así que no sé cómo habría que hacerlo, pero creo que un puñado de nuestros sedicentes representantes, están pidiendo a gritos unos cursos de buena educación y de cortesía parlamentaria, porque están dejando la Institución a la que pertenecen como un manicomio. Están siendo, ellos también, los causantes directos del descrédito de la clase política entre los españoles.

Y por si no fuera suficiente, la quincena siniestra del Poder Judicial.

Sólo un breve comentario sobre el desafortunado desarrollo del asunto del Impuesto Sobre Actos Jurídicos Documentados.

Tecnicismos y argumentos en uno y otro sentido aparte, creo que el caso es, en origen, nada más un lamentable error de comportamiento del Tribunal en su conjunto y de su Presidente en particular. 

Tal como yo lo veo, si se tomó una decisión (¡del Tribunal Supremo, no del juzgado de Paz de cualquier aldea!), se aplica y a otra cosa.

Sólo habría hecho falta aclarar si se establecía retroactividad y en su caso hasta dónde habría de llegar, a la hora de exigir que fueran los Bancos el sujeto obligado al pago del pintoresco impuesto. ¿O alguien duda de que la Banca española se las habría arreglado para repercutir los costes en el precio de la hipoteca o en el montante de la comisión a pagar por pasar por delante de una Sucursal, si al caso viniera?

Pero no: primero, donde dije digo, digo Diego, con lo cual cuatro de cada cinco contribuyentes pensaron que todos somos iguales ante la Ley, pero unos más que otros. Oí en algún noticiario que cierto político irresponsable acusaba a la mitad menos unos de los Magistrados de la Sala 3ª de estar vendidos a la Banca. Una barbaridad, desde luego, rematada por la petición pública de disculpas por el mismísimo Presidente del alto Tribunal. Inaudito.

Para cerrar el círculo, faltaba el sentido oportunista (que no el don de la oportunidad) del Jefe del Ejecutivo: Pedro Sánchez fue incapaz de resistir la tentación de ganar unas décimas de popularidad. Si él cambiaba las reglas de juego y volvía a cargarle a la Banca el engorro de pagar el dichoso Impuesto de Actos Jurídicos no Documentados, algunos miles de ciudadanos igual creían que estaba poniendo a los Bancos en su sitio.

Sólo que… Sólo que el prestigio del Poder Judicial quedaba en entredicho: ya podía decir el Supremo lo que quisiera que el Presidente del Gobierno sabía cómo poner las cosas en su sitio al siguiente Consejo de Ministros. 

Una chapuza que casi nadie agradeció porque se daba por supuesto que, como siempre, “de enero a enero el dinero es del banquero” y seguirían siendo los peticionarios de créditos los paganos de la broma de una forma o de otra.

Aún faltaba la traca final. Concluido el mandato del Consejo General del Poder Judicial, PP y PSOE cabildean, chalanean y terminan por acordar por debajo de la mesa, a espaldas de la ciudadanía, sin contar con nadie más que con ellos y por ellos, cuántos Vocales y de qué tendencia han de formar el nuevo Consejo.

Extraño en los tiempos que corren, pero socialistas y populares se ponen de acuerdo. Mayoría progresista y Presidencia conservadora. Apenas sellado el compadreo, el chanchullo salta por los aires. Por descontado, como siempre, la culpa es del otro. ¿De quién? Del otro ¿o cabe otra posibilidad?

Dicen que desde las cocinas de la Moncloa se filtró el acuerdo a destiempo. Dicen, aunque no esté claro qué ganaba el PSOE yéndose de a lengua antes de tiempo. Extraño, pero posible, que tampoco el actual Gobierno es una máquina de acertar.

Cuentan que un prohombre del PP, cierto Senador que, murmuran, hace unos meses compraba ladrones con dinero público para hacerse con papeles robados, difunde en una red privada comentarios increíbles sobre la operación de control del Consejo del Poder Judicial. 

