miércoles, 26 de septiembre de 2018

¿Tan mal estamos?

El ruido de fondo

¿Cada día? ¡Qué más quisiera! Dos, tres, más veces cada día recibo mensajes incendiarios, leo comentarios apocalípticos, escucho insultos desproporcionados (¿cuál no lo es, por otra parte?), oigo pronósticos terroríficos sobre la situación de España, sobre la inminencia de la ruina más absoluta de nuestra economía, la desmembración del Estado, el fin de los tiempos, en suma, si el actual Gobierno no hace esto o aquello o lo de más allá. (Marcharse y dejar el sitio a otros, en resumen).

Cuando el PSOE planteó la moción de censura, militantes, votantes y simpatizantes del PP y Ciudadanos se rasgaron las vestiduras. Alguno de sus voceros llegó a hablar ¡de Golpe de Estado encubierto! como si el mecanismo de la moción se hubiera inventado en la sede del Partido Socialista, como si nunca antes se hubiera intentado. Como, incluso, si el propio PP no la hubiera utilizado para alcanzar algún Gobierno, aunque haya sido en Comunidades Autónomas.

Me llama la atención, me la ha llamado siempre, la imposibilidad manifiesta de nuestros Partidos Conservadores para asumir las derrotas políticas. Se comportan como si estuvieran convencidos de que el Poder les pertenece por mandato divino y hubiera que acabar por cualquier medio con quienes se lo roben. En nombre del Bien Común, no faltaría más.

Todo empezó a la salida del Palacio de Las Cortes, recién terminada la votación que apartó del Gobierno a D. Mariano. A partir de entonces se exige, ruega, implora, sugiere, vaticina (eso depende del talante y la educación de cada uno) la salida inmediata de la Moncloa de su actual ocupante.

Recapitulemos: el cuántos y el quiénes

¿Hace falta insistir en que alcanzar el Gobierno a través de una moción de censura es tan constitucional como hacerlo tras haber ganado unas elecciones? ¿No? Pues sigamos.

Es cierto, evidente, diría yo, que no es lo mismo juntarse para desplazar de La Moncloa al anterior Presidente que ponerse de acuerdo en qué hacer al día siguiente.

No estamos en Alemania, ni en Italia, ni en el Reino Unido. Estamos en España, y es bien cierto que nos falta experiencia y nos sobra temperamento para acometer la gobernación del país sobre bases tan endebles, tan contradictorias como las que están ¿sustentando? a Pedro Sánchez. 

No se trata de cuántos Partidos dicen que apoyan al Gobierno sino de cuáles. La exigua cota de Poder del PSOE en el Parlamento, no digamos ya en el Senado, exigiría haber pactado de antemano un programa de Gobierno común. La alternativa son las interminables, inseguras y hasta peligrosas diarias concesiones a quienes se saben dueños de la cizalla que puede seccionar el hilo que sostiene al Presidente del Gobierno pendiente sobre el abismo.

Pero ¿qué fiabilidad puede esperarse de quien apoyó los Presupuestos del PP y una semana después se sumó a quienes lo echaban del Gobierno? ¿En base a qué cabe esperar la mínima dosis de generosidad, de altura de miras, de aportaciones al bien común, de quienes se declaran sólo obligados por lo que decida el Parlamento de Cataluña? ¿Qué lealtad ha de esperarse de quien es tu competidor natural en el caladero electoral de la izquierda?

No son preguntas retóricas. A mí, al menos, no me lo parecen, y por eso las contesto por orden: ninguna, a nada, ninguna. De cualquiera de ellas, hoy por hoy, sólo pude esperarse lo que en tantas ocasiones se ha llamado “el abrazo del oso”.

Desajustes reales

Así que, furias, desatinos, exageraciones, histrionismos aparte, lo cierto es que la situación actual es cualquier cosa menos apacible. Diga lo que diga el Presidente, no estamos en época de normalidad.

