sábado, 9 de septiembre de 2023

 El laberinto español

Una mera anécdota para abrir boca

Tomo prestado para el título de este post, el del ensayo de Gerald Brennan sobre las circunstancias de la España de los años 30 y aprovecho para relatar una anécdota reciente: un buen amigo me hace llegar a mi teléfono un remitido en el que se supone que se recogen las opiniones del citado hispanista sobre la situación actual de nuestro país. Le hago constar al remitente lo milagroso del acontecimiento: un fallecido en 1987 ha sido capaz de opinar por escrito sobre lo que acontece en España en estos días. 

Mi amigo, lo imagino desternillándose de risa, me contesta que he sido el único de entre los destinatarios del texto que ha caído en la cuenta. Cosas que pasan.

Bien. Lo que hoy quiero hacer es reflexionar sobre el complicadísimo momento que atraviesa la política española.


De cordones sanitarios y otras circunstancias

"Cordón sanitario". Desconozco quién es responsable del hallazgo; un éxito de crítica y público para el autor, pero llega un momento en el que de tanto repetirlo, se olvida su contenido, y ése, no lo olviden, es negarle el pan y la sal a un Partido legalmente constituido y en el pleno uso de sus derechos políticos por el discutible detalle de que está en las antípodas de mis propios planteamientos políticos. 

¿No les parece que la constante reclamación de aislamiento político de tal o cual Partido es dudosamente democrática? Me da igual que se hable de aislar a Vox o a Bildu o a Junts: los tres citados, como antes Podemos, y mañana quién sabe quién, son Partidos legales en tanto una sentencia firme no los inhabilite; algo que, recuerden, ya ocurrió con Herri Batasuna; y no por sus ideas sino por su probada conexión con ETA en tanto que grupo criminal organizado, fueran cuales fueran sus planteamientos teóricos y sus objetivos políticos.

Dicho de otra manera: en democracia es el votante quien decide alrededor de qué formación acampa el olvido, el aislamiento, el ostracismo, no porque se pongan en marcha maniobras organizadas al respecto, sino porque deja de votarlo. El resto son ganas de tratar de resolver los problemas propios condenando al silencio al contrario.

Más preocupante me parece la persistencia, incluso el recalentamiento de la política de bloques, la derecha y la izquierda (o sea, fachas y rojos, que así se perciben desde la acera opuesta)frente a frente, sin márgenes para el entendimiento, lo que lleva al extremismo de ambos polos, a la radicalización, a la exclusión de pactos transversales, a la imposibilidad de aprovechar lo que de bueno tiene el otro. 

No es un fenómeno exclusivo de España, pero es evidente que nosotros tenemos ese problema. Desaparecidas las formaciones bisagra (todos los intentos ensayados desde que estrenamos democracia han terminado en fracaso) no hay más que un modo de remediarlo: los acuerdos directos entre los dos buques insignia de cada bloque. Tanto da que se llegue a Gobiernos compartidos o a fórmulas que permitan gobernar a uno con el apoyo parlamentario del otro, previo acuerdo sobre contenidos del programa de Gobierno. 

Sí, ya sé que estamos muy lejos de ese punto, pero no pierdo la ocasión de repetirlo de vez en cuando, por si cunde la idea. Mientras tanto llega ese momento ¿Qué tenemos ahora sobre la mesa?


Planetas y satélites y su difícil acoplamiento

Hay una cierta simetría en nuestro escenario político: dos jefes de fila, dos escuderos más o menos fieles y una pléyade de satélites pululando a su alrededor y reclamando pantalla a cambio de sus favores.

En la diestra, los populares, que se reclaman centro-derecha, dominan ese espacio con margen suficiente como para que nadie se lo discuta. Del otro lado de la linde, al socialismo en su versión socialdemócrata, antes autodenominado centro izquierda -obsérvese el paralelismo centro-derecha, centro-izquierda- y ahora rebautizado como "progresista", le ocurre lo mismo.

Ambos tienen y padecen un socio preferente. Lo tienen porque los hechos son más tozudos que las proclamas electorales, así que a la derecha de la derecha Vox espera su oportunidad, mientras a la izquierda de la izquierda hoy por hoy se ha producido un cierto reagrupamiento, prendido con alfileres, de una pequeña tropa de formaciones en la que cada uno de los centuriones se reclama como la verdadera encarnación de la izquierda de toda la vida. Ahora es Sumar, pero mañana puede ser cualquier otra cosa.

