miércoles, 26 de septiembre de 2018

¿Tan mal estamos?

El ruido de fondo

¿Cada día? ¡Qué más quisiera! Dos, tres, más veces cada día recibo mensajes incendiarios, leo comentarios apocalípticos, escucho insultos desproporcionados (¿cuál no lo es, por otra parte?), oigo pronósticos terroríficos sobre la situación de España, sobre la inminencia de la ruina más absoluta de nuestra economía, la desmembración del Estado, el fin de los tiempos, en suma, si el actual Gobierno no hace esto o aquello o lo de más allá. (Marcharse y dejar el sitio a otros, en resumen).

Cuando el PSOE planteó la moción de censura, militantes, votantes y simpatizantes del PP y Ciudadanos se rasgaron las vestiduras. Alguno de sus voceros llegó a hablar ¡de Golpe de Estado encubierto! como si el mecanismo de la moción se hubiera inventado en la sede del Partido Socialista, como si nunca antes se hubiera intentado. Como, incluso, si el propio PP no la hubiera utilizado para alcanzar algún Gobierno, aunque haya sido en Comunidades Autónomas.

Me llama la atención, me la ha llamado siempre, la imposibilidad manifiesta de nuestros Partidos Conservadores para asumir las derrotas políticas. Se comportan como si estuvieran convencidos de que el Poder les pertenece por mandato divino y hubiera que acabar por cualquier medio con quienes se lo roben. En nombre del Bien Común, no faltaría más.

Todo empezó a la salida del Palacio de Las Cortes, recién terminada la votación que apartó del Gobierno a D. Mariano. A partir de entonces se exige, ruega, implora, sugiere, vaticina (eso depende del talante y la educación de cada uno) la salida inmediata de la Moncloa de su actual ocupante.

Recapitulemos: el cuántos y el quiénes

¿Hace falta insistir en que alcanzar el Gobierno a través de una moción de censura es tan constitucional como hacerlo tras haber ganado unas elecciones? ¿No? Pues sigamos.

Es cierto, evidente, diría yo, que no es lo mismo juntarse para desplazar de La Moncloa al anterior Presidente que ponerse de acuerdo en qué hacer al día siguiente.

No estamos en Alemania, ni en Italia, ni en el Reino Unido. Estamos en España, y es bien cierto que nos falta experiencia y nos sobra temperamento para acometer la gobernación del país sobre bases tan endebles, tan contradictorias como las que están ¿sustentando? a Pedro Sánchez. 

No se trata de cuántos Partidos dicen que apoyan al Gobierno sino de cuáles. La exigua cota de Poder del PSOE en el Parlamento, no digamos ya en el Senado, exigiría haber pactado de antemano un programa de Gobierno común. La alternativa son las interminables, inseguras y hasta peligrosas diarias concesiones a quienes se saben dueños de la cizalla que puede seccionar el hilo que sostiene al Presidente del Gobierno pendiente sobre el abismo.

Pero ¿qué fiabilidad puede esperarse de quien apoyó los Presupuestos del PP y una semana después se sumó a quienes lo echaban del Gobierno? ¿En base a qué cabe esperar la mínima dosis de generosidad, de altura de miras, de aportaciones al bien común, de quienes se declaran sólo obligados por lo que decida el Parlamento de Cataluña? ¿Qué lealtad ha de esperarse de quien es tu competidor natural en el caladero electoral de la izquierda?

No son preguntas retóricas. A mí, al menos, no me lo parecen, y por eso las contesto por orden: ninguna, a nada, ninguna. De cualquiera de ellas, hoy por hoy, sólo pude esperarse lo que en tantas ocasiones se ha llamado “el abrazo del oso”.

Desajustes reales

Así que, furias, desatinos, exageraciones, histrionismos aparte, lo cierto es que la situación actual es cualquier cosa menos apacible. Diga lo que diga el Presidente, no estamos en época de normalidad.

