Esto es lo que hay.
¡Jesús, qué horror!
Mis pacientes lectores pueden creerme o no. Pueden seguir leyéndome o dar por descontado que soy uno más de los cantamañanas o de los intoxicadores que sólo aspiran a perturbar su ánimo al servicio de quién sabe qué oscuros intereses.
Estoy fuera de mi domicilio habitual, ocupado en el montaje de mi lugar de descanso, saturado por los cien problemas domésticos que, de no resolverlos cuanto antes, podrían amargar mi retiro.
Había, por tanto, decidido olvidarme de cuanto ocurre a mi alrededor y dedicar mis cada vez más escasas energías a la solución de cuestiones logísticas tan apasionantes como lograr la colaboración de electricistas, fontaneros, persianeros, tolderos, montadores de electrodomésticos, amén de limpiadoras, cerrajeros y no recuerdo quiénes más.
El caso es que, por excepción, los receptores de televisión funcionan correctamente, e internet sigue suministrándome las últimas noticias de cuanto acontece en mi país (y en el resto del mundo, desde luego, aunque eso quizás lo deje para otro día). Así que llega un momento en que mis correctas previsiones en cuanto a orden de prioridades saltan por los aires y me siento urgido a comentar los últimos acontecimientos que ocurren en España.
Si tuviera treinta o cuarenta años menos tal vez cayera en la tentación ingenua de preguntarme en qué país vivo o qué he hecho yo para merecer esto. Ahora, más cerca ya de los ochenta que de los setenta, las preguntas son ociosas: vivo en España, aunque si viviera en Alemania, en Francia, en los Estados Unidos de Norteamérica, en Polonia, en Hungría, en Austria, podría parecerme lo mismo. Todos padecemos la histeria colectiva del bienestar material.
De vivir en en Somalia, en Afganistán, en Bangladés, en Jamaica, en el Salvador, tendría problemas tan acuciantes por resolver, que no se me pasaría por la cabeza hacerme tan retóricas preguntas; o sea, que a veces ganas tengo de decirles a mis compatriotas que, pese a todo, somos habitantes del desquiciado rincón del Paraíso que vive tan bien que aún puede angustiarse y perder la calma por majaderías sin importancia.
Pero, en fin, como soy quien soy y vivo donde vivo, hablemos de nuestras neurosis colectivas.
Don Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno, se baja al moro.
Tarde, mal y nunca. Alguien debería decirle a nuestro muy donoso Presidente que en Política exterior cuantos menos cambios, mejor, que no es ése un terreno en el que que deban hacerse giros bruscos sin daño para el país, siquiera sea por el desconcierto que ocasionan en el resto del Planeta que usa otras costumbres.
Desde Isabel La Católica (dama egregia, se mire por donde se mire, madre en el parto que nos hizo grandes, por muy poco aficionada que fuera, eso dicen, a la higiene personal) la política exterior española ha tenido tres ejes esenciales: África, entendiendo por tal, la ribera Sur del Mediterráneo, Iberoamérica (espero que nadie se rasgue las vestiduras porque que no la llame latinoamérica) y Europa.
Por ese orden, y no por otro. Supongo que aunque fuera menos preciso, Isabel I dispondría ya de un rudimentario mapamundi. Ahí, (allí, quiero decir) estaba la razón de su testamento: 15 Km nos separan de África, el más colosal esfuerzo de nuestro país nos une o debería unirnos a Iberoamérica, y, sí, somos europeos, pero, nos guste o no, somos tan periféricos que o nos armamos con argumentos extraeuropeos o jamás seremos tenidos en cuenta.
Con mejor o peor fortuna, unas veces por las buenas, otras con las armas en la mano, hemos seguidos esos ejes. Un paréntesis fue la apuesta de Don Aznar por la foto de las Azores y su incumplido sueño de convertirse en el Virrey Mediterráneo del Imperio USA, pero todo parecía haber vuelto a la normalidad.
Y llega Don Pedro al Poder y tarda tres o cuatro eternidades en cumplimentar a su vecino del Sur, para pasmo de propios y extraños. Va, por fin, a Rabat y, maravilla de las maravillas, ¡nos cuenta que está a punto de conseguir el primer Campeonato Mundial de Fútbol Intercontinental a tercias con Portugal y Marruecos!
