Donald Trump: un peligro real
No sería la primera vez
Olvidar la Historia supone el riesgo de repetirla. Los años 20 fueron terribles para Alemania. Desempleo, frustración, depauperación, sensación de humillación ante los vencedores de la I Guerra, inflación galopante, descrédito de la clase política, desintegración del Estado, movimientos sociales prerrevolucionarios, miedo al futuro...
Escenario ideal para que un visionario sin escrúpulos enardeciera a las masas con soflamas incendiarias. Identificó al enemigo -los judíos, los comunistas, los pueblos eslavos- prometió dominar el mundo y colocar a Alemania a la cabeza de la Humanidad durante varias eternidades.
Y nació el III Reich, el Reich del Milenio. El sueño, la pesadilla, duró un cuarto de Siglo. A su término, más de 40 millones de seres humanos habían muerto.
¿Qué había pasado? Alemania era entonces, pese a su desastrosa situación económica y social, el país más culto de la Tierra, pero las viejas élites -alemanas y mundiales- erraron clamorosamente a la hora de valorar el nacionalsocialismo.
Hitler había sido muy claro. ¿Han leído "Mein Kampf"? Ahí estaba todo: sus ideas, sus planes. No era un libro de teoría política; o no sólo eso. Era un programa de gobierno, pero nadie lo tomó en serio.
Los desheredados, que eran legión, creyeron que el nuevo régimen sería su salvación. Las grandes fortunas pensaron que lo primero era alejar el fantasma del comunismo, el que recorría el mundo de entonces, y que, cuando llegara el momento, domesticar a un advenedizo habría de ser cosa sencilla. Era sólo un cabo inexperto, un pintor de acuarelas con ciertas dotes oratorias.
Los líderes de las potencias democráticas cedieron y cedieron y volvieron a ceder, porque también ellos creían que Hitler era un fenómeno pasajero con el que se podría contemporizar.
¿Y Donald Trump?
Que cada cual elija el epíteto que mejor le cuadre. Desde excéntrico a racista, pasando por el que mejor se acomode al gusto del consumidor. No, no cualquiera: ni payaso, ni tonto. No caigamos en errores conocidos.
Trump sabe lo que quiere y se está comportando, además, como quien sabe cómo conseguirlo. Mensajes elementales, de una simpleza descarnada, directos a la parte emocional de sus oyentes. Grita lo que sabe que gusta oír, porque conoce su país y ha detectado la insatisfacción del ciudadano medio.
Los Estados Unidos hoy, no son la Alemania de la entreguerras, por suerte para sus ciudadanos, pero se dan suficientes semejantes como para que salten algunas alarmas.
Norteamérica, Detroit es un símbolo, amenaza con convertirse en un desierto industrial. China es ya en algunos índices la primera potencia mundial. Los blancos, anglosajones y protestantes es posible que ya sean la mayor minoría del país. El atentado de las Torres Gemelas descubrió al atónito contribuyente que su país es vulnerable. El fantasma del islamismo radical es el nuevo comunismo de S. XXI.
¡Y los emigrantes! Imprescindibles para mantener la competitividad de la agricultura sureña y para tantas otras cosas más, pueden ser, pese a todo, los nuevos judíos: culpables del desempleo a los ojos del votante desinformado, importadores de drogas, delincuentes, marginados y fácilmente identificables. No importa cuánto haya de falso en estos clichés: tampoco los judíos eran quienes decían los nazis, y los alemanes lo creyeron. Sí, lo creyeron y llevaron en volandas a Hitler hasta el Reischtag
Así que muchos creen que las recetas de Trump podrían aliviar la suerte de los más de 40 millones de norteamericanos que viven bajo el umbral de la pobreza (umbral americano, desde luego, pero todo es cuestión de proporciones). Otros babean de gusto imaginando el resurgir industrial de su ciudad, la recuperación de la supremacía mundial en todos los campos y están dispuestos a transigir con las consecuencias que, incluso para ellos, traerían ese tipo de políticas.
Habla de volver a traer a USA las empresas que marcharon al Extremo Oriente en busca de bajos salarios. Habla de sellar la interminable frontera del Sur. Habla de prohibir la entrada de musulmanes en los Estados Unidos. Induce, incluso, a la violencia contra quienes pongan en cuestión sus planes. ¿De verdad creemos que esto es nuevo? ¿De verdad creemos que son gansadas propias de un mitinero exaltado?
Llegado el caso, claro que nos afectaría a nosotros
Porque a los europeos nos considera blandos, trasnochados, incluso degenerados, tolerantes, irresolutos, poco dignos de confianza.
Él prefiere a personajes de su calaña, como Vladimir Putin, que es también europeo pero de otro jaez. Él no templaría gaitas a la hora de exigir el sometimiento a sus políticas, porque quiere ser, como otros antes que él, el amo del mundo.
Él trastocaría las reglas del comercio internacional en su propio beneficio, exigiría nuestra participación activa en sus guerras, en sus aventuras, que las habría, sin que pudiéramos hacer otra cosa que pensar "quién lo iba a decir; cómo es posible que hayan elegido un Presidente como él".
Pagaríamos las consecuencias sin habernos dado la oportunidad de votar por él o por otro.
Permitidme algunas ligeras modificaciones en el conocido poema falsamente atribuido a B. Brecht:
Vinieronpor por los chicanos
pero no me preocupé porque yo no soy chicano.
Luego fueron por los musulmanes
pero no me preocupé porque no soy musulmán.
Más tarde fueron por los homosexuales
pero no me preocupé porque no soy homosexual.
Ahora vienen por mí: ahora ya es tarde.