Y los padecen porque estos dos socios se saben imprescindibles, lo que les lleva a exigir (y casi siempre conseguir) una sobrerrepresentación en términos de poder real respecto a su verdadero peso político.

No obstante, el verdadero problema para populares y socialistas es que ninguno de los dos, ni por si mismos ni con la ayuda de sus adláteres naturales suman escaños suficientes para gobernar, así que tienen que buscar la ayuda de los satélites, todos periféricos, casi todos nacionalistas y algunos hasta secesionistas, unos de derechas, otros no se sabe bien, y otros supuesta o declaradamente izquierdistas.

Así están las cosas ahora:

  • País Vasco y Cataluña tienen citas autonómicas cercanas. PNV y EH Bildu pugnan por el liderato, como Junts y ERC, en sus respectivos territorios. A los cuatro les afecta lo que acabe pasando en Madrid (no es lo mismo que el Presidente del Gobierno lo haya sido con su apoyo o pese al apoyo a su contrario) pero tanto o más importante aún es lo que ocurra en su feudo, que, en buena medida, puede ser valorado por los votantes locales por cómo se haya comportado cada miembro de la pareja cuando tuvieron que ir a Madrid. Por lo tanto, sus decisiones son el fruto combinado de ambas circunstancias, la estatal y la autonómica. Y eso no siempre es fácil de interpretar.
  • En tiempos recientes, tanto el PNV como, en su día, Convergencia y Unión, no tuvieron el menor problema para unir sus destinos al centro de Suárez, a la izquierda de González o a la derecha de Aznar. Ahora… Ahora, apostar por Feijoo es hacerlo sabiendo que también lo hacen por Abascal, y ellos y todos sabemos que Vox lleva en su programa la ilegalización de estos socios antaño tan versátiles. O sea que el apoyo a Feijoo puede ser una piedra atada a su cuello cuando toque votar en las autonómicas.
  • De ahí, entre otras cosas, deriva la difícil tarea de don Alberto para lograr votos más allá de los que le facilite Santiago Abascal, y de alguna episódica ayuda canaria o navarra.

Un panorama laberíntico a corto y medio plazo

Un intento de investidura programado para finales de mes. Nada es imposible, pero todo indica que Feijoo no va a lograr la mayoría necesaria para gobernar, porque no parece viable que alcance los 176 escaños en primera votación, ni más síes que noes en segunda.

Núñez Feijoo pide a Sánchez su apoyo para gobernar, con el compromiso de que al cabo de dos años convoca elecciones generales. Extraño, qué quieren que les diga: de derogar el sanchismo a pedirle que le deje gobernar. Menos de una hora duró el encuentro. En el futuro bueno sería que estos ensayos se repitieran con calma y mejores intenciones.

Mientras esto llega, a la desesperada, en busca del voto milagro, Feijoo había anunciado su propósito de ponerse al habla con Junts; es decir, con el más fugado de todos los fugados: con Carlos Puigdemont. Por lo que a mí respecta, nada que oponer: Junts es Partido legal así es ¿qué impide tratarlo como tal? ¿Sus ideas? Tan distantes son de las del PP como las de éste respecto a las Junts. Que hablen y ya se verá qué sale del diálogo. Presumiblemente nada, pero ¿son mejores los garrotazos?

Por suerte para don Alberto, se le adelantó Yolanda Díaz, se fue a Bélgica y el interpelado contestó a la brava. La sarta de barbaridades que, como era de esperar, encadenó el vecino de Waterloo ante las cámaras y con la presencia de lo más granado del provincianismo secesionista hace innecesaria la entrevista del mandado por Feijoo con quien quiera que representara a Puigdemont.


Por lo tanto, los números, salvo sorpresas, siguen sin cuadrar.

Es de suponer que, fracasado el intento de Feijoo, Felipe VI encargará formar Gobierno a Pedro Sánchez.

Don Pedro, "Manual de resistencia" andante, sólo tendría que decir que sí a lo que Puigdemont considerara intocable de su inasumible discurso (que no será todo, ni mucho menos, como el fugado bien sabe), hacer lo propio con lo que le pidieran ERC, y Bildu, y, ya de puestos, el PNV (¿por qué tendría que quedarse fuera de la subasta?), los impredecibles caprichos de quienes forman la otra pata del Gobierno, nada menos que las herederas de Pablo Iglesias, el dúo Montelarra, el ocurrente Errejón, la jacarandosa Dª Yolanda, más Compromís, y cualquiera al que se le pida su preciado voto.