La red era, comentan, privada, pero tenía en lista de destinatarios más de dos centenares largos de Senadores. O sea, que era privada, pero menos. Y en esa red privada, el sagaz redactor del whatsapp se jactaba de haber cerrado un acuerdo a partir del cual, el Partido tenía controlados a los Jueces. ¿Será posible? 

Lo malo, amigos, no es que alguien largue antes de tiempo que ya hay fumata blanca. Lo malo tampoco es que un Senador nos salga lenguaraz. 

Lo lamentable, lo lindante con lo intolerable es que el acuerdo se trabajara a ciencia y conciencia, a órdenes, de las cúpulas de los dos primeros Partidos Políticos de España y que, se mire por donde se mire, todo el asqueroso asunto deja en evidencia que ni los unos ni los otros tienen el menor deseo, la menor intención, de respetar el baqueteado principio de la División de Poderes. 

Antes al contrario, hacen todo lo posible por intentar controlar el Legislativo y el Judicial. Y así nos luce el pelo.

Sólo un tímido resplandor al final del túnel. Un Juez, el Sr. Marchena, les ha dado a unos y a otros una lección de dignidad. Él es Magistrado del Tribunal Supremo y prefiere seguir dedicando su tiempo a elaborar Sentencias que a dejarse manejar por una tropa de politiquillos logreros. Aunque pierda la Presidencia de lo que sea. Bien por él.  















  

   








miércoles, 21 de noviembre de 2018

Esto es lo que hay.

¡Jesús, qué horror!

Mis pacientes lectores pueden creerme o no. Pueden seguir leyéndome o dar por descontado que soy uno más de los cantamañanas o de los intoxicadores que sólo aspiran a perturbar su ánimo al servicio de quién sabe qué oscuros intereses.

Estoy fuera de mi domicilio habitual, ocupado en el montaje de mi lugar de descanso, saturado por los cien problemas domésticos que, de no resolverlos cuanto antes, podrían amargar mi retiro.

Había, por tanto, decidido olvidarme de cuanto ocurre a mi alrededor y dedicar mis cada vez más escasas energías a la solución de cuestiones logísticas tan apasionantes como lograr la colaboración de electricistas, fontaneros, persianeros, tolderos, montadores de electrodomésticos, amén de limpiadoras, cerrajeros y no recuerdo quiénes más.

El caso es que, por excepción, los receptores de televisión funcionan correctamente, e internet sigue suministrándome las últimas noticias de cuanto acontece en mi país (y en el resto del mundo, desde luego, aunque eso quizás lo deje para otro día). Así que llega un momento en que mis correctas previsiones en cuanto a orden de prioridades saltan por los aires y me siento urgido a comentar los últimos acontecimientos que ocurren en España.

Si tuviera treinta o cuarenta años menos tal vez cayera en la tentación ingenua de preguntarme en qué país vivo o qué he hecho yo para merecer esto. Ahora, más cerca ya de los ochenta que de los setenta, las preguntas son ociosas: vivo en España, aunque si viviera en Alemania, en Francia, en los Estados Unidos de Norteamérica, en Polonia, en Hungría, en Austria, podría parecerme lo mismo. Todos padecemos la histeria colectiva del bienestar material.

De vivir en en Somalia, en Afganistán, en Bangladés, en Jamaica, en el Salvador, tendría problemas tan acuciantes por resolver, que no se me pasaría por la cabeza hacerme tan retóricas preguntas; o sea, que a veces ganas tengo de decirles a mis compatriotas que, pese a todo, somos habitantes del desquiciado rincón del Paraíso que vive tan bien que aún puede angustiarse y perder la calma por majaderías sin importancia.

Pero, en fin, como soy quien soy y vivo donde vivo, hablemos de nuestras neurosis colectivas.

Don Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno, se baja al moro.

Tarde, mal y nunca. Alguien debería decirle a nuestro muy donoso Presidente que en Política exterior cuantos menos cambios, mejor, que no es ése un terreno en el que que deban hacerse giros bruscos sin daño para el país, siquiera sea por el desconcierto que ocasionan en el resto del Planeta que usa otras costumbres.

