jueves, 2 de febrero de 2017

No sólo de Trump vive el hombre

Trumpología y trumpologetas

Trumpología: Disciplina de reciente aparición que estudia el comportamiento de Donald Trump, las eventuales consecuencias del comportamiento del sujeto del estudio y las previsibles variaciones en su evolución futura.

Trumpologetas: Ciudadanos de cualquier nacionalidad y condición que analizan al detalle las ocurrencias del nuevo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

En los tiempos que corren, la aparición en el escenario de la política mundial de un sujeto como Donald Trump es una bendición para editorialistas, comentaristas, tertulianos, bloggeros e, incluso, lectores o escuchadores de noticieros escritos o televisados.

El manantial parece inagotable. Un día nos enteramos que la designada Embajadora de USA ante la ONU ha amenazado con apuntar los nombres de quienes disientan de la política de su jefe. Otro, escuchamos que ha llegado a sugerir que sus tropas estarían en condiciones de sustituir al ejército mexicano si éste sigue mostrándose reacio a obedecer los designios de la Casa Blanca a la hora de terminar con el narcotráfico. Hoy nos dicen que el Sr. Trump ha colgado el teléfono al Primer Ministro australiano por recordarle algún compromiso asumido por su predecesor en materia de acogida de refugiados (¿cómo se le ocurre al australiano hacer algo más que escuchar con la máxima atención las instrucciones del Presidente norteamericano?). Ayer o antesdeayer leíamos que el Parlamento Europeo pide no dar el placet al propuesto Embajador USA ante la UE, visto su irreductible antieuropeísmo.

Es preocupante que todo esto y mucho más esté ocurriendo, pero más grave me parece dar por supuesto que esas barbaridades bien podrían estar siendo aplaudidas por los millones de votantes que le alzaron hasta la Presidencia. Porque, no lo olvidemos, Donald Trump se está limitando a hacer, por infrecuente que sea ese comportamiento, lo que anunció que haría.

O sea, que para los trumpologetas es muy sencillo predecir el futuro: Donald Trump es predecible, como debería haberlo sido Adolfo Hitler que había dejado escritos sus planes antes de que el horror se instalara en el mundo. Y en cuanto a la trumpología, es una ciencia que se agota en sí misma: casi todo lo que podría pasar está en las hemerotecas.

Un comentario al margen: soy ciudadano de una de las provincias del Imperio, España, que forma parte de Europa, también parte del Imperio, así que me siento autorizado a denostar todo cuanto venga de los centros del poder imperial. Así ha sido siempre, y no veo por qué tiene que cambiar precisamente ahora. La inmensa mayoría los ciudadanos, y antes los súbditos de cuantos Imperios ha habido en el mundo, desde los asirios hasta USA han abominado de sus amos, lo que ocurre es que no es lo mismo tener de Emperador a Calígula que a Aurelio, o a Donald Trump que a Roosvelt.


Hay vida más allá de las fronteras de los Estados Unidos

Y tanto. Hablemos nada más de España.

El lamentable espectáculo de la izquierda española. 
Soy de los que creen que nuestro país necesita una izquierda fuerte, organizada y preparada para ser cada cierto tiempo la fuerza que rija los destinos del país. Es obvio, o a mí me lo parece, que también es indispensable que contemos con una derecha fuerte, organizada, etc, etc. No insisto en ello porque, tal como yo lo veo, esa fuerza ya existe y no parece, por el momento, que tenga graves problemas internos, más allá de alguna rabieta fuera de tono de personajes que lo fueron y no se resignan a dejar de serlo.

¿Tenemos esa izquierda? La pregunta es retórica, desde luego, porque lo que estamos viendo desde hace demasiado tiempo es que a la izquierda del PP o de Ciudadanos (no me atrevo a investigar quién está a la derecha de quién) reina el caos.

El Partido Socialista sigue hundido en un marasmo interno que no tiene visos de terminar. Perdidas dos Elecciones Generales con resultados cada vez peores que los anteriores, desbancado el Secretario General por métodos probablemente amparados en sus estatutos, pero ineficaces a la hora de resolver la gravísima crisis interna, a punto de cumplirse el razonable ciclo de la Gestora, vuelven las banderías a asolar el territorio socialista.

Me llama la atención que los unos explícitamente y la otra a base de medias palabras, quienes pretenden solventar el problema no dejen de hablar de unidad pero tampoco de traiciones, maniobras arteras y acusaciones de manipulaciones de la militancia. Tengo la sospecha de quien gane tratará de arrinconar a sus contrincantes mucho antes que de levantar a su Partido. Como se ha venido haciendo desde que se forzó la salida de Borrell de su papel de Candidato electo por la militancia para competir por la Presidencia del Gobierno.

