En el nacimiento del 2014
¿Feliz 2014?
La noche de fin de año del 2013, me sorprendió en Munich paseando por la margen derecha del canal que va desde el Palacio de Nymphenburg hasta el Pabellón del Cazador. Íbamos mis cuñados Carolina y Juanjo, residentes en la vieja München desde hace demasiados años como para dar noticia exacta del dato, mi mujer y yo, atentos a cuanto pasaba a nuestro alrededor. Terminaba un año para olvidar. Aquí y allí.
Una temperatura más propia de climas mediterráneos que de la que cabe esperar en Baviera en diciembre, ausencia total de viento, cielo estrellado y apenas algunas finas láminas de hielo en ciertas zonas del canal, invitaban a un paseo tranquilo. Cientos, miles tal vez, de muniqueses, se habían acercado como cada año a quemar sus fuegos artificiales, sus bengalas, sus tracas, al borde mismo del agua. A medida que se acercaban las 12 de la noche, se incrementaban las luces de cien colores reflejadas en el canal, los estampidos de centenares de cohetes, petardos y cuantos artilugios ha sido capaz de producir la industria pirotécnica. Aumentaba también el consumo de cerveza, de vino, de champán. El momento exacto del cambio de año no necesitó de campanadas. Cientos de relojes indicaron el momento de la apoteosis final. El cielo se cuajó de luces y el aire de olor a pólvora quemada.
Quince minutos después, apenas algún estallido aislado nos indicó que era la hora de emprender el retorno.
En algún momento, me dio por pensar que era una buena ocasión para desear todo aquello que me gustaría que ocurriera en el nuevo año. ¡¡Feliz 2014!! Un tópico que se repite, que repetimos, que nos repetimos unos a otros, año tras año, para verificar 365 días después cuán vana era nuestra ilusión de hacía un año.
¿Qué pedir?
Soñar es gratis, y tener buenos deseos también.
¿Por qué no pedir a lo grande? ¿Por qué no anhelar que dejemos de matarnos unos a otros como auténticos suicidas? ¿Por qué no querer que las creencias en un Dios o en otro, o en versiones distintas del mismo Dios, o la falta de creencias, deje de ser razón para degollar al vecino? ¿En qué clase de Dios hay que creer para estar convencidos de que a los ojos de ese Ser es agradable la muerte de un semejante?
¿Por qué hay que obstinarse en mantener que hay un sexo que tiene derecho de vida y muerte sobre el otro? ¿Cómo es posible que los machos olviden que los parió una hembra?
¿Cuándo aprenderemos que una frontera nunca une, que no es más que una raya convencional pintada en un mapa, que ha cambiados de lugar docenas de veces a conveniencia de quienes viven de embaucar crédulos? Recordemos a Albert Einstein "El nacionalismo es la enfermedad infantil de la Humanidad". ¿Entenderemos algún día que una bandera no es más que un paño de colorines, algunas veces inventada para la ocasión y que jamás valdrá una vida humana?
Reflexionaba yo sobre evidencias tan palmarias como que, pese a los miles de millones de habitantes que ha llegado a haber sobre La Tierra, ésta aún es capaz de albergar ¡y de suministrar alimentos! a bastantes miles de millones más de semejantes, y que si nos diera por ordenar nuestros valores de forma racional habría suficiente para todos. Tan sencillo como poner por delante del beneficio, el derecho a la vida. Y me dio por desear, además, que 2014 sería un buen año para emprender la lucha contra el hambre.
Y contra la enfermedad, que si hemos sido capaces de llegar a la luna y trasplantar un montón de órganos, no debería ser tan difícil descubrir el remedio, los remedios, para enfermedades terribles que se ceban en quienes no tienen dinero para comprar las medicinas que podrían salvarles, y que tal vez por eso, porque nunca serían rentables, no llegan a descubrirse.
Así, siguiendo el hilo de mis pensamientos, caí en la cuenta de que para que mis deseos se hicieran realidad, habría que acabar con demasiadas cosas. La intolerancia, la codicia, el ansia de poder, la mentira tendrían que ser erradicados. ¿Cuántos que lo han intentado no han terminado por dar con sus huesos en el manicomio o en el patíbulo, a manos de quienes dicen defendernos?
Habrá que ser más modestos.
Así que me dije que por mucho empeño que pusiera, difícil iba a ser que se cumplieran mis deseos. Tal vez, si sólo me limitara a España...
Otra vez parecidas dificultades. ¿Qué milagro sería preciso para que nuestra clase política cumpliera con su obligación? Tampoco es mucho pedir: honradez, trabajo, veracidad y tolerancia. Bastaría con que recordaran sin reírse que nos deben sus puestos y sus sueldos, y que actuaran como dijeron que lo iban a hacer. Todos.
Luego recordé que sin mentiras resultaría imposible seguir adelante con los despropósitos. En una época en que es imprescindible ir hacia unidades geopolíticas cada vez mayores, ¿cómo se puede alentar la división sin mentir? Ahora, cuando más necesaria es la solidaridad ¿por qué asistimos estupefactos al patético espectáculo de debates miserables en los que el único argumento, el que todo lo tapa, es "y tú más" ? El interés general no cuenta, se predica el consenso pero se busca la adhesión. Se habla del "bienestar de todos los españoles", pero se defienden los sacrificios de los demás como el único camino para mantener o aumentar los propios privilegios.
En la noche de Año Nuevo soñaba con un país en el que la clase dirigente fuera intachable, los banqueros prestaran dinero (¿será posible que esto sea tan difícil, cuando es la esencia misma del negocio? No: ahora los Bancos piden prestado dinero barato a algo que creo que se llama Banco Central Europeo y compran deuda pública española que paga intereses ocho veces superiores, deuda que será devuelta con cargo a nuevas emisiones a pagar por las próximas generaciones).Recordaba el tiempo en el que los Sindicatos se dedicaban a defender los intereses de la clase trabajadora, las organizaciones empresariales decían alguna verdad de vez en cuando y los ciudadanos pagaban sus impuestos aunque no les gustara, etc., etc.
O sea, que tampoco estaba ya muy seguro de que el 31 de diciembre de 2014 España hubiera avanzado demasiado.
Al menos, esto es posible.
¿Y si cada uno de nosotros nos comportáramos como si fuéramos los únicos responsables de cuanto está pasando? Seamos cordiales con quienes tenemos cerca, ayudamos en lo que podamos a quienes sepamos que están al borde del colapso. Dejemos de odiar a quienes no piensen como nosotros, o tengan un color distinto al nuestro. Admitamos que no siempre son los otros lo que tienen la culpa de todo. No emprendamos guerritas domésticas que puedan ser evitadas con una sonrisa a tiempo, cumplamos con nuestras obligaciones cívicas y, eso sí, no dejamos de quejarnos de los desmanes de los que tengamos noticia cierta. Hagámoslo donde debe hacerse, que caminos hay, aunque sean estrechos y dudemos de su eficacia.
No sé hasta dónde llegaremos, pero, visto lo visto, tampoco creo yo que dentro de un año, si seguimos este camino, podamos estar peor que ahora.
¿Feliz 2014, amigos, ahora sí!