martes, 8 de agosto de 2017

El turista 1.999.999...

Hace medio siglo.

50 años es una eternidad o un relámpago, eso depende. ¿Recuerdan? En el IV Festival de Mallorca, año 1967, "Los Stop" convirtieron "El turista 1.999.999" en la canción del verano. No tengo las estadísticas a mano, ni ganas de buscarlas. No sé, por tanto, si los dos millones de visitantes habían sido el récord del año 66, o de cinco años antes, o eran nada más el acierto casual de un afortunado letrista. No importa.

Lo que sí importa es que medio siglo después, España va a recibir una cifra descomunal de turistas. Más de ochenta millones. O sea, alrededor de dos visitantes por español, incluyendo entre los españoles a los recién nacidos y al mismísimo Puigdemont.

Y precisamente ahora, los cachorros anticapitalistas que abrevan en los aledaños de la CUP, secundados, lo que no deja ser curioso, por la última generación de antisistema independentistas vascos, han hecho de la contestación al turismo de masas su última bandera. Tratándose e quien se trata, por el momento insultan, amenazan, destrozan, queman. Están a un paso de causar desgracias personales. 

Cuando, además, en el caso catalán, la formación política de la que proceden es imprescindible para que el PdeCat y Esquerra sigan dando la murga, es ilusorio pensar que los responsables políticos pasen de condenas verbales.

No obstante, me da la impresión de que la catadura política de los virulentos opositores al turismo masivo, por un lado, y las bochornosas formas de expresar su desacuerdo con el citado fenómeno, por otro, podrían hacernos perder el equilibrio necesario a la hora de examinar el fondo de la cuestión. Es decir: las cosas no son ciertas o falsas en función de quien las diga, sino por sí mismas.

Un fenómeno que nos cambió.

Dicen los expertos que el desarrollo español de los años sesenta se asentó en tres soportes fundamentales. Es posible que existieran otros factores, pero estos tres, sin duda, fueron claves.

El coste de la mano de obra, bajos salarios, jornadas superiores a las de nuestros vecinos del Norte y nula conflictividad (recuérdese que en ese momento la huelga era delito de sedición según el Código Penal del momento) fueron el imán que atrajo cuantiosas inversiones extranjeras. España disfrutó entonces de la parte agradable del fenómeno de la deslocalización.

La emigración de compatriotas llegó en el 64 a superar los tres millones de trabajadores españoles sólo en Europa. Exportamos desempleo e importamos divisas. Es una realidad que deberíamos recordar cuando oigamos clamar contra la presencia en nuestro suelo de mano de obra foránea.

Y el turismo. El turismo, "La industria sin chimeneas" como alguien lo bautizó, significó no sólo la entrada creciente de divisas, sino el florecimiento de un sector intensivo en mano de obra, conectado con la construcción e, indirectamente, con la imprescindible modernización de infraestructuras viarias, sanitarias, y de todo tipo. Creo, además, que nos puso en contacto con masas cada año más abundantes de congéneres cuyos esquemas mentales, escalas de valores, forma, en definitiva, de estar en el mundo, primero nos asombró y después consideramos como algo digno de imitar.

La obsesión por los récords

Un día nos enteramos de que ya éramos una potencia turística, quintos, terceros, después segundos, y este año, dicen, los primeros del mundo. Nuestras características, nuestro trabajo y una suma ininterrumpida de circunstancias desfavorables para nuestros competidores mediterráneos, nos han llevado a lo más alto de los gráficos. ¿Hay algo más que estadísticas?

La pregunta clave es ¿Primeros en qué? En número de visitantes, por supuesto. ¿Esto es digno de ser celebrado o es el momento de detenerse y dedicar un tiempo, el necesario, para saber qué hay que mejorar, que corregir, que eliminar, que cambiar, que inventar? ¿Tiene sentido preguntarse qué precio estamos pagando por ser los anfitriones de tantos millones de turistas, o es mejor seguir mirando para otro lado?

Partiendo de la convicción de que el récord, cualquier récord no deja de ser un mero resultado, por más que muchos lo quieran convertir en objetivo, hay que llevar a cabo un ejercicio de autocrítica, si queremos evitar morir de éxito.

Porque, lo diga quien lo diga, es evidente que si el modelo actual no cambia, el español medio, no digamos si además habita en zona atractiva para el turismo, soporta cada día mayores incomodidades, no todas inevitables.

Como doy por supuesto que las ventajas, creación de empleo, entrada de divisas, prestigio del país, las conocemos todos, permitidme una excursión por los arrabales menos halagüeños de la industria turística.

Las múltiples caras feas del turismo.

Estacionalización.

Las estadísticas confirman que una buena parte de los ochenta millones de turistas nos visitan en verano, coincidiendo, además, con las fechas preferidas por el español tipo para tomar sus vacaciones.

