¡Qué noche la de aquél día!
Un domingo de mayo
Doce horas de urnas abiertas en toda España han bastado para cerrar un ciclo electoral que empezó hace apenas un mes. Imprevistos al margen, el panorama político español está completado para los próximos cuatro años.
El Parlamento Europeo, el nuestro y el Senado español, los Parlamentos de la totalidad de las Comunidades Autónomas y el cien por cien de los Ayuntamientos cuentan ya con sus nuevos titulares. Falta por conocer la composición de las instituciones gobernantes, tanto en Bruselas como en cualquier pueblo de España, y, desde luego en la mayoría de las Comunidades Autónomas.
Noche lenta, abierta a las sorpresas, a las vestiduras rasgadas cada vez que los datos cambiantes contradecían las personales preferencias de los televidentes. Noche propicia para escuchar simplezas enternecedoras a los comentaristas que en bastantes ocasiones se dejaban llevar por su propio estupor y convertían en categoría su peripecia personal.
¿Ha habido tantas novedades?
No, según mi parecer. Ha habido, es cierto, mucha munición menuda para hablar de cataclismos que no pasan de meras anécdotas que tendrán poca trascendencia en los tiempos por venir.
Las derechas y las izquierdas siguen repartiéndose las preferencias de los ciudadanos agrupadas en dos bloques que suelen estar casi casi a la par. El fiel de la balanza se inclina a la diestra o a la siniestra en función del cambio de opinión de menos de un millón de votantes. Eso no varía, ni va a hacerlo en tanto se mantengan las características esenciales de la sociedad española y nuestros régimen político.
Cambian las organizaciones que representan a unos y a otros, pero eso es accesorio. Nuevos nombres para viejas realidades. Matices, que en política son importantes, pero no decisivos. La derecha o la izquierda pueden ser una o trina, pero seguirán siendo las mismas y recibirán los votos de los mismos.
Fenómenos espectaculares en apariencia, fulgurantes ascensos seguidos de caídas clamorosas, terrores seguidos de agradecidas sorpresas, se han dado y seguirán dándose aquí y en cualquier sistema democrático ahora y siempre.
Recuerdo alguna conversación de hace un par de años o tres con damas aterrorizadas ante la amenazante aparición de Podemos y sus caras de incredulidad cuando aventuré la opinión de que la nueva formación sería flor de un día. Así ha pasado.
Difícil oficio el de profeta, pero tengo para mí que semejante futuro le espera a Vox. Ni uno ni otro extremo del arco parlamentario van a desaparecer a corto y medio plazo, pero no veo la menor posibilidad de que lleguen a ser el buque insignia de la izquierda ni de la derecha.
Otra cosa diferente es si en tal o cual caso concreto, el papel decisorio de alguno de los extremos les permita inclinar la balanza en un sentido o en el contrario en una ciudad, un territorio o, incluso, en el Gobierno de la Nación. Política pequeña, en todo caso, de la que difícil sería extraer conclusiones de validez categórica.
Ganadores que pueden perder. Perdedores que pueden ganar
¿Y qué? Consecuencias de la legalidad vigente que todos conocían y conocíamos antes de ir a votar y antes de contabilizar resultados. Lejos queda la tabarra de tiempos recientes reclamando el poder para la lista más votada. Gobernará ahora y en el próximo futuro quien más apoyos logre allá donde se plantee la duda. Eso es lo que procede aquí y en cualquier país donde el parlamentarismo sea el sistema político asumido.
Unos y otros, los que pierden ganando y los que ganan perdiendo, deberían tener claro que todas estas fruslerías son el corolario de vericuetos legales, y que, a la largo plazo más cuenta tu masa de votantes que el número de sillones que han de ocupar los tuyos. Porque si conservas a los primeros, el resto acabará dándosete cuando, quizás, pura paradoja, las tornas se inviertan.
