Europa en la encrucijada
¿Por qué?
Un día y otro, y otro más, Occidente, Alemania, Canadá, España, Francia, están sufriendo la embestida de un terrorismo fanático. Con el nombre de Alá, de Dios, en los labios, combatientes que se dicen soldados de tal o cual grupo político-religioso acaban con la vida de docenas o cientos de semejantes que estaban en el lugar equivocado en el momento inoportuno.
Sé que los más violentos grupos terroristas, Alqaeda, el Estado Islámico y sus franquicias como Boko Haram y otras similares, matan más creyentes del Islam que cristianos. En las insensatas preferencias de sus odios, los herejes (es decir, los creyentes en otras variantes de su propio credo) van por delante de los infieles. Poco o ningún consuelo encontramos en ello, porque lo cierto es que día a día, los atentados en tierras occidentales están incrementando su ritmo.
Son acciones difíciles de neutralizar porque cada vez más, son el resultado de actuaciones individuales, llevadas a cabo por fanáticos a los que su propia vida importa poco y en esas circunstancias no sólo se dificulta la prevención sino que el castigo potencial reservado a los criminales, pierde buena parte de su eficacia.
Y repito ¿Por qué?. Centrándome en las acciones del Estado Islámico, creo que hay que retroceder a sus orígenes. Nace el fenómeno como el primer intento de convertir un movimiento radical islámico que usa sistemáticamente el terror como arma estratégica, en un Estado en toda la acepción de la palabra, incluido el tener territorio propio. El Califato Islámico no puede ser tomado por tal, sin un soporte territorial, un ejército, una Administración, una apariencia de Estado.
Ese Estado debería de haberse asentado, debería de haber crecido a costa de los territorios de sus vecinos, Irak y Siria, al margen de cuál hubiera sido su posterior expansión. En ese tiempo, cuando las acciones guerreras del Estado Islámico se circunscribían a sus enfrentamientos con las inoperantes fuerzas armadas de ambos países, salvo alguna acción esporádica, no había atentados terroristas en países occidentales. El ISIS se dedicaba a combatir herejes. Los infieles quedaban, se supone, para más adelante, cuando el mundo entero llegara a ser islámico.
Todo Occidente, USA y Rusia incluidos, entendieron que la mera existencia del ISIS era un riesgo para la paz mundial y decidieron combatirlo en su propio territorio. En mi opinión, el ISIS hubiera deseado la presencia de tropas terrestres occidentales en el frente de batalla. Habría sido ideal para su propaganda. Habríamos oído hablar de la Quinta Cruzada y se habría llamado a combatir a los algo más de 1.200 millones de musulmanes que pueblan el mundo.
No ha sido así. No hay soldados cristianos frente al Estado Islámico. No hay 5ª Cruzada, pero hay un enemigo identificable, Rusia, USA, Alemania, Francia, etc.que bombardea a diario las posiciones islámicas en Irak, en Siria y que le está ganando la partida. Los Estados Unidos están demasiado lejos, pero en Europa viven varios millones de potenciales soldados islámicos.
La respuesta del ISIS, por salvaje e inhumana que sea, tiene sentido: hay que llevar el frente de guerra al corazón "civil" del enemigo. Hay que provocar en los países europeos acciones categóricas, indiscriminadas contra los creyentes musulmanes que consigan adhesiones exponenciales de los millones de posibles combatientes que habitan en tierras de infieles. Y ahí es donde estamos ahora.
¿Qué hacer?
El horror generalizado ante la brutalidad de la provocación está desencadenando el más peligroso binomio que pudiera esperarse: miedo que se transforma en odio, u odio que nació del miedo. No es la primera vez que Europa conoce esta reacción.