Podríamos estar en ella, si España fuera otro país. Si cada vez que un político es descubierto mintiendo (ni somos los inventores del desafuero, ni el único país en el que sus políticos son pillados intentando engañar al ciudadano) dimitiera y eso fuera una práctica habitual desde hace doscientos años, ni el máster de ése, la tesis de éste o la comida de aquélla darían para más de un par de días de comentarios poco menos que intrascendentes: el interesado dimite, se elige o nombra sucesor y la vida sigue. 

Aquí, no: por estos pagos cualquier simpleza prescindible (¿para qué necesitaban la Srª Cifuentes, y el Sr. Casado su máster, o el Sr. Sánchez su doctorado? ¿Quiénes lo sabían entre los que les votaron y cuántos de ellos, en cambio, dejarán de votarles por sus frivolidades?) es el prólogo de un dramón en ocho actos en cuyo epílogo, siempre, siempre, se pedirá la cabeza del perseguido.

Y como no estamos en tiempos normales, uno tiene la sensación de que aquellos que fueron elegidos para que se ocuparan de cuidar de nuestros intereses, se enzarzan en peleas tabernarias, se echan en cara sus defectos y, unos por otros, la casa sin barrer.

Por otra parte, tengo la sensación, sólo eso, la sensación, de que tal vez Pedro Sánchez no pensara que iba a salir adelante la moción de censura. Quizás pensara que en el último momento, el Sr. Rajoy, disolvería las Cortes y convocaría Elecciones. Entonces su Partido podría haber tenido algún tiempo extra para saber qué hacer en el caso de que resultara ganador.

No fue así, y se encontró con el Poder nominal, sin equipo y sin programa. ¿O es casualidad que en tan corto espacio de tiempo, dos Ministros hayan tenido que dimitir por  no haber dicho la verdad sobre algunos trapos sucios que, de haberse sabido, podrían haber sido tratados de otra forma? Eso si no hay una tercera víctima a corto plazo.

Peor, desde mi punto de vista, es la tan frecuente falta de control sobre declaraciones cruzadas, contradictorias entre miembros del Gabinete. Si la Ministra A, dice blanco, el Ministro B, dice verde, así que el Presidente tiene que decidirse por el azul con vetas marrones o terminar diciendo que bastantes problemas tiene ya. No una, ni dos veces. Cada semana.

¿Qué puede hacer el Presidente del Gobierno?

Muchas cosas, aunque no todas buenas. Por ejemplo enredarse y confundir sus deseos con la realidad.

Supongo que sabe que hay un par de cuestiones en las que no puede equivocarse, así es que mejor es que no caiga en la tentación de enmascararlas con maniobras de diversión pensando que los votantes somos todos lerdos.

¿Hay que modificar la Constitución? Soy de los que están convencidos de que sí. El problema es que ni todos pensamos en las mismas modificaciones, ni es algo que pueda hacerse en momentos como el presente en los que hablar de consenso es impensable aunque sea imprescindible, si queremos acometer la tarea con cierto rigor.

¿Debe Europa activar políticas continentales para hacer frente al problema de la inmigración? Desde luego, pero ¿es el Gobierno español el que tiene que ponerse en cabeza de la manifestación, o debería esperar a resolver antes algún que otro problemilla interno y mientras tanto, abstenerse de llamar la atención más de lo imprescindible?

¿Conviene desenterrar al Dictador? Hace decenios que debería haberse hecho, creo yo, pero si toca hacerlo ahora, piénsese hasta el menor de los detalles de la operación y cuando ya no haya dudas razonables sobre los pasos a dar, entonces, sólo entonces, dése a conocer a la opinión pública, y hágase en el menor tiempo posible.

Porque hablando de “problemillas” tenemos dos que no pueden aplazarse: la economía debe seguir funcionando y la cuestión catalana, no puede irse de las manos.

Y ése es el gran problema: en cualquiera de los dos, los apoyos parlamentarios del Sr. Sánchez van a intentar chantajearlo para conseguir que vaya en la dirección contraria a la que su Partido y ¡sobre todo! sus votantes querrían que fuese.

Así que es posible que la única salida sea convocar Elecciones Generales.

