Cadáveres manipulados
En la muerte de Miguel Blesa
No quiero que haya la menor duda al respecto: la muerte de Miguel Blesa me entristece. No porque fuera el ex Presidente de Caja Madrid, ni porque fuera amigo del ex Presidente del Gobierno, ni porque fuera un notorio afiliado al Partido Popular. No. Me entristece porque estamos ante la muerte de un congénere, acaecida además en circunstancias dramáticas.
Digo lo anterior a sabiendas de que en los tiempos que corren parece como si en cada momento, en cada acontecimiento, cada uno de nosotros tuviéramos que reaccionar de acuerdo con los códigos éticos del clan, el grupo, el Partido, la región a la que perteneciéramos y no cupiera no ya la discrepancia, sino ni siquiera el matiz.
En este sentido, reivindico mis privilegios de hombre libre, sin ataduras de carnés, de afiliaciones, sometido nada más a mi propia forma de ver la vida; así que si lo que quiero decir a continuación me granjea el rechazo de unos por criticar a un difunto y a otros por no condenarle... ¡Qué le vamos a hacer!
Las cosas que oímos y leemos
No quiero repetir, sólo faltaba, ninguna de las barbaridades que he visto reproducidas y que han aparecido en las redes sociales. No merecen disfrutar de la posibilidad de que las lean nadie más. Sólo se me ocurren un par de cosas.
Primera, que no seré yo quien defienda la censura de ningún medio de comunicación, pero sí, desde luego, la aplicación de las generales de la Ley a quienes confundan libertad de expresión con derecho al insulto, al ultraje, al agravio a quienes, en estos momentos, lloran la muerte de alguien a quien querían, no importa qué hubiera hecho de bueno o de malo en su vida.
Segunda, que tampoco hay que extrañarse demasiado. Siempre ha habido miserables. Comportamientos semejantes son muy anteriores a la aparición de las redes sociales. Éstas, nada más los han hecho más accesibles. Demonizar Twitter por el uso que hagan de él dos docenas de energúmenos, sería desconocer las ventajas evidentes que la red supone para docenas de millones de usuarios sensatos (entre los que no se encuentra, desde luego, Donald Trump).
Pero, y eso amerita punto y aparte, tampoco me parecen de recibo los intentos de aprovechar la muerte siniestra de un hombre para obtener alguna ventaja política.
Cadáveres reciclables
Los hechos escuetos, hasta donde sabemos, son elocuentes: Miguel Blesa, condenado por algunas de sus actuaciones mientras era Presidente de Caja Madrid, se ha suicidado. Son elocuentes, pero, pese a todo no autorizan a interpretaciones interesadas.
Sólo él conocía los motivos que le llevaron a quitarse la vida, si es que se ha suicidado. Digan lo que digan los demás, sólo él. Aún así, si se afirma que ha muerto porque no pudo soportar la presión que sobre él se ejercía desde la judicatura, o desde la prensa, habrá que recordar, que los Tribunales cumplieron su cometido y le proporcionaron un juicio justo y los periodistas cumplieron con su obligación de informar.
Dicho de otra manera, las consecuencias de actos deliberados, sean cuales fueren, siguen siendo responsabilidad del autor de aquéllos.
Si la muerte de Blesa es consecuencia de sus actos como Presidente de la que llegó a ser la tercera entidad financiera del país (hundida en parte por su gestión) hay que recordar que no es la única muerte que se puede cargar a estos avatares. También ha habido suicidios de quienes perdieron su casa y su hacienda en el sumidero de Caja Madrid ¿o ya los hemos olvidado?
No ha faltado quien haya rescatado del más allá la figura de Rita Barberá, y aprovechando la ocasión, haya cargado el infarto que acabó con ella a la persecución de que fue objeto. Su muerte me impone la obligación de respetar el principio de presunción de inocencia porque no llegaron a sustanciarse los procesos abiertos contra ella, pero no puedo dejar de pensar que, Tribunales al margen, quien se dedica a la política y alcanza un sitial público, debe saber que está expuesto a la crítica, especialmente si, como en el caso que nos ocupa, hay indicios de que no faltan motivos para el ejercicio de acoso y derribo.
Sólo dos cosas más
Miguel Blesa ha roto con la tendencia generalizada de cargar sólo al contribuyente el coste de sus errores, y ha enlazado con la siniestra tradición a la que, dicen, eran aficionados sus predecesores neoyorkinos durante la crisis de Wall Street del año 1929. Entonces quienes arruinaban a sus accionistas, se suicidaban; ahora, con esta excepción, se limitaban a acudir al Gobierno a pedir dinero para tapar su agujero.
A propósito de la muerte de Miguel Blesa, recordaba esta mañana unos párrafos de Hanna Arendt en su conocido "Estudio sobre la banalidad del mal". Decía la autora, hablando de la indignación de ciertos liberales alemanes cuando Albert Einstein no tuvo más remedio que huir de Alemania, que "lo grave no es que un genio como Einstein haya tenido que exiliarse, sino el asesinato de su vecino de enfrente, judío desconocido".
O sea, que no caigamos en el error de hablar de muertos de Primera y muertos de Tercera.
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