jueves, 13 de febrero de 2020

Instalados en el estupor 

Un horizonte desolador
Veo los titulares de cualquier diario, pruebo a leer algún editorial, observo el noticiario de no importa qué cadena de televisión, entro en cualquiera de las redes sociales a las que tengo acceso y el resumen del resumen es desesperanza, crispación, inestabilidad, inquietud, desasosiego, incertidumbre.

Informaciones sobre catástrofes naturales que quizás no lo son tanto, sino el resultado de la estupidez y la codicia humanas; detalles horribles sobre crímenes gratuitos aunque sus autores los crean justificados; crónicas de actuaciones públicas basadas en la mendacidad, el fanatismo, la intolerancia, el ansia suprema de seguir amarrado al poder o de luchar por conseguirlo.

No, no hablo de España. No sólo de España, quiero decir. No somos peores que los demás, tal vez menos que muchos de los demás, pero tan perversos y obcecados como para merecer los rapapolvos que nos caigan en suerte.

Conflictos bélicos que ahora se llaman “de baja intensidad”, pobre consuelo para los que mueren en ellos; conflagraciones, pues, en las que los cadáveres suelen ser de gentes sin importancia que viven en sitios de los que a veces no sabemos ni quiénes tienen de vecinos. Guerras, en suma, en las que se muere y se mata sin que unos y otros sepan en ocasiones que hacen allí bajo las bombas o empuñando las armas. Escabechinas en las que se ventila el suministro de materias primas, la influencia en tal o cual zona que interesa mucho a los amos del mundo (“los amos”, no “el amo”, que responsables hay varios. Básicamente los que tienen poltrona vitalicia en el Consejo de Seguridad de la ONU, la gran paradoja).

Nunca, desde que el hombre es hombre, ha habido tantos millones de desplazados. Muchedumbres enloquecidas que huyen de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Quieren huir, mejor dicho, porque es más que dudoso que sus semejantes estén dispuestos a compartir con ellos techo y pan. Al contrario: los líderes de los que viven instalados en una relativa comodidad, satanizarán a los que llegan, negarán sus motivos, los denigrarán y echaran sobre ellos el pesado fardo de la sospecha, de la calumnia, porque es más fácil cargar las culpas a los desgraciados que evitar las causas de los males que les atribuyen.

Hoy, como antes, como hace cientos, miles de años, seguimos matándonos en nombre de nuestro Dios, al que ofendemos haciéndolo enemigo irreconciliable del Dios del otro, nosotros que decimos creer en un solo Dios, igual que el de la trinchera de enfrente. Y Dios, callado.

El espacio que ocupamos
Y si acercamos el catalejo y examinamos sólo lo que tenemos a nuestro alrededor, nosotros y eso que se llama “países de nuestro entorno”, lo que desde hace años, muchos, se conoce por “Civilización Cristiana Occidental”, también el diagnóstico es desolador.

Somos más ricos que nunca, más desarrollados que nunca, más sabios que nunca. Preparamos el envío de una sonda que examine el sol de cerca, se especula con la posibilidad de descender en la superficie de Marte, conocemos en tiempo real lo que pasa en el último rincón el Planeta, pero las desigualdades entre nosotros siguen aumentando a un ritmo constante, y aunque se sepa que riqueza y pobreza son, siempre, valores relativos, día a día la brecha entre una y otra se agranda y en medio empieza a quedar menos gente cada vez. 

Nuestros hijos hablan inglés pero dejaron de estudiar lenguas muertas y Filosofía. Tienen más datos y menos cultura. Van y vienen y no siempre saben interpretar lo que ocurre a su alrededor. Sus valores, siempre habrá valores, llegan de lejos, ajenos a la Historia del grupo social al que pertenecen. Han crecido oyendo hablar solo de derechos así que entienden las obligaciones como una tiranía. Son extranjeros en su propio país, y cuando se van a otro, descubren que aún lo son más.