Estoy seguro de que nos ha engañado. Me resisto a creer que en su visita al Reino Alahuita no haya hablado de los problemas de los caladeros de pesca, de por qué España está perdiendo el privilegiado primer lugar en cuanto a intercambios comerciales, de cómo colaborar cada vez más y mejor en el control del infame tráfico ilegal de personas, o del trasiego de productos alucinógenos que vienen hasta nuestras costas desde los llanos de Ketama.
No sé quién habrá sido el genio que nos ha ocultado tales acuerdos seguramente logrados en secreto, pero lo único de lo que he escuchado vanagloriarse a nuestro apuesto Presidente es del puñetero Mundial de Fútbol, sin que ni siquiera el Gobierno Portugués haya estado, eso parece, en la misma sintonía.
Casado, el aspirante al honorífico título de “Súper Aznar”
“Al menos tendrán a la oposición”, podría pensar un extraterrestre que pasara sus vacaciones en La Manga del Mar Menor. (Digo extraterrestre, porque cualquier compatriota que se precie está ya curado de espanto y ni siquiera ese consuelo le queda).
El nuevo líder del Partido Popular, (nuevo en cuanto a que es el último en llegar a la Presidencia del Partido, que no en cuanto al bagaje ideológico del que hace gala) se mueve bien desde su escaño en el Parlamento. Es hablador, entona y vocaliza bien, parlamenta con soltura y tiene una notable habilidad dialéctica. El problema no es el cómo, sino el qué.
Por ejemplo: acusar al Presidente de haber traicionado a España entregando Gibraltar a la Pérfida Albión, no es que vaya más allá de las posiciones franquistas (“Gibraltar caerá como fruta madura”) es que es grotesco cuando el Gobierno está diciendo oficialmente que no firmará el acuerdo del bréxit si no se introducen en el texto las modificaciones que aseguren la posición de España.
No es lo peor, pese a lo desmesurado del planteamiento. Más trascendencia tiene, a mi juicio, el haberse instalado en la desmesura sistemática, en el abanderamiento de la crispación como terreno de juego de la política diaria, en la descalificación sistemática.
Cierto que Aznar, el mentor del recién llegado, llegó al poder tras el uso y el abuso del “Márchese, Señor González”, pero déjenme un apunte sobre alguien que, por otra parte, no goza de mi especial simpatía: José María Aznar nunca necesitó insultar; su inteligencia y la de su opositor, estaban a años luz de distancia de la de Pedro Sánchez o de la del propio Casado.
Ciudadanos o la urgencia de ser más que nadie, por la derecha y por la izquierda.
Ciudadanos vino al mundo como “La Gran Esperanza Blanca”. Nacieron, no lo olvidemos, con el laudable propósito de plantar cara al secesionismo cerril y provinciano que nos amargaba la existencia allá por el territorio que fuera en tiempos parte del Reino de Aragón.
Dio el salto a la política nacional, en parte por la torpeza y la indefinición del PSOE, oscilante entre los planteamientos constitucionalistas de Ferraz y la vacilante versión catalana del socialismo, y en parte por la abulia de los últimos años del PP, cuyo único recurso, quién lo diría en estos días, fue acudir a los Tribunales una y otra vez.
No olvido que ni PP, ni PSOE, ni antes la UCD están libres del pecado del pactismo interesado que durante décadas fue la placenta del independentismo. Ahí se desarrolló el feto diabólico que empezó a berrear cuando a alguien se le ocurrió tirar por la calle de enmedio y pedir cuentas a la familia Pujol sobre el origen de sus caudales.
Pero, volviendo a Ciudadanos, su vitola de incorruptible no parece suficiente capital como para hacerse con el Poder. Por una parte, porque eso, la honradez, debería ser la regla general y habríamos de contar con mecanismos para acabar con los corruptos más pronto que tarde, y por otra (¡maldición!) porque una y otra vez los votantes españoles se muestran reacios a castigar electoralmente a los corruptos.
Así que los seguidores de Albert Ribera tienen un problema: ¿Cómo identificar el caladero de votos que les de la gobernatura del país? No pueden irse más a la derecha del PP porque, al menos hasta la puesta de largo de Vox, más allá de los Populares sólo estaba la ultraderecha extraparlamentaria, ni pueden escorarse a la izquierda, porque el espacio está ocupado por un PSOE que, “digan lo que digan los demás”, desde Alfonso Guerra es socialdemocracia interclasista.