El Presidente en funciones tardaría un poco en armar el teatrillo, habría que aprobar por la vía de urgencia una Ley de Amnistía que se llamara de otra manera, sería imprescindible consensuar el nombre del mediador que también habría que denominar de forma diferente, tendría que poner de rodillas a la Fiscalía y a la Abogacía del Estado, lograr que el Tribunal Constitucional no metiera sus manos en el bollo antes de sacarlo del horno, y encontrar el bálsamo de Fierabrás que trocara un referéndum de autodeterminación en "Consulta constitucional a la ciudadanía tendente a orientar la reconciliación social y política en Cataluña". 

Luego, siempre hay un luego, le tocaría el turno a los demás peticionarios, así es que vuelta a empezar. 

Y si todo esto sale, que podría, tendríamos de nuevo un Gobierno con los mismos o parecidos problemas que el actual en funciones, más unos socios parlamentarios que por bajitos que sean, ahora se verían gigantes. Si lo de coexistir con Iglesias le quitaba el sueño, en esta ocasión don Pedro no dormiría ni con opiáceos de cuarta generación


¿Hay alternativa? 

Pues claro. Siempre la hay: el Presidente en funciones escucha atentamente al señor Puigdemont, y a los demás portavoces de quienes depende para salir investido, se reviste de hombre digno, (tampoco es tan difícil, basta con cambiar traje y gesto) se da un paseo por la Zarzuela, habla con el Rey y le asegura que lo mejor para España es no ceder a chantajes de huidos de la justicia ni de oportunistas que tratan de jugar con ventaja. 

O sea, que al caer la tarde, en horario prime time, informa a la ciudadanía de que acaba de comunicar al Rey su decisión irrevocable de convocar nuevas elecciones porque sus principios no le permiten aceptar propuestas que ni de lejos ni de cerca caben en nuestra Constitución a la que tanto respeta. (¿Por qué me vendrá a la cabeza aquello de Groucho Marx "Estos son principios; si no le gustan, tengo otros"?).

En pocas palabras: hacer de la necesidad virtud.

Luego, allá a mediados de enero, cuando se cuenten los votos de las nuevas elecciones, sabríamos si ha ganado sólo tiempo, o si, además, las cosas vuelven a salirle como él quería.

En ese caso, por favor, no me pregunten cuál sería el futuro de don Alberto Núñez Feijoo.




sábado, 2 de septiembre de 2023

 El paradigma Rubiales

El esperpento y la categoría

La coincidencia en el tiempo y el espacio de ciertas circunstancias -una marea mundial en pro de la igualdad entre sexos, la extraordinaria popularidad de un deporte como el fútbol, un momento político complejo, el insólito comportamiento público de un sujeto conocido por amplias capas de la sociedad y la cobertura mediática de ámbito planetario del suceso- convierten un par de hechos, inadmisibles pero en absoluto excepcionales, en el punto de partida de una maremoto cuyas últimas consecuencias están muy lejos de haber concluido.

Permítanme evitar repetir detalles que son de sobra conocidos. Déjenme que toque algunos puntos de los que no se habla, o, si se hace, no los veo tratados con la misma frecuencia y extensión que los más obvios 


El derecho a la defensa

Luis Rubiales, como Ministro pillado en falta, se niega a dimitir, se enroca e incluso contraataca y anuncia querellas  (por sí o mediante terceros) contra medio Gobierno y no sé si contra alguien más. Es decir, clama por su derecho a defenderse. 

Cientos, miles de voces se levantan escandalizadas ante tamaña provocación ¿Por qué?

No importa cuál sea mi opinión sobre lo ocurrido y sobre el grado de responsabilidad de Luis Rubiales en ello, no puedo dejar de pensar que si estamos orgullosos de vivir en un Estado de derecho, tenemos que asumir el derecho del sancionado presidente de la Federación de Fútbol a defenderse. ¿O vamos a negarle lo que admitiríamos para un asesino, es decir, el derecho a un juicio justo y a elegir el argumentario exculpatorio que mejor le cuadrara? ¿O es que preferimos la aplicación de la Ley de Lynch: visto el vídeo, la ciudadanía juzga, condena y ejecuta al culpable sobre la marcha?

