Atentos, llega Mr. Trump
Nos guste o no, es cierto
Pasó el momento de las lamentaciones. Donald Trump, Presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica, tomará posesión de su cargo, en un abrir y cerrar de ojos. Antes de una semana.
No importa que su oponente, la escasamente creíble Hillary Clinton, haya sacado más votos populares que su oponente, el sistema electoral norteamericano, como el nuestro, por otra parte, permite este tipo de resultados: Donald Trump ha conseguido ganar la batalla.
Tampoco importa especular sobre si las eleciones han sido todo lo limpias que hubiera sido deseable, porque, como ya ocurrió cuando el segundo de los Bush llegó a la Casa Blanca, los garantes de la estabilidad política del país pusieron el orden por delante de la justicia y hasta la mismísima cúpula del Partido Demócrata prefirió la presidencia de un tramposo al espectáculo tan poco edificante de admitir públicamente la existencia de un posible fraude electoral.
Aún queda y quedará margen para las protestas civiles, los manifiestos y las manifestaciones, hasta para alguna que otra película crítica con más éxito fuera que dentro del país, pero más bien pronto que tarde, la Administración Trump será una realidad.
¿Por cuánto tiempo?
Algunos profetas y otros muchos que se consuelan confundiendo sus deseos con la realidad, pronostican un mandato corto. Un mandato que terminará, incluso, antes de los primeros cuatro años.
No dicen cómo terminará la andadura del exótico Presidente. No aclaran si a la manera civilizada en que se acabó con la era Nixon, o al abrupto y criminal modo que se usó para deshacerse de los Kenneddy (de más solera y tradición norteamericana, dicho sea de paso)
¿Es posible? Por supuesto que sí. Dependerá en buena medida no tanto de la eficacia de los Servicios Especiales (¿quién protege de ellos al Presidente?) sino de cuántas de las promesas que le han hecho Presidente, quiera Trump convertir en políticas reales. Porque lo cierto es que algunas de ellas, más allá del efímero efecto populista que pueden conseguir, son auténticas cargas de profundidad contra el mismo sistema socio-político-económico que él dice querer regenerar.
El círculo de Poder de Mr. Trump
Es evidente el desprecio de Donald Trump por la opinión publicada. Ni la prensa, ni la misma televisión convencional merecen su respeto. Él prefiere la inmediatez anónima de las redes sociales o la tumultuaria algarabía de una rueda de prensa organizada como Reality show, usted habla, usted se calla que es un mentiroso.
Como lo es su distanciamiento de las estructuras de poder de los Partidos tradicionales, incluido el que se podría suponer que es el suyo propio.
Por eso no tiene el menor problema en encargar las relaciones internacionales a un empresario amigo personal de Vladimir Puttin, nombrar Secretario de Defensa a alguien conocido en el Ejército como "Perro Loco", designar a su yerno Asesor Presidencial, dejar la Cartera de Justicia en manos de alguien acusado de simpatizar con el Ku Klus Klan, ocupar del Medio Ambiente a un negacionista, o incluir en el Gabinete Ministerial a varios empresarios más, también multimillonarios como él.
¿Qué se puede esperar de este equipo? Negocios suculentos para la cúspide del poder, gestos demagógicos a corto plazo, creación inmediata de un puñado de miles de puestos de trabajo y... Seguiremos.
La inmigración
Ni siquiera es necesario acudir a los grandes principios tales como la superioridad de la libertad individual sobre la artificiosidad de las fronteras. Tal como están las cosas, la próspera agricultura sureña norteamericana, el bienestar doméstico de las clases medias y altas de tres cuartas partes del país, el funcionamiento de servicios públicos esenciales como la industria del taxi, o el gran transporte por carretera, descansa sobre mano de obra inmigrante, hispana, en especial.
Buena parte de esa masa inmigrante es ilegal. Lo sabe Trump, lo sabe el vinatero californiano, lo sabe el neoyorkino que toma un taxi y lo sabe el dueño del restaurante de carretera que ocupan a salvadoreños o chicanos en sus negocios. Supongamos que se expulsa a quienes no tengan los papeles en regla. ¿Efectos? Subida inmediata de salarios, o, lo que es lo mismo, reducción del empleo a plazo medio más allá de lo ganado por el reemplazo de foráneos por nativos USA.
En cuanto al famoso muro, conviene saber que más de un tercio de la frontera entre Los Estados Unidos y México, ya cuentan con él, precisamente en las zonas por donde más inmigrantes entran. O sea, que no es más que otra medida de cara a la galería. (De la promesa de impedir la entrada de musulmanes en USA, supongo que alguien tendrá que decirle que el Islam aconseja la pública apostasía para defender los intereses del mismo Islam)
Hay cosas más serias, por ejemplo los efectos reales del proteccionismo.
