España encabronada
Me veo rodeado por una ciudadanía soliviantada.
Muerte atroz de un niño a manos, parece ser de la pareja de su padre. Busquen el adjetivo “descalificativo” que mejor les cuadre. Un suceso tremendo que sacude a la sociedad de tanto en tanto desde que el mundo es mundo.
No, no es exacto: mejor sería decir que, por fortuna, este tipo de acontecimientos ocurre cada vez con menos frecuencia. Aunque no es de eso de lo que quería hablar, sino de las pasiones que despierta en la actualidad un horror de esas características.
Llegan a mi teléfono mensajes incendiarios pidiendo que me sume a la exigencia de la prisión permanente revisable, o a la demanda de que la asesina cumpla su pena en su país de origen, porque aquí viviría en prisión mejor que un pensionista en una residencia de la tercera edad.
Quien me envía el requerimiento de prisión permanente revisable carece de conocimientos suficientes para saber si ésta figura penal es más dura o no que una condena a cuarenta años de cárcel.
No importa: él ha recibido el texto y lo circula como un autómata porque así se le ha pedido. Lo llamo, hablo con él y se queda hecho polvo cuando comprueba que antes de hablar de prisión suele ser conveniente, por ejemplo, juzgar al supuesto reo, haya confesado su crimen o no.
La persona que habla de mandar a las cárceles de su país a la presunta asesina, quizás no sabe (algunos de sus comentaristas, sí, o deberían saberlo) que tal petición no está amparada por la legislación vigente, pero lo pide, sin pensarlo dos veces, porque, a su vez, también lo ha oído y se suma, sin más a una petición que le suena bien.
A todo esto, ni siquiera ha pasado el tiempo suficiente para que la presunta homicida haya sido puesta a disposición del Juez. ¿Qué más da? Las redes sociales, bastantes medios de comunicación, la ciudadanía ya la han encausado, revisado y valorado las pruebas, juzgado y condenado.
Sólo falta aplicar la pena. Algunos de los mensajes vislumbran el desencanto que les produce a sus autores el que se haya abolido la pena de muerte; incluso el que no les dejaran a ellos tomarse la justicia por su mano.
¿Sentido de la justicia? En absoluto: sed de venganza, ánimo ejecutor al más puro estilo western. Estamos en pleno reinado de la Ley de Lynch. Peor aún: ni siquiera venganza, sino manifestación exacerbada de un grado insólito de frustración colectiva que busca cada día víctimas propiciatorias para desahogar su furor contra todo y contra casi todos.
Cientos de miles de ciudadanos viven en permanente desasosiego, soliviantados por mensajes tremebundos, la mayor parte de ellos sin fundamento alguno, sin soporte en hechos concretos, sin cobertura legal, sin base teórica consistente. Todos se suman al tremendismo.
El caso de “el pescaíto” no es más que un ejemplo.
Seguimos, por ejemplo, inmersos en el universo de posverdades y noticias falsas referidas al insoportable proceso político catalán. Te llega al teléfono un mensaje en el que se te informa que, por fin “hoy” (quiero decir, ayer: 12 de marzo del 2012) se ha cerrado las falsas Embajadas Catalanas. La noticia es vieja pero para el comunicante es primicia. El mensaje termina con el consabido “Pásalo”
Otro conocido, con conocimientos sobrados para saber que lo que me manda es mentira, me informa de que se quiere hacer llegar al tal Jordi Sánchez al Parlament como sea porque le tienen preparado un apartamento en su interior donde podría vivir tranquilo "sine die" “porque la Policía no puede entrar en el Parlament”(¿?)
Él sabe que, desde luego, las fuerzas del orden pueden entrar en el Parlamento y en la Catedral de la Almudena, llegado el caso. Lo sabe pero se comporta como si no lo supiera. ¿Por qué? Porque no importa la verdad; importa enardecer al ciudadano que no ve con buenos ojos al otro bando. La disculpa suele ser que “ellos vienen haciendo lo mismo desde hace años”, con lo que la receta parece ser igualarse a los malos.
Y el ciudadano medio no se toma el respiro suficiente para pensar por sí mismo y traga como píldoras de vitaminas lo que son grajeas venenosas.
Informes precisos, aunque discrepantes entre sí, te informan de lo que va a ganar de por vida éste o aquel político secesionista huido de la justicia “con tus impuestos”.. O de lo que se han llevado del erario público en ayudas insólitas una lista interminable de individuos con nombres de inequívoco origen musulmán.