Por eso Ciudadanos deja pasar el tiempo oteando el horizonte y unas veces gobierna con el PSOE, caso del último Gobierno de Susana Díaz en Andalucía, y otras gana las elecciones en Cataluña y, a partir de ahí, parece incapaz de hacer absolutamente nada.
Y cuando tiene la oportunidad de hacer o decir algo sensato, su líder se suelta la melena y da por verdades sus propias imaginaciones: O no es un juicio de intenciones acusar al Gobierno de indultar a quienes ni siquiera están juzgados?
Y cuando tiene la oportunidad de hacer o decir algo sensato, su líder se suelta la melena y da por verdades sus propias imaginaciones: O no es un juicio de intenciones acusar al Gobierno de indultar a quienes ni siquiera están juzgados?
Hablando de Andalucía, elecciones a la vista, es insólito que el socio del último Gobierno ataque en tromba a la Presidente como si en el más reciente pasado hubiera sido su víctima y no su compadre y que cuando llama como mitinera a Inés Arrimadas, ésta, tan bien dotado para la retórica, sólo sepa hablar de Cataluña sin que parezca saber dónde está.
En resumen: Rivera y los suyos son honrados (la honradez, como el valor, se supone siempre, aunque en una y otro sólo suele detectarse en ausencia de su contrario, la desvergüenza y la cobardía), defienden una España unida (como millones de españoles que votan otras opciones) y tienen un programa económico basado en el neoliberalismo, pero no encuentran la manera definitiva de arrinconar al PP con el que, llegado el caso, no tendrían más remedio que aliarse.
¿Presupuestos, Elecciones?
El problema de Don Pedro (perdón: nuestro problema a la hora de saber a qué carta quedarnos), es que cada vez que uno enciende el televisor escucha mensajes contradictorios. Un día (perdón: un día a la hora de almorzar) oye al Presidente del Gobierno asegurar que terminará la legislatura porque se dejará la piel para conseguir los mismos apoyos a sus presupuestos que los que le llevaron a La Moncloa.
A más de uno se nos abren las carnes recordando quién le ayudó a desbancar a Don Mariano, el hombre, tan educado, y qué podrán pedirle ahora a cambio de sacar adelante sus cuentas, pero como no hay mal que cien años dure, a la hora de cenar, oímos que Jonqueras prefiere seguir en el trullo que cambalachear partidas presupuestarias a cambio de excarcelaciones, así que ni prórroga, ni gaitas: podría haber Elecciones.
Luego llega el Profesor Por Antonomasia (ya saben, el decano del Claustro de Podemos) y convoca a sus Penenes para tomar posiciones porque las Elecciones se acercan habida cuenta de que los Presupuestos no salen ni por arriba, ni por abajo.
Pero Don Pedro, o Dª Calvo, que tanto monta, aseguran que si tiene que gobernar por Reales Decretos (por cierto: ¿por qué nadie los llama por su nombre auténtico, Reales Decreto Leyes?) pues que para eso está “y no pasa nada”.
Claro que pasa, pienso yo. ¿Es que nadie conserva un mínimo de vergüenza democrática? La prórroga de los Presupuestos es algo que debería ser tan absolutamente excepcional que su uso indiscriminado demuestra, sin lugar a dudas, las escasas convicciones democráticas de quienes difuminan a diario los precisos límites de la teoría de la división de poderes.
Al menos hay algo que no me deja indiferente, pienso: el Parlamento español, ése que añorábamos hace años los que hicimos la Transición, se ha convertido en un escenario donde a diario se dan cita la falta de educación política, y la carencia absoluta de capacidad de diálogo.
Personajes grotescos insultan sin pudor al que milita en posiciones que no coinciden con las suyas. Unos acusan al Presidente de traidor o de cómplice del golpismo. Otros escupen al paso de su adversario, aquellos insultan a voz en cuello buscando su expulsión para luego, victimismo secular, hablar de persecución.
Y uno piensa que si no amara tanto a los payasos caería en la tentación de atribuirles tal condición a los sujetos que gritan, se agitan, insultan, se retuercen, hacen como que se indignan, cuando, en el fondo, no son sino figurantes de una triste comedia de enredo mal escrita y peor interpretada, de la que, eso es lo malo, el ciudadano paga la tramoya, el montaje y los sueldos de la tropilla.
Deplorable.
Mañana, o la semana que viene, ya veré, hablaré de la cuesta abajo emprendida por la judicatura española. Por hoy, ya está bien.
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