Desde Isabel La Católica (dama egregia, se mire por donde se mire, madre en el parto que nos hizo grandes, por muy poco aficionada que fuera, eso dicen, a la higiene personal) la política exterior española ha tenido tres ejes esenciales: África, entendiendo por tal, la ribera Sur del Mediterráneo, Iberoamérica (espero que nadie se rasgue las vestiduras porque que no la llame latinoamérica) y Europa. 

Por ese orden, y no por otro. Supongo que aunque fuera menos preciso, Isabel I dispondría ya de un rudimentario mapamundi. Ahí, (allí, quiero decir) estaba la razón de su testamento: 15 Km nos separan de África, el más colosal esfuerzo de nuestro país nos une o debería unirnos a Iberoamérica, y, sí, somos europeos, pero, nos guste o no, somos tan periféricos que o nos armamos con argumentos extraeuropeos o jamás seremos tenidos en cuenta.

Con mejor o peor fortuna, unas veces por las buenas, otras con las armas en la mano, hemos seguidos esos ejes. Un paréntesis fue la apuesta de Don Aznar por la foto de las Azores y su incumplido sueño de convertirse en el Virrey Mediterráneo del Imperio USA, pero todo parecía haber vuelto a la normalidad. 

Y llega Don Pedro al Poder y tarda tres o cuatro eternidades en cumplimentar a su vecino del Sur, para pasmo de propios y extraños. Va, por fin, a Rabat y, maravilla de las maravillas, ¡nos cuenta que está a punto de conseguir el primer Campeonato Mundial de Fútbol Intercontinental a tercias con Portugal y Marruecos!

Estoy seguro de que nos ha engañado. Me resisto a creer que en su visita al Reino Alahuita no haya hablado de los problemas de los caladeros de pesca, de por qué España está perdiendo el privilegiado primer lugar en cuanto a intercambios comerciales, de cómo colaborar cada vez más y mejor en el control del infame tráfico ilegal de personas, o del trasiego de productos alucinógenos que vienen hasta nuestras costas desde los llanos de Ketama.

No sé quién habrá sido el genio que nos ha ocultado tales acuerdos seguramente logrados en secreto, pero lo único de lo que he escuchado vanagloriarse a nuestro apuesto Presidente es del puñetero Mundial de Fútbol, sin que ni siquiera el Gobierno Portugués haya estado, eso parece, en la misma sintonía.

Casado, el aspirante al honorífico título de “Súper Aznar”

“Al menos tendrán a la oposición”, podría pensar un extraterrestre que pasara sus vacaciones en La Manga del Mar Menor. (Digo extraterrestre, porque cualquier compatriota que se precie está ya curado de espanto y ni siquiera ese consuelo le queda).

El nuevo líder del Partido Popular, (nuevo en cuanto a que es el último en llegar a la Presidencia del Partido, que no en cuanto al bagaje ideológico del que hace gala) se mueve bien desde su escaño en el Parlamento. Es hablador, entona y vocaliza bien, parlamenta con soltura y tiene una notable habilidad dialéctica. El problema no es el cómo, sino el qué.

Por ejemplo: acusar al Presidente de haber traicionado a España entregando Gibraltar a la Pérfida Albión, no es que vaya más allá de las posiciones franquistas (“Gibraltar caerá como fruta madura”) es que es grotesco cuando el Gobierno está diciendo oficialmente que no firmará el acuerdo del bréxit si no se introducen en el texto las modificaciones que aseguren la posición de España.

No es lo peor, pese a lo desmesurado del planteamiento. Más trascendencia tiene, a mi juicio, el haberse instalado en la desmesura sistemática, en el abanderamiento de la crispación como terreno de juego de la política diaria, en la descalificación sistemática. 

Cierto que Aznar, el mentor del recién llegado, llegó al poder tras el uso y el abuso del “Márchese, Señor González”, pero déjenme un apunte sobre alguien que, por otra parte, no goza de mi especial simpatía: José María Aznar nunca necesitó insultar; su inteligencia y la de su opositor, estaban a años luz de distancia de la de Pedro Sánchez o de la del propio Casado.