Yo no dudo de que el efecto electoral de asegurar el retorno de las inversiones industriales a territorio norteamericano dé un buen rendimiento. Creo que son medidas calculadas para producir el efecto público de credibilidad que necesita el nuevo Presidente.
Lo cierto es que en lo tiempos que corren, cerrar las fronteras encarece los costes de producción, encarece, por tanto, el producto, y conseguirá que los automóviles Ford, por ejemplo, sean menos competitivos incluso en el interior de los Estados Unidos. También, desde luego, perjudicarán a México, al menos hasta que otra marca ¿Toyota, Kia, por ejemplo? llene el hueco que estas desinversiones gringas produzcan.
No sé si leí o escuché ayer que en Vigo había cierta alarma ante las manifestaciones (que yo no oí, por cierto) de Marine le Pen a propósito de aplicar medidas similares con la industria francesa si ella llega a la Presidencia en Francia. No sé qué opinarán los fabricantes franceses, pero, desde luego, si están en España no es por hacernos un favor sino para abaratar sus costes.
El delicado asunto de las relaciones internacionales.
Apenas se está acercando a la Casa Blanca y ya parece tener establecidas sus listas de amigos y enemigos.
Entre los amigos, los más amigos, el Presidente Puttin. Ha llegado a admitir que sí, que pudo haber interferido en la campaña presidencial, pero que no influyó en el resultado. Ha desmentido que pueda haber sido grabado con prostitutas en un hotel y ha anunciado que, con toda probabilidad, levantará las sanciones impuestas por su predecesor, tal como había supuesto el Sr. Puttin, que, vista la proximidad de la toma de posesión de D. Trump, ni siquiera se tomó la molestia de fingir represalia alguna por la expulsión de diplomáticos rusos de los Estados Unidos. Para lo que iba a durar Obama...
Ahora bien, hasta hoy, USA y Rusia mantienen posiciones opuestas en puntos calientes críticos como Oriente Medio, relaciones con Turquía, etc. ¿Cómo va a resolver el embrollo?
Europa, la Unión Europea más precisamente, no parece hacerle muy feliz. Tengo la impresión de que es uno más de los millones de compatriotas suyos que no nos entiende. Tampoco es de extrañar: Roma jamás entendió a Grecia. En todo caso, pese a decir que le traemos sin cuidado, es evidente que prefiere una Europa desunida a una fuerte y coherente. Por eso alaba el brexit y anuncia que habrá más salidas de la Unión, lo que tal vez habría que interpretar como que él hará lo que esté en su mano para que así sea.
¡China! Trump quiere que su país vuelva a ser el primero en todos los aspectos del poder mundial. Sabe que lo de superar a China en número de habitantes no está en su mano, pero en el resto quiere intentarlo, así que empieza a marcar distancias y a poner patas arriba una cuidadosa política de apaciguamiento que empezó nada más y nada menos que con Nixon.
Habla de represalias comerciales, de derechos humanos. Habla de cuestionar el principio de una sola China. Yo no me alarmaría demasiado: China es el primer tenedor de deuda pública norteamericana y puede poner de rodillas al país y a su Gobierno en una semana. Puede crear un caos mundial sin precedentes en la historia del mundo y es posible que en Pekin, ahora Beiging, se asuma que más perderán otros si eso ocurre. No llegará la sangre al río. Y si llega podría ser la de Mr. Trump, si alguien piensa que con las cosas de comer no se juega.
¿Y España?
No creo que ni Donald Trump ni su flamante Secretario de estado in pectore sepan dónde está nuestro país. Es posible que si se le preguntara dijera que está entre Colombia y Argentina, más o menos. O sea que no creo que haya ningún Alto Cargo de su Administración al que se le pida que presente un plan de acción referido a nosotros.
Seguiremos la suerte, buena o mala, mala o peor que le corresponda a Europa. Si acaso, si continúa la presión relocalizadora de la industria norteamericana con México, es posible que España pueda beneficiarse de un cierto efecto sustitución. No nos sacará de pobres.
Un par de reflexiones finales.
No recuerdo qué autor mexicano, puede ser que Ignacio Taibo, decía que el Presidente de la República (se refería a México) puede hacer todo el mal que quiera pero que, en cambio, aunque lo intente su capacidad para hacer el bien es muy limitada. Me temo que eso mismo se le puede aplicar a Donald Trump y a la mayoría de los grandes mandatarios del mundo. Es decir, no hay que tener demasiadas esperanzas en que el nuevo Presidente no haga lo que dice que quiere hacer, por lo menos mientras pueda.
Pese a todo, hasta lo malo termina. Serán cuatro u ocho años complicados, pero también Mr. Trump acabará perdiéndose en el sumidero de la Historia. ¿Cuál será su saldo? Esa es otra cuestión, para cuya solución hoy no me encuentro con ánimos.
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