Déjenme que hoy no hable de los grandes de siempre, socialistas y conservadores, o sea, PSOE y PP, porque con todos los matices que queramos sus resultados les dejan, más o menos, donde estaban. Un poco mejor o un poco peor, pero qué más da. Prefiero dedicar mi discutible ingenio a examinar qué ha pasado con Vox, con Podemos y, sobre todo, con Ciudadanos.
Vox, asilo de nostálgicos, Meca de un buen número de españoles cuya forma de ver la sociedad coincide con viejos valores, refugio de indignados ante los desaciertos de quienes creían que podrían haber sido sus conspicuos representantes, hogar de ilusionados con derivas identitarias, ha perdido fuelle.
Lo dije cuando la estrella de Pablo Iglesias parecía no tener techo hasta que tocaran el cielo: no es lo mismo aglutinar a los descontentos que mantener disciplinados a quienes sólo tienen en común lo que les disgusta.
¿Será que, pese a los agoreros pronósticos de timoratos y de entusiastas, que de todo había, España es, por fortuna, menos dada a las exageraciones de lo que piensan quienes nos ven como gentes sanguíneas, coléricas, pasionales? Será.
Podemos, Unidas o sin unir, ha sido, es una certidumbre matemática, el, la, los, las grandes perdedores o perdedoras, o lo que quiera que sean, de la suma de procesos electorales. En lenguaje popular (de La Gente, como a Podemos les gusta decir) han terminado como el Gallo de Morón: sin plumas y cacareando.
Demasiados errores evidentes para todos menos para los y las arrogantes y arrogantas cabezas visibles de esa fluctuante formación: defenestraciones mal explicadas, deserciones forzadas, errores manifiestos en cuanto a su difusa organización mal avenida con los supuestos liderazgos carismáticos, incluso cambios sorprendentes en el nombre del Partido, el Movimiento o lo que quiera que sea el conglomerado que se apelotona detrás de los Profesores, se ha topado con la tozuda realidad: cuenta cada día con menos seguidores.
¿Cuánto pensaban que La Gente tardaría en caer en la cuenta que su complacencia con secesionistas y viejos condenados por pertenencia a banda armada no era de recibo? ¿Por qué pensaban que ser antisistema por la mañana y socialdemócrata por la tarde no acabaría por pasar factura entre unos y otros?
Ahora están donde hace un par de años anuncié: en los arrabales del sistema, cada día más lejos de ser el referente de la izquierda, mendigando la modesta cuota de Poder que el ganador en la izquierda tenga a bien cederles, si es que lo consideran necesario, conveniente u oportuno.
Tal como yo lo veo, la presencia de Vox y de Podemos en las instituciones no sólo no es perjudicial para el sistema, sino todo lo contrario, en la medida en que refleja con bastante exactitud el peso específico de unos y otros, por mucho que extrañe a sus respectivos votantes.
Ciudadanos en la encrucijada (¿O será, nada más, Rivera?)
Perdida la batalla por la supremacía en la derecha, Ciudadanos, cuando interiorice cuál es el auténtico papel que le ha otorgado la ciudadanía, debería, cuanto antes, asumir las consecuencias de los resultados de la cuádruple cita electoral: es la segunda fuerza de la derecha, la tercera en cómputo global y, sobre todo, es la clave para la gobernabilidad de España, de varias autonomías y de cientos de Ayuntamientos.
Ciudadanos puede dar el Poder (o reclamarlo a cambio de sus apoyos) al Partido Popular -quizás su verdadero contrincante- o al PSOE. De cómo se comporte va a depender el futuro inmediato de nuestras instituciones.
¿Qué hacer y cómo acertar? Ésta es una de las ocasiones en las que se corre el riesgo de caer en la perplejidad: pensar que hagas lo que hagas, te equivocarás. Lo cierto es que el no hacer es el mayor de los errores: en política las batallas que no se dan, son batallas perdidas.
¿Pacto unívoco, elección de aliado urbi et orbe o alianzas puntuales, unas a la derecha, otras a la izquierda? En el primero de los casos, puedes acertar, pero el otro espectro político te acusará de frentista o de traidor, según los casos.