Ciudadanos o la urgencia de ser más que nadie, por la derecha y por la izquierda.

Ciudadanos vino al mundo como “La Gran Esperanza Blanca”. Nacieron, no lo olvidemos, con el laudable propósito de plantar cara al secesionismo cerril y provinciano que nos amargaba la existencia allá por el territorio que fuera en tiempos parte del Reino de Aragón.

Dio el salto a la política nacional, en parte por la torpeza y la indefinición del PSOE, oscilante entre los planteamientos constitucionalistas de Ferraz y la vacilante versión catalana del socialismo, y en parte por la abulia de los últimos años del PP, cuyo único recurso, quién lo diría en estos días, fue acudir a los Tribunales una y otra vez. 

No olvido que ni PP, ni PSOE, ni antes la UCD están libres del pecado del pactismo interesado que durante décadas fue la placenta del independentismo. Ahí se desarrolló el feto diabólico que empezó a berrear cuando a alguien se le ocurrió tirar por la calle de enmedio y pedir cuentas a la familia Pujol sobre el origen de sus caudales. 

Pero, volviendo a Ciudadanos, su vitola de incorruptible no parece suficiente capital como para hacerse con el Poder. Por una parte, porque eso, la honradez, debería ser la regla general y habríamos de contar con mecanismos para acabar con los corruptos más pronto que tarde, y por otra (¡maldición!) porque una y otra vez los votantes españoles se muestran reacios a castigar electoralmente a los corruptos.

Así que los seguidores de Albert Ribera tienen un problema: ¿Cómo identificar el caladero de votos que les de la gobernatura del país? No pueden irse más a la derecha del PP porque, al menos hasta la puesta de largo de Vox, más allá de los Populares sólo estaba la ultraderecha extraparlamentaria, ni pueden escorarse a la izquierda, porque el espacio está ocupado por un PSOE que, “digan lo que digan los demás”, desde Alfonso Guerra es socialdemocracia interclasista.

Por eso Ciudadanos deja pasar el tiempo oteando el horizonte y unas veces gobierna con el PSOE, caso del último Gobierno de Susana Díaz en Andalucía, y otras gana las elecciones en Cataluña y, a partir de ahí, parece incapaz de hacer absolutamente nada.

Y cuando tiene la oportunidad de hacer o decir algo sensato, su líder se suelta la melena y da por verdades sus propias imaginaciones: O no es un juicio de intenciones acusar al Gobierno de indultar a quienes ni siquiera están juzgados?

Hablando de Andalucía, elecciones a la vista, es insólito que el socio del último Gobierno ataque en tromba a la Presidente como si en el más reciente pasado hubiera sido su víctima y no su compadre y que cuando llama como mitinera a Inés Arrimadas, ésta, tan bien dotado para la retórica, sólo sepa hablar de Cataluña sin que parezca saber dónde está.

En resumen: Rivera y los suyos son honrados (la honradez, como el valor, se supone siempre, aunque en una y otro sólo suele detectarse en ausencia de su contrario, la desvergüenza y la cobardía), defienden una España unida (como millones de españoles que votan otras opciones) y tienen un programa económico basado en el neoliberalismo, pero no encuentran la manera definitiva de arrinconar al PP con el que, llegado el caso, no tendrían más remedio que aliarse.

¿Presupuestos, Elecciones?

El problema de Don Pedro (perdón: nuestro problema a la hora de saber a qué carta quedarnos), es que cada vez que uno enciende el televisor escucha mensajes contradictorios. Un día (perdón: un día a la hora de almorzar) oye al Presidente del Gobierno asegurar que terminará la legislatura porque se dejará la piel para conseguir los mismos apoyos a sus presupuestos que los que le llevaron a La Moncloa.

A más de uno se nos abren las carnes recordando quién le ayudó a desbancar a Don Mariano, el hombre, tan educado, y qué podrán pedirle ahora a cambio de sacar adelante sus cuentas, pero como no hay mal que cien años dure, a la hora de cenar, oímos que Jonqueras prefiere seguir en el trullo que cambalachear partidas presupuestarias a cambio de excarcelaciones, así que ni prórroga, ni gaitas: podría haber Elecciones.

