domingo, 25 de febrero de 2018

El día que los viejos tomaron las calles

De pronto, nos volvimos importantes.

Más de 9 millones de votos. Eso es lo que somos: 9 millones de votos. Bastaría con que uno de cada dos pensionistas españoles decidieran, no sé cómo pero decidieran, votar al mismo Partido, y ése sería el ganador de las próximas elecciones Generales.

Por eso, ahora, tan tarde, los Partidos nos buscan, nos halagan, nos advierten del error que sería votar al otro, no importa cuál sea. 

De repente, todo el arco parlamentario ha caído en la cuenta que formamos el más formidable caladero de votos del país, y que nadie hasta ahora, ya es casualidad, se había preocupado de saber que pensábamos, qué queríamos, cómo estábamos de contentos o descontentos. Y si lo hicieron, lo callaron, lo que viene a ser lo mismo.

Ahora, precisamente ahora, cuando una mañana decidimos salir a la calle a mostrar nuestro rostro ofendido, todos nos miran.

¿Por qué salieron los viejos a las calles?

En mi particular opinión, los viejos de España estábamos descontentos con las subidas de las pensiones desde que Rodríguez Zapatero las congeló un año. Luego vino Rajoy y nos trató como si fuéramos imbéciles: aprovechando la congelación zapateril, quiso convencernos que él si que subía nuestras pensiones, no como su predecesor, porque mejor es 0’25 % que nada, aunque los precios hayan subido cinco o seis veces más.

O sea, en corto y por derecho, ha querido engañarnos con la verdad.

Y fue este año, cuando no hay telediario en el que no salga alguien del Gobierno explicándonos lo bien que marcha la economía nacional, y lo bien que seguirá yendo en el futuro, el elegido por la inefable Ministra de Empleo y Seguridad Social (antes Ministerio de Trabajo, más corto y más claro) para remitirnos una carta felicitándonos y felicitándose por la suerte que habíamos tenido con su Gobierno que, una vez más, volvía a subir nuestras pensiones.

Soy uno de tantos que estuvo pensando en una contestación adecuada a la carta. (¿Sarcástica, insultante, indignada, legalista, lastimera, implorante?) No lo hice, así que la contumaz Ministra podrá seguir exhibiendo cada cierto tiempo su rostro de cemento armado sin que mi carta no escrita le haya perturbado el ánimo. 

No obstante, por si se diera la extraña circunstancia de que alguien leyera este blog y se lo comentara, quiero que sepa que lo siempre he considerado intolerable es que se me tome por imbécil, que es la conclusión a la que llegué cuando terminé de leer la carta.

Así que, como digo, creo yo que fue la suma de una revalorización miserable de la pensión y un insulto a nuestra inteligencia cuando recibimos la cartita de la srª Ministra, lo que echó a la calle a quienes esa mañana salieron.

Ahora nos vendrán con cuentos.

“Nos arrullan con cuentos”, cantaba León Felipe. Eso es lo que nos espera. Eso es lo que ya ha empezado a pasar, así es que, colegas jubilados, mucho ojo. No nos engañemos: buscan nuestro voto. 

El resto, no digo que no les importe, pero, desde luego, mucho menos que nuestro voto.

Y digo yo que si ése es nuestro poder, nuestro voto, y teniendo en cuenta que somos mayorcitos para que nos vengan con cuentos, tendremos que andar ojo avizor y no dejarnos engañar por cantos de sirena.

Oiremos mentiras, frases indignantes atribuidas a cualquier líder o "lideresa" de las otras formaciones políticas, porque tanto o más vale desprestigiar al contrincante que hacerse valer uno mismo. 

Vivimos inmersos en el universo de las falsas noticias propaladas por las redes sociales: verifiquemos lo que nos llegue; filtremos la información, apliquemos nuestro sentido común y formemos nuestro propio criterio, sin atención al ruido ambiente.

Está a punto de llegar (¿o habrá llegado ya y no me he dado cuenta?) el momento en el que quien ayer ponía en cuestión el derecho a votar de los mayores de cierta edad, los considere ahora el objeto de sus amores electorales.

Unos pretenderán convencernos de las bondades del cambio. Otros del riesgo de abandonar la senda que tan lejos nos ha llevado. Ambos buscan lo mismo: nuestro voto. 

Mentirán, fantasearán (otra forma más delicada de mentir), prometerán. Y no dirán qué base tienen sus promesas, ni sus fantasías, ni sus mentiras, porque ni lo saben ni tienen la menor intención de ponerse a trabajar para averiguarlo.

En resumen: intentarán darnos gato por liebre, jugar con nuestra indignación, hacernos tragar un cóctel en el que junto a unas gotas de “pensión” habrá una generosa dosis de “ideología”. Y así no vamos a parte alguna.

¿De dónde habría que partir?

Del examen riguroso de la situación actual, de la proyección en el tiempo del modelo actual, del estudio de las medidas mínimas imprescindibles para hacer más sólido el sistema público de pensiones.

De tomar nota de cómo han resuelto el mismo problema países parecidos al nuestro que tuvieron que enfrentarse a idéntico panorama.

De tener claro que no hay una disyuntiva Pensiones Públicas/Pensiones Privadas, porque no hay necesidad alguna de eliminar cualquiera de las dos posibilidades. 

Otra cosa distinta es si hay o no, claro  que hay, interés en que sea eso lo que se crea. Interés en ir creando el caldo de cultivo ideal para abrir un mercado potencialmente descomunal para el consorcio Banca-Compañías aseguradoras.

Mientras tanto:
  • ¿Por qué no se persigue de forma implacable el fraude a la Seguridad Social?
  • ¿Por qué el coste del funcionariado de la Seguridad Social se paga con las cotizaciones de los asegurados y no con la correspondiente partida de los Presupuestos Generales del Estado?
  • ¿Por qué siguen manteniéndose tantas bonificaciones, tantas tarifas planas, bajo la engañosa capa de que crean empleo?
  • ¿Por qué sigue vigente el tope de cotización para los sueldos más altos?
  • ¿Por qué siguen cargándose al presupuesto de la Seguridad Social los costes de las pensiones de orfandad y viudedad que no son contributivas?
  • ¿Por qué no se nos dice en cuántos millones de € mejoraría el saldo, por la mera aplicación de estas medidas?

Me temo que, pese a todo habría que asumir como imprescindible algo que hace años me parece inevitable: el progresivo incremento de la edad de jubilación. Guste o no, es imposible mantener dicha edad en el límite establecido cuando la esperanza media de vida apenas llegaba a los 70 años y la incorporación al mundo del trabajo eran los 14 años.

Así que volvamos al principio.

El sistema público de pensiones no está al borde del precipicio: necesita reformas que deberían hacerse cuanto antes para garantizar el futuro de quienes ahora están en activo. Así que dejen de aterrorizarnos a los viejos.

Si fuéramos una democracia avanzada, ésta sería una cuestión que debería estar fuera del debate electoral: el bienestar de un tercio del electorado es algo demasiado importante para dejarlo en manos de cuatro irresponsables.

Los pensionistas, antes y ahora, somos el mayor colectivo identificable como tal, a la hora de pronunciarnos en las urnas. Hemos pasado de ser invisibles a constituir el oscuro objeto del deseo de todos los Partidos. No es malo, pero si no andamos listos, tratarán de manipularnos 

Ni es necesario, ni quizás aconsejable, que todos pensemos lo mismo. Pero es indispensabe que pensemos, que reflexionemos, que ponderemos lo que oigamos.


En definitiva, es imprescindible que nadie trate de votar por nosotros 

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