Presumimos de vivir instalados en democracias avanzadas. ¡Democracias avanzadas! Hoy, ayer, seguro que también mañana, tenemos noticia cierta de que en nuestro sistema se desprecian las formas, tan esenciales en el régimen en el que decimos vivir; se ha sustituido el debate por el insulto y la mentira y nadie parece dispuesto a cambiar de rumbo, porque los demás tampoco lo hacen.

Ni en este espacio privilegiado del que hablo, ni en el resto del mundo se defienden ideas, sino ideologías; no se busca el bienestar del ciudadano, sólo su voto que es el que te da el Poder a costa de lo que sea menester.

No hay debate sino griterío. Los que dicen ser líderes hablan de sus programas; a veces hasta los publican; pasan los meses y mudan de piel al ritmo que las encuestas informan sobre las querencias del electorado. No se dice lo que se cree porque no se cree en nada. En casi nada: sólo en cómo llegar para quedarse.

Los Caudillos
Caudillos, que no líderes. Figurones tremendos al frente de masas enardecidas a las que se les reserva el dudoso honor de aplaudir a coro, reír las gracias del Gran Vociferante y odiar a quien se le diga. Básicamente al que se le ha adjudicado el papel de responsable de todos sus males.

Los hay de todos los pelos y colores. Altos y bajos, rubios y morenos, unos se dicen de derechas y otros de izquierdas. Todos buscan que las masas les identifiquen con la Nación. Lo primero que hacen es marcar los límites, identificar al enemigo, odio a él y a su parentela, por siempre jamás y por encima de todas las cosas.

Donald Trump, Jair Bolsonaro, Victor Orban, Marine Le Pen, Rodrigo Duterte, Nicolás Maduro, Recyp Erdogan, Vladimir Putin. ¿Para qué seguir? Añadan los que mejor les cuadre dentro de nuestro terruño.

Viven instalados en el disparate. Frases incendiarias que nublan la mente y arrugan las tripas. Lean algunas perlas:
  • Donald Trump: “Podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería ni un voto”."México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores”."Me atraen las mujeres bonitas automáticamente. Las comienzo a besar, es como un imán, no puedo ni esperar (...). Y cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras (...). Agarrarlas por el coño. Puedes hacer de todo”.
  • Bolsonaro: “A través del voto, no va a cambiar nada en este país. Solo va a cambiar cuando nos partamos en una guerra civil. Matando a unos 30.000”. “Defiendo la pena de muerte y el rígido control de la natalidad, porque veo la violencia y la miseria que cada vez se extiende más por nuestro país. Quien no tiene condiciones de tener hijos, no debe tenerlos”. “El pobre solo tiene una utilidad en nuestro país: votar. La cédula de elector en la mano es diploma de burro en el bolsillo. Sirve para votar por el gobierno que está ahí. Sólo sirve para eso y nada más”. “Estoy a favor de la tortura… y el pueblo lo está también”.
  • Erdogan: “Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados”.
  • Duterte: “Estos hijos de puta están destruyendo a nuestros hijos. Si conoces a algún adicto, ve a por él y mátalo tú mismo porque conseguir que sus padres lo hagan será muy doloroso”.“Quería llamarle y decirle: ‘Papa (Francisco), tú hijo de puta, vete a casa. Y no vuelvas nunca más‘”. “Entre ellas estaba esta misionera australiana… Y cuando vi su rostro, pensé: ‘Mierda. Qué lástima’. La violaron, puestos en fila. Fue terrible que la violaran. Era tan hermosa… ¡El alcalde debió ser el primero!”
  • Putin:“¿Si soy demócrata puro? Por supuesto, soy un demócrata puro y absoluto. ¿Pero usted sabe cuál es el problema? Es que yo soy el único, no hay otros en el mundo. Tras la muerte de Mahatma Gandhi, no hay con quién hablar”. “No soy una mujer, así que no tengo días malos No quiero ofender a nadie. Es la naturaleza de las cosas. Hay ciertos ciclos naturales”.
  • Ajeno a todo esto, Nicolás Maduro, mientras sus detenidos políticos se le mueren en sus cárceles, habla con un pajarito que le comunica las instrucciones del difunto Hugo Chávez.
Aviso a navegantes: todos llegaron al Poder después de unas elecciones. Las urnas, por sí mismas, tampoco son las Diosas de la democracia.

