viernes, 7 de septiembre de 2018

“El nacionalismo es el último refugio de los canallas”

Un recuerdo para Samuel Johnson.

La frase que encabeza el post, se le atribuye a Samuel Johnson, el literato inglés que escribió a mediados del Siglo XVIII no sólo ésta, sino cientos de frases brillantes, certeras, incómodas en más de una ocasión.

Tiene razón. Tal como yo lo veo, tal vez sólo, paradójicamente, la idea de Dios haya producido más muertes que el fanatismo nacionalista. Durante milenios, gentes sin alma, demagogos de toda laya y condición, han llevado al matadero a masas desorientadas, sin norte, sin más ideario que el que se las ha inyectado en vena a lo largo de minuciosos programas de adoctrinamiento en los que siempre, siempre subyace la idea de que la culpa de tooodas las desgracias que padecen los cofrades del demagogo son atribuibles a un enemigo exterior.

Déjenme que les diga que, por lo que a mí respecta, distingo entre patriotismo y nacionalismo y a éste lo considero abominable. Me parece irracional que alguien se considere superior a nadie por el hecho de haber nacido en tal o cual punto del Planeta, como si en ello hubiera intervenido su voluntad o su mérito. 

Por otra parte, nacionalismo, en tanto que exclusividad frente al extraño genera problemas en los que como ha dicho el polaco Ryszard Kapuściński, “cuando el problema es el otro, la solución implícita del problema, siempre será el otro”.

La sensación de hartazgo

Ha llegado un momento en el que la sensación de hartazgo que me produce el fenómeno catalán, empieza a superar a todas las demás. Sorpresa, estupefacción, perplejidad, ira, incluso la divertida percepción de una representación bufa, han dejado paso al hastío infinito ante acontecimientos repetitivos cuya secuencia siguiente siempre es previsible.

Sé que no debería ser así, que mi obligación de ciudadano es seguir con atención cuanto pueda afectar a mi condición de partícipe de una comunidad. Sé que estamos llegando lenta pero inexorablemente a un hipotético punto de no retorno: el que podría producirse el día en el que la noticia no sea quién puso o quitó más lazos, sino cuánta familia deja el que ha perdido su vida en defensa de su idea, sea una o su contraria. En cierto modo, es la “Historia de una Muerte Anunciada”.

Es más que posible que me vuelva atrás, pero hoy por hoy me digo a mí mismo que nunca volveré a escribir una sola línea a propósito de lo que ocurre en el extremo nororiental del antiguo Reino de Aragón. 

Comprendan que el constante espectáculo de mamarrachos vociferantes escudados tras fronteras imaginarias insultando, agrediendo a todo el mundo, sean sus vecinos del piso superior, los que viven más allá del Ebro o los habitantes de la Unión Europea, ha secado mi ánimo. Así que, si ha de ser la última entrada en el blog sobre esta cuestión, puede ser que sea el momento de reflexionar cómo y por qué hemos llegado hasta aquí.

La Historia es la que es, aunque haya especialistas en su manipulación

Aunque a veces sea difícil llegar a conocerla porque todo depende de cómo nos la hayan enseñado. No, no me refiero a la escandalosa manipulación de la que ha sido objeto en las escuelas catalanas en el último medio siglo, sino a la que nos muestra cuáles han sido las relaciones cíclicas de los territorios catalanes respecto al resto de España.

La Corona de Aragón tuvo constantes problemas con la aristocracia y la naciente burguesía catalana. De eso hace más de quinientos años y el ciclo se repite con una monotonía con la que hay que contar: cada cierto tiempo parece despertarse un sentimiento de irredentismo lacrimógeno teñido de supuestas ansias de independencia que termina por acallarse, sea por la derrota en campo abierto, por la consecución de algún logro normalmente monetario, o por el hastío de una lucha estéril. Parece arreglado el problema, pero es falso: vuelve al cabo de una o dos generaciones.

Mi personal impresión es que los brotes de independentismo aparecen con más virulencia en épocas de crisis: dificultades de Alfonso el Católico a la muerte de Isabel de Castilla, caos peninsular en la crisis sucesoria surgida a la muerte del último de los Austrias, cantonalismo de la I República, desgobierno de la II República, y, ahora, crisis económica prolongada.