La elección de las Elecciones

Es su prerrogativa. La suya, no la de la oposición. Hay sistemas parlamentarios que no lo permiten; el nuestro, sí, así que como decía Napoleón, “lo único que no puede hacerse con las bayonetas es sentarse sobre ellas”, o dicho de otra manera “el Poder está para usarlo”. Le guste o no a la oposición, que como su mismo nombre indica, es eso, la oposición, no la pareja de baile.

Elecciones anticipadas, sí, pero ¿cuándo? No importa las veces que Pedro Sánchez diga que pretende agotar la legislatura, no me cabe duda alguna de que aunque lo esté deseando, sabe que es más que posible que las circunstancias le aconsejen hacer algo que no quiere.

Pensemos que la Ley de Presupuestos no se aprobara porque Podemos exigiera cierto paquete de medidas económicas y Los de mas allá del Ebro condicionaran, como advierten, cualquier apoyo a la tabarra del referéndum, la libertad de los políticos presos y los sobreseimientos de las causas que tienen pendientes. Un inciso: ¿saben los secesionistas que el Poder Ejecutivo no es quién para interferir en causas judiciales en curso?

Es obvio que Sánchez no podría seguir adelante. Lo de más o menos partidas presupuestarias, una décima o un punto más en la presión impositiva podría ser inconveniente para la estabilidad de la Economía Nacional pero no estaríamos ante el abismo. Ceder al chantaje secesionista, sí, sin duda, sin paliativos, sin matices. Cientos de miles de votantes históricos del PSOE no perdonarían la felonía. Supongo que el Presidente lo sabe. Esperemos que no se le olvide.

No obstante, repito, es él quien en estas circunstancias debe elegir el momento, y está en su derecho si desoye los interesados clamores de PP y Ciudadanos, por más que las coincidencias entre ambos en este punto sean más aparentes que reales. 

Quiero decir que el PP necesita algún tiempo más para asentar a su masterizado líder, y que Ciudadanos, por el contrario, cuanto antes se convoque a la ciudadanía, menor será el tiempo disponible para que levante cabeza su principal competidor, que, diga lo que diga, no es la izquierda, sino el PP.

¿Podemos? Le interesaría retrasarlas lo más posible, no tanto para rehacerse sino para ver estrellarse a su supuesto socio: saben perfectamente que si Sánchez sigue titubeando con la patulea secesionista, ellos y sólo ellos van a heredar a los desencantados votantes socialistas. Tendría el Profesor Iglesias que hacer alguna pirueta de última hora para no aparecer como medio complaciente con los independentistas, pero, eso, cambiar de discurso, forma parte de la mejor tradición del Claustro de Podemos.

¿De verdad éste es el estado en que nos encontramos?

¿Y yo qué sé? Todo lo anterior no son sino reflexiones de alguien que cada día ve, escucha, lee lo que tiene a mano y le da por pensar por libre lo que su mente da de sí.

Una penúltima reflexión, con mis disculpas por lo “demodé” de las expresiones: sé que el contenido de este post me hará aparecer rojo para la derecha y facha para la izquierda. Es el precio que pago gustoso por no escribir al dictado de nadie.

Pero hay tres cosas sobre las que me caben pocas dudas.

- Nos falta experiencia y perspectiva y nos sobra pasión.

- Una vez más, exageramos: ni estábamos tan bien hace unos años, ni tan mal ahora. Pasará la tormenta, volveremos a pensar que ya no repetiremos los errores y volveremos a equivocarnos. 

- Nos sobran políticos y nos faltan estadistas (Churchill: “El político piensa en las próximas elecciones; el estadista en las próximas generaciones”)











sábado, 15 de septiembre de 2018

El bufón de Satán

Punto de partida

Permitidme una confidencia que ayudará a entender el sentido de este post: soy agnóstico. Es decir, me confieso tan incapaz de admitir la existencia de Dios, como de negarla. Más cerca del criticismo kantiano que del positivismo materialista, me cuesta admitir la posibilidad de comprender cualquiera de los grandes objetos de la metafísica.

