jueves, 2 de noviembre de 2017

El ruido

Demasiado alboroto
¿Qué mente es capaz de aislarse del ruido ambiente tanto como para enjuiciar con serenidad, a la sola luz de la razón lo que acontece a su alrededor? La mía no, desde luego.

Confieso mi complicidad en generalizar algo de lo que abomino: la simplificación complaciente de los hechos en base a la distribución de estereotipos que no son sino malas caricaturas de una realidad no siempre asequible.

Me gustaría, ya sé que es imposible, dar marcha atrás y borrar mi contribución al desconcierto. Sí, yo también he circulado mensajes simplistas, y lo siento, porque si algo sobra en estos momentos es eso, esquematismo, lugares comunes, lemas y banderas. Sí, también sobran banderas si han de usarse las unas contra las otras como si fueran lanzas.

¿Y si el ruido tuviera su propio valor?
Aunque a veces tiendo a pensar que tal vez no todo sea pasión, incluso lo que parece su quintaesencia. ¿Y si el ruido, el exceso de ruido, quiero decir, fuera un elemento clave del planteamiento? ¿Y si la llamada directa al sentimiento, orillando la razón, fuera una estrategia acorde con el núcleo duro de la doctrina?

Pasan los años y es ahora, más de tres cuartos de Siglo después, cuando es fácil advertir la paupérrima base teórica del fascismo ¿Qué habría sido de Europa, del mundo, si en los años 30 la razón hubiera arrinconado al sentimiento? ¿Qué habrían dado de sí Hitler, Mussolini, sin los símbolos, sin los himnos, sin las banderas, sin los saludos, sin los desfiles? ¿Qué sería, por tanto, de los nacionalismos si los pasamos por el tamiz implacable del razonamiento?

El último ejemplo: Puigdemont en Bruselas  
Me veo circulando chascarrillos alusivos a la supuesta "espantá" del Honorable. ¡Ha sido tan fácil...! Las ratas que abandonan el barco, la huída vergonzosa, etc. etc., todo adobado por imágenes más o menos ridiculizantes. Pero ¿Y si detrás hubiera algo más?

Me parece a mí que en la trastienda del folklore callejero de cualquier signo ha habido dos factores determinantes de los últimos pasos del independentismo: por una parte, la salida de Cataluña de casi dos mil empresas. Poco hay que comentar. El efecto sobre la economía catalana es demoledor, se diga lo que se diga. Su impacto en términos de desprestigio, aún mayor. Por otra parte, el frontal e interesado rechazo europeo al proceso independentista ha sido tan evidente que el sueño de la independencia (¿qué país es independiente si no lo reconoce la comunidad internacional?) se aleja sin remedio.

Así las cosas, el Estado Mayor del movimiento secesionista percibe que es necesario dar algún paso atrás, aunque ello no implique abdicación de ideas ni pérdida de objetivos. Reparto, pues de papeles: unos se quedan guardando la casa, aparentando moderación, encabezando listas electorales y otros hacen como que escapan concitando sobre ellos las iras y las risas.

Me lo planteaba un viejo amigo desde la periferia de Barcelona. "Te estás equivocando en el análisis. La marcha de Puigdemont y los suyos no ha sido una escapada improvisada.Todo estaba escrito, lo que desde Madrid se ve como huída vergonzante, desde el bando secesionista se ve como una burla al Gobierno, así que eso no va a tener penalización electoral" (Como no la ha tenido la corrupción, pensé)

Aunque no se debe jugar a aprendiz de brujo 
El mismo amigo me comentaba algo que a él, y a mí, desde luego, le preocupaba: la creciente polarización de las masas. Cada manifestación que se convoca son más quienes al final del desarrollo pacífico del evento alteran el orden público. Si la marcha es independentista, crece el número de elementos venidos quién sabe de dónde, activistas de la lucha callejera vasca, antisistema de media Europa. Si los convocantes defienden la unidad de España, también aumentan los grupos de la ultraderecha nacional y extranjera. 

Y es que en tiempos de crisis, se alimentan los radicalismos. En los años 30 sólo los nacionalsocialistas o los fascistas de un lado, y los comunistas de otro iban con la cabeza alta. Al resto, a los tibios, los vomitará Dios como dicen los textos sagrados. Sólo un apunte: al término de la confrontación, cerca de 50.000.000, sí, ¡cincuenta millones! de seres humanos habían perdido la vida.

¿Hemos vuelto al terreno de la razón?
Sí, pero menos. Paralizar la deriva y convocar elecciones eran dos pasos indispensables. Si debió hacerse antes o no, es irrelevante, porque ya no tiene remedio. Lo que ahora cuenta es cómo afrontar el proceso electoral y qué hacer al día siguiente.

Oigo voces y leo textos demandando una candidatura única que represente a quienes no quieren independizarse. Hay razones para ello. Yo, sin embargo, creo que sería un trágico error. Unir bajo las mismas siglas a Partidos cuyo único punto en común es el rechazo a la independencia es dar otro aval importantísimo a la tesis de que las próximas elecciones vuelven a ser plebiscitarias.

El frentismo impide matices. ¿Qué otro punto programático, salvo la defensa de la Constitución, que no es poco, por otra parte, cabe detrás de una candidatura donde estén gentes del PP y del PSC, por ejemplo? Es un planteamiento reductor. Las elecciones no servirían sino para contar quiénes están a favor y quiénes en contra de la independencia. Y hay quienes llevan y llevamos años diciendo que los últimos gobernantes de Cataluña se han olvidado de todo menos de la malhadada independencia.

Lo que, desde mi punto de vista, sí sería imprescindible es configurar desde ahora mismo otro frente: el de los que no importa cuál sea su ideología estén dispuestos a trabajar codo con codo para restañar heridas, soldar fracturas y eliminar cicatrices. Los amigos distanciados deben volver a serlo cuanto antes; las familias deben seguir siéndolo, la sociedad no puede vivir a diario al borde del abismo.

Justicia y Política
En los tiempos que corren oímos a diario a líderes proclives a la independencia protestar por el procesamiento de ciertos políticos con el consabido argumento de que los Tribunales no podrán jamás resolver problemas políticos.

Es cierto, desde luego. Como que se trata de ámbitos distintos llamado cada uno a solventar problemas diferentes. No obstante, pretender que al hilo de esta verdad, hurten la acción de la jusicia quienes son procesados por infringir la legalidad vigente, es engañar con la verdad.

Cuando a diario se oyen manifestaciones altisonantes, lindantes con frecuencia con el insulto, ya sea en sede parlamentaria o ante los medios de comunicación social, cuando se escucha a personajes como el Sr. Rufián, o el Sr. Tardá barbarizando sin que a nadie se nos pase por la cabeza que deban ser encarcelados, es evidente que aunque les gustaría que fuera de otra manera, en España sigue vigente el principio de separación de poderes. Sus libertades son la mejor prueba.

Mis consabidos puntos finales.

La comunidad docente debe volver a la búsqueda de la verdad y del conocimiento. Tiene que abandonar el adoctrinamiento simplista. La libertad de cátedra no ampara la mentira deliberada

La información ha de ser tan libre y tan plural como la colectividad a la que va dirigida. Cualquier censura es execrable, no importa en nombre de qué se ejerza.

La corrupción, no importa dónde anide, tiene que ser perseguida a muerte. Ni el ideal de la independencia puede ampararla

En un régimen democrático, la división de poderes es incuestionable. Por tanto, las consecuencias de la desobediencia a las Leyes son materia a solventar en Tribunales. ¿Recuerdan la apostilla "Hágase justicia y derrúmbense los Cielos"? 

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