viernes, 27 de enero de 2017


Donald Trump no es un payaso 

¡Qué más quisiéramos!

No, desde luego que no lo es. Un payaso es un ser maravilloso al que los Dioses han dado el inestimable don de provocar la sonrisa y la alegría a su alrededor. Definitivamente, Donald Trump no es un payaso ni siquiera en el hipotético e improbable supuesto de que alguna vez le haya disfrazado como tal, nariz postiza incluida.

Por el contrario, D. Trump es un sujeto extraído del proceloso submundo de los negocios inmobiliarios. Un feroz negociador, con artes de truhán tabernario, especialista en la intimidación de sus interlocutores y en el desprecio a quienes no considera dignos de sentarse a su exclusiva mesa.

De ese tiempo de los turbios negocios le viene el conocimiento de la idiosincrasia de sus conciudadanos, de la escasa capacidad crítica de la masa de sus votantes potenciales, del universo pequeño y provinciano de frustraciones cotidianas provocadas por una crisis que nunca entendieron y de la que culparon, no sin razón, a gobernantes conchabados con los buitres de las finanzas que acabaron con sus ahorros y, de paso, con sus casas y sus puestos de trabajo.

D. Trump es, no puede negarse, un hábil comunicador, si por tal se entiende el que es capaz de transmitir una idea a un gran número de receptores, a base de la simplificación y de la capacidad de identificar el mensaje con el resentimiento de los oyentes. Sólo así se explica que desheredados y mujeres le voten.

No es el primero ni, me temo, habrá de ser el último de los grandes manipuladores que han florecido desde siempre. Desde Catilina a Hitler pasando por caricaturas locales como las de Lerroux. Gentes, todas ellas, que desprecian la verdad porque saben que, como dijera Goebels, "una mentira repetida el suficiente número de veces, se convierte en verdad". Prevaliéndose de su control sobre algunos poderosos medios de comunicación jamás consentirá que la verdad arruine su mensaje.

Qué podemos esperar

Es muy sencillo: Donald Trump hará, si puede, todo aquello que ha prometido en su campaña. (Un inciso: pocos políticos en activo se atreven a ello, pero éste es de la especie de los que no terminan de ver la diferencia entre el tiempo de campaña y el tiempo de la gestión. Adolfo Hitler perteneció a la misma categoría, no lo olvidemos). 

Por ejemplo, despreciará las medidas a favor del medio ambiente, porque disminuyen los beneficios a corto plazo de la gran industria americana; cerrará las fronteras aunque ello suponga a sus compatriotas pagar más por lo mismo, con el caramelo de la creación a corto plazo de algunas decenas de miles de puestos de trabajo.

Hay quien cree que su amenaza de elevar un 30 % los aranceles de los productos mexicanos al día siguiente de que haya fracasado la prevista reunión con el Presidente de México, no es más que una táctica negociadora propia de un fullero inmobiliario. Ojalá fuera sólo eso. Tengo para mí que la tendencia a humillar a quien tiene a su alrededor es en D. Trump la manifestación de una egolatría que le lleva a despreciar a los no WASP o de vejar por sistema a las mujeres que tiene a su alrededor.

Ahora toca intentar poner de rodillas a su vecino del Sur. No importa que México sea socio comercial de primer orden, aliado en el TLC, o cliente prioritario de su industria y sus servicios. Por algún sitio ha de empezar y ha decidido hacerlo con México. Si para ello hay que romper con los usos y costumbres establecidos, se hace y punto. Así aprenderán todos con quien están hablando.

No nos engañemos: si la jugada sale bien, después vendrá Europa, porque de este Continente solo le interesan el Reino Unido y Rusia. Lo primero se entiende, lo segundo, no tanto. En todo caso, la Unión Europea como concepto, como posible realidad futura le pone de los nervios, porque no entiende un mundo complejo en el que haya algo más que amos y siervos.