Pongo ante mis lectores esta extemporánea declaración porque, como decía, tengo la impresión de que cuanto estoy a punto de escribir puede y debe ser entendido a partir de mi particular modo de enfrentarme al hecho religioso, y las creencias de los demás o la falta de ellas.

Willie Toledo

Primero pensé que la mejor manera de afrontar las polémicas actuaciones del actor era el silencio displicente, el distanciamiento consciente, la aplicación, en suma, del viejo dicho de que “no ofende quien quiere, sino quien puede”.

Luego caí en la cuenta de que a la luz de los dos primeros párrafos de este post, yo no podía considerarme ofendido pero que, precisamente por eso, era oportuno romper una lanza a favor de quienes sí puedan haberse sentido heridos, o, más exactamente, elucubrar a propósito de algo que va mucho más allá de las salidas de tono del actor: los límites imprecisos entre la libertad de expresión y el respeto a los demás.

Willie Toledo, actor partícipe en más de treinta películas y en unas cuantas series de televisión, ganador de varios premios de interpretación, lleva ya varios años escandalizando o tratando de escandalizar, eso depende de cada uno, a sus conciudadanos con declaraciones y actitudes deliberadamente escandalosas. 

Afirma a veces que en Venezuela se vive mejor que en España. Allá él con sus criterios de evaluación de ambos países. Tiene derecho a preferir una nación de la huyen a diario miles de ciudadanos incapaces de soportar ni un día más las delicias del régimen que él admira, frente a otro, España, en el que hasta un excéntrico personaje como él, puede ir de un lado para otro sin más problema que algún que otro encontronazo con los Tribunales. Unos Tribunales, dicho sea de paso que aplican Leyes desde luego imperfectas, cómo no, pero producidas por un sistema que la mayoría aplastante de quienes nos observan consideran democrático.

Me extraña, si acaso, el que pensando como piensa, y teniendo, supongo, el pasaporte en regla, siga sufriendo las desgracias de esta España que tanto le disgusta, cuando podría estar tan contento disfrutando las delicias de un país en el que cada día tiene más sitio.

Otras veces, y éstas son las que quiero comentar ahora, le da por atacar cualquier cosa que huela a Religión Católica. Desde mi punto de vista, no se trata tanto del qué sino del cómo. Defiendo el derecho de argumentar en contra de ésta o de aquella confesión religiosa o de la falta de creencias, pero rechazo frontalmente la persecución de las ideas religiosas o la ofensa a los creyentes o de los que no lo son.

Quiero dejar también constancia de que llamar “bufón” al actor no debe ser interpretado como un insulto. No al menos desde la literalidad de su significado académico: 
  1. adj. Que actúa de modo chistoso o grosero. Chocarrero, payaso.2
  2.  Sust. Que hace reír por servilismo.
  3.  s. m. Historia. Persona que vivía en palacio y que divertía a la corte con sus dichos y actuaciones.
Descartada la posibilidad de que Willie Toledo se gane la vida divirtiendo a la Casa Real, y dando por hecho que no es un sujeto que ponga precio a la producción de lo que él cree que es gracioso, me quedo con la primera acepción: el actor, actúa de modo chistoso o grosero (depende, creo yo, del correlativo sentido del humor de quienes lo leen o escuchan). Es, por tanto, en según qué ocasiones, un sujeto chocarrero o grosero.

El Bufón de Satán, La Monja Argentina y otras curiosidades.

Así que Willie Toledo, actor cuyo talento escénico no he tenido ocasión de disfrutar, ha dado lugar a un suceso hace poco tiempo, en el que al margen de la entidad real de lo sucedido, ha logrado una vez más llamar la atención. Primero se hacen unas declaraciones incendiarias a propósito de Dios y la Virgen que provocan la querella criminal de quienes se han sentido ofendidos. Es posible, aunque no puedo afirmarlo, que ésa, provocar la subsiguiente actuación judicial, fuera la intención real del declarante.