Crece como una marea el sentimento xenófobo, se exagera el peligro, se generalizan las descalificaciones, se identifica el riesgo con una etnia, una religión, un color. Se utiliza el miedo al terrorismo como herramienta para terminar con el sistema de derechos y libertades vigentes. Hay, pues que terminar con todos los que no son como nosotros porque su mera existencia, su simple cercanía pone en riesgo nuestro modo de vida, nuestra propia existencia. El Partido Nacionalsocialista hizo lo mismo agitando el miedo al comunismo. El resultado fueron más de 40 millones de muertes y media Europa bajo el sistema del que se quería huir
Esto es precisamente lo que se busca. Si Europa se ofusca, si las medidas son categóricas, indiscriminadas, habremos creado las condiciones para adhesiones masivas a la causa del fanatismo del odio gemelo. Las consecuencias podrían ser terribles. Hay en Europa bastantes millones de seres a los que la desesperación e, incluso, el sentimiento de injusticia podría echar en brazos del Estado Islámico.
Hay, pues, que preguntarse qué tiene Europa de diferente al fanatismo islámico, cuáles son nuestros valores definitorios y cuáles de ellos estamos dispuestos a sacrificar en aras de una seguridad que nadie, por otra parte, está en condiciones de garantizarnos.
¿Queremos dejar de ser tolerantes? ¿Estamos dispuestos a volver a introducir la pena de muerte en nuestros Códigos Penales? ¿Vamos a olvidar nuestras conquistas? ¿Volveremos a negar asilo a los perseguidos? ¿Seremos también partidarios de prohibir las religiones que no se acomoden a nuestra tradición? ¿Querremos definirnos por nuestra raza? ¿Pondremos la venganza por delante del Derecho? ¿Y quién parará a la bestia cuando esté suelta?
Oímos voces agoreras que nos llevan a protegernos con medidas que cambian seguridad por libertad. No la libertad de otros, sino la nuestra. Creo que el camino es el contrario. El fantasma del populismo, y las tormentas xenófobas asolan Europa. Pensemos sólo algo que a mí me parece evidente: para los siniestros designios de los fanáticos, nada mejor que tener enfrente otros ejemplares semejantes. Marine le Pen en Francia, los neonazis en Alemania y en Holanda y en Austria y en Polonia y en Hungría, serían una bendición para el Estado Islámico: sus adeptos serían una multitud
Europa necesita ser más Europa. Tiene que ser el territorio de los europeos, no sólo de sus empresarios, de sus ricos hombres de negocios. Europa tiene que seguir el camino diametralmente opuesto al que ha elegido el Reino Unido de la Gran Bretaña.
Por descontado que habrá que luchar contra el terror, y para eso, también para eso, se necesita repensar la Unión Europea. Todos sus miembros tienen que entender que no hay más remedio que acercar Europa a sus ciudadanos, y ceder soberanía a cambio de colaboración, de coordinación.
Los servicios de Inteligencia no pueden perder el tiempo espiándose unos a otros. Las Policías de cada uno de los países tienen que terminar en una sola organización con informaciones compartidos.
Acuerdos vergonzosos como el de mercadear los derechos de asilo y pagar a terceros por la acogida de quienes huyen de la muerte no pueden volver a repetirse. Europa ha de conseguir estar en el mundo con una sola voz, por encima de los intereses locales.
En la cuestión de la amenaza del terrorismo islámico, nuestras armas son la inteligencia, la prevención, el derecho y la justicia. Lo contrario nos lleva a la barbarie y ni siquiera nos garantiza no ya la victoria, sino la seguridad individual y colectiva.
Quedan las grandes preguntas. ¿Qué tiene que hacer Europa, Occidente entero para terminar con las causas del terrorismo? ¿Cómo se acaba con el Estado Islámico y se evita el nacimiento de un sucesor parecido?
Me gustaría ¡cómo no! tener las respuestas, pero no es el caso. Sólo me vienen a la cabeza más preguntas ¿Por qué todo el Occidente Cristiano colaboró de forma tan irresponsable a la desestabilización del mundo árabe? ¿Se trataba de exportar modelos democráticos o de intervenir en el mercado de los hidrocarburos? ¿Hacemos lo posible por cortar el suministro de fondos a los terroristas, o exceptuamos a regímenes "amigos" como Arabia Saudita? (otra vez el petróleo, y sus dueños) ¿Sadam Hussein era una solución peor que la actual? ¿Muammar el Gadaffi era un individuo más o menos fiable que el caos actual? ¿Bachar el Assad es parte del problema o parte de la solución? ¿Quién arma a unos y a otros?