Nadie lo demuestra, nadie lo comprueba, todos o la mayoría, lo creen. La indignación sigue creciendo.
Y, día tras día, el ciudadano se angustia, se solivianta, toma partido sin saber muy bien por qué, se suma a causas que nunca debieron de ser suyas, colabora sin pensarlo en hacer que la sociedad en la que vive sea un poco más incómoda, más crispada, más violenta en definitiva, que la víspera.
El papel de cada uno los motores de la crispación.
Los medios de comunicación.
Hace un par de días publiqué en facebook un ejemplo de la falta de rigor de cierta prensa que pasa por ser seria: la mañana siguiente al descubrimiento del cadáver de Gabriel estos eran los titulares:
"La Guardia Civil cree que Ana Julia Quezada, detenida por la muerte de Gabriel, actuó sola" ("El País" del 12 d marzo).
"La Guardia Civil sospecha que la asesina de Gabriel Cruz no actuó sola" ("El Mundo" del 12 de marzo)
Para mí que aún hay otra posibilidad bastante realista: La Guardia Civil considera prematura cualquier opinión al respecto.
En todo caso, uno o los dos diarios no publicaron la verdad, y uno de ellos ya califica a la mujer de asesina, antes de haberse sentado ante el Juez.
¿Hay base para pensar que este ejemplo es suficientemente significativo de un modo poco riguroso de ejercer una profesión clave en la formación de la opinión pública? ¿Habremos entrado en el ciclo en el que la prensa pone por delante la venta de ejemplares a cualquier otro objetivo?
En cuanto a la televisión, sólo hace falta repasar opiniones de tertulianos, ése raro especímen capacitado por algún prodigio de la genética para pontificar cada mañana sobre un tema diferente, para verificar hasta qué punto resulta difícil formarnos nuestras propias opiniones sobre la base de la información que nos suministra la pantalla.
Esta mañana, por ejemplo, he oído insinuar que una posible forma de acometer el espinoso asunto de las pensiones, sería “limitar” las pensiones máximas “porque su importe es superior al de muchos salarios”.
Magnífico ¿Sin tener en cuenta lo que los pensionistas cotizaron? ¿Sin pararse a pensar por qué los salarios siguen siendo más bajos que cuando empezó la crisis y qué habría que hacer para remediarlo?
¿Y si quien así hablaba era portavoz de intereses todavía poco dispuestos a decir lo que de verdad piensan, que no es otra cosa que dinamitar el actual sistema de pensiones y hacer pivotar el futuro económico de los viejos en el ahorro privado?
Y volviendo al caso del niño asesinado, tampoco parecen un ejemplo de serenidad y sensatez los reportajes emocionales transmitidos desde el terreno por locutores en los que, además que su más que demostrable desconocimiento básico del idioma, transitan por un mundo de emociones primarias muy lejos de la objetividad, la calma y la ponderación.
Los Poderes Públicos
En los tiempos que corren, me parece a mí, que todos, desde el Presidente del Gobierno al Alcalde de la localidad que toque, pasando por el Ministro del ramo afectado y por los líderes de las restantes formaciones políticas, suelen reaccionar en todos los casos que merecen la atención de los medios con una desmesura sospechosa de electoralismo.
Es posible que lo que voy a decir a continuación no me haga el más popular de la red, pero me trae sin cuidado, porque no entra en mis cálculos aprovechar una popularidad que no busco para fin político alguno.
No creo que la presencia del Ministro del Interior en los funerales de cualquier ciudadano que pierde la vida en trágicas circunstancias, ayude en nada a la disminución de la criminalidad. No creo que el sueldo del Ministro se pague por funerales, sino por dirigir a quienes investigan.
Una cosa es lo público y otra, lo privado. Si un atentado terrorista, por ejemplo, provoca muertes, entiendo lo de los tres días de luto oficial. Si los fallecidos lo han sido en un accidente de circulación, o víctimas de la saña de un asesino, no importa que sean uno o cuatro, estamos ante sucesos de carácter privado, en los que el Ayuntamiento no tiene por qué adoptar decisión alguna.
El problema es que empezado el melón, el Alcalde que no se someta a la moda será tachado de insensible, de rojo o de facha, según de qué tendencia sea el difunto o difuntos.