Citado que fue por los Tribunales, anunció a bombo y platillo que no se presentaría porque él era inocente (antes, qué curioso, de ser acusado de nada por el Juez) y que si querían detenerlo, tal día y a tal hora estaría en no sé qué teatrillo rodeado de sus cofrades. Tampoco le salió la jugada como esperaba, fue conducido ante su Señoría, le fue tomada declaración, fue encausado y salió por la puerta “en libertad con cargos”. Como debía de ser, que ir más allá habría servido más que nada a los fines buscados por nuestro Bufón de Satán.

Recuérdese que la conducción policial se produjo no por lo que dijo el actor, sino por su negativa a atender el requerimiento del Juez ¿Estamos?

Y en estas, entra en liza, esa extraña reverenda, esa monja argentina, Dominica  por más señas, que desde hace algún tiempo es asidua tertuliana de todo cuanto tenga que ver con asuntos polémicos, ya sea el independentismo catalán, el trato a los marginados, o, según ella, en este caso, la defensa de la libertad de expresión.

Entro en Internet y descubro en la página Webb de la Orden a la que parece ser que pertenece la monja que la misión de las dominicas “consiste en buscar a Dios, alabarle e invocarle, para que la palabra que sale de la boca de Dios no vuelva a él vacía”.

No soy teólogo, ni experto en órdenes religiosas ni masculinas, ni femeninas, pero, en cualquier caso, no se me alcanza la relación entre los objetivos de las Dominicas y las actividades de la defensora del Bufón de Satán. En este caso, clamar contra la injusticia de perseguir a Willie por sus ideas. No, señora, por desatender una citación judicial, cosa que hasta una monja dominica, argentina por más señas, sabe muy bien.

El fondo de la cuestión.

Demasiados siglos de persecuciones religiosas. Demasiadas muertes en nombre de Dios (o de los Dioses, que a la hora de matar, aparecen muchos padrinos) Demasiados desafueros sufridos por los heterodoxos de cualquier signo que tuvieron la malhadada suerte de vivir en un entorno desfavorable.

Por eso ahora, cuando por fin vivimos en un Estado aconfesional, es fundamental defender el derecho a disfrutar de las personales creencias de cada uno o de sus dudas, o de la carencia de creencias. Caer ahora en la trampa de confundir libertad religiosa con la barra libre de las ofensas gratuitas a quienes no piensan como tú, es punto menos que intolerable.

Tal como yo lo veo, los desmanes de Willie Toledo no son una blasfemia, sino una ofensa gratuita a unos cuantos millones de creyentes. No son una blasfemia porque para que lo fuera, Willie debería ser creyente y no lo es. Lo que quiero decir es que si para que alguien pretenda ofender a Dios, debe empezar por creer en su existencia ¿como puede querer ofenderse a aquello cuya existencia se niega?

Luego si no se trata de una ofensa a la divinidad, el destinatario sólo puede ser el colectivo de creyentes. ¿También la viejecita de voz atiplada que canta en la Novena a La Virgen con tanto empeño? También, y con ella, como digo, millones de ciudadanos que libremente han optado por un sistema de creencias, ritos y organizaciones tan defendible como cualquier otro: ni más, ni menos.

Hay algo que me viene llamando la atención en los últimos tiempos: la extraña defensa de los límites abusivos de la libertad de expresión. Tengo la impresión de que cuando se vincula a manifestaciones artísticas se está confundiendo con la libertad de insulto, de amenaza, de incitación, incluso a la violencia.

Si usted, lector paciente que ha llegado hasta aquí, se pone bajo la ventana de su vecino, insulta a la señor madre del susodicho y le desea a los dos la peor de las muertes, anunciando, además, que el día que tal ocurra usted hará sus necesidades sobre su tumba, corre el riesgo de un proceso judicial por injurias y amenazas. No espere su defensa en las redes sociales. Ahora bien, si pone música ramplona a sus dislates y las pregona desde un escenario, lo que usted acaba de hacer es ejercitar su libertad de expresión ¿Usted lo entiende? ¿Sí? Cuando tenga un rato, explíquemelo, por favor. 