Por lo que a Europa concierne, deberemos esperar la injerencia del Presidente norteamericano en nuestros asuntos. Apoyará a Marine le Pen, apoyará a los partidos neonazis holandeses, austriacos, húngaros. ¡Y nos acusará de lo contrario! No hay más que esperar, poco, y lo veremos.

Por semejantes razones, hará cuanto esté en su mano -reducción de cuotas de participación, por ejemplo- para debilitar la ONU, la OTAN y cuantos organismos internacionales puedan interponerse en su camino. (Una vez más: recordemos la posición de Hitler ante la Sociedad de Naciones)

A todo esto lo llamará "América primero". Vuelvo a poner de manifiesto la desfachatez de identificar América (más de 30 países supuestamente soberanos y más de 400 millones de habitantes) con los Estados Unidos de Norteamérica. El Führer dijo que si le daban 20 años dejaría Alemania irreconocible: lo cumplió. El día que se suicidó, Alemania estaba al borde de la desaparición.

No cometamos los mismos errores

Sabiendo, pues, que tenemos delante a un individuo que desprecia absolutamente la verdad, no sólo porque es un mentiroso compulsivo sino, lo que puede ser más peligroso, porque pretenderá acallar las voces que se alcen pregonándola, estamos en el momento preciso de evitar caer en los errores que hace casi un siglo nos llevaron de la mano al matadero de la II Guerra Mundial.

Contemporizar con un matón no lo apacigua, lo envalentona. Ése fue el primero de los grandes errores de los gobernantes que se encontraron frente a Hitler. Todos, pero especialmente Francia y Reino Unido creyeron que cediendo a las peticiones crecientes del Señor de Alemania terminarían por contentarlo. Sólo tenían razón si hubieran entendido que siempre les pediría más. Al final la humillación no evitó la guerra.

No estoy diciendo, no al menos por el momento, que dejar hacer a Donald Trump nos lleve a la III Guerra Mundial, aunque si hay algo fuera de duda, es que hoy estamos más cerca del desastre que hace seis meses. Pero sí digo que la comunidad internacional, o, al menos el concierto de las democracias tienen que plantar cara cuanto antes a quien se comporta como un rufián.

Hay un tipo de personas que son difícilmente gobernables. Cuando el pueblo alemán le dio  el poder a Hitler, los gobernantes europeos, los representantes de la industria y las finanzas alemanas, los intelectuales, cayeron en el error de menospreciarlo. Creyeron que un ex cabo de la I Guerra, un mediocre pintor de acuarelas, era un parvenue, un aficionado con notables dotes oratorias y nada más. Gobernarlo, manejarlo, era cosa de niños. Lo importante, decían, es que ponga orden en Alemania y frene a los rojos.

Cuando todo terminó, Alemania estaba en ruinas y "los rojos" a los que tanto habían temido dominaban media Europa.

Más vale una vez colorado que ciento amarillo

Así es que a mí me parece que hay que empezar cuanto antes: ¿por qué no ahora mismo? México merece el apoyo decidido de toda la comunidad hispana y de la misma Unión Europea. No sólo se trata de apoyar a quien tiene razón, sino de mirar por nuestros propios intereses.

Donald Trump tiene que experimentar en carne propia que tratar con países soberanos no es lo mismo que vender casas a desinformados granjeros del Middle West, o redactar las cláusulas de otro contrato matrimonial más. Ha de verificar que, como se decía en la jura de los Monarcas de la Corona de Aragón "cada uno de nos somos como vos, y todos juntos más que vos"

En cuanto a México, estoy convencido de que ese gran país no va a dejar atropellarse. Es un pueblo orgulloso, más antiguo que su peculiar vecino del Norte. De poco ha de valer, pero dejo aquí constancia de toda mi simpatía y mi apoyo moral por ese país que tanto quiero.

Y si no se me considera frívolo, me gustaría dar las gracias al Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Personajes como él aseguran la producción de cuantos nos dedicamos de una o de otra manera a comentar lo que pasa a nuestro alrededor.

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