jueves, 14 de diciembre de 2017

De Tribunales e indultos

La vida sigue igual
Vuelvo a España después de tres semanas en México. Veintiún días intentando explicar a mis muchos amigos mexicanos de la forma más sencilla posible qué estaba pasando en Cataluña y por qué algunas de las sencillas soluciones que sugerían había que descartarlas.

Vuelvo, pues, como digo, a España y, como cuando uno retoma la contemplación de un serial interminable, verifico que no hay nada más sencillo que seguir el hilo de lo que aconteció ayer por la tarde, saltándose los capítulos correspondientes a veinte días.

Todo sigue igual. No peor, quizás porque sea difícil de conseguir, pero tampoco mejor. Puigdemont en su refugio belga, mintiendo como de costumbre; políticos que juran que nunca volverán a hacerlo, y reinciden en cuanto llegan a la acera de enfrente de la cárcel; candidatos iracundos insultando a sus adversarios; Profesores equidistantes haciendo el juego a quienes aseguran que nunca serán sus aliados; líderes afines que se apuñalan cuando han sospechado que los únicos votos en disputa son los que logres arrebatarle a quienes tienes más próximos, a quienes deberían ser tus aliados naturales.

Y ocurrencias, muchas ocurrencias sólo entendibles en clave electoral.

El mantra de la judicialización
Gente que sabe lo que dice pero que no suele decir lo que sabe, reitera machacona, que la judicialización del problema catalán no ayudará a resolverlo.

Por supuesto que no, ni tiene por qué. El fondo de la cuestión es cultural, es social, es ideológico, es sentimental, es emotivo, es, por encima de todo político. Por tanto, sólo cambiando, interviniendo, si preciso fuere, las claves educacionales, los resortes de la comunicación, fortaleciendo el rigor en los debates académicos, confrontando planteamientos y soluciones políticas, podrá entreverse el principio del fin del problema. 

Si todo eso se lleva a cabo, tal vez dentro de dos generaciones haya soldado la fractura social, familiar, sentimental que cuatro décadas de miopía, tres de intereses bastardos y una de despropósitos políticos desde ambas riberas del Ebro nos han dejado encima del tapete. 

Porque no nos engañemos: ni siquiera los secesionistas habrían sido capaces ellos solos de llegar a donde han llegado, sin la miopía, la abulia, la falta de iniciativa  del Gobierno de la Nación. No sólo este último, por si alguien no sabe a qué atenerse.

No obstante, mientras tanto, algunas docenas de ciudadanos se han puesto libre, consciente y decididamente, fuera de la Ley. Gastaron dineros que eran de todos en fines declarados ilegales por los Tribunales, ignoraron cuantas decisiones judiciales les resultaron contrarias a sus intereses, infringieron normas de todo rango, desde el más modesto hasta el más alto nivel, la Constitución. 

Las Leyes que quebrantaron, no eran fruto del capricho de un sátrapa. No las había impuesto un dictador. Eran el bagaje afortunado de los primeros 40 años de democracia que disfrutaba España en toda su historia y estaban basados, al final, en una Constitución que en Cataluña se votó más que en ningún otro punto del país.

Por consiguiente, mientan lo que mientan sacamuelas maleducados, griten donde griten los manipuladores, en España, como en el resto de las pocas democracias que hay en el mundo, cuando se infringe la Ley, se termina ante los Tribunales. Sus sentencias gustarán a unos y molestarán a otros. No están pensadas para eso, ni para solventar los problemas que pueden estar debajo, encima o al lado de los comportamientos de los acusados.

Las Sentencias procuran, nada más y no es poco, restaurar le legalidad quebrada y aplicar las penas que las propias Leyes han previsto, para las conductas delictivas. Caiga quien caiga.

Eso, señores voceros y palmeros del secesionismo, no es judicializar el problema: es aplicar la Ley a los delincuentes. Delincuentes comunes, como comunes son la Leyes que han infringido, si así se prueba.

Y Luego oímos hablar de indultos generosos
Se va a juzgar a unos ciudadanos por delitos tremendos, sebelión, sedición, malversación, prevaricación, y antes de que comience el juicio ya se han oído algunas desafortunadas voces reclamando el perdón, el indulto ¿por qué no la amnistía? para los responsables de los desafueros legales cometidos.

Larga tradición tiene la prerrogativa regia del indulto. Milenaria. Por so es tan fácil descubrir cuándo procede pedirla y cuándo su sola mención levanta ronchas en la sensibilidad del común de la ciudadanía.

Se indulta cuando el condenado (el condenado, no el procesado) lo es en virtud de una Ley manifiestamente injusta, o cuando las circunstancias personales del reo hacen palpable la desproporción entre falta y castigo, o cuando el acusado lo fue ante Tribunales lacayos de dictadores que aplicaban en sus Tribunales Leyes autocráticas que castigaban la disidencia. Entonces, desaparecido el Tirano, derogadas sus Leyes, se excarcelaba a las víctimas de la tiranía. (Muchos de los que ahora trinan contra España no habían nacido cuando en su pueblo se castigaba hasta el pensamiento, pero ¿qué saben ellos? Han oído palabras altisonantes, insultantes y las aplican a diestro y siniestro)

¿Se dan en estos momentos circunstancias que justifiquen el indulto? ¿Los imputados han manifestado síntomas de arrepentimiento que permitan suponer un cambio de actitud a su vuelta a la sociedad? Desde luego que no. No lo digo yo, lo dicen los mismos implicados.

¿No será, al contrario, un incentivo para delinquir el que se olvide cuanto han hecho, los gravísimos daños causados, las infracciones intolerables de la legalidad?

En resumen:

- Respetemos los ámbitos de la política y los de la Justicia y dejemos que cada uno procure cumplir su papel de la mejor manera posible.

- Ni una palabra más sobre indultos o amnistías, mientras aún están en el aire los despropósitos de quienes hoy mismo, unos en la cárcel, otros huidos y los más delante de sus micrófonos siguen persistiendo en sus tesis, embaucando a masas fanatizadas.


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