martes, 9 de octubre de 2018

VOX se viste de largo.

Un suceso esclarecedor.

El pasado domingo, ante un nutrido grupo de seguidores, da lo mismo que fueran nueve que diez mil, VOX se presentó en sociedad.

Eligieron Vista Alegre, el mismo foro en el que hace no demasiado tiempo se vio y oyó a los Profesores de Podemos desgañitarse anunciando el fin de la vieja política.

En este caso, el domingo, tengo leído que se reivindicaba la necesidad de volver a la vida la España de siempre. A poca Historia que se sepa, tendremos que admitir que se hablaba de una de las posibles Españas de siempre, porque no hay duda de que hay más de una.

Los que le precedieron en el mismo espacio, los Profesores de Podemos, por ejemplo, reivindicaban configurar nuestro futuro sobre algo tan “de siempre” como la II República Española.

Así que, como digo, VOX ha mostrado ante la ciudadanía algunas de sus propuestas. En menos que se tarda en decirlo, ya se han estampado en el frontispicio de la formación los calificativos que cabía esperar: extrema derecha, cuando no fascismo.

Tengo para mí que extrema derecha, como extrema izquierda, sólo sirven para ubicar en un momento dado a un partido, a un grupo o a un individuo respecto a sus congéneres. 

En Estados Unidos, por ejemplo, el muy moderado y hasta pacato Partido Demócrata es percibido por millones de “usanos” como peligrosamente ultra izquierdista. En Europa, como mucho, sería eso tan difuso que llamamos “Centro-Izquierda”. 

En cuanto a fascista… No creo que debamos confundir la coincidencia de ciertas propuestas de VOX con valores que formaban parte del ADN del fascismo y del nacionalsocialismo, con la verdadera naturaleza de estos dos Partidos.

Que yo sepa, y a reserva de cómo se comporte VOX en el futuro, espero acertar si digo que no lleva en sus venas el gen totalitario de aquellos movimientos que terminaron desencadenando la mayor conflagración bélica de la Historia.

Volveré sobre este punto crucial, pero déjenme decirles antes que, por lo que a mí respecta, considero bienvenido el advenimiento del nuevo Partido, desde el punto y hora que clarifica el panorama político de nuestro país. 

Soy de los que siempre hemos pensado y dicho que la ausencia de un Partido a la derecha de la derecha era una rareza española. Era evidente que las propuestas que ahora defiende el recién llegado estaban latentes en ciertas áreas primero del Partido Popular y luego de Ciudadanos (sí, también de Ciudadanos), con lo que postularse como formaciones centristas era un tanto inverosímil.

Por eso, a partir de ahora, los votantes que se identifiquen con el programa, sabrán donde tienen que ir y no habrá razón alguna para que se sientan incómodos en el Partido Popular o en Ciudadanos, ni tengan que llamar traidores, acomplejados, blandos o cosas peores a quienes dirigen estas formaciones.

¿Es o no ultraderechista VOX?

Decídanlo ustedes. No conozco las cien medidas propuestas de que hablan los medios de comunicación. Procuraré remediarlo para, en el futuro, hablar con mayor conocimiento de causa. Por el momento, sólo he leído lo que varios de los diarios consultados cuentan.

No obstante, dejando a un lado los exabruptos, las frases lapidarias y los lemas mitineros, hay algunos puntos sobre los que cada uno podemos pensar lo que queramos, pero lo cierto es que VOX defiende algunas medidas bastante preocupantes.

  • Desaparición del Estado de las Autonomías. Están en su derecho de proponerlo, aunque se confunda la organización constitucional del Estado, con su defectuoso funcionamiento. Espero que no se les ocurrirá poner en cuestión que el único método para llegar al fin que proponen, es el que establece la Constitución que pretenden cambiar.
  • Ilegalización del independentismo. Es lo que piden. No he leído la letra pequeña, aunque deberían recordar que sin cambiar la legislación vigente podría ilegalizarse cualquier Partido que salte las rayas rojas que en su día saltó, por ejemplo, Herri Batasuna. Si de lo que se trata es de ilegalizar formas de pensar, me temo que estarían en posiciones no acordes con los valores de la Unión Europea.
  • Abolición de la legislación sobre violencia de género y sustitución por otras medidas más defensoras de la mujer. No sé cuantas mujeres habrán participado en la elaboración de esta propuesta. Ni siquiera digo que la normativa actual sea el desideratum, pero me parece que el resto del mundo va en otra dirección.
  • Expulsión de inmigrantes irregulares. No me preocuparía en exceso si España contara ya con un método eficaz de control de sus fronteras, respetuoso además con los derechos humanos. Una cosa es el principio y otra la puesta en práctica de medidas concretas. Ni Trump está dando con la tecla para cumplir sus promesas. Pero así, sin matices, y trufado de frases incendiarias, me suena a recurso al halago de las bajas pasiones de un electorado inflamable. Algunas de las cosas que se dijeron al respecto resultan insultantes, tanto para el inmigrante como para la inteligencia del que las escucha
Sé que hay más, muchas más medidas, hasta cien, he oído, y que, por tanto, lo descrito no es más que el 4% del total. A mí, no obstante, me parecen contenidos bastante representativos del talante de la nueva formación.