Así que, siguiendo con el hilo de lo que venía diciendo, y hablando sólo por mí, abomino de los insultos, detesto las ofensas a las creencias de los demás con el mismo énfasis con el reclamo mi derecho a no ser molestado por pensar como pienso. 

En su momento desencanté a algunos de mis amigos porque no me solidaricé con la línea editorial de “Charlie Hebdo”, que una cosa es condenar la barbarie de quienes en nombre de su Dios asesinaron a los trabajadores del semanario satírico y otra bien distinta, estar de acuerdo con el modo inadmisible a mi juicio de ofender a tanto creyente en cualquiera de las confesiones con las que los dibujantes de “Charlie Hebdo” se ensañaban semana tras semana.

Tampoco ahora daré mi apoyo, incluso mi silencio, ante la línea de conducta de Willie Toledo, a quien, por cierto, pido disculpas si el apelativo de “Bufón de Satán” pudiera molestarle en el hipotético e improbable supuesto de que llegara a darse por enterado. No es más que mi particular aportación al ejercicio de la libertad de expresión.

De la monja tertuliana, mejor ni hablamos.




  







viernes, 7 de septiembre de 2018

“El nacionalismo es el último refugio de los canallas”

Un recuerdo para Samuel Johnson.

La frase que encabeza el post, se le atribuye a Samuel Johnson, el literato inglés que escribió a mediados del Siglo XVIII no sólo ésta, sino cientos de frases brillantes, certeras, incómodas en más de una ocasión.

Tiene razón. Tal como yo lo veo, tal vez sólo, paradójicamente, la idea de Dios haya producido más muertes que el fanatismo nacionalista. Durante milenios, gentes sin alma, demagogos de toda laya y condición, han llevado al matadero a masas desorientadas, sin norte, sin más ideario que el que se las ha inyectado en vena a lo largo de minuciosos programas de adoctrinamiento en los que siempre, siempre subyace la idea de que la culpa de tooodas las desgracias que padecen los cofrades del demagogo son atribuibles a un enemigo exterior.

Déjenme que les diga que, por lo que a mí respecta, distingo entre patriotismo y nacionalismo y a éste lo considero abominable. Me parece irracional que alguien se considere superior a nadie por el hecho de haber nacido en tal o cual punto del Planeta, como si en ello hubiera intervenido su voluntad o su mérito. 

Por otra parte, nacionalismo, en tanto que exclusividad frente al extraño genera problemas en los que como ha dicho el polaco Ryszard Kapuściński, “cuando el problema es el otro, la solución implícita del problema, siempre será el otro”.

La sensación de hartazgo

Ha llegado un momento en el que la sensación de hartazgo que me produce el fenómeno catalán, empieza a superar a todas las demás. Sorpresa, estupefacción, perplejidad, ira, incluso la divertida percepción de una representación bufa, han dejado paso al hastío infinito ante acontecimientos repetitivos cuya secuencia siguiente siempre es previsible.

Sé que no debería ser así, que mi obligación de ciudadano es seguir con atención cuanto pueda afectar a mi condición de partícipe de una comunidad. Sé que estamos llegando lenta pero inexorablemente a un hipotético punto de no retorno: el que podría producirse el día en el que la noticia no sea quién puso o quitó más lazos, sino cuánta familia deja el que ha perdido su vida en defensa de su idea, sea una o su contraria. En cierto modo, es la “Historia de una Muerte Anunciada”.

Es más que posible que me vuelva atrás, pero hoy por hoy me digo a mí mismo que nunca volveré a escribir una sola línea a propósito de lo que ocurre en el extremo nororiental del antiguo Reino de Aragón. 

Comprendan que el constante espectáculo de mamarrachos vociferantes escudados tras fronteras imaginarias insultando, agrediendo a todo el mundo, sean sus vecinos del piso superior, los que viven más allá del Ebro o los habitantes de la Unión Europea, ha secado mi ánimo. Así que, si ha de ser la última entrada en el blog sobre esta cuestión, puede ser que sea el momento de reflexionar cómo y por qué hemos llegado hasta aquí.

