sábado, 15 de septiembre de 2018

El bufón de Satán

Punto de partida

Permitidme una confidencia que ayudará a entender el sentido de este post: soy agnóstico. Es decir, me confieso tan incapaz de admitir la existencia de Dios, como de negarla. Más cerca del criticismo kantiano que del positivismo materialista, me cuesta admitir la posibilidad de comprender cualquiera de los grandes objetos de la metafísica.

Pongo ante mis lectores esta extemporánea declaración porque, como decía, tengo la impresión de que cuanto estoy a punto de escribir puede y debe ser entendido a partir de mi particular modo de enfrentarme al hecho religioso, y las creencias de los demás o la falta de ellas.

Willie Toledo

Primero pensé que la mejor manera de afrontar las polémicas actuaciones del actor era el silencio displicente, el distanciamiento consciente, la aplicación, en suma, del viejo dicho de que “no ofende quien quiere, sino quien puede”.

Luego caí en la cuenta de que a la luz de los dos primeros párrafos de este post, yo no podía considerarme ofendido pero que, precisamente por eso, era oportuno romper una lanza a favor de quienes sí puedan haberse sentido heridos, o, más exactamente, elucubrar a propósito de algo que va mucho más allá de las salidas de tono del actor: los límites imprecisos entre la libertad de expresión y el respeto a los demás.

Willie Toledo, actor partícipe en más de treinta películas y en unas cuantas series de televisión, ganador de varios premios de interpretación, lleva ya varios años escandalizando o tratando de escandalizar, eso depende de cada uno, a sus conciudadanos con declaraciones y actitudes deliberadamente escandalosas. 

Afirma a veces que en Venezuela se vive mejor que en España. Allá él con sus criterios de evaluación de ambos países. Tiene derecho a preferir una nación de la huyen a diario miles de ciudadanos incapaces de soportar ni un día más las delicias del régimen que él admira, frente a otro, España, en el que hasta un excéntrico personaje como él, puede ir de un lado para otro sin más problema que algún que otro encontronazo con los Tribunales. Unos Tribunales, dicho sea de paso que aplican Leyes desde luego imperfectas, cómo no, pero producidas por un sistema que la mayoría aplastante de quienes nos observan consideran democrático.

Me extraña, si acaso, el que pensando como piensa, y teniendo, supongo, el pasaporte en regla, siga sufriendo las desgracias de esta España que tanto le disgusta, cuando podría estar tan contento disfrutando las delicias de un país en el que cada día tiene más sitio.

Otras veces, y éstas son las que quiero comentar ahora, le da por atacar cualquier cosa que huela a Religión Católica. Desde mi punto de vista, no se trata tanto del qué sino del cómo. Defiendo el derecho de argumentar en contra de ésta o de aquella confesión religiosa o de la falta de creencias, pero rechazo frontalmente la persecución de las ideas religiosas o la ofensa a los creyentes o de los que no lo son.

Quiero dejar también constancia de que llamar “bufón” al actor no debe ser interpretado como un insulto. No al menos desde la literalidad de su significado académico: 
  1. adj. Que actúa de modo chistoso o grosero. Chocarrero, payaso.2
  2.  Sust. Que hace reír por servilismo.
  3.  s. m. Historia. Persona que vivía en palacio y que divertía a la corte con sus dichos y actuaciones.
Descartada la posibilidad de que Willie Toledo se gane la vida divirtiendo a la Casa Real, y dando por hecho que no es un sujeto que ponga precio a la producción de lo que él cree que es gracioso, me quedo con la primera acepción: el actor, actúa de modo chistoso o grosero (depende, creo yo, del correlativo sentido del humor de quienes lo leen o escuchan). Es, por tanto, en según qué ocasiones, un sujeto chocarrero o grosero.

El Bufón de Satán, La Monja Argentina y otras curiosidades.

Así que Willie Toledo, actor cuyo talento escénico no he tenido ocasión de disfrutar, ha dado lugar a un suceso hace poco tiempo, en el que al margen de la entidad real de lo sucedido, ha logrado una vez más llamar la atención. Primero se hacen unas declaraciones incendiarias a propósito de Dios y la Virgen que provocan la querella criminal de quienes se han sentido ofendidos. Es posible, aunque no puedo afirmarlo, que ésa, provocar la subsiguiente actuación judicial, fuera la intención real del declarante.

Citado que fue por los Tribunales, anunció a bombo y platillo que no se presentaría porque él era inocente (antes, qué curioso, de ser acusado de nada por el Juez) y que si querían detenerlo, tal día y a tal hora estaría en no sé qué teatrillo rodeado de sus cofrades. Tampoco le salió la jugada como esperaba, fue conducido ante su Señoría, le fue tomada declaración, fue encausado y salió por la puerta “en libertad con cargos”. Como debía de ser, que ir más allá habría servido más que nada a los fines buscados por nuestro Bufón de Satán.