Algunos de los eslóganes que se escucharon en Vista Alegre son calco exacto de los que llevaron a Trump a la Casa Blanca; otros me recuerdan a Marine Le Pen o a Matteo Salvini. Ni uno ni otros son delincuentes, no lo olvidemos. Ni las Instituciones norteamericanas han defenestrado a su peculiar Presidente, ni Bruselas ha condenado a la francesa ni al italiano. 

A mi no me gustan ninguno de los tres, voy en dirección opuesta a la suya, me gustaría que hicieran el ridículo electoral, pero sientiéndome un hombre libre con derecho a pensar como lo hago tengo la obligación de respetar a quien no piense como yo, por raro que me parezca su modo de argumentar.

Los unos, los otros y los de más allá.

Son curiosos los actos como el de ayer en Vista Alegre. Allí estaba en lugar preferente Sánchez Dragó, el antiguo comunista, observando atento cuanto pasaba ante sus ojos. Hace pocas fechas le leí en “El Mundo” un artículo en el que defendía la obviedad de que la Historia no habría sido la misma sin los Golpes de Estado, en abstracto, para terminar defendiendo, entre líneas, el alzamientos como el que nos llevó a la Guerra Civil. Aquí, en España, es posible que ocurran estas cosas; en Alemania le habrían llevado ante el Juez como defensor del nacionalsocialismo.

Y es que no hay cosa peor que un converso, que no es sino un apóstata, visto desde el credo que termina de abrazar. No se crea que pongo en cuestión su derecho a cambiar de opinión. En absoluto. Allá él, pero no deja de llamarme la atención el fervor de los neófitos. Como Jorge Verstringe, antaño azote de universitarios izquierdistas, y hoy mentor político de Podemos.

No creo que estuviera presente, pero asistió desde el fondo de su mente y de su corazón. El Sr. Aznar, D. José María, ex Presidente de Gobierno, ex Presidente del Partido Popular, se lamentaba, o nos reñía, no lo sé muy bien, por lo manazas que habíamos sido desde que él dejó de regañarnos: cuando él estaba en la Moncloa no había más que un Partido de derechas; ahora hay tres. 

Es sabido que la proliferación de formaciones afines, electoralmente penaliza a las tres. La culpa del desastre, Aznar insinuaba, fue del señor Rajoy, aunque, tal como yo lo veo, habría que pensar en su propia “culpa in eligendo”, que fue él y no la militancia quien puso a Don Mariano donde estuvo.

Claro que si el ceñudo gurú de la derecha española tuvo que elegir entre el Sr. Rajoy y el Sr. Rato, hasta es posible que tuviera que admitir que del mal el menos, que una cosa es defraudar al votante y otra, bastante peor, acabar entre rejas.

Todo eso, en realidad, lo de Sánchez Dragó, lo de Aznar, lo de las frases sonoras, son folklore político. La cuestión es de dónde sale el Sr. Abascal, por qué, de pronto, VOX podría convertirse en una fuerza emergente y hasta dónde puede llegar.

Sale de la crisis generalizada y no sólo económica que viene padeciendo la civilización occidental desde hace algunos años. Bastantes más que los que han pasado desde la quiebra de Lehman & Brother’s. Del empobrecimiento de las clases medias, de la mediocridad de la clase política occidental, de la ausencia de líderes, del desencanto de millones de ciudadanos, no importa de qué país, ante la falta de horizontes; de la pérdida de los sueños de las dos últimas generaciones.

Y en España, además, de la corrupción que ha arrasado con el prestigio de Partidos, Sindicatos e Instituciones de toda laya y condición; de la estúpida deriva de un sistema que nació para acercar el Poder al ciudadano, el Estado de las Autonomías, y, en buena medida ha terminado siendo un sumidero voraz de caudales públicos. 

Y por si fuera poco (al fin y al cabo, de una u otra manera casi todo lo que nos pasa lo vemos fuera de nuestras fronteras más próximas) Cataluña amenaza con convertirse en un laberinto sin salida aparente, como viene ocurriendo desde hace siglos cada vez que perdemos la fe en nosotros mismos. 

¿De quién es la culpa? ¿De Pedro Sánchez? ¿Sólo del actual Presidente de Gobierno? ¿Aportó Rajoy soluciones? ¿Zapatero ayudó en algo? ¿Aznar, el que hablaba catalán en la intimidad, resolvió el problema? ¿González, además de dudar del ánimo rapaz del clan Pujol, desenredó la madeja o la lió más?

Así que no se extrañe nadie de que cuando se sustituye el razonamiento por la fraseología, la razón por las pancartas, una multitud descontenta tienda a ponerse detrás de la primera bandera que alguien enarbole delante de ella. 

Y si alguien me pregunta hasta dónde puede llegar VOX, le diré que no tengo la menor idea pero que no seré yo quien rechace de plano la posibilidad de su éxito. 


Lean la Historia, saquen conclusiones y, cuando se les llame a votar, lo único que nos queda, no se me líen.

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