No es exacto afirmar que ese fenómeno sea inevitable. Lo es, si las cosas siguen como están, pero
¿Y si la oferta turística española diera más peso a valores alternativos al sol y a la playa?
¿Y si se primara la duración de las vacaciones de quienes las tomaran fuera del período estival, aunque para ello hubiera que repensarse, también, el calendario escolar?

Turismo masificado.

Es otro de los aspectos de la estacionalidad ya comentada pero, además, hemos llegado a la masificación 

- Porque se ha primado la cantidad sobre la calidad.
- Porque en el origen, la influencia del sector de la construcción sobre el modelo turístico español se orientó a la venta de viviendas de bajo coste y de hoteles baratos aunque ello supusiera el destrozo irreparable de cientos de kilómetros de nuestras costas
- Porque la presencia de capital español en el sector de los Tour Operator no tiene el volumen que debería corresponderle como primera potencia mundial del turismo.
- Porque en bastantes lugares las Autoridades locales están más pendientes de los intereses de ciertos sectores (bares y restaurantes, por ejemplo) que de los de la población.

En consecuencia, y este verano se nota especialmente, la capacidad de nuestros servicios  y la calidad de sus prestaciones está en situación crítica: ni la sanidad, ni la banca, ni la misma hostelería están a la altura de lo que se supone que tendrían que ser el nivel de la primera potencia mundial del turismo

Pasividad de la Administración

No sólo no creo que falten normas, sino lo contrario. Mi impresión es que sobran muchas aunque falten algunas. Lo que en cualquier caso es evidente que falta es la voluntad política para hacer cumplir la normativa en vigor. Por ejemplo:

- ¿Por qué si una verbena o un festival, o una charanga tiene permiso para desarrollarse hasta las 12 de la noche o las 2 de la mañana, nadie atiende la queja de un vecino que no puede dormir porque a las 5 de la mañana sigue el jolgorio?
- ¿Por qué si en tal o cual punto de la costa el Ayuntamiento limita el uso del traje de baño a las playas y aledaños, no se evita que una manada de británicos borrachos deambule en taparrabos por el centro de la ciudad?
- ¿Por qué sigue sin derruirse el Hotel El Algarrobico?
- ¿Por qué sólo ahora, cuando aquellos grupos de que hablaba al principio empiezan a crear problemas al sector descubrimos que muchos alojamientos turísticos son clandestinos, carecen de cualquier documentación y, desde luego, son opacos al Fisco? No era tan difícil: se anunciaban en Internet.

El Valor de algunos lugares comunes

Prefiero terminar estos comentarios con la nota positiva de recordar afirmaciones que no por sabidas han perdido vigencia.

- España es una potencia indiscutible en patrimonio artístico y cultural. Lograr visitantes para el Museo del Prado, para el Festival de Almagro, para Las Médulas, para nuestros Parques Naturales es mucho más interesante que recibir rebaños de aspirantes a alcohólicos que han oído "Magaluf" pero que tal vez sean incapaces de situar España en el mapa.

- Nuestras cocinas, no importa de qué parte de España hablemos, tienen entidad suficiente como para evitar verse avasalladas por locales de tres al cuarto que sólo aspiran a dar a un visitante sin criterio un mal remedo de lo que puede encontrar en su pueblo.

- La inversión en formación de cuantos agentes intervienen en el sector turístico es esencial: camareros que sepan qué sale de cocina, en qué se diferencia un vino de cosecha de un crianza; guías avezados capaces de desulmbrar al visitante que recorre tu ciudad; tour operadores capaces de competir con sus colegas británicos o franceses; y servicios de la Administración que orienten y apoyen al sector, dentro y, sobre todo, fuera de España.

- Cuando toda Europa al Norte de París está bajo mantos de nieve, España cuenta con un par de cientos de campos de golf en perfecto estado de revista. Oigo que, sin embargo, el número de Campeonatos de prestigio internacional, disminuye. ¿Tan difícil es revertir la tendencia?

- La riqueza folklórica española es inagotable. Va mucho, mucho más allá que la Romería de El Rocío, Las Fallas y Los Sanfermines. Son otro potencial polo de atracción.  

En resumen: podemos y debemos (y si no sabemos habrá que aprender) buscar y atraer un tipo de visitante con mayor capacidad de gasto, que venga motivados por valores superiores al del sol, la playa, el alcohol barato y la fama de que somos tan tolerantes que aquí, como si fuera territorio conquistado, podrán hacer todo aquello que en su pueblo daría con ellos en manos de la justicia.

Un último apunte:

No sé qué me saca más de quicio, si la actitud prepotente de un "guiri" que a la decimosexta vez que viene a España sigue sin saber decir "buenos días", o el papanatismo provinciano del que tolera la arrogancia de un extranjero. Si el extraño que aparca en prohibido en la cara del guardia, o la tolerancia del guardia que no se atreve a multar a un turista alemán.