jueves, 11 de febrero de 2016

El referéndum que pudo haber sido

Sostenella y no enmendalla.

La realidad tiene la cabeza suficientemente dura como para desarticular la argumentación más concienzuda. El más somero análisis de lo que viene ocurriendo en Cataluña desde hace décadas nos lleva a la conclusión de que han sobrado pasiones, han sobrado politiqueos de segunda división, han sobrado procesos judiciales y han faltado sentido común, aptitud par el diálogo y la transacción, visión política e ideas claras respecto a cuestiones esenciales como qué es España, qué es democracia y cómo se debe abordar un problema de la magnitud del que plantea Cataluña al resto de España.

No importa cuáles sean los argumentos de quienes se obcecan en resolver la cuestión por la vía judicial, la realidad demuestra que en este asunto hoy estamos peor que hace cinco años y hace cinco años peor que hace veinte. 

Al menos para mí, es evidente que cuando un mecanismo no funciona hay que sustituirlo por otro.

¿Y si probáramos otra cosa?

No es más que una hipótesis, que ni siquiera soy el primero en imaginar. Pero piensen en la posibilidad de plantear un referéndum en Cataluña, basado en los siguientes puntos:

Proceso pactado.
El primer paso sería acordar las bases y las fases del proceso entre el Gobierno de la Nación y el Gobierno de la Generalitat, refrendado después por los respectivos Parlamentos por la misma mayoría cualificada que se exige para la aprobación de Leyes Orgánicas.

Supongo que este primer requisito debería tener pocas objeciones de principio, sobre la base que lo que llamo "proceso" debe de incluir todos y cada uno de los aspectos que citaré a continuación.

Campaña de información.
Antes de acudir a las urnas, tendría que llevarse a cabo una campaña exhaustiva de información veraz a la ciudadanía en la que se explicaran con claridad meridiana los puntos a favor y en contra que una eventual Cataluña independiente supondrían para los votantes.

Es evidente que esta campaña habría de estar sometida a un control paritario para evitar que se convirtiera en un proceso de intoxicación, descalificaciones e insultos. Podrían servir de ejemplo las competencias y medios de acción que se otorgan a las Juntas Electorales.

Pregunta clara.
Debe conocerse de antemano la pregunta que se va a plantear a lo votantes, y ha de se un texto claro, sencillo y meridiano, comprensible para cualquier ciudadano no importa cuál sea su grado de instrucción.

Plazo de vigencia.
Sea cual fuere el resultado final del proceso, los votantes han de saber que la cuestión no podrá volver a plantearse al menos hasta pasado el plazo que se acuerde, 20 años, por ejemplo.

Digo "sea cual fuere el resultado", porque habría que admitir la reversibilidad de la situación generada por el final del proceso. Dicho de otra manera, si se llegara a la independencia, pasados 20 años, si se dan las mismas circunstancias que las que ahora comentamos, podría volver a plantearse la vuelta de Cataluña al Estado español. Y viceversa. Lo que no tiene sentido es continuar con esta cuestión abierta cada año.

El crucial asunto del quórum: quiénes y cuántos. Y cuántas veces

Quiénes
En cuanto a la consulta en Cataluña, vota el censo catalán, una vez que se haya resuelto quién tiene derecho a figurar en ese censo. ¿Residentes en Cataluña de nacionalidad actualmente española?, ¿"catalanes" residentes en cualquier otro lugar de España o en el extranjero? ¿Alguno más?

¿Y el resto de España no tiene nada que decir? Por supuesto que sí, pero sigan leyendo. Cada cosa a su tiempo.

Cuántos
Desde mi punto de vista, un asunto de tanta trascendencia, mayor desde luego que la modificación del Estatuto de Autonomía, debe resolverse por la mayoría absoluta del censo electoral, no por mayoría de los votantes, ni mucho menos por mayoría de ningún otro género (Diputados, por ejemplo).

Esta misma regla será la aplicable en su momento, cuando vote el resto de España.

Cuántas veces.
Dos, al menos. Una antes de empezar la negociación con el Estado y otra cuando se conozca el resultado de la negociación, no vaya a ser que, visto el acuerdo final, las cosas se vean de forma diferente.

Supongamos que el sí a la independencia tiene mayoría suficiente.

Esa mayoría por sí misma no supone la independencia, ni la habilitación para que nadie la declare.

Es, por el momento, el semáforo verde para la negociación Estado/Cataluña para fijar las condiciones de la declaración de independencia. He aquí una lista no cerrada de materias a concertar:

Quién debe dinero a quién.
Qué parte de la deuda soberana se transfiere a Cataluña
Cómo se reparte la Seguridad Social, presupuestos, gastos, servicios, bienes, compromisos, fondo de pensiones, entre ambas partes.
Con qué criterios se resuelve el asunto de la defensa nacional: ¿Se transfiere a Cataluña una parte de las Fuerzas Armadas y de Seguridad o se va a una estructura de defensa y Orden Público nueva?
Uso y coste del mismo de los recursos hidrológicos.
Reparto de fuentes y suministros, de energía y de su coste.
Posición de España respecto a Cataluña en cuanto a su presencia en ámbitos supranacionales: Unión Europea, Otan, etc.
Principio de doble nacionalidad voluntaria u otros alternativos.

Acordados todos esos puntos y los que falten, que los hay, aún faltan dos etapas:

La recta final.

¿Qué opinan los catalanes?
Las cosas, a la luz de los acuerdos logrados, pueden percibirse ahora de manera diferente a como se veían al principio del proceso, Por tanto es imprescindible pedir a los votantes la ratificación del sí, aplicando los mismos criterios ya citados en cuanto a quiénes votan y qué mayorías cuentan.

¿Y el resto de los españoles?
Suponiendo que vuelva a ganar el "Sí", es el momento de plantear a la totalidad de los españoles la reforma de la Constitución que ampare la nueva estructura territorial.

Esa reforma ha de pasar primero por el Parlamento, superar la mayoría cualificada de 2/3 y, finalmente someterla al veredicto de los votantes.

Sólo entonces podría procederse a la llamada "desconexión".

Algunas notas de mi parte.

Ni siquiera pretendo haber encontrado la solución al embrollo catalán. Nada más quiero decir que cuando un remedio no funciona (la solución judicial), conviene cambiar de método.

Las fronteras sólo son sagradas mientras no se cambian. Cualquier mirada a la Historia lo demuestra, aquí y en cualquier país con algún Siglo de existencia a sus espaldas.

El mecanismo descrito sería lento, dese luego, pero lo daría por bien empleado. ¿No hemos perdido ya demasiados años? ¿Qué importa consumir dos más?

¿Qué argumentos le quedarían a los independentistas para rechazar una propuesta como la que he descrito?









2 comentarios:

  1. El problema no es si cabe la independencia o el referéndum

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  2. Me parece que ha debido de haber algún problema y el comentario ha quedado incompleto. ¿Querrás terminarlo? Te espero

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