Podríamos estar en ella, si España fuera otro país. Si cada vez que un político es descubierto mintiendo (ni somos los inventores del desafuero, ni el único país en el que sus políticos son pillados intentando engañar al ciudadano) dimitiera y eso fuera una práctica habitual desde hace doscientos años, ni el máster de ése, la tesis de éste o la comida de aquélla darían para más de un par de días de comentarios poco menos que intrascendentes: el interesado dimite, se elige o nombra sucesor y la vida sigue. 

Aquí, no: por estos pagos cualquier simpleza prescindible (¿para qué necesitaban la Srª Cifuentes, y el Sr. Casado su máster, o el Sr. Sánchez su doctorado? ¿Quiénes lo sabían entre los que les votaron y cuántos de ellos, en cambio, dejarán de votarles por sus frivolidades?) es el prólogo de un dramón en ocho actos en cuyo epílogo, siempre, siempre, se pedirá la cabeza del perseguido.

Y como no estamos en tiempos normales, uno tiene la sensación de que aquellos que fueron elegidos para que se ocuparan de cuidar de nuestros intereses, se enzarzan en peleas tabernarias, se echan en cara sus defectos y, unos por otros, la casa sin barrer.

Por otra parte, tengo la sensación, sólo eso, la sensación, de que tal vez Pedro Sánchez no pensara que iba a salir adelante la moción de censura. Quizás pensara que en el último momento, el Sr. Rajoy, disolvería las Cortes y convocaría Elecciones. Entonces su Partido podría haber tenido algún tiempo extra para saber qué hacer en el caso de que resultara ganador.

No fue así, y se encontró con el Poder nominal, sin equipo y sin programa. ¿O es casualidad que en tan corto espacio de tiempo, dos Ministros hayan tenido que dimitir por  no haber dicho la verdad sobre algunos trapos sucios que, de haberse sabido, podrían haber sido tratados de otra forma? Eso si no hay una tercera víctima a corto plazo.

Peor, desde mi punto de vista, es la tan frecuente falta de control sobre declaraciones cruzadas, contradictorias entre miembros del Gabinete. Si la Ministra A, dice blanco, el Ministro B, dice verde, así que el Presidente tiene que decidirse por el azul con vetas marrones o terminar diciendo que bastantes problemas tiene ya. No una, ni dos veces. Cada semana.

¿Qué puede hacer el Presidente del Gobierno?

Muchas cosas, aunque no todas buenas. Por ejemplo enredarse y confundir sus deseos con la realidad.

Supongo que sabe que hay un par de cuestiones en las que no puede equivocarse, así es que mejor es que no caiga en la tentación de enmascararlas con maniobras de diversión pensando que los votantes somos todos lerdos.

¿Hay que modificar la Constitución? Soy de los que están convencidos de que sí. El problema es que ni todos pensamos en las mismas modificaciones, ni es algo que pueda hacerse en momentos como el presente en los que hablar de consenso es impensable aunque sea imprescindible, si queremos acometer la tarea con cierto rigor.

¿Debe Europa activar políticas continentales para hacer frente al problema de la inmigración? Desde luego, pero ¿es el Gobierno español el que tiene que ponerse en cabeza de la manifestación, o debería esperar a resolver antes algún que otro problemilla interno y mientras tanto, abstenerse de llamar la atención más de lo imprescindible?

¿Conviene desenterrar al Dictador? Hace decenios que debería haberse hecho, creo yo, pero si toca hacerlo ahora, piénsese hasta el menor de los detalles de la operación y cuando ya no haya dudas razonables sobre los pasos a dar, entonces, sólo entonces, dése a conocer a la opinión pública, y hágase en el menor tiempo posible.

Porque hablando de “problemillas” tenemos dos que no pueden aplazarse: la economía debe seguir funcionando y la cuestión catalana, no puede irse de las manos.

