jueves, 15 de enero de 2015

Occidente, después del atentado.
 
Una reacción esperable.
 
Era emocionante ver a tantos mandatarios de primer nivel del bracete, solidarios, encabezando la más grande manifestación de la que París tenía noticia. Que nadie quiera ver el menor asomo de ironía en la frase anterior, porque no la tiene: hay matices que añadir, pero es bueno ver tal unánime reacción ante unos hechos bestiales.
 
(No obstante, me pregunto dónde estaban tan altos dignatarios cuando Madrid sufrió el atentado de la Estación de Atocha, o cuando Boko Haran secuestraba por cientos a las muchachas cuyo único delito no era haber publicado dibujos sobre el Profeta, sino, nada más, no compartir la supuesta fe de los secuestradores. Parece evidente que también entre las víctimas hay categorías)
 
Y a continuación, una ola de fervor regulador recorre el mundo libre. Dejemos de lado las excentricidades de quienes, aprovechando la ocasión, sacan a relucir sus obsesiones y piden prohibir a diestra y siniestra -más a la siniestra que a la diestra, para qué nos vamos a engañar- reproducir fronteras superadas, volver a levantar murallas y devolver "cada mochuelo a su olivo".
 
Oigo de reuniones al más alto nivel entre los máximos responsables de la seguridad de los países. Es natural, porque el momento, y los cálculos electorales, supongo, lo exigen.
 
Estamos perdiendo un tiempo irrecuperable.
 
Observo que cuantos se están dedicando a implantar medidas para reducir, que no eliminar, la amenaza terrorista procedente del fundamentalismo islámico, sólo están pensando en acciones defensivas: intensificar los controles, intervenir en las redes sociales, endurecer la legislación penal, etc. etc.
 
Otros van más allá y hablan de medidas contra la inmigración, paso previo a pedir expulsiones en masa. Más de lo mismo, en definitiva.
 
¿De verdad alguien piensa que con este tipo de actuaciones estaremos más seguros? y si lo estuviéramos, ¿por cuánto tiempo? ¿Y a qué coste? ¿Cuántas de nuestras conquistas que han tardado Siglos en conseguirse se volatilizarían?
 
No veo, ni escucho a nadie de los responsables de la seguridad de nuestro entorno, reflexionar sobre las causas del tremendo fenómeno que se nos ha venido encima. Tengo para mí que mientras no se hayan identificado las causas, mal remedio se les puede poner, más allá de acciones puntuales, tal vez lógicas en este momento, pero absolutamente insuficientes.
 
Qué se puede hacer.
 
¡Qué más quisiera que tener la clarividencia suficiente para poder ofrecer soluciones radicales, (en el sentido de que ataquen el problema desde su raíz), pero hay algunas reflexiones que se me ocurren.
 
- ¿De dónde han salido los terroristas? Muchos de ellos, sean cuales fueren sus raíces más o menos lejanas, son ciudadanos de los países en los que están matando. Hijos o nietos de gentes venidas del hambre y la desesperación, que se jugaron la vida para llegar a la tierra de promisión.
 
Ellos, los que llegaron, se dieron por contentos con su magra fortuna, pero sus hijos o sus nietos, han crecido en los arrabales de la prosperidad y están reaccionando en clave de rabia, odio y deseos de desquite, aunque sean incapaces de reflexionar sobre cuál podría haber sido su papel en el mundo y qué esperan conseguir con sus actos criminales.
 
- ¿Y por qué llegaron a Europa? ¿Tan atractivos somos? ¿O es que preferían jugarse la vida para llegar hasta nosotros a seguir en su tierra, camino de una muerte próxima por hambre, o víctimas de guerras desoladoras -todas lo son- en las que ni siquiera sabían por qué se luchaba?
 
 Si eso es así, ¿por qué no hacer las cosas de manera que la emigración no fuera una imposición? ¿Por qué no invertir masivamente en el desarrollo de estos países? No hablo, siquiera, de subvencionar nada: hablo de invertir, como se ha hecho en otros momentos y otros países. España pasó de lo 3 millones de emigrantes en los 60 a los 4 o 5 de inmigrantes en el 2000. Dejamos de emigrar porque ya había trabajo en nuestra tierra. Buena parte de las inversiones que sustentaron el cambio de tendencia vinieron de más allá de nuestras fronteras.
 
- Hay otra cuestión de importancia capital: ¿De dónde proceden los fondos que financian el terrorismo? No me refiero a la rapiña que, sobre el terreno, pueden lograr los grupos armados, sino a los mucho más cuantiosos, procedentes, se dice, de países cuyos Gobiernos, sea por secreta coincidencia conn la forma de pensar de los terroristas, o como "impuesto revolucionario" para garantizarse temporalmente la tranquilidad, alimentan la caja del terrorismo.
 
  ¿No habrá llegado el momento de revisar las relaciones diplomáticas y comerciales con ellos? ¿O tendremos que admitir que los grandes controladores del dinero mundial están dispuestos a consentir la sangría de víctimas, la persistencia del temor, la pérdida de referentes históricos en sus propios países con tal de que sus cuentas de resultados sigan boyantes? 
 
En resumen.
 
No seré yo quien reniegue en estos momentos de la adopción de medidas temporales que reduzcan los riesgos, pero con ellas no resolveremos el problema.
 
Es preciso una acción coordinada de todo Occidente para afrontar el mal en su origen. Tenemos cada vez menos tiempo para emprenderla.
 
Me temo que es hablar por hablar, porque el rearme ético previo que exigiría este tipo de solución choca frontalmente con los intereses a corto, medio y puede que largo plazo de la inmensa mayoría de los que, tan solidarios, iban del brazo afirmando que ellos también eran Charlie. 

3 comentarios:

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  2. Segundos comentarios nunca fueron buenos, pero como no quiero repetirme, solo decirte que un buen día, de Marzo pasado, te dije " que bonito hablas ", pues pienso lo mismo de tus escritos.
    No se como te las arreglas para llevarle la contraria a la mayoría, pero me gusta.
    Enhorabuena Clemente. Eres tú

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  3. Muchas gracias, Lina. Es un privilegio tenerte como seguidora y más aún como amiga.

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