La Historia es la que es, aunque haya especialistas en su manipulación

Aunque a veces sea difícil llegar a conocerla porque todo depende de cómo nos la hayan enseñado. No, no me refiero a la escandalosa manipulación de la que ha sido objeto en las escuelas catalanas en el último medio siglo, sino a la que nos muestra cuáles han sido las relaciones cíclicas de los territorios catalanes respecto al resto de España.

La Corona de Aragón tuvo constantes problemas con la aristocracia y la naciente burguesía catalana. De eso hace más de quinientos años y el ciclo se repite con una monotonía con la que hay que contar: cada cierto tiempo parece despertarse un sentimiento de irredentismo lacrimógeno teñido de supuestas ansias de independencia que termina por acallarse, sea por la derrota en campo abierto, por la consecución de algún logro normalmente monetario, o por el hastío de una lucha estéril. Parece arreglado el problema, pero es falso: vuelve al cabo de una o dos generaciones.

Mi personal impresión es que los brotes de independentismo aparecen con más virulencia en épocas de crisis: dificultades de Alfonso el Católico a la muerte de Isabel de Castilla, caos peninsular en la crisis sucesoria surgida a la muerte del último de los Austrias, cantonalismo de la I República, desgobierno de la II República, y, ahora, crisis económica prolongada.

La crisis actual

Cabe, no obstante, bucear algo en las causas próximas de la marea actual y en los peculiares modos en los que se está manifestando.

En cuanto al primer aspecto, en el “debe” de la Transición pueden apuntarse dos partidas: la sobre representación parlamentaria de los Partidos circunscritos a una Comunidad Autónoma y la configuración abierta del cuadro de competencias estatales y autonómicas que, en la práctica deja siempre abierta la puerta a futuras reclamaciones de competencias periféricas.

Lo que acabo de decir es mucho más fácil escribirlo ahora que cuando se establecieron ambos principios. No seré yo quien dude de la buena fe de los que pilotaron la Transición, pero medio  siglo después puede verse a qué callejones de tan difícil salida nos han llevado ambos planteamientos: la sobre representación parlamentaria es el caldo de cultivo de alianzas interesadas en las que el Partido que lo necesite, ceda lo que se le pida desde la periferia con tal de alcanzar o mantener el Poder. La indefinición en materia de competencias  es la escotilla por la que se cuelan tantas cuantas peticiones de más autogobierno quieran plantearse, que serán concedidas la siguiente vez que los votos catalanes o vascos sean necesarios, y así hasta el infinito.

Cuestión distinta, más a ras de tierra es si la confrontación actual se ha llevado adecuadamente o no. No, en mi opinión, pero eso, aunque sea difícil, no es imposible de corregir. Luego diré cómo se me ocurre a mí que debiera hacerse.

En cuanto a los modos de manifestarse el actual estallido cíclico de egoísmo provinciano, creo que, como no podía ser de otra forma, estamos asistiendo a la repetición de un modelo con bastantes variantes a escala mundial: el populismo sectario, lindante con el fascismo, disfrazado de todo aquello que destruye a diario.

Se clama por los valores democráticos y se cierra el parlamento. Se habla de paz y de pacifismo mientras se destruyen propiedades y se ataca a ciudadanos y Agentes de la Ley. Siempre, siempre, el intolerante, el violento, el fascista es el otro. Aquí, y en cuantos ejemplos, sean de derecha o de izquierda, encontremos un autoritarismo populista dispuesto a utilizar la mentir a como modo sistemático de expresión.

En nuestro caso, cuando el vocero secesionista habla de Cataluña, miente, porque sólo se refiere a menos de la mitad de los catalanes, por ejemplo. Miente a ciencia y conciencia, una y otra vez porque sabe que, pese a todo va a ser creído. Sus oyentes, sus fervientes partidarios prefieren creer a saber, Oír que pensar, sentir que razonar. Ellos y los que tienen en frente parten de axiomas inmutables, innegociables, absolutos, tremendos. Mortíferos, llegado el caso.