Y ése es el gran problema: en cualquiera de los dos, los apoyos parlamentarios del Sr. Sánchez van a intentar chantajearlo para conseguir que vaya en la dirección contraria a la que su Partido y ¡sobre todo! sus votantes querrían que fuese.

Así que es posible que la única salida sea convocar Elecciones Generales.

La elección de las Elecciones

Es su prerrogativa. La suya, no la de la oposición. Hay sistemas parlamentarios que no lo permiten; el nuestro, sí, así que como decía Napoleón, “lo único que no puede hacerse con las bayonetas es sentarse sobre ellas”, o dicho de otra manera “el Poder está para usarlo”. Le guste o no a la oposición, que como su mismo nombre indica, es eso, la oposición, no la pareja de baile.

Elecciones anticipadas, sí, pero ¿cuándo? No importa las veces que Pedro Sánchez diga que pretende agotar la legislatura, no me cabe duda alguna de que aunque lo esté deseando, sabe que es más que posible que las circunstancias le aconsejen hacer algo que no quiere.

Pensemos que la Ley de Presupuestos no se aprobara porque Podemos exigiera cierto paquete de medidas económicas y Los de mas allá del Ebro condicionaran, como advierten, cualquier apoyo a la tabarra del referéndum, la libertad de los políticos presos y los sobreseimientos de las causas que tienen pendientes. Un inciso: ¿saben los secesionistas que el Poder Ejecutivo no es quién para interferir en causas judiciales en curso?

Es obvio que Sánchez no podría seguir adelante. Lo de más o menos partidas presupuestarias, una décima o un punto más en la presión impositiva podría ser inconveniente para la estabilidad de la Economía Nacional pero no estaríamos ante el abismo. Ceder al chantaje secesionista, sí, sin duda, sin paliativos, sin matices. Cientos de miles de votantes históricos del PSOE no perdonarían la felonía. Supongo que el Presidente lo sabe. Esperemos que no se le olvide.

No obstante, repito, es él quien en estas circunstancias debe elegir el momento, y está en su derecho si desoye los interesados clamores de PP y Ciudadanos, por más que las coincidencias entre ambos en este punto sean más aparentes que reales. 

Quiero decir que el PP necesita algún tiempo más para asentar a su masterizado líder, y que Ciudadanos, por el contrario, cuanto antes se convoque a la ciudadanía, menor será el tiempo disponible para que levante cabeza su principal competidor, que, diga lo que diga, no es la izquierda, sino el PP.

¿Podemos? Le interesaría retrasarlas lo más posible, no tanto para rehacerse sino para ver estrellarse a su supuesto socio: saben perfectamente que si Sánchez sigue titubeando con la patulea secesionista, ellos y sólo ellos van a heredar a los desencantados votantes socialistas. Tendría el Profesor Iglesias que hacer alguna pirueta de última hora para no aparecer como medio complaciente con los independentistas, pero, eso, cambiar de discurso, forma parte de la mejor tradición del Claustro de Podemos.

¿De verdad éste es el estado en que nos encontramos?

¿Y yo qué sé? Todo lo anterior no son sino reflexiones de alguien que cada día ve, escucha, lee lo que tiene a mano y le da por pensar por libre lo que su mente da de sí.

Una penúltima reflexión, con mis disculpas por lo “demodé” de las expresiones: sé que el contenido de este post me hará aparecer rojo para la derecha y facha para la izquierda. Es el precio que pago gustoso por no escribir al dictado de nadie.

Pero hay tres cosas sobre las que me caben pocas dudas.

- Nos falta experiencia y perspectiva y nos sobra pasión.

- Una vez más, exageramos: ni estábamos tan bien hace unos años, ni tan mal ahora. Pasará la tormenta, volveremos a pensar que ya no repetiremos los errores y volveremos a equivocarnos. 

- Nos sobran políticos y nos faltan estadistas (Churchill: “El político piensa en las próximas elecciones; el estadista en las próximas generaciones”)











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