La crisis actual

Cabe, no obstante, bucear algo en las causas próximas de la marea actual y en los peculiares modos en los que se está manifestando.

En cuanto al primer aspecto, en el “debe” de la Transición pueden apuntarse dos partidas: la sobre representación parlamentaria de los Partidos circunscritos a una Comunidad Autónoma y la configuración abierta del cuadro de competencias estatales y autonómicas que, en la práctica deja siempre abierta la puerta a futuras reclamaciones de competencias periféricas.

Lo que acabo de decir es mucho más fácil escribirlo ahora que cuando se establecieron ambos principios. No seré yo quien dude de la buena fe de los que pilotaron la Transición, pero medio  siglo después puede verse a qué callejones de tan difícil salida nos han llevado ambos planteamientos: la sobre representación parlamentaria es el caldo de cultivo de alianzas interesadas en las que el Partido que lo necesite, ceda lo que se le pida desde la periferia con tal de alcanzar o mantener el Poder. La indefinición en materia de competencias  es la escotilla por la que se cuelan tantas cuantas peticiones de más autogobierno quieran plantearse, que serán concedidas la siguiente vez que los votos catalanes o vascos sean necesarios, y así hasta el infinito.

Cuestión distinta, más a ras de tierra es si la confrontación actual se ha llevado adecuadamente o no. No, en mi opinión, pero eso, aunque sea difícil, no es imposible de corregir. Luego diré cómo se me ocurre a mí que debiera hacerse.

En cuanto a los modos de manifestarse el actual estallido cíclico de egoísmo provinciano, creo que, como no podía ser de otra forma, estamos asistiendo a la repetición de un modelo con bastantes variantes a escala mundial: el populismo sectario, lindante con el fascismo, disfrazado de todo aquello que destruye a diario.

Se clama por los valores democráticos y se cierra el parlamento. Se habla de paz y de pacifismo mientras se destruyen propiedades y se ataca a ciudadanos y Agentes de la Ley. Siempre, siempre, el intolerante, el violento, el fascista es el otro. Aquí, y en cuantos ejemplos, sean de derecha o de izquierda, encontremos un autoritarismo populista dispuesto a utilizar la mentir a como modo sistemático de expresión.

En nuestro caso, cuando el vocero secesionista habla de Cataluña, miente, porque sólo se refiere a menos de la mitad de los catalanes, por ejemplo. Miente a ciencia y conciencia, una y otra vez porque sabe que, pese a todo va a ser creído. Sus oyentes, sus fervientes partidarios prefieren creer a saber, Oír que pensar, sentir que razonar. Ellos y los que tienen en frente parten de axiomas inmutables, innegociables, absolutos, tremendos. Mortíferos, llegado el caso.

Hablan del fascismo de “los españoles”, mientras mantienen cerrado el Parlamento, el templo de la palabra, la sede de la democracia, que sólo abren cuando se trata de aprobar tumultuariamente decisiones propuestas por ellos, sin posibilidad, siquiera, de discusión, y siguen llamando fascistas a quienes reclaman el derecho, al menos, a ser oídos. Niegan a los demás los derechos de los que ellos usan y abusan porque el enemigo no tiene derecho a tener derechos.

Han llegado al universo virtual escindido en buenos y amigos, frente a malos y enemigos. Empiezan negando la palabra a quien se aparta de la verdad oficial y podrían terminar donde lo han hecho tantos otros que antes que ellos siguieron la misma senda: el ostracismo del diferente, el acoso, la exclusión, la muerte civil, la limpieza étnica, el exterminio si preciso fuera de quien se aparte del dogma.

El día de mañana.

Es la hora de los estadistas. No digo políticos, sino estadistas, y sé lo que digo. Hace una semana, leyendo las Memorias de Winston Churchill, me encontré con una de tantas frases geniales de quien fue uno de los grandes del Siglo XX: “El político piensa en las siguientes elecciones; el estadista en las siguientes generaciones”.