Qué tienen en común
  • Manejan con maestría los resortes de la demagogia populista más descarnada.
  • Son hábiles usuarios de la comunicación directa e inmediata. Frases cortas, rotundas, huecas pero sonoras. Desprecian a la prensa, salvo a la que se nutre de los titulares, sólo titulares, nunca editoriales, que ellos mismos suministran. 
  • Desconfían del pensamiento, de los libros porque nublan las emociones que son su arma favorita.
  • Maestros de la desinformación y de la manipulación, han entronizado el insulto y la mentira como armas de seducción.
  • Saben que el odio al rival es un sentimiento más fuerte y más duradero que el amor por el amigo, por eso han sabido, cuanto antes, identificar al chivo expiatorio: los mexicanos, los homosexuales, los drogadictos, los musulmanes, los rojos, los fachas, el otro, siempre el otro.
  • Están desarmando las viejas estructuras de los Partidos y sometiendo a su dictado a los dirigentes de sus propias formaciones, al reclamo de la “democracia directa”. Son la reedición del despotismo ilustrado. “Todo para las bases, pero sin las bases”.
  • Se enfrentan a problemas complejísimos, como todos nosotros, y tratan de resolverlos con recetas efectistas, de apariencia fácil, cuya finalidad es conseguir que sus corifeos sean capaces de repetirlas como papagayos.
  • Todos, todos, todos se proclaman patriotas. Más aún: sólo ellos lo son. Como siempre. Hitler era el más alemán de todos los alemanes. Stalin “adoraba” a la Unión Soviética. Trump anda por ahí con su “America first”. Los dos primeros sigue especulándose con el numero de millones de cadáveres de conciudadanos que cargan a la espalda. Habrá que esperar algún tiempo para saber el rendimiento de las políticas de Donald Trump; algunas de sus recetas están próximas al autocastigo.
Y la curiosa característica de la nómina de caudillos citada es la coincidencia en una fórmula que la Historia ha desacreditado: la vuelta al pasado, el retorno a las esencias. Cuando el presente no nos gusta, volvamos a las pasadas glorias, a los principios que nos hicieron grandes hace uno, tres, cinco siglos.

Ya se sabe: cuando una civilización se repliega sobre sí misma y se refugia en su Historia es el doble síntoma de que su capacidad creadora ha muerto y que la decadencia se ha instalado en ella.