¿Si se pacta a la derecha se admite el acuerdo con Vox, o se le considera socio non grato? Pues depende con quién quieras que te identifiquen, si con Macron o con Casado.
¿Si se pacta a la izquierda se exige la exclusión de Podemos de cualquier trato con el PSOE? Como la aversión es mutua, y el pacto Podemos / Ciudadanos parece un acuerdo contra natura, sería, me parece, el menor de los riesgos; más ahora que Podemos va de capa caída.
¿Acuerdos de investidura, de legislatura o de Gobierno? Ya se sabe, a mayor riesgo, mayor oportunidad de beneficio o de fracaso.
¿Ha llegado el momento de que Ciudadanos ocupe poltronas o prefiere seguir de fuerza colaboradora y vigilante desde Parlamentos y Plenos Municipales? Otra vez el riesgo de equivocarse en ambos casos: no aceptar poderes compartidos, puede crear descontentos internos entre quienes se ven ya investidos de autoridad, fama y poder. Gobiernos bipartitos te llevan a una situación en la que, en la próxima cita electoral, tu socio se adjudicará los éxitos y te atribuirá los fracasos (Cosa que, por otra parte, también estarás haciendo tú)
Oigo que el principal escollo para eventuales acuerdos globales entre Ciudadanos y PSOE estriba en la inquina de Albert Rivera contra Pedro Sánchez. No me consta, pero si así fuera sería lamentable. Rivera debería saber que entre sus obligaciones como político no se encuentra la de hacerse amigo de los líderes de otras formaciones. El Bien Común, el interés de España está muy por encima de sus preferencias o manías personales. La gobernabilidad de la Nación no puede depender de las filias y fobias del Secretario General de un Partido que quiere ser tomado en serio.
La cúpula de Ciudadanos, con Rivera al frente, deberá optar por lo que crea mejor para el futuro de España. Podrá acertar o equivocarse, ya se verá en siguientes citas electorales, pero, desde luego, lo simpático o antipático que le resulte Don Pedro a Don Alberto, es lo que menos nos interesa al común de los españoles.
Porque la mayoría de los votantes del Partido que queramos poner de ejemplo no votan por su líder (dejémoslo en Secretario General, que lo de líder es otra cosa) sino por las ideas que representa esa opción. Más aún: en muchos casos uno vota lo que vota pese a quien en ese momento represente al Partido que elige.
Este último comentario es válido no sólo para que el Señor Rivera lo pudiera tener en cuenta en el hipotético e improbable supuesto de que llegara a sus oídos, sino para explicar a tal o cual sorprendido ciudadano que observa cómo quien dejó de votar Podemos lo hace ahora por PSOE, pese a Pedro Sánchez. Pues claro ¿qué esperaba? que dejara de votar a Pablo Iglesias para hacerlo por Santiago Abascal? ¿Habría votado a Pablo Iglesias él o ella, de haberse desencantado con Vox?
Fruslerías sin demasiada importancia: Puigdemont y los políticos encarcelados
¿Vendrá a Madrid a recoger su acta de Diputado Europeo sabiendo que será detenido en cuanto pise territorio español?
¿Alguna instancia europea le otorgará la condición de Diputado sin pasar por tal trámite?
¿Dejará el Tribunal Supremo que los políticos presos acudan a las sesiones del Parlamento Europeo encomendando su vigilancia a la policía belga?
¿Motivará cada uno de estos episodios nuevos procesos judiciales, aquí y en Europa?
Lo veremos cuando sus Señorías concluyan lo que aún no ha empezado.
En resumen:
- Mis parabienes para ganadores y para quienes se sientan como tales.
- Desde mi más profunda convicción, les deseo a todos, ganadores y perdedores acierto en sus próximas, inevitables y complejas negociaciones.
- ¿Podría pedirles a todos altura de miras? Recuerden: primero España, después su Partido, y por último, el sillón que aspiran a ocupar.
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