Peor, desde luego, son las proclamas que alguna vez oímos en las que representantes del poder ejecutivo, versión municipal, autonómica o estatal, parecen querer condicionar las decisiones que por definición corresponden a otro de los poderes del Estado, el Judicial, en concreto.
Porque, no nos engañemos: la mayoría de nuestros sedicentes representantes sólo creen en la independencia judicial, cuando el contenido de la Sentencia coincide con su punto de vista. Y en algún caso clamoroso hasta se entrevé la querencia a poner a órdenes a los Jueces. Por el bien de la gente, se entiende.
Y, en cuanto, a los líderes políticos, ¿por qué no se callan de vez en cuando? Siguen tratando de aprovechar cualquier desgracia como la de Gabriel Cruz para llevar las aguas a sus respectivos molinos electorales. Exacerban la sensibilidad de los ciudadanos que en los últimos tiempos está a flor de piel y terminan provocando la histeria generalizada en ámbitos cada vez mayores.
Están todos tan preocupados por el corto plazo que se revelan incapaces de debatir el futuro, porque más allá de la próxima cita electoral sólo hay vacío. Por eso en materias tan trascendentales como la Educación, o la Legislación Penal, se toman posiciones en función no del interés general, sino de lo que digan las encuestas o lo que predigan los estrategas del Partido.
¿Resultado? Lo ven pero no saben interpretarlo: según esas encuestas que tanto les preocupan, ellos, Los Políticos, son percibidos como uno de los primeros problemas de España. No les preocupa porque “Los Políticos” son todos, y si son todos no son ninguno. Viven al borde del precipicio, ignorando, despreciando al ciudadano, mientras se insultan unos a otros que es una de las cosas que más les gusta y mejor saben hacer.
Las redes sociales
Y de fin de fiesta, las redes sociales como depósito y correa de transmisión de emociones incontroladas movidas por energías insospechadas, basadas, las más de las veces, en medias verdades o en mentiras clamorosas.
Juicios de valor, argumentos “ad hominem”, bulos intencionados, proposiciones descabelladas. He aquí un par de ejemplos de lo que ha corrido por las redes a propósito de la desaparición de Gabriel:
- Se rumorea que el niño se lo han llevado dos marroquíes en una furgoneta blanca. Esa misma tarde la Guardia Civil tiene que intervenir para poner fin a varios altercados.
- Se difunde un cuadro de fotografías tipo carnet en una de las cuales aparece el padre de Gabriel. Son todos militantes de “Podemos”. Poco después algunos mensajes parecen indicar que, siendo así, la cosa cambia: “no son de los nuestros”, “a saber en qué andarían metidos”.
La madre del niño asesinado ha hecho circular un mensaje enternecedor, lleno de dolor y de sensatez, de bondad. No importa: más papistas que el papa, cientos de miles de energúmenos cibernéticos siguen pidiendo sangre, poniendo en circulación textos rodantes pavorosos pidiendo que tú también seas un eslabón más de la locura.
Y lo malo es que, a veces, antes de haberte parado a pensar ya has pulsado la tecla que sigue dando cuerda al mecanismo del odio y la sinrazón, y has colaborado a que uno, tres, veinte ciudadanos más reciban una banderilla de cólera en su espalda.
¿Presunción de inocencia? ¿A estas alturas? ¿Pero es que somos estúpidos? “todo el mundo sabemos que esa tía, que encima es inmigrante, es una asesina, así que duro con ella”. Si por muchos fuera, ni juicio ni nada. Al cubo de la basura siglos de lento progreso hasta llegar a la civilización: una buena cuerda, una rama de un árbol y se acabó la presente historia.
¿O usted, lector, no conoce a más de media docena que no es que lo piense, es que ni siquiera se recata de decirlo alto y claro, para que se vea cuán acendrado es su espíritu justiciero?
¿Qué podemos hacer?
¿Cómo? ¿Es que no está claro? Pensar antes de hablar. Tomarse un tiempo antes de divulgar cualquier supuesta noticia cuya veracidad no te conste y con cuyo contenido no estés absolutamente de acuerdo.
Y pasar al contraataque: contestar a quien trata de soliviantarte, decirle que si está seguro de lo que dice, y llegado el caso, enfrentarlo con su propia responsabilidad.
Hay veces en las que el silencio es también culpable