Recuérdese que la conducción policial se produjo no por lo que dijo el actor, sino por su negativa a atender el requerimiento del Juez ¿Estamos?

Y en estas, entra en liza, esa extraña reverenda, esa monja argentina, Dominica  por más señas, que desde hace algún tiempo es asidua tertuliana de todo cuanto tenga que ver con asuntos polémicos, ya sea el independentismo catalán, el trato a los marginados, o, según ella, en este caso, la defensa de la libertad de expresión.

Entro en Internet y descubro en la página Webb de la Orden a la que parece ser que pertenece la monja que la misión de las dominicas “consiste en buscar a Dios, alabarle e invocarle, para que la palabra que sale de la boca de Dios no vuelva a él vacía”.

No soy teólogo, ni experto en órdenes religiosas ni masculinas, ni femeninas, pero, en cualquier caso, no se me alcanza la relación entre los objetivos de las Dominicas y las actividades de la defensora del Bufón de Satán. En este caso, clamar contra la injusticia de perseguir a Willie por sus ideas. No, señora, por desatender una citación judicial, cosa que hasta una monja dominica, argentina por más señas, sabe muy bien.

El fondo de la cuestión.

Demasiados siglos de persecuciones religiosas. Demasiadas muertes en nombre de Dios (o de los Dioses, que a la hora de matar, aparecen muchos padrinos) Demasiados desafueros sufridos por los heterodoxos de cualquier signo que tuvieron la malhadada suerte de vivir en un entorno desfavorable.

Por eso ahora, cuando por fin vivimos en un Estado aconfesional, es fundamental defender el derecho a disfrutar de las personales creencias de cada uno o de sus dudas, o de la carencia de creencias. Caer ahora en la trampa de confundir libertad religiosa con la barra libre de las ofensas gratuitas a quienes no piensan como tú, es punto menos que intolerable.

Tal como yo lo veo, los desmanes de Willie Toledo no son una blasfemia, sino una ofensa gratuita a unos cuantos millones de creyentes. No son una blasfemia porque para que lo fuera, Willie debería ser creyente y no lo es. Lo que quiero decir es que si para que alguien pretenda ofender a Dios, debe empezar por creer en su existencia ¿como puede querer ofenderse a aquello cuya existencia se niega?

Luego si no se trata de una ofensa a la divinidad, el destinatario sólo puede ser el colectivo de creyentes. ¿También la viejecita de voz atiplada que canta en la Novena a La Virgen con tanto empeño? También, y con ella, como digo, millones de ciudadanos que libremente han optado por un sistema de creencias, ritos y organizaciones tan defendible como cualquier otro: ni más, ni menos.

Hay algo que me viene llamando la atención en los últimos tiempos: la extraña defensa de los límites abusivos de la libertad de expresión. Tengo la impresión de que cuando se vincula a manifestaciones artísticas se está confundiendo con la libertad de insulto, de amenaza, de incitación, incluso a la violencia.

Si usted, lector paciente que ha llegado hasta aquí, se pone bajo la ventana de su vecino, insulta a la señor madre del susodicho y le desea a los dos la peor de las muertes, anunciando, además, que el día que tal ocurra usted hará sus necesidades sobre su tumba, corre el riesgo de un proceso judicial por injurias y amenazas. No espere su defensa en las redes sociales. Ahora bien, si pone música ramplona a sus dislates y las pregona desde un escenario, lo que usted acaba de hacer es ejercitar su libertad de expresión ¿Usted lo entiende? ¿Sí? Cuando tenga un rato, explíquemelo, por favor. 

Así que, siguiendo con el hilo de lo que venía diciendo, y hablando sólo por mí, abomino de los insultos, detesto las ofensas a las creencias de los demás con el mismo énfasis con el reclamo mi derecho a no ser molestado por pensar como pienso. 

En su momento desencanté a algunos de mis amigos porque no me solidaricé con la línea editorial de “Charlie Hebdo”, que una cosa es condenar la barbarie de quienes en nombre de su Dios asesinaron a los trabajadores del semanario satírico y otra bien distinta, estar de acuerdo con el modo inadmisible a mi juicio de ofender a tanto creyente en cualquiera de las confesiones con las que los dibujantes de “Charlie Hebdo” se ensañaban semana tras semana.

Tampoco ahora daré mi apoyo, incluso mi silencio, ante la línea de conducta de Willie Toledo, a quien, por cierto, pido disculpas si el apelativo de “Bufón de Satán” pudiera molestarle en el hipotético e improbable supuesto de que llegara a darse por enterado. No es más que mi particular aportación al ejercicio de la libertad de expresión.

De la monja tertuliana, mejor ni hablamos.




  







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