jueves, 23 de febrero de 2017

Amigos de los animales

La sensatez como faro.

Hay ideas cuya defensa exige muy poco esfuerzo. Apenas una pequeña dosis de sentido común. Por ejemplo, la improcedencia de maltratar a los animales. Como la de destrozar jardines, apedrear cristaleras, embadurnar paredes o dañar obras de arte. (No incluyo aquí cualquiera de las conductas que afecten a las relaciones entre seres humanos, porque parece, espero, que eso está fuera de la discusión). Son conductas inadmisibles y, por consiguiente, deben ser prohibidas, con las consecuencias que ello arrastra.

Pero, como dijo Máximo, "lo malo de los fanáticos es que toman una idea y la convierten en un ideal". A veces, aunque la persecución de ese ideal lleve a resultados diametralmente opuestos a los que se pretendían conseguir.

En esta época de auge indudable de los defensores de los animales, podemos estar asistiendo con frecuencia a episodios de este tipo. Perdón por el inciso, pero creo imprescindible asegurar que soy contrario al maltrato gratuito a los animales, como lo soy, ya decía, de arrasar bosques, destrozar hábitats naturales o dinamitar restos arqueológicos. 

Sigo.

Un ejemplo visto y oído en televisión. En cierto pueblo de la Costa del Sol, un grupo animalista truena contra la utilización de asnos para transporte de personas con fines turísticos. "Esto sólo pasa en este país de mierda.  -Decía su furibundo líder- Que vayan en coche, ¡Pobres animales!" Veamos: como se sabe, el burro está tan en trance de desaparición en España que hasta se han creado Asociaciones en defensa del burro andaluz. ¿Por qué? Porque el progreso ha hecho innecesaria su ayuda como animal de tiro y de carga; para eso están ahora tractores, motocicletas y automóviles. Y viene la gran pregunta: cuando el asno deje de ser una fuente de posibles beneficios para sus dueños, ya hablemos de dinero o de comodidad ¿Quién los mantendrá, quién los criará, alojará, sacará a pasear y dará de comer? ¿Los amigos de los animales? ¿Cuántos estarán dispuestos a adoptar un pollino y llevárselo a vivir a una 7ª planta, que es donde viven en el centro de Bilbao, por ejemplo? 

El mismo caso, por mucho que les duela a los animalistas se da en la relación entre tauromaquia y supervivencia del toro de lidia, con el sorprendente resultado adicional de que el día que desaparezca el toro de lidia, auténticas reservas naturales como son hoy dehesas y cortijos (prohibición absoluta de cazar lo que las convierte en refugio natural de especies que huyen de las escopetas) se convertirán en cotos de caza. Porque ¿quién criará toros bravos si las corridas han desaparecido? ¿El Estado, la Sociedad Protectora de Animales?

Los animales y el mundo del Derecho

Desde hace 3.700 años, más o menos, fecha probable del más antiguo texto jurídico conocido, el Código de Hamurabi, hasta hoy, los animales han estado presentes en el mundo del Derecho. O sea que no es por desconocimiento por lo que algunos nos extrañamos cuando oímos hablar de los derechos de los animales. 

Lo que ocurre, lo que ha ocurrido siempre, lo que no puede cambiarse, es que los animales aparecen siempre en los textos legales, no importa la época ni el país, como objeto del derecho, por supuesto, porque como sujetos no es posible. Roma acuñó el término con el figuran aún hoy en nuestros textos, "semovientes", para diferenciarlos de los bienes inmuebles. 

Ahora hay quien cree que también deberían ser reconocidos como sujetos de derecho, es decir, que hay que regular los derechos de los animales. Es una confusión elemental: los que tienen derechos, y sobre ellos podremos debatir cuanto queramos, son los dueños de los animales, no los animales. 

Para que los animales tuvieran derechos, sus actuales dueños tendrían que empezar por admitir que reclamar derechos a favor de un ser del que tú eres dueño, es una contradicción en sus propios términos. No se puede ser propietario de un sujeto de derechos. 

Por otra parte, como es evidente, sólo pueden reconocerse derechos a favor de quienes simultáneamente son sujetos de obligaciones, legalmente exigibles. ¿Qué obligación legal puede exigirse a un perro, a un gato, a un papagayo? A sus dueños, sí, por descontado, pero de eso hablaremos más adelante.

Sobre el amor a los animales

Sólo es mi opinión, desde luego, pero bajo la capa del amor a los animales y de la reclamación de sus derechos suele esconderse el deseo de ampliar las facultades  de quienes dicen amar, por ejemplo, a los perros. A poco que se reflexione podrá concluirse que cuando se reclama el derecho de los perros, por ejemplo, a viajar en metro o en autobús, no se está pensando en ellos. Jamás un perro por su propia voluntad se le ocurriría meterse en el metro, ni elegir como vivienda un piso de 70 metros cuadrados ubicado en la décima planta de un inmueble. Elegirían vivir en plena naturaleza, como vivían antes de que el hombre lo pusiera a su servicio y, si pudieran, rechazarían comer piensos compuestos y seguirían cazando lo que tuvieran a su alcance. 

Oigo a veces decir que el amor a los animales es la prueba inequívoca de los buenos sentimientos de quien lo profesa. Creo que es mejor amar que odiar a los animales, pero no prueba nada. Hitler, por ejemplo era un gran amante de los perros. Una vez más, las generalizaciones suelen esconder argumentos interesados.

También escucho con frecuencia, hablando de algún animal doméstico, que "es uno más de la familia". Allá cada cual con el concepto que tenga de la familia en general y de la suya en particular. En la mía sólo hay seres humanos, entre otras cosas porque no sabría en qué escalón colocar al animalito que me hiciera compañía ¿al nivel de mis hijos, por detrás de mis cuñadas, antes que mis primos, por delante de mis abuelos?

Lo que sí me parece indudable es que los propietarios de los animales domésticos tienen no sólo la obligación de cuidarlos y tratarlos correctamente, sino que, además tienen el ineludible deber de respetar los derechos de los demás humanos que les rodean. Este deber no se deriva tanto de la condición racional o irracional de quienes tiene a su cuidado, sino del derecho de los demás ciudadanos a ser respetados. Así, de la misma manera que yo tengo derecho a que mi vecino del piso superior no ensaye zapateados flamencos a las 4 de la madrugada, no encienda una barbacoa en su terraza o no inunde mi vivienda cada vez que riega las plantas, puedo exigir al mismo vecino que su mascota me deje dormir y que no me encuentre sus desperdicios en la acera. Mi exigencia no limita los derechos de su perro, que no los tiene, sino los suyos, que para eso es un ciudadano como yo.

¿De qué animales hablamos?

Una prueba más de que muchos de los supuestos defensores de los animales piensan sobre todo en sus propias aficiones más que en la plácida existencia de los animales, es la exclusión que se hace de la mayoría de las especies cuando se habla de su defensa. Perros, gatos, toros de lidia, linces, ballenas y algunas otras especies en peligro de extinción, gozan de buena prensa. Cucarachas, ratas, alacranes, y, por otro lado, mejillones, nécoras, rodaballos o cerdos ¿son animales o no?

Así que, para terminar...

En éste, como en tantos otros casos, a partir de una idea plausible, se puede caer en exageraciones que rozan el esperpento. Hace unos días recibí el siguiente whatsApp: "Cada día millones de plantas mueren a manos de los vegetarianos. Hay que parar este genocidio y comer más jamón". ¿Verdad que es un tanto exagerado?





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