Luego llega el Profesor Por Antonomasia (ya saben, el decano del Claustro de Podemos) y convoca a sus Penenes para tomar posiciones porque las Elecciones se acercan habida cuenta de que los Presupuestos no salen ni por arriba, ni por abajo.

Pero Don Pedro, o Dª Calvo, que tanto monta, aseguran que si tiene que gobernar por Reales Decretos (por cierto: ¿por qué nadie los llama por su nombre auténtico, Reales Decreto Leyes?) pues que para eso está “y no pasa nada”. 

Claro que pasa, pienso yo. ¿Es que nadie conserva un mínimo de vergüenza democrática? La prórroga de los Presupuestos es algo que debería ser tan absolutamente excepcional que su uso indiscriminado demuestra, sin lugar a dudas, las escasas convicciones democráticas de quienes difuminan a diario los precisos límites de la teoría de la división de poderes.

Al menos hay algo que no me deja indiferente, pienso: el Parlamento español, ése que añorábamos hace años los que hicimos la Transición, se ha convertido en un escenario donde a diario se dan cita la falta de educación política, y la carencia absoluta de capacidad de diálogo.

Personajes grotescos insultan sin pudor al que milita en posiciones que no coinciden con las suyas. Unos acusan al Presidente de traidor o de cómplice del golpismo. Otros escupen al paso de su adversario, aquellos insultan a voz en cuello buscando su expulsión para luego, victimismo secular, hablar de persecución.

Y uno piensa que si no amara tanto a los payasos caería en la tentación de atribuirles tal condición a los sujetos que gritan, se agitan, insultan, se retuercen, hacen como que se indignan, cuando, en el fondo, no son sino figurantes de una triste comedia de enredo mal escrita y peor interpretada, de la que, eso es lo malo, el ciudadano paga la tramoya, el montaje y los sueldos de la tropilla.


Deplorable. 

Mañana, o la semana que viene, ya veré, hablaré de la cuesta abajo emprendida por la judicatura española. Por hoy, ya está bien. 

domingo, 4 de noviembre de 2018

Las Cloacas del Poder, el Comisario Villarejo y esa pandilla de inútiles.

En tiempos de Asurbanipal o del abuelo de Ciro El Grande

Desde que el hombre es hombre, o desde que El Poder es el Poder, se ha sacralizado el principio de que el monopolio de la violencia le corresponde al Estado. Sólo los agentes del poder están legitimidados para ejercer la coacción violenta sobre sus conciudadanos.

Como contrapartida, desde hace algunos siglos, no demasiados, menos de tres, se ha intentado establecer un control riguroso sobre el ejercicio de ese inmenso poder para tratar de evitar que termine siendo letal para el ciudadano, así que se ha tratado de reglamentar quién, cómo, cuándo y hasta dónde está autorizado a llevar a cabo tales  acciones, vetadas al resto de los mortales.

Este principio, sustentado en sesudas argumentaciones filosófico-políticas tiene, en ocasiones, excrecencias indeseadas. Quizás fuera Asurbanipal I, o Tutmosis IV, o el abuelo de cualquiera de ellos, o el que de verdad mandara en sus respectivas Cortes el primero que diera órdenes a alguno de sus esbirros para llevar a cabo acciones al margen de lo que entonces se entendiera por Leyes.

Es posible que quien lo hiciera hasta llegara a pensar que actuaba así para proteger al País de sus enemigos, para salvaguardar el Trono, o para cualquiera otra noble finalidad. También es posible que nada más estuviera pensando que autoridad que no abusa se desprestigia, que él era quien tenía el mando y que, por tanto, estaba autorizado a hacer lo que le viniera en gana.

Los siglos pasaron, la Humanidad creyó que se había civilizado, se dieron por buenas fantásticas declaraciones de Derechos Universales, Humanos, etc., etc y, en el punto que tratamos, se dio una vuelta de tuerca al mecanismo de la utilización de la coacción y de la violencia.

