lunes, 15 de agosto de 2016

Esperando a Godot

La política, el teatro, del absurdo.

En la primera escena de "Esperando a Godot", dos personajes esperan a un tercero. Esperan a Godot, sin saber si va a venir, sin tener noción exacta de quién es, ni de cuándo vendrá, ni para qué. No saben, siquiera, si la cita es ese día u otro, o si la convocatoria es en firme. Ni siquiera recuerdan quién llamó a quién.

La obra es quizás la más representativa del teatro del absurdo en su variante más desesperanzada. Por ésta y otras composiciones similares -"Final de partida", por ejemplo, y algunas novelas que tardaron en ver la luz- Samuel Beckett recibió el Nobel de Literatura. Consecuente con su forma de estar en el mundo, Beckett no se dio por enterado.

Los protagonistas de la obra, vayan ustedes a saber por qué, me recuerdan a dos de los estáticos figurantes del momento político español.

¿Se imaginan al Sr. Rajoy y al Sr. Rivera, cabe un árbol desnudo de hojas, seco, escuálido, solitario, presidiendo un incierto cruce de caminos, manteniendo una conversación transida de desesperanza, plagada de sinsentidos, repetitiva, agobiante?

Necesitan a Godot-Sánchez, pero no saben si ha de venir, si les ha llamado, si la cita es para hoy, para mañana, para... quién sabe cuándo. Tampoco están seguros de que hayan acertado con el lugar de la espera, pero, sobre todo, ni uno ni otro tienen la menor idea de qué pueden esperar del encuentro.

Godot

Todo indica que existe. Hay fundadas razones para asegurar que en alguna parte, no importa cuál, alguien está en camino de algún destino. Es posible que él sepa cuál es su meta; incluso cabe en lo posible que no esté solo y de que quienes le acompañan sepan dónde va y qué piensa hacer.

Quienes le esperan intuyen que le necesitan pero no parecen encontrar la forma de ponerse en contacto con él, tal vez porque, de encontrarlo, tampoco sepan que tendrían que decirle ni qué esperan oír. 

O sí. ¡Es todo tan confuso! Pasan las horas, los días, las semanas, Godot no llega, el árbol, cada día más seco, ya no da ninguna sombra, nadie parece interesarse por el drama de los que esperan ni por las razones de la ausencia de Godot. Y, desde luego, ni unos ni otro son conscientes de que son meros figurantes ante un público de millones de espectadores, que han pagado por conocer el final de la obra.

El tiempo desangra la esperanza, se aleja el momento de la estupefacción, la ira se desvanece, la indignación da paso al desinterés, y ni Godot ni quienes le esperan despiertan ya curiosidad, porque dejaron pasar el momento de la ilusión y cada día importan menos.

¡Qué lástima que Samuel Beckett haya muerto! Debería haber tenido la oportunidad de escribir la continuación de su drama: Una masa anónima de espectadores asisten atónitos al encuentro entre Godot y quienes le esperan y al insólito resultado de su encuentro. Godot ya no era Godot, y quienes le esperaban comprenden que han perdido una eternidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí lo que desees