Para que no haya dudas. Lejos de mí cualquier género de complacencia con el comportamiento de Rubiales. De lo que hablo es de mi derecho, el mío, a sentirme orgulloso de vivir en en un país en el que el respeto a la Ley también hay que observarlo cuando se trata de enjuiciar comportamientos que nos repugnan.

Porque lo cierto es que cuando el paso de los días ha impuesto un cierto margen para la reflexión, justo ayer viernes por la tarde, cuando de verdad se pueden dar por finiquitadas las vacaciones de verano, el TAD, ese extraño "Tribunal Administrativo" (¿en qué quedamos, Tribunal o Administración?) dicta sentencia y califica la actuación de Rubiales, como grave, no muy grave, lo que frustra buena parte de los deseos sancionadores de muchas de las voces que hemos estado oyendo los últimos días. Paciencia, que el culebrón va para largo. 


La vieja villanía de la "lanzada a moro muerto"

Vergonzoso. Y espero, además, que los documentos gráficos y sonoros sirvan para mantener viva nuestra memoria: la abrumadora mayoría de los asambleístas que el viernes de la semana pasada escucharon a Rubiales, aplaudieron enfervorizados su intervención. Algunos hasta se levantaron para ovacionar a quien, acaso, tanto debían. Una semana más tarde, ellos mismos, en masa, le dieron la espalda. 

No nos engañemos: cuando aplaudieron y cuando pidieron su dimisión conocían todos los hechos. ¿Todos? No, faltaba uno: la suspensión cautelar de su jefe por la FIFA. Y fu ése y no otro el detalle que determinó el radical cambio de postura de los asistentes a la asamblea. Creo que cualquiera de mis lectores conoce al menos media docena de adjetivos "descalificativos" que encajarían en este comportamiento. 

Sólo convendría recordar que el federativo navarro se negó a asistir, que hubo quien entró y no aplaudió y quien salió con las manos doloridas de tanta ovación.


El ruido mediático, la clase política y el mundo del fútbol

  • Por regla general, los medios de comunicación han rozado la unanimidad, lo que en los tiempos que corren es poco frecuente: Luis Rubiales es una vergüenza nacional y debe dimitir ya. Los matices llegan a la hora de enjuiciar si el Gobierno ha andado listo, si las dimisiones deben llegar a varios escalones por debajo, etc., etc. Dadas las fechas en que todo esto está ocurriendo ¿cómo desperdiciar la ocasión de ensalzar o vituperar a éste o aquel Partido?
  • El Gobierno, a tono con su composición dual, se ha comportado como tal: coincidencia en el fondo y matices y desencuentros entre los socios. No ha sido igual de contundente la condena que hemos escuchado al presidente que lo que le hemos oído, por ejemplo, a Yolanda Díaz.
  • El Partido Popular, por boca de Cuca Gamarra, se manifestó pronto y claro y lo hizo censurando a Rubiales. Sin paliativos. Lo que me ha llamado la atención es la escasa repercusión que esta condena ha tenido en los medios. No sé a qué atribuir ese silencio, si puede tener orígenes internos, externos o mediopensionistas. En cualquier caso, repito, el Partido Popular se posicionó pronto y con absoluta claridad.
  • Vox ha callado hasta el miércoles. Mientras tanto, algún medio afín al Partido de Abascal había ya puesto en solfa el famoso beso australiano comparándolo con otros cruzados, por ejemplo, entre Yolanda Díaz y Pedro Sánchez (me pregunto qué hilo lleva de un beso a otro beso). Cuando ha hablado, se ha mostrado coherente y consecuente con su catecismo teórico: la "cacería política y mediática a la que se está sometiendo al señor Rubiales", tiene su inequívoca razón de ser en la necesidad del "Gobierno de Sánchez de ocultar el fracaso de la Ley del sólo sí es sí", así es que exige "la dimisión en bloque de este Gobierno por haber puesto en libertad a cientos de depredadores sexuales". ¿Y el sr. Rubiales? Un mal educado, eso es todo, porque hay que saber "distinguir la grosería y la mala educación (¿Tocarse los genitales cerca de la Reina?) del delito". Grosería que sí podría exigir su cese al frente de la Federación de fútbol. Eso es todo.
  • ¿Y en el planeta del fútbol? Alineamiento sin fisuras del fútbol femenino mundial contra lo que se ha considerado una muestra más de comportamiento machista. Lógico y esperado. Los colegas masculinos… Pues no he oído voces defendiendo a Rubiales, pero salvo alguna excepción honrosa (Iker Casillas o Borja Iglesias, por ejemplo) me han parecido lentos y poco contundentes a la hora de criticar al todavía presidente de la Federación. Un movimiento en línea con lo anunciado por las componentes de la selección campeona del mundo, una amenaza con negarse a jugar hasta que las aguas bajen tranquilas, habría sido definitivo. Pero no ha llegado.


