miércoles, 7 de enero de 2015

El pequeño bigote de la Sra. Merkel.
 
Sólo fue una pesadilla siniestra.
 
Me desperté sobresaltado, sudoroso, aterrado. Una figurilla siniestra, tragicómica, vociferaba, eso me parecía, ante un auditorio que yo no veía, pero que "sabía" quiénes eran: miles y miles de griegos, papeleta en mano, a punto de votar, se había detenido estupefactos ante la inmisericorde filípica que les estaba administrando la protagonista de mi sueño.
 
Tardé en reconocerla, porque había algo que no encajaba. Al fin la identifiqué, colérica, con su corto cuello apenas dejando sobresalir su cabeza mal peinada de entre los hombros, aferrada al atril con ambas manos: era la Srª Merkel, sin duda, pero su rostro lo desfiguraba un bigotillo negro, recuerdo tenebroso de otros tiempos, que advertía a una masa de ciudadanos helenos sobre a quién podían votar y a quiénes y no y sobre qué cúmulo de desgracias les habrían de sobrevenir si les daba por ignorar sus amenazas.
 
¿Qué estamos haciendo con los principios democráticos?
 
Hubo un tiempo en el que alguien  tan poco sospechoso de progresía como Sir Winston Churchill le dijo a uno de sus adversarios aquello de "estoy por completo en desacuerdo con sus ideas pero daría mi vida para que usted pudiera seguir defendiéndolas" (o algo parecido, que ese día yo no estaba entre los invitados a la Cámara de los Comunes) Churchill era un conservador, pero, antes que nada, era un demócrata.
 
Algunos años más tarde, la naciente Unión Europea -tal vez entonces sólo Mercado Común- rechazaba una y otra vez las pretensiones del Gobierno de Franco de integrarse en Europa: España no alcanzaba los estándares mínimos de democracia exigidos. Poco después hizo lo propio con la Grecia de los Coroneles: en el club europeo había que presentar credenciales democráticas. Eran otros momentos.
 
Siguió pasando el tiempo y algunos políticos, Jean Marie Le Pen primero y su hija después, abominan de la Unión Europea sin que a nadie, fuera de Francia se le pase por la cabeza advertir a los franceses de lo que podría ocurrirles si el Frente Nacional llegaba al poder: se trataba de Francia, no de Grecia, y la amenaza venía de la derecha.
 
Y casi al mismo tiempo, otro británico, Mr. Cameron barbariza cuando se le antoja, amenaza él a sus socios y nadie advierte a los isleños de lo mal que lo van a pasar si Mr. Cameron repite mandato: más de lo mismo, Reino Unido y Partido Conservador.
 
Más aún, ¡en la misma Grecia, la formación ultraderechista cuyo nombre prefiero olvidar, demoniza a la Unión Europea, pero la Srª Merkel no ve  en ellos ningún riesgo! Curioso, ¿verdad?
 
¿Entonces?
 
¿Con qué derecho se le ocurre a la Canciller alemana amenazar a todo un país si le da por votar a una de las candidaturas, en definitiva, si vota lo que le dé la gana?
 
¿Es ésta la idea que tiene la Srª Merkel, aunque el bigotito no haya sido más que una fantasía onírica, de la soberanía de sus socios y del principio de no injerencia en los asuntos internos de los aliados?
 
¿No sería más lógico callar hasta que se conocieran los resultados, y, resultara vencedora la temida opción, esperar a ver qué hace? ¿O le parecen fiables la pandilla de incompetentes que han llevado a Grecia hasta donde ahora está?
 
Me viene a la memoria algo que ocurrió en Italia en los meses inmediatamente posteriores al final de la II Guerra Mundial: Los Estados Unidos de Norteamérica amenazaron con cortar de raíz toda ayuda a Italia, incluida la alimenticia, si se daba entrada en el Gobierno al Partido Comunista, aliado de USA, por otra parte, hasta que terminó la Guerra. El PCI, como se sabe, se quedó fuera del Gobierno.
 
Y pese a todo, la ayuda americana la pagaban ellos, mientras que la Srª Merkel anuncia decisiones en las que algo tendríamos que decir el resto de sus socios europeos.
 
Un último apunte. Reflexione la Srª Canciller: Grecia es mediterránea, y por estos pagos, a veces, cierto tipo de amenazas consiguen  el efecto contrario al pretendido.
 
 

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