Se siguió haciendo lo que siempre se había hecho: espiar a propios y a extraños al margen de la Ley y de los Tribunales, extorsionar, secuestrar, liquidar, si era preciso, al enemigo en aras del supuesto Bien Común, pero trató de revestirse todo ello con una cierta capa de respetabilidad y de legalidad. 

El enemigo podía ser externo, interno o mediopensionista. Su existencia, su catalogación, su identificación, siempre iba a depender de códigos circunstanciales, casi nunca expresos que iban a emanar, al final, de la mente y la voluntad de quien detentara el Poder.

La hipocresía tiñó las nuevas formas de hacer política subterránea, así que se prohibió formalmente el ejercicio de tales prácticas, que, por supuesto, se mantuvieron a pleno rendimiento, con dos consecuencias previsibles:

  • El Poder oficial no sólo negaría la existencia de tales actividades, sino que si, pese a todo, acababan por descubrirse, se desentendería de quienes las habían ejecutado a sus órdenes. 
  • La clandestinidad de todo el montaje haría florecer prácticas perversas fuera de cualquier control. No siempre las finalidades reales de tales conductas serían las previstas. 

Todo esto, en su versión contemporánea, es lo que ha dado en llamarse “Las Cloacas del Poder”. Zona subterránea de cualquier Gobierno, por muy democrático que se autoproclame, basada en en doble principio de que “el fin justifica los medios” y en el más prosaico  de “del mal, el menos”.

Las Cloacas del Poder son hoy la zona secreta de las democracias más avanzadas. Todas niegan su existencia, todas se justifican en lo que hacen sus vecinos, ninguna se ha planteado jamás su limpieza y todas, todas, cuentan en sus respectivos Presupuestos  Generales del Estado con partidas que financian estas actividades y con Comisiones de Control Parlamentario en las que, cuando se intenta ahondar en tal o cual episodio, se escucha el consabido argumento de que “eso pondría en peligro la Seguridad del Estado”, así que se dejan siempre las cosas como estaban.

El Extraño caso del Comisario Villarejo

España, la España actual, no es en modo alguno una excepción a cuanto vengo diciendo. Tenemos Servicios Secretos, cuyo nombre y dependencia jerárquica se cambia cada cierto tiempo, contamos con partidas presupuestarias para el desarrollo de su actividad y tenemos, cómo no, una Comisión De Secretos Oficiales en el Parlamento.

¿Llevan a cabo nuestros Servicios Secretos operaciones encubiertas de dudosa legalidad? No seré yo quien afirme lo que no pueda probar, así que usted, respetado lector, decida por sí mismo. ¿Cuando pasó eso que usted recuerda, actuaban los responsables a órdenes de sus superiores o se extralimitaron en sus fervores, actuaron por libre y, por tanto, incumplieron sus obligaciones? ¿Usted qué cree?

En cualquier caso, si existen Cloacas del Poder en España lo que voy a intentar probar es que el Comisario Villarejo no es, ni ha sido uno de sus habitantes. Su caso es otro, por más que descubierta la expresión por no recuerdo cuál de nuestros inefables políticos, ahora la repitan todos como papagayos.

Villarejo es algo más sencillo de explicar aunque menos comprensible que cuanto hemos venido comentando. El ya Ex Comisario, era un miembro de las Fuerzas de Orden Público, conocido por cientos o miles de personas, con su despacho oficial, su placa y su carnet de Policía y sus expedientes encima de la mesa. No habitaba el submundo secreto.

En algún momento cayó en la cuenta de que podía hacer dinero manejando a su antojo la información que llegaba a sus manos. Un paso más, y se dedicó a buscar esa información, utilizando para ello los recursos materiales y humanos que el Estado había puesto a su disposición.

