martes, 18 de febrero de 2014

¿Pelotas de goma o ramos de flores?
 
 
¿De qué estamos hablando?
 
 
España (e Italia, pero ya hablaremos de eso más adelante) se enfrenta a un problema creciente: nuestra condición de frontera Sur de Europa nos obliga a afrontar, como sea, el deseo de cientos de miles de africanos o de ciudadanos del Oriente Medio -sirios, por ejemplo- de entrar en Europa.
 
Al Norte de nuestras fronteras, salvo farisaicos rasgados de vestiduras, nadie parece dispuesto a asumir la parte inevitable que han de tener en la solución de un problema que les afecta tanto o más que a los sureños de Europa, si se tiene en cuenta que la mayor parte de los que quieren entrar, no tienen especiales deseos de permanecer para siempre en España o en Italia.
 
La aplicación de la legislación vigente en materia de inmigración, coloca a nuestras fuerzas de seguridad en el punto de mira de políticos de aquí y de allá, cuyos motivos pueden no ser exclusivamente el respeto escrupuloso a los derechos humanos.
 
Al socaire de necesidades angustiosas de cientos de miles de desesperados, florecen mafias criminales dispuestas a enriquecerse con cargo al hambre y la muerte de sus congéneres.
 
¿Quiénes son y qué quieren?
 
He oído que en las zonas fronterizas entre Marruecos y Ceuta y Melilla, más de 30.000 "subsaharianos" esperan el momento de asaltar las vallas y entrar en territorio español. Seguramente es cierto, pero eso no es más que la punta del iceberg: detrás de ellos, en ocasiones a más de mil kilómetros de distancia, hay millones de desesperados que podrían empezar el mismo camino en cualquier momento.
 
Llegan huyendo del hambre, de la esclavitud, de la desesperación, del dolor de ver a sus hijos enrolados en partidas armadas o a sus hijas violadas por soldados de la tribu vecina, de enfermedades que sólo padecen ellos, de la muerte a temprana edad.

Quieren huir de territorios que hace poco tiempo eran colonias de países europeos. Un día, esos civilizados países se fueron de sus colonias de cualquier manera, aunque sigan intentando manipular, controlar Gobiernos corruptos (quiero decir más corruptos todavía que ellos mismos) y explotar riquezas que no pudieron llevarse cuando se fueron.

Las condiciones de vida de estas gentes son tales que prefieren afrontar cualquier penalidad, muerte incluida, a quedarse donde están porque saben que eso sí es una condena a muerte a corto plazo.

Y por eso harán cualquier cosa para llegar a países donde han oído que hubo un tiempo en el que se hablaba de Derechos Humanos, se creaba el Derecho de Gentes, se creía en el Derecho de Asilo, y hasta, al parecer, se partía del principio de la igualdad de todos los hombres y del derecho a la libre circulación. Incluso había quienes hablaban de "ciudadanos del mundo".

No lo saben, pero llegan a otro sitio.

Ese destino maravilloso, no existe, pero ellos no lo saben. Donde realmente llegarían, si es que lo logran, es a un viejo rincón, gastado y neurótico en el extremo occidental de Eurasia. El espacio no es muy grande, pero está superpoblado por multitud de tribus egoístas, enfrentadas, hipócritas y monetarizadas. Un lugar en el que cuando se habla de Derechos Humanos, se está dando por supuesto que uno se refiere a destinatarios honorables de esos Derechos, o a infractores de esa teoría que nunca son ellos mismos.

 Cualquier día, la misma Suiza que está en vías de cerrar sus fronteras, nos echará en cara a italianos y a españoles que somos unos desalmados cuando maltratamos a unos subsaharianos que, a lo mejor, lo que realmente que quieren es trabajar en Zúrich.

Van a llegar a una entelequia llamada Europa, azotada por una crisis económica que la está haciendo día a día más egoísta, más patriotera, más xenófoba, más insensible al dolor ajeno. Y más hipócrita, porque clamará contra quienes no saben o no pueden resolver un problema que es de todos, pero no hará nada por asumir su parte de la cuestión.

¿Qué podemos hacer y qué no?

Empecemos por el final. En mi opinión (dejo lo de "modesta opinión" para los hipócritas) hay dos cosas que no podemos hacer: ni podemos abrir nuestras fronteras de par en par a los cientos de miles de desesperados que pretenden salvar sus vidas a toda costa, ni podemos rechazarlos a tiro limpio. Lo primero porque un país pequeño y empobrecido no puede asumir el coste de ese recibimiento, lo segundo porque, salvo raras y nauseabundas excepciones, no creo que la ciudadanía española tolerara que el modo de terminar con la inmigración ilegal fuera terminar con los inmigrantes.

