El constante e impune incumplimiento de las normas
El problema de España no es de falta de Leyes.
En contra de lo que tantas veces se oye ("eso habría que prohibirlo", "hace falta una Ley que...) soy de los que creen que el problema de España (uno de los problemas, qué más quisiéramos que tener sólo uno) no es que falten Leyes, o Decretos u Órdenes, Estatales, Autonómicas o Municipales, sino de su total, completa y absoluta inoperancia.
Creo que, por el contrario, los Poderes Públicos deberían acometer cuanto antes una tarea de poda, desbroce, desmonte y derogación de normas redundantes, a veces contradictorias, en ocasiones superfluas, cuando no confusas, imprecisas o simplemente voluntaristas.
El problema, en mi opinión, es que desde hace años en España, o para no generalizar en muy amplias capas de la población se ha instalado la convicción de no es necesario cumplir con las normas más que cuando nos convenga. Ni siquiera cuando no nos molesten, porque a veces, eso exige un cierto esfuerzo.
La mayoría de las veces, el incumplimiento de las normas no trae consecuencia alguna para el infractor, porque, y eso me parece grave, no está previsto qué hacer con él, y en otras muchas, y eso es mucho más graves, los llamados a vigilar su cumplimiento, la Autoridad, la que sea, y sus Agentes, los que sean, no sólo no cumplen su obligación de imponer la observancia de las leyes, sino que tratan al posible denunciante como un individuo molesto, intolerante, falto de comprensión, que, además, pretende decirles qué es lo que deben hacer.
Algunos ejemplos
El comportamiento de muchos dueños de perros.
Normas sanitarias de todos los ámbitos imaginables determinan cuáles son las obligaciones de los dueños de perros: cuándo deben ir sujetos, qué ejemplares han de ir con bozal, en qué espacios no pueden entrar, cómo comportarse cuando el animal hace sus necesidades. En lo que va de año he estado en México Distrito Federal, Londres, Berlín y París. Tres ciudades mucho más limpias que cualquiera de las españolas con las que queramos compararlas.
Muchos de los dueños de perros desconocen sistemáticamente sus obligaciones y se molestan si alguien les llama la atención. Muy mal. Pero ¿Dónde acudir para que los encargados de velar por la legalidad pongan las cosas en su sitio? Mucho peor.
Amo a los animales. Un punto menos que a mis semejantes, pero los amo. Abomino, en cambio, de mis congéneres maleducados que saltan a diario los límites de la convivencia en aras de un supuesto cariño por unas mascotas a las que encierran en un 10º piso les guste a no a los animalitos. Los quieren tanto...
Las bicicletas son para el verano.
En el lugar donde ahora estoy, el Ayuntamiento se ha gastado una buena partida del dinero de los contribuyentes en dotar de carril-bici a algunas de las zonas donde se presupone que mayor rendimiento habrían de tener: paralelos, por ejemplo a dos paseos marítimos, o por el centro de un gran bulevar.
Alabo la iniciativa. Creo que hay que fomentar el uso de la bicicleta. Pero, si hay carril bici, ¿por qué a diario los veo vacíos, mientas que deambular por el paseo marítimo significa exponerse a sufrir atropello? El Ayuntamiento ha puesto carteles indicando en qué zonas está prohibido circular con bicicleta: por alguna extraña tazón, esas zonas son las preferidas por los ciclistas ante la mirada complaciente de Guardias Municipales que no terminan de entender por qué tienes tú que molestarles poniéndoles ante la evidencia de que antes sus narices pasan docenas de ciclistas haciendo cabriolas.
Derecho a la diversión y derecho al descanso.
Dos casos concretos: voy a uno de mis destinos favoritos, me alojo en un hotel en la Plaza Mayor y me encuentro con un festival de música folclórica en la misma plaza. La recepcionista me tranquiliza: el Ayuntamiento les ha dado permiso sólo hasta las 12 de la noche. "Está bien -pienso- procuraré llegar después de esa hora. A las 2'30 de la madrugada, tamboril y dulzaina siguen sonando como si estuvieran en mi balcón. "Es verano, y ya se sabe", es la explicación que recibo.
Detrás del lugar donde vivo, en una calle, no en un descampado, ni en una playa alejada de cualquier habitación humana, ni en un local de las afueras acondicionado al efecto, sino en plena vía urbana, una terraza ha logrado permiso municipal para ofrecer música en directo, ya saben, micrófono, amplificadores, etc. etc., hasta las 12. Parece que es la hora comúnmente admitida antes de a cual no hay derecho al sueño. El problema sigue siendo que si a las 2 de la mañana usted llama a la Policía Municipal porque la música sigue a todo volumen, ni acude ni se explica por qué es usted tan poco animado.
Indisciplina circulatoria
Sufro a diario las consecuencias de la falta de civismo de docenas de dueños de automóviles que no sólo estacionan en carril de circulación, sino que lo hacen en segunda fila y a veces en ambos sentidos. Recorrer los 100 m escasos del vial, es una gimkana. Hemos denunciado varias veces la situación en las dependencias de la Policía Municipal. Nadie, ningún agente, se ha dignado verificar si soy un maniático o si vivo rodeado de gente incivil.
No sé qué caras habrán puesto cuando hayan leído los correos, pero he visto la que ponían cuando la denuncia la hice en persona: saqué la conclusión de que el malo era yo.
Para qué seguir.
Le dejo a usted, amable lector la tarea o la diversión de ampliar la lista de ejemplos hasta donde le parezca bien. Cuando la tenga hecha, si le ha dado por ahí, piense dónde está el problema y qué podemos hacer para darle la vuelta a la situación.
Por lo que a mí se refiere, aún dudando del éxito final, seguiré dando la tabarra a quienes cobran por que las leyes se cumplan, para que las desobedecen no se vayan de rositas.
Porque si hay algo que tengo claro es que berlineses, londinenses y parisinos, que, por cierto, deben de tener menos mascotas que en España, carecen del gen recogecacasdeperro. Lo que ocurre es que viven en países donde el que la hace la paga, y han terminado por ser educados. por la cuenta que les tiene
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