Hablan del fascismo de “los españoles”, mientras mantienen cerrado el Parlamento, el templo de la palabra, la sede de la democracia, que sólo abren cuando se trata de aprobar tumultuariamente decisiones propuestas por ellos, sin posibilidad, siquiera, de discusión, y siguen llamando fascistas a quienes reclaman el derecho, al menos, a ser oídos. Niegan a los demás los derechos de los que ellos usan y abusan porque el enemigo no tiene derecho a tener derechos.

Han llegado al universo virtual escindido en buenos y amigos, frente a malos y enemigos. Empiezan negando la palabra a quien se aparta de la verdad oficial y podrían terminar donde lo han hecho tantos otros que antes que ellos siguieron la misma senda: el ostracismo del diferente, el acoso, la exclusión, la muerte civil, la limpieza étnica, el exterminio si preciso fuera de quien se aparte del dogma.

El día de mañana.

Es la hora de los estadistas. No digo políticos, sino estadistas, y sé lo que digo. Hace una semana, leyendo las Memorias de Winston Churchill, me encontré con una de tantas frases geniales de quien fue uno de los grandes del Siglo XX: “El político piensa en las siguientes elecciones; el estadista en las siguientes generaciones”.

Es evidente que un problema político debe ser resuelto desde la Política. Ocurre, no obstante que las constantes llamadas al diálogo (por ambas partes, es cierto, aunque tengo la impresión de que luego no saben de qué hablar) parten de un punto equivocado, como lo es sentarse decidido a que el derecho a la independencia no es negociable, y que la Constitución que la impide es intocable. Si en el momento de sentarse unos piensan “Referéndum vinculante antes que nada” y otros creen que “Referéndum en ningún caso” ¿de qué vale hablar?

¿Entonces? Tal como yo lo veo, cueste el tiempo que cueste y sean cuales sean los pasos previos necesarios (la obediencia a la Ley vigente en todo momento es inexcusable), sólo partiendo de bases nuevas puede encontrarse algún atisbo de punto de encuentro. Años vamos a necesitar para desmontar el actual enquistamiento. Es necesario corregir el efecto perverso de una educación manipulada y de unos canales de información infectados. Pero, incluso para ello, hay que pensar primero qué cosas, que Leyes, sean del rango que sean, hay que cambiar antes.

La Constitución es inviolable. Desde luego, pero “El Sabath es para el hombre, no el hombre para el Sabath”. ¿Es la actual Constitución el marco ideal para resolver el embrollo? Si no lo fuera… No se trata de cambiarla como parte de una proclama electoral sino de consensuar qué tipo de cambios serían precisos para crear las condiciones que faciliten la salida del laberinto.

No sé, desde luego, quiénes serán capaces de llevar a cabo tal tarea, pero sí sé quiénes no: los fanáticos de cualquiera de las dos posiciones. Y los oportunistas que sólo busquen la foto tras la firma, diga lo que diga el texto que la preceda.

No será fácil, porque el material que se ha de manejar es un explosivo inestable y porque nos faltan estadistas que tengan asumidos que su Partido es más que ellos y España más que su Partido. Y porque, como insinuaba con mi cita de W. Churchill, lo que logremos debería ser válido para las siguientes generaciones. O sea, que con encarcelar a Puigdemont o liberar a los políticos presos podríamos salir de este charco y embarrarnos en el siguiente.

¿Mientras tanto…?

Es urgente empezar a trabajar cuanto antes, porque el camino es largo y porque pese a la creencia de algunos, este desaguisado no lo arregla el paso del tiempo.
Es urgente que aumente el número de los que pensamos que sean cuales sean las conductas de los dirigentes, el pueblo de una y otra margen del Ebro, merece vivir en paz consigo mismo y con sus vecinos.
Es urgente reducir la crispación, y eso es algo que nos compete a todos, incluso a quienes no somos políticos profesionales.
Es urgente, más que nada y antes de nada, pensar antes de hablar y hablar antes de obrar.