Las causas:
  • Oigo hablar de la ausencia de líderes. Tengo mis dudas. No, no es que crea que tengamos manadas de líderes brincando por todas partes. Es que tal vez sea al revés: no son los los líderes los que cambian el mundo sino el cambio del mundo el que crea los líderes. Las famosas condiciones objetivas ¿recuerdan? ¿Por qué fueron coetáneos, por ejemplo, Hitler y Stalin? ¿Qué estaba pasando en el mundo en aquellos años?¿Habrían sido quienes fueron si hubieran nacido doscientos años después? Y entre nosotros: ¿Fueron tan grandes nuestros políticos de la Transición, o lo que nos tocó vivir aquellos años parió a quienes se hicieron con la nave?
Así que, sí, nos faltan líderes, y, creo yo, bastantes cosas más.
  • También resulta socorrido culpar a “La Crisis”. De acuerdo, si entendemos quién la provocó, con qué complicidades se desarrolló y cuáles han sido sus consecuencias planetarias: cientos de millones de ciudadanos empobrecidos y toda una clase social, “la sufrida clase media” antaño sostén de la sociedad hoy “lumpenproletarizada” (perdón por el participio pasivo traído a la fuerza). El resultado era de esperar: desorientación, nostalgia y rabia, desesperación, sentimientos a flor de piel; estado de ánimo ideal para la manipulación de profetas sin escrúpulos, ya hablen de La Patria, de La Gente, o del mismísimo Dios.
  • ¿Qué efectos puede estar teniendo el abismo generacional? Siempre ha habido abuelos y nietos, pero a la inseguridad tradicional de la vejez, al angustioso sentimiento de que el viejo ha perdido la capacidad de generar riqueza, únase ahora la evidencia de que el desarrollo de la tecnología, la vulgarización de sus usos, su dificultad de aprendizaje establecen una barrera entre dos edades que se vuelven, a veces, antagónicas: los viejos votan Sí en el Brexit, los jóvenes votan No.
  • No sería prudente olvidarnos del despeñadero por el que se ha precipitado la política en nuestro pequeño universo autocomplaciente, el Primer Mundo. No soy de los que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Al contrario: creo que, tomada en largos períodos, la Humanidad avanza. No obstante, si recordamos cómo éramos sólo unos años atrás, ¿dónde ha quedado el respeto a la verdad? El Whasington Post tiene listadas y publicadas más de diez mil mentiras en boca (o en tuit) Donald Trump. Pero será reelegido: él miente y sus ciudadanos volverán a votarle. Hace dos días en nuestro Parlamento uno encontraba normal haber dado seis versiones diferentes de un suceso cuestionable y otro dijo que el proyecto de Ley de Eutanasia tenía como motivación oculta, un recorte en gasto social pensado por el Gobierno. O sea, que el Gobierno mataría viejos y enfermos para ahorrar pensiones y medicinas. Los leones del Congreso no se movieron de su sitio. Si eso hacen nuestros representantes ¿qué cabe esperar de sus representados? ¿Acabaremos reviviendo a Caín?
En resumen
Es la voladura descontrolada de nuestras escalas de valores, la ausencia de objetivos compartidos, la rendición sin condiciones a un modo de vivir acomodaticio, de estar en el mundo al dictado de pelagatos que confunden ocurrencia con pensamiento y viven por y para el minuto de gloria, lo que nos está llevando al desván de las banalidades.

Para terminar este doliente lamento se me ocurre preguntarme si lo que estoy escribiendo puede aplicarse al mundo entero o estoy cayendo en el occidentalismo más clasista que pueda pensarse. 

No, no creo que todos los pueblos, todas las culturas estén en modo decadencia sin remedio.Lo que no sé si es bueno o malo.

Para nosotros, los decadentes profesionales, medio adormecidos habitantes de la parte pudiente del Planeta, es poco tranquilizador sospechar que tenemos los días contados; que el Atlántico dejará de ser el centro de la Historia, como antes dejó de serlo el Mediterráneo; que estamos a punto de convertirnos en poco más que un Museo que visitarán los nuevos amos del Mundo.  

Para  la Humanidad será un cambio, otro más, que la permitirá seguir avanzando. Se cerrará una Edad y se abrirá otra. Nada más.

Conclusiones y advertencias finales:
  • ¿Nos habremos convertido en una sociedad zombi? Miremos a nuestro alrededor, porque podríamos ser una colección siniestra de muertos vivos incapaz de reconocerse.
  • ¿Será el coronavirus una maldición bíblica, algo así como el castigo de los cielos a una sociedad pecadora? Peste milenarista que viene de lejos como Anticristo vengador.
  • Es posible que todo este post no sea sino una manifestación parcial de algo que antes he dicho: los viejos tenemos pocos motivos para ser optimistas y vivimos instalados en la desazón.
  • En cambio tenemos la impagable suerte de que hay desgracias que no veremos.

Prometo ser algo más divertido la próxima vez. Buenos días, amigos.








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