lunes, 3 de agosto de 2015

Esos molestos inmigrantes.
Pobres diablos.
Cientos de miles de seres humanos, congéneres nuestros por extraño que parezca, de usted que me lee y de mí que escribo, deambulan desesperados por los rincones más insospechados del planeta.
Huyen del hambre, o tratan de evitar morir despanzurrados por un obús en su pueblo; no falta quien ha tenido que salir corriendo para que sus creencias o su falta de ellas no le lleven a la muerte. Los hay, por fin, quienes pretenden alejarse de algunos de sus compatriotas que masacran a los que no coincidan al milímetro con sus ideas políticas.
Vagan por el Mar de la China en embarcaciones inverosímiles, a la busca de una playa propicia donde no sean recibidos a tiros. 

Cruzan México en el Tren de la Muerte para intentar llegar a la Meca de todas las Mecas, los Estados Unidos de Norteamérica, donde, si tienen suerte, podrían pasar inadvertidos y ser explotados por las buenas gentes que claman al mismo tiempo, contra las leyes protectoras de estos desgraciados. 

Se echan a la mar en la rivera Sur del Mediterráneo, rezando por llegar a las costas del Norte, no importa a cambio de las muertes de cuántos compañeros de desgracia. 

Esperan agazapados en los terraplenes boscosos frente a las vallas de Ceuta o de Melilla, con la esperanza de tocar suelo español. Los hay que escaparon de Siria y después de un par de eternidades han llegado frente a "Las Blancas Rocas de Dover"
 Nada nuevo. Esto viene ocurriendo desde hace décadas. Me refiero a su versión moderna, porque el fenómeno en sí, podría haber empezado cuando los neandertales huían de los cromañones. En países como España o Italia conocemos el drama bastante bien. Lo hemos padecido impotentes porque ni podemos evitarlo, ni resolverlo. 

Peor aún, cuando les pedimos a nuestros socios de la Unión Europea ayuda para hacer frente a tanto dolor, tuvimos que oír de todo. Burócratas engreídos, ufanos de su condición de europeos del Norte, cultos, educados, refinados y sensibles, no como nosotros, pobres paletos comedores de ajos nos echaron en cara nuestra falta de sentimientos por las "devoluciones en caliente", o por tratar de proteger nuestras fronteras, que, por cierto, son la frontera Sur de la Unión Europea, no sólo la de España, con artilugios diabólicos como las "concertinas".
Pero la marea de desesperados siguió creciendo. Ahora, los hambrientos, los refugiados, los perseguidos no aguardan frente a Lampedusa o Ceuta. Ahora están en Calais, y quieren llegar a Inglaterra.
No confundir el Canal de la Mancha con el Estrecho de Gibraltar.
Así que ahora, el Gobierno Conservador de Mr. Cameron y el Socialista de M. Hollande, claman su impotencia y se han apresurado a decir que están ante un problema europeo, y que no es posible resolver la situación sin el concurso de la Unión.
Todo eso, después de que desde ambos lados del Canal se hayan tomado novedosas medidas para frenar el movimiento inaceptable de gentes que pretenden entrar en el Reino Unido sin tener la documentación en regla. ¿Qué medidas? Incremento de las dotaciones policiales y refuerzo de los medios materiales para mejorar los controles. La discusión ahora versa sobre quién tiene que hacer más desde el punto de vista de control y represión, si Francia o Inglaterra.
Hablarle a un inglés de devoluciones en caliente, cuando acaban de aprobar medidas que facultan a los propietarios de inmuebles para expulsar a sus inquilinos si están indocumentados, supongo que sería tomado por ellos como una muestra incomprensible del humos mediterráneo.
Sigo sin oír hablar de las causas.
Los desesperados que llegan a nuestras fronteras son, por el momento, cientos de miles. Prefieren morir ahogados, degollados por una concertina o abatido por el disparo de un guardia fronterizo, antes que morir de hambre, o a manos de sus compatriotas antes de cumplir los treinta años. Son solo la punta del iceberg. Detrás de ellos hay millones expectantes, tan hambrientos y tan desesperados como los que se arriesgan ¿Alguien cree que esa marea puede detenerse con unas cuantas vallas más o con algunos guardias mejor armados?
Nadie huye de donde se siente a gusto. Sólo algún aventurero busca trabajo a diez mil km. de su casa si lo tiene al lado. ¿Alguien duda de que inversiones productivas masivas en los países en conflicto frenarían la emigración? Supongo que el Sr. Cameron y su colega francés pensaran que eso, lo de las inversiones, se rige por las Leyes del Mercado y que poco pueden hacer ellos para lograr que sus potentados locales inviertan en Siria, en Uganda, En El Salvador, o en Chad.
El fanatismo y la intolerancia tienen su base en la ignorancia y la desesperación. Esa es la placenta donde se crían los adeptos. Las tiranías gozan en la mayoría de las ocasiones de las complicidades de quienes deberían aliarse para evitarlas. ¿Estarán las grandes potencias y las medianas y las pequeñas dispuestas algún día a mirar por las vidas de cientos de millones de desesperados o seguirán su carrera suicida, cortoplacista, de explotación de zonas enteras del Planeta con la complicidad de sátrapas locales?
Por último, si hay alguien que piensa que me sobra demagogia, está en su derecho, pero les aseguro que oír clamar a Mr. Cameron y M. Holland, pidiendo ayuda, me ha sacado de quicio. ¿Qué hicieron hace unos pocos meses para ayudar a Italia o a España.  

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