¿Entonces? ¡Ah, entonces! Si tuviera la solución haría cuanto estuviera en mi mano para hacerla llegar a quien pudiera aplicarla. Me limitaré, por tanto, a plantear algunas preguntas de cuya correcta contestación es posible que pudieran derivarse medidas concretas. Medidas que podrían tomarse en España, desde luego. Por ejemplo:

- ¿Cuándo van a afrontar este problema el PP y el PSOE unidos -y los demás Partidos, por supuesto, pero los dos grandes antes que nada- y tomar conciencia de que estamos todos ante un problema angustiosos, gravísimo, que sólo puede resolverse con políticas de Estado?

- ¿A qué esperan nuestros políticos para plantear el asunto en Bruselas? Necesitamos ayuda europea al menos en tres frentes: lucha contra las mafias, asunción de cuotas de recepción de inmigrantes por países y diseño de normativas comunes que definan protocolos de actuación en las fronteras.

- ¿Creemos que no tenemos forma de presionar a Bruselas? ¿Y si Italia y España se pusieran de acuerdo en abrir temporalmente sus fronteras a los inmigrantes procedentes del Magreb y a renglón seguidos, procurarles el transporte para llegar a los países del resto de Europa?. Probablemente no es más que una tontería, pero ¿y si no lo fuera? 
 
 
 


4 comentarios:

  1. Clemente,

    Creo que comparto totalmente contigo la visión y el sentimiento que nos producen estos lamentabilísimos hechos, no obstante quisiera reseñar que, después de ver en todos los medios las imágenes y de oír comentarios de toda índole sobre el tema, nadie parece reparar que, en contra de lo que suele ser habitual, no hubo ningún intento de ayuda a los “afortunados” inmigrantes que lograron llegar, agotados y asustados a la orilla, por sus propios medios.

    Quisiera pensar que falta esa parte de la grabación, aunque con el fragmento que hemos visto hasta la saciedad no parece que sea necesario el visionado el resto para valorar la actuación, en este caso, de la Guardia Civil.

    ¿Hubiera sido una terrible incitación a repetir el intento el enviar una lancha a socorrerlos, el mojarse las botas para ayudar a salir del agua a unos desesperados y exhaustos seres humanos habría menoscabado la autoridad de la benemérita?

    Un abrazo,

    José

    P.D. les digo “afortunados” por que al menos ellos conservaban la vida.

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  2. Comparto tus precisiones. Supongo que es difícil establecer de forma inequívoca y, al mismo tiempo, sencilla la línea que separa el deber de guardar las fronteras y el de ayudar a un semejante en riesgo de perder la vida. Salvo que algún día, la Comunidad Internacional le dé por reflexionar cuál es el fundamento de las fronteras, descubra que es económico y se ponga manos a la obra para hacerlas innecesarias. Pero eso, Pepe, me temo que no lo veremos nosotros.

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  3. No, lo que habría que hacer es meter a todos estos inmigrantes ilegales que están en el Centro de acogimiento de Melilla (alrededor de 1300), en unos cuantos autobuses, trenes o cualquier otro medio de transporte y, aprovechando que ya están en la Comunidad Europea y no tienen que pasar fronteras, ir repartiéndolos por esos países que se rasgan tanto las vestiduras, pero que no hacen nada porque ese problema de la inmigración procedente de África se solucionen.
    Antes bien, se aprovechan de las riquezas de ese continente olvidado por el mundo desarrollado, si no es para expoliar todas sus materias primas y no se preocupan por hacer que su desarrollo se encargue de paliar sus problemas gracias a una educación que les capacite para ello.
    Así pues, 200 para Suecia, 500 para Alemania, 150 para Bélgica, otros tantos para Holanda... Y así terminamos con esta tensión que sufren los países del Sur que son los que, por su cercanía, sufren estas llegadas tan problemáticas.

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  4. Ésa es la idea. Es evidente que si lo que Europa gasta en sandeces lo invirtiera en los países de origen, no tendríamos el problema. Nadie emigra por gusto, que una cosa es el turismo y otra la emigración. En España sabemos mucho de ambas cosas, pero nadie recuerda que hace sólo 50 años llegamos a tener tres millones de emigrantes españoles en Europa.

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