Es evidente que un problema político debe ser resuelto desde la Política. Ocurre, no obstante que las constantes llamadas al diálogo (por ambas partes, es cierto, aunque tengo la impresión de que luego no saben de qué hablar) parten de un punto equivocado, como lo es sentarse decidido a que el derecho a la independencia no es negociable, y que la Constitución que la impide es intocable. Si en el momento de sentarse unos piensan “Referéndum vinculante antes que nada” y otros creen que “Referéndum en ningún caso” ¿de qué vale hablar?

¿Entonces? Tal como yo lo veo, cueste el tiempo que cueste y sean cuales sean los pasos previos necesarios (la obediencia a la Ley vigente en todo momento es inexcusable), sólo partiendo de bases nuevas puede encontrarse algún atisbo de punto de encuentro. Años vamos a necesitar para desmontar el actual enquistamiento. Es necesario corregir el efecto perverso de una educación manipulada y de unos canales de información infectados. Pero, incluso para ello, hay que pensar primero qué cosas, que Leyes, sean del rango que sean, hay que cambiar antes.

La Constitución es inviolable. Desde luego, pero “El Sabath es para el hombre, no el hombre para el Sabath”. ¿Es la actual Constitución el marco ideal para resolver el embrollo? Si no lo fuera… No se trata de cambiarla como parte de una proclama electoral sino de consensuar qué tipo de cambios serían precisos para crear las condiciones que faciliten la salida del laberinto.

No sé, desde luego, quiénes serán capaces de llevar a cabo tal tarea, pero sí sé quiénes no: los fanáticos de cualquiera de las dos posiciones. Y los oportunistas que sólo busquen la foto tras la firma, diga lo que diga el texto que la preceda.

No será fácil, porque el material que se ha de manejar es un explosivo inestable y porque nos faltan estadistas que tengan asumidos que su Partido es más que ellos y España más que su Partido. Y porque, como insinuaba con mi cita de W. Churchill, lo que logremos debería ser válido para las siguientes generaciones. O sea, que con encarcelar a Puigdemont o liberar a los políticos presos podríamos salir de este charco y embarrarnos en el siguiente.

¿Mientras tanto…?

Es urgente empezar a trabajar cuanto antes, porque el camino es largo y porque pese a la creencia de algunos, este desaguisado no lo arregla el paso del tiempo.
Es urgente que aumente el número de los que pensamos que sean cuales sean las conductas de los dirigentes, el pueblo de una y otra margen del Ebro, merece vivir en paz consigo mismo y con sus vecinos.
Es urgente reducir la crispación, y eso es algo que nos compete a todos, incluso a quienes no somos políticos profesionales.
Es urgente, más que nada y antes de nada, pensar antes de hablar y hablar antes de obrar.
















1 comentario:

  1. Muy acertado su análisis después de leer comentarios en el foro de un periódico digital donde la moderación de unos sólo encuentra respuesta en la ira sectaria de los otros, que además, gracias al corta pega maldito, inundan de larguísimas parrafadas repletas de citas demagógicas lo que debería ser un marco de debate desde la calma y el diálogo. Como los sindicalistas, celebran que unos pidan la Luna aún a sabiendas de que es imposible lograrla y se mofan de la respuesta razonada que muestra el absurdo de pedir lo imposible. De vez en cuando surgen comentaristas de mente abierta y clara que dan soluciones muy acertadas a las que no se puede poner pega alguna. Tras otra sarta de parrafadas inconexas y sectarias el comentario más válido queda sepultado entre un mar de palabras gruesas y nadie puede seguirle el hilo y mucho menos, dialogar. Sin moderadores efectivos, todo queda embarrado y los ignorantes vuelven a ganar. Trasladar esto a la vida real ayuda a entender porqué no hay una solución inmediata mientras no aparezca una hornada de estadistas que , partiendo de cero, planteen el problema y den con una solución. Son tiempos convulsos y confusos y las redes han venido a empeorar lo que ya iba por mal camino. Como dice el refrán: “a río revuelto...”, ahora falta saber quiénes son realmente los pescadores. Gracias de nuevo y saludos de una aragonesa que vive en tierras alicantinas , donde no se ve el fin del mar

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