¿Por qué esta vez sí?

No nos engañemos: los besos robados son, por lamentable que nos parezca, episodios intolerables pero no excepcionales. ¿Cuántos terminan haciéndose públicos? ¿En qué casos el suceso termina en denuncia, querella, sanción, sentencia condenatoria? ¿Por qué esta vez ha sido distinto?

Imaginen que hace un mes hubiéramos sometido a cien alumnos de último curso de Ciencias Políticas a la siguiente pregunta. ¿Quiénes son 1) Joan Subirtas. 2) Luis Rubiales. 3) Annie Ernaux 4) Serena Williams? ¿Qué porcentaje de encuestados creen ustedes que habrían sabido que el número 3 es el actual Ministro de Universidades y la número 4 la última Premio Nobel de Literatura? El juego no es más que un ejemplo de cómo la dimensión social del fútbol es uno de los factores influyentes en el suceso que está marcando el final del mes vacacional por excelencia y que, supongo, va a seguir acompañándonos quién sabe hasta cuándo.


¿Y ahora?

Oigo voces sensatas cuestionando si sólo cabe una interpretación plausible de las imágenes que todos hemos visto. Es decir, si el beso fue robado o consentido. Soy de los que creen que no medió consentimiento, ni asentimiento, sino estupefacción, y sorpresa, seguidas de indignación. No obstante, eso es algo que a estas alturas cuenta poco. Lo que los sucesos del estadio australiano han puesto de manifiesto van por otros rumbos.

  • Han hecho saltar los diques de contención de un descontento que venía larvándose desde hace años. Las estructuras del deporte, no sólo el fútbol sea el femenino o el masculino, no sólo el español, están ancladas en el pleistoceno. Son arcaicas, opacas, patriarcales, venales y poco o nada controladas por las normas que se aplican en el resto de las actividades. Es más que posible que el beso del Estadio Australia haya encendido la mecha de la carga explosiva que derribe el muro que cercaba nuestro deporte.
  • Una vez más, un par de gestos aparentemente irrelevantes tienen la capacidad de provocar una cadena de acontecimientos que acaban por guardar poca o ninguna relación con su origen. Porque, no nos engañemos, besos robados o gestos groseros ocurren a diario. Lo que ha hecho diferentes a estos es todo lo que les ha rodeado: los sujetos implicados, el lugar donde ocurrieron, la trascendencia del momento, los millones de personas que los han podido ver en todo el mundo… y, por encima de todo, el clima previo de lucha por la igualdad.
  • Y quisiera terminar comentando que no deja de ser un ejemplo de justicia poética que la caída de alguien como Luis Rubiales no se deba a razones relacionadas con su peculiar forma de gestionar la Federación y sus presupuestos, sino a su esperpéntica manera de festejar un triunfo deportivo que debería haber sido motivo de celebraciones multitudinarias y ha terminado por ser el comienzo de un calvario para él.


No sólo de fútbol vive el ciudadano

La mañana del miércoles Alberto Núñez Feijoo comenzó la ronda de conversaciones en busca de los apoyos necesarios para llegar a los 175 votos.

Empezó por Pedro Sánchez y se vieron en terreno neutral. Una horita fue suficiente para escenificar el desencuentro.  

Peticiones cruzadas desechadas por ambas partes, no me consta si con displicencia, educadamente, a carcajadas o con el gesto crispado. 

Luego se despidieron y cada uno dijo lo que ya llevaba preparado desde la víspera.

No, no ha llegado aún el momento de La Gran Coalición. Ni siquiera estamos en el momento de afrontar pactos de Estado. Ni de normalizar la situación del Consejo General del Poder Judicial.

Como mis lectores saben, la culpa la tiene el otro. Como de costumbre.