Luego volveré sobre el papel del dirigente, del militante y del votante, pero quiero dejar constancia de que aún no he visto a ningún aspirante hablar de qué piensa hacer al día siguiente de ocupar el primer despacho de la Calle Ferraz.  Sólo frases hechas, huecas, predecibles.

No sé si es mayor o menor, me parece que mayor, el guirigay que hay en Podemos. Más de lo mismo: los dos gallos que aspiran a ser la bandera de la izquierda hablan de unidad, repiten una y otra vez la monserga de que es necesario trabajar juntos, pero son incapaces de conseguirlo. 

Es verdad que en este caso sí parecen estar documentadas las diferencias, pero no es menos cierto que, pese a ello, la lucha por el poder dificulta, o impide, el debate sobre los fundamentos teóricos de las posiciones de los dos contrincantes. Para complicar más las cosas, en Podemos hay una tercera fuerza, los anticapitalistas y demasiadas "confluencias" sin encajes orgánicos bien definidos. Así las cosas, han empezado las dimisiones, síntoma de lo que podría estar por venir.

Conclusión: En el mejor de los casos, el ganador de las primarias del PSOE y el que se alce con el santo y la peana en Vista Alegre II, sólo pueden aspirar, y lo saben, a ser la segunda fuerza electoral. Pobre consuelo para quienes deberían aspirar a ganar las próximas elecciones Generales y dar un giro importante en la política nacional.

Mientras tanto, Ciudadanos cierra sin ruido su Congreso con porcentajes cercanos al 90 en apoyo de la actual dirección, y el Partido Popular prepara el suyo seguro de que no habrá sobresaltos.

Dirigentes, militantes y votantes.

¿Es necesario señalar que "Dirigente" es el que dirige, "Militante" el que milita y "Votante" el que vota? No debería serlo, pero oyendo las constantes proclamas de nuestros pseudolíderes de la izquierda a propósito del papel de los "compañeros y compañeras" y de cómo unos les devolverán la voz a "la militancia" y otros harán siempre lo que les pidan los "compañeros y compañeras (¡Por Dios, qué insoportable tabarra!), parece que pocos tienes claros esos conceptos elementales.

Hay dos formas antagónicas de hacer política. Una tiene como objetivo transformar la realidad. Ese objetivo puede ser uno o su contrario, pero tiene que tener como base unos principios teóricos y unos programas de desarrollo de esos principios, unos programas de Gobierno. Lo que se le pide a los dirigentes es que expliquen principios y programas, los sometan al veredicto primero de los militantes de su formación y luego a los votantes y se atengan a los resultados. Tendrán el poder y la capacidad de cambiar su entorno, si su propuesta goza de suficiente apoyo popular. A partir de ahí, ya les han dicho militantes y votantes lo que tienen que hacer: lo que dijeron que harían. No es preciso preguntarles cada fin de semana.

Hay otra forma de hacer política cuyo objetivo es ocupar el Gobierno y que consiste en averiguar qué le apetece al personal y convencerle de que serán capaces de darle gusto. Es un camino tramposo y lleno de riesgos, primero porque no siempre lo que quiere la mayoría es posible, segundo porque no siempre los deseos tienen una base lógica más allá del mundo de las emociones, y tercero porque la ciudadanía es voluble y cambia de opinión con inusitada frecuencia, lo que obliga a decir primero y hacer después cosas que van en contra de lo que se prometió.

Tal como yo lo veo, una cosa es dotarse de mecanismos democráticos que garanticen el control popular sobre el comportamiento de sus dirigentes (mecanismos de los que no veo demasiados ejemplos a mi alrededor, dicho sea de paso) y otra muy distinta y bastante perniciosa que consiste en abdicar de las obligaciones de quien dirige y gobierna y trasladar a la ciudadanía la toma constante de decisiones. Esto, por otra parte, no ocurre en la práctica, lo que convierte la apelación constante a "las bases" en una coartada para hacer y deshacer al antojo de quien presume de ser más demócrata que nadie y, en el fondo no es sino una caricatura de dirigente.

La primera condición para poder escudarse en lo que piden "los compañeros y compañeras" es decirles la verdad e informarles de cabo a rabo de los pros y las contras de sus propuestas. ¿Quiénes lo hacen?

En resumen

Dejando a un lado las peripecias que dan materia de especulaciones y comentarios a trumpólogos y trumpologetas, España tiene en estos momentos muchos, muy graves y muy urgentes problemas (desempleo, corrupción, secesionismo, por ejemplo) como para que quienes deberían estar llamados a ser una alternativa real de Gobierno, dejen de navajearse unos a otros y piensen, por una vez en el Bien Común.



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