Fuera del tiesto (9ª entrega)
A propósito de la candidatura fallida. Un comentario miserable.
El Excmº Señor Alcalde de Barcelona es muy libre de pensar y decir cuanto le venga en gana. No faltaría más. Está en su derecho y no seré yo, humilde "blogero" nacido en el antiguo Reino de León, quien vaya a negárselo. Es libre, por tanto, de alardear de que dónde va a parar el encanto de Barcelona con el de Madrid, y que con ciudades como la segunda a quién se le ocurre presentar una candidatura para organizar unas Olimpiadas. Otra cosa fue lo de Barcelona, su marca, y sus posibilidades de organizar, si es que lo pide algún día, unos Juegos de Invierno. Lean, lean sus comentarios, que no seré yo quien vaya a reproducirlos, y díganme si no subyace un poco disimulado regocijo ante el fracaso de la Capital del Estado.
Se me ocurren algunos comentarios, por ejemplo:
- Cuando Barcelona logró los Juegos del 92, puedo asegurarle al Señor Alcalde que no sólo se alegraron sus conciudadanos, sino la mayoría de los españoles, entre los que me conté.
- Y eso fue así no sólo porque Barcelona sea una de las grandes ciudades españolas, En pura teoría los Juegos se le otorgan a una ciudad, en realidad, lo que cuenta es el país que hay detrás de quien compite.Ese Estado, le guste o no al Señor Alcalde, y me temo que por ahí viene el sustrato de su comentario y la satisfacción por el fracaso, sigue siendo el mismo: España.
- De manera que le Olimpiada del 92 no fue un mérito exclusivo de Barcelona, sino de un país que por entonces era un estallido de energía, ilusión y optimismo, cabalgaba en la cresta de la ola, celebraba el V Centenario del Descubrimiento de América y contaba con la Exposición Universal de Sevilla (que, por cierto, tampoco se le había concedido en exclusiva a los méritos sevillanos, sino a los de España en su conjunto)
- Así que, Señor Alcalde, me temo que si hubiera sido usted quien hubiera presentado ahora la candidatura de su hermosa ciudad, el Comité Olímpico también la habría rechazado y por las mismas posibles razones que ahora se han manejado: la crisis económica (espero que no pretenda salvar a su ciudad de la crisis) y la poco ejemplar actitud de nuestras autoridades deportivas ante el dopaje, legislaciones urgentes de última hora al margen.
Y volviendo al principio, Excmº Señor, reclamo para mí la misma libertad de expresión que le reconozco a V.E., y en su virtud, le digo alto y claro que sus comentarios son miserables, mezquinos, e impropios de quien representa a una de las ciudades señeras de España. No es de bien nacidos hacer leña del árbol caído, ni alegrarse de males ajenos, por más que si usted fuera quien debe ser, ni siquiera consideraría ajeno este mal. Por fortuna para todos, pasará el tiempo, poco será necesario, de usted no quedará ni la memoria y Barcelona, Madrid y España seguirán despertando la admiración que se merecen.
Que tenga un buen día, Señor Alcalde.
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