sábado, 19 de marzo de 2016

Cuánto nos falta todavía

El control parlamentario de la acción de Gobierno.

Uno está en condiciones, no siempre, de ponerse en el lugar de otro y tratar de entender las razones de su comportamiento. Entender no es justificar, ni, mucho menos, compartir.

Por eso comprendo la alergia del Gobierno en funciones para someterse al control parlamentario. Lo de menos es que, en el caso presente, el Sr. Rajoy no quiera dar explicaciones al Parlamento sobre la crisis de lo refugiados, y la posición del del Gobierno español sobre el vergonzoso acuerdo que Bruselas acaba de bendecir, desplazando el problema humanitario de decenas de miles de desgraciados que tratan de huir de la muerte, el hambre y el dolor hacia territorios supuestamente más amables.

Tengo para mí, que detrás de esa negativa late, por una parte, el temor más que presumible al pim, pam, pum que habría de sufrir el Presidente en funciones en una Cámara en la que la abrumadora mayoría de hace unos meses ha dejado paso a una zarabanda de formaciones hostiles, pendientes de dar o negar su confianza a quien tenga que hacerse cargo de la Presidencia del Gobierno. Por otra parte, no parece el Sr. Rajoy muy aficionado a dar explicaciones a la ciudadanía más allá de su machacona reiteración de frases que muchas veces no son sino meras tautologías.

Tampoco tengo conocimientos para compartir o rebatir si hay algún Artículo de alguna norma vigente que ampare la tesis gubernamental de negarse a comparecer en el Congreso.

Sin embargo, antes que la aplicabilidad de la supuesta norma que ampare el absentismo del Sr. Rajoy, hay algo indiscutible: el Parlamento es la representación genuina de la soberanía popular en cuanto que está integrado por quienes hemos elegido como nuestros representantes, y una de sus funciones esenciales es la de controlar la acción diaria del Poder Ejecutivo. Es una consecuencia inmediata del principio de la división de poderes.

Se trata, en definitiva de saber hasta dónde llega la sensibilidad democrática de nuestros gobernantes. ¿Cómo puede defenderse que los actos de un Gobierno en funciones, cuyas competencias son, por definición, limitadas están fuera de la fiscalización del Poder Legislativo,constituido por Diputados electos?

Carguemos el disparate a la inexperiencia, a la novedad de la situación y esperemos que, aunque sea el Tribunal Constitucional quien tenga que resolverlo, se termine cuanto antes con el lamentable espectáculo al que estamos asistiendo.

Crisis en Podemos.

Puestos a entender, también comprendo la insistencia del Sr. Iglesias en minimizar los problemas que aquejan a la formación que lidera. Un autor caído en descrédito en las últimas décadas, cuyos textos supongo que el Sr. Iglesias conoce, Karl Marx, decía que la realidad tiene la cabeza dura. Negar la evidencia puede ser incluso conveniente para según quién, pero no desvirtúa los hechos, y estos indican que las aguas de Podemos bajan revueltas.

Y no podría ser de otra manera. La formación está sufriendo las consecuencias de una crisis provocada por su crecimiento vertiginoso. No se pasa de ser un tumultuario movimiento ciudadano de protesta a un Partido Político, tercera fuerza parlamentaria, en tan poco tiempo, sin desajustes importantes.

Tampoco se trata de saber quién nos cae más simpático (o quien nos resulta más odioso, que es otra forma de verlo), si el Sr. Iglesias y sus partidarios o el Sr. Errejón y sus seguidores. Las personas cuentan, desde luego, y las personalidades, pero, sobre todo, importan los modelos que unos y otros representan.

Errejón se inclina por una formación "transversal" -interclasista solía llamarse hasta hace poco tiempo- quizás porque esté convencido (sólo es una suposición por mi parte) de que para llegar al Poder en un país como España es imprescindible contar no sólo con los desheredados, los sufridores de la crisis, los enemigos jurados del modelo capitalista, sino también con la clase media y, por qué no, con la pequeña burguesía. Ése fue el camino que siguió el PSOE desde el Congreso de Suresnes hasta que abjuró del marxismo. Ese modelo teórico se corresponde con un tipo de organización interna que dé cabida a corrientes y tendencias; lo que ahora se llaman "sensibilidades".

Hay otra forma de analizar la realidad, que lleva a otro modelo organizativo. Absoluta cohesión interna aún a costa de soltar lastre, dirección única e indiscutida, y satanización de la disidencia, del pensamiento divergente. Se termina hablando de "fraccionalismo", de "desviacionismo" como herejías imperdonables. Es el Centralismo democrático. En ese modelo, como decía Leon Trotstky, la clase obrera sustituye al pueblo, el Partido sustituye a la clase, el Comité Central sustituye al Partido, y el Secretario General, acaba por sustituir a todos.

Ambos modelos buscan lo mismo: convertirse en la fuerza referente de la izquierda española para terminar llegando a la Moncloa. Los caminos son distintos: en el primer caso, se busca el acuerdo con otras fuerzas, en el segundo, nuevas Elecciones.

Como era de esperar, las cabezas visibles de ambas posiciones, niegan la mayor y, desde luego, sus consecuencias. 




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