Fue acumulando datos, grabando conversaciones, reproduciendo documentos, y archivando todo el material hasta que llegara el momento de utilizarlo. Al mismo tiempo, algunos de sus jefes (hubo varios y de distintos signos) intuyeron que la utilización de las habilidades del Comisario podría reportarles incrementos sustanciales de su cuota de poder, así que no solo le dejaron hacer sino que le animaron a seguir. 

No me consta qué fue primero, si el ofrecimiento de Villarejo de vender su información a quien la necesitara o la petición de compra del mismo material por aquellos a quienes pudieran beneficiarse de ella. Eso no es relevante.

Así que al cabo de un cierto tiempo, el Comisario Villarejo se convirtió en un inmenso archivo con patas, poseedor de un caudal de datos tan comprometedor y tan amplio como para poder creerse por encima del bien y del mal. 

Y decidió sacar partido de cuanto sabía: cobraba por suministrar información, cobraba por ocultar datos, cobraba también, a veces por encargo, por seguir obteniendo materiales comprometedores.

Tal como yo lo veo, no se trata de “Cloacas del Poder”, sino de un funcionario desleal que ha utilizado en su propio beneficio, a riesgo incluso de afectar a la estabilidad del Poder, recursos públicos, para la acumulación ilegal de información. Nada más.

La era de los enanos

Mientras tanto, gentecillas que se habían visto a sí mismos como políticos, se despepitaban por codearse con tal tóxico personaje. Le buscaban, o se dejaban encontrar, acudían presurosos a almuerzos en los que coincidían como otros enanos como ellos, o citaban al Rey del Dossier en sus propios despachos para encargarle gestiones de las que esperaban réditos políticos fabulosos.

Día tras día, Villarejo comía con unos, parlamentaba con otros y grababa y grababa y grababa cuanto oía, fotocopiaba cuanto caía en sus manos, filmaba lo que se ponía ante él. Y todo lo guardaba y lo ponía a buen recaudo, porque nunca se sabe lo que puede necesitarse el día de mañana.

Tanto va el cántaro a la fuente… que el Comisario, alguacil alguacilado, cayó en manos de la Justicia y dio con sus huesos en el trullo.

y Ahí fue el llanto y el crujir de dientes, porque al Rey del Micrófono no terminaba de gustarle estar encarcelado, él que hablaba con Jueces y Ministros, con políticos de éste y de aquel Partido, todos importantes o convencidos de serlo, así que amenazó con el hispano arrumaco de “tirar de la manta”. 

Tanto que se permitió levantar un pico de la gualdrapa y empezó a aparecer inmundicia, que es lo que suelen tapar las mantas de la gentuza acreditada.

Tranquilos, no pasa nada. El Comisario Villarejo solo tiene datos comprometedores de cierta patulea de personajes cuya desaparición del mundillo político sólo puede ser interpretado por la ciudadanía como una bendición.

¿Que Dª Mary Pury, Ministro de lo que sea cometió deslices imperdonables cuando era aspirante a Mujer del Año? Pues que dimita, que la cesen, o que se la impute si al caso viniere. ¿Que Dª Águeda llamó al Comisario para encargarle ciertas tareas de espionaje a pagar con fondos que ni siquiera eran suyos? Pues que se ponga a la cola y que siga los pasos de Dª Mary Pury.

¿Y si esto no ha hecho más que empezar? ¡Mejor que mejor! Cuanto más larga sea la lista de tuercebotas que se pusieron en manos de, o que trataron con, o que encargaron a… ¡Mejor para la salud del país! 

¿Es que no se dan cuenta? No hay caminos intermedios: ni se puede ceder al chantaje de un delincuente, ni debiera permitirse cerrar en falso el asunto con un acuerdo entre mangantes para que no vuelva a hablarse de nadie de los que trataron con Villarejo.

Porque, recuerden: lo malo no es que caigan tres Ministros y cuatro aspirantes a serlo. Lo malo es que quede sin sanción el comportamiento de quien hizo lo que dicen que hizo Villarejo y lo que hicieron quienes pretendieron beneficiarse de sus actividades.


¿O ustedes creen que los mindundis de